octubre 2018 / Ensayos

A la poesía y a la natación se les relaciona desde que en el mundo hay agua y humanos, tal vez porque comparten un mismo objetivo: ser un ritmo, educar a la respiración y fluir. El nadador se hace escritura sobre la página del agua y el poeta nada en el agua de la página. Y, claro, el momento culminante de este no tan caprichoso cruce de imágenes es su punto de convergencia: cuando el poeta se avienta literalmente al agua.

Muchos son los poetas nadadores, pero acaso el primero haya sido, famosamente, Heráclito, quien a la mitad de un río se dio cuenta de que no estaba rodeado simplemente de agua sino del acontecer. Baudelaire nos cuenta de Edgar Allan Poe que, de joven, era capaz de llevar a cabo hazañas de gran fortaleza física (lo cual contradice la imagen más bien lánguida y paliducha que tenemos de él), y sus biógrafos confirman que en cierto verano nadó diez kilómetros contra la corriente, de Ludlams Wharf a Warwick, y que el regreso a Richmond lo hizo enérgicamente a pie… Los poetas de la Generación del 27 también eran afectos a ese deporte, y dicho gusto se refleja en sus poemas, curiosamente, a través de la figura de las nadadoras: Salinas, Alberti y Guillén escribieron composiciones sobre mujeres braceando en el agua. De la misma generación, la hoy olvidada Concha Méndez es autora de estos cuatro refrescantes octosílabos:

Del mar salí llena de algas,
con el bañador ceñido.
Y tras andar por la isla
bajo un árbol me he dormido.

Justo descanso, bajo un árbol, para quien ha estado nadando en el mar. “La fatiga es el destino del nadador”, nos dice Gaston Bachelard en El agua y los sueños, y agrega: “El salto en el mar reaviva, más que cualquier otro acontecimiento físico, los ecos de una iniciación peligrosa […] Es la única imagen exacta del salto en lo desconocido”. Pues no es lo mismo el cartesiano rectángulo de una alberca que el agua violenta e impredecible de los océanos. Quien haya nadado seriamente en el mar, lejos de la orilla, habrá sentido la adrenalina de un subyacente peligro y la dependencia, crucial, de una respiración bien controlada, con pulmones, alvéolos y bronquios trabajando sincronizadamente para mantener un nado óptimo, rítmico, bien acoplado al elemento en el cual se está. ¿No sucede lo mismo con la escritura de poesía, que también se basa en la orquestación de un aparato respiratorio para mejor discurrir? Un poema que respira mal, se ahoga, igual que un nadador en la mitad del mar.

Un poeta inglés llama la atención por su casi enloquecida relación con el mar: Algernon Charles Swinburne, quien no obstante haber nacido en Londres pasó largas temporadas junto a las olas en la isla de Wight. Uno de sus primeros recuerdos es el siguiente: “En cuanto al mar, su sal debe haber estado en mi sangre desde antes de mi nacimiento. No puedo recordar un goce anterior al de ser tenido en lo alto de los brazos de mi padre y enarbolado entre sus manos, luego arrojado como la piedra de una honda a través de los aires, gritando y riendo de felicidad, la cabeza por delante en las olas que avanzaban…” Esa imagen de su padre lanzándolo al mar (al que se solía referir como “madre”) lo definió para siempre, y la presencia de las aguas violentas sería constante en su poesía. Extravagantísimo, también tocó temas que en su momento eran tabú, como el sadomasoquismo, el lesbianismo, los rituales paganos y muchas formas de pulsión de muerte. Era alcohólico y le gustaba que lo azotaran… Ay, Swinburne. En 1868, en Normandía, nadando en el mar y ya sin fuerzas para regresar a la orilla, fue rescatado ni más ni menos que por Guy de Maupassant. Para él, nadar era un constante desafío, y llegó a dirigirse al mar con estas palabras: “Una vez más, voy a nadar en contra de ti, voy a luchar, orgulloso de mis nuevas fuerzas, con plena consciencia de mis fuerzas sobreabundantes contra tus olas innumerables”. La natación entendida como una resistencia, y la poesía, por supuesto, también. “Cada ola hace sufrir, cada ola azota como una correa”, escribió, y podemos entender que esas ondas fueran las primeras flageladoras de su piel. Una imagen de Victor Hugo le hubiera fascinado a nuestro alucinado poeta: “el agua está llena de garras”.

Pero el más conocido de todos los poetas nadadores es sin duda Lord Byron (1788-1824), enemigo de la teoría y adicto a la acción. Cojo de nacimiento y obligado a usar durante toda su vida un botín ortopédico, fue tal vez esta circunstancia la que lo llevó a compensar su discapacidad con incontables proezas natatorias, que incluyen maratónicas sesiones en el Tamésis y el Tajo y peligrosas inmersiones nocturnas en los canales de Venecia después de alguna juerga, siempre con testigos, pues su gusto por poner el cuerpo a prueba era sólo equiparable a su gusto por el exhibicionismo. Una de dichas proezas es célebre: buen lector de mitología griega, Byron conocía bien la historia de Leandro y Hero, que es una historia de amor y natación. Hero era una sacerdotisa de Afrodita que vivía en lo alto de una torre en Sesto, en una orilla del Helesponto (hoy Estrecho de los Dardanelos); enamorado de ella, Leandro nadaba todas las noches desde Abidos para verla, guiado por una antorcha que Hero encendía desde la torre. Una noche de tormenta, la antorcha se apagó, Leandro se confundió y finalmente murió ahogado: al ver su cuerpo inerte, Hero se arrojó desde lo alto. Este mito ha tenido muchísimos ecos en la historia de la literatura, de los cuales destaco dos: las líneas que le dedica Ovidio en sus Heroidas y en las que Hero le ruega a Neptuno que no se ensañe contra un joven que nada, pues es más digno de él atacar naves y flotas; y el magistral soneto XXIX de Garcilaso de la Vega, en el que expone el desfallecimiento del nadador y le hace hablarle así a las olas en los tercetos finales:

como pudo, esforzó su voz cansada,
y a las ondas habló de esta manera
mas nunca fue su voz de ellas oída:

“Ondas, pues no se excusa que yo muera,
dejadme allá llegar, y a la tornada
vuestro furor ejecutá en mi vida”.

A Leandro no le importa morir, sino no ver a Hero, y suplica a las olas que lo maten hasta su regreso, pero las olas no lo escuchan… Estando en el Bósforo con un amigo, Byron no resistió la tentación de desmitificar el mito y, sin pensarlo demasiado, se arrojó junto con su amigo a las aguas del viejo Helesponto. Y lo lograron, no sabemos exactamente después de cuántas horas de nado. Lo que sí sabemos es que hay un poema resultante de la hazaña (“Written After Swimming From Sestos to Abydos”) en el que Byron, socarrón, se compara con Leandro y dice: él perdió su vitalidad y yo mi buen humor, pues él se ahogó y a mí me dio calentura. “Las olas —escribió también en Childe Harold— reconocen a su maestro”.

No puedo abandonar estos apuntes sin mencionar al gran poeta nadador de nuestra lengua: el argentino Héctor Viel Temperley (1933-1987), para quien la natación fue una experiencia religiosa y que es autor, entre otros, de un libro titulado El nadador y de otro titulado Crawl. “Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada”, reza el famoso estribillo del primer libro. Pero lo que hace al segundo, Crawl, un ejercicio poético excepcional, es que con sus versos, su sintaxis y su disposición en la página, Viel Temperley quiere emular, y lo logra, el braceo mismo y el ritmo de la modalidad del crawl. Esas páginas de Viel no son sobre el acto de nadar, son natación:

Vengo de comulgar y estoy en éxtasis,
      aunque comulgué como un ahogado.

Autores

Julio Trujillo

/ Ciudad de México, 1969. Es poeta. Cursó la carrera de Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM. Se ha dedicado a la edición de suplementos y revistas culturales, como la Revista de la Universidad de México, la Revista Mexicana de Cultura, El Huevo y Letras Libres. Es autor de los libros Una sangre (Trilce, 1998), Proa (Marsias, 2000), El perro de Koudelka (Trilce, 2003), Sobrenoche (Taller Ditoria, 2005), Bipolar (Pre-Textos, 2008), Pitecántropo (Almadía, 2009), Ex profeso (Taller Ditoria, 2010), La burbuja (Almadía, 2013), El acelerador de partículas (Almadía, 2017) y Jueves (Trilce, 2020). Recientemente obtuvo el Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro por Detrás de la ciudad y antes del cielo.

Magali Lara

/ Ciudad de México, 1956. Artista visual, gestora y maestra. Ha trabajado desde los años setenta una obra relacionada con el cuerpo y las emociones, a manera de ensayos visuales, a través de temas como la identidad, lo femenino, la otredad y la conexión entre el adentro y el afuera. Su trabajo ha sido exhibido en numerosas exposiciones individuales, tanto en museos nacionales como del extranjero, y forma parte de importantes colecciones alrededor del mundo. En 2017, una exposición individual en el Museo Universitario del Chopo, Del verbo estar, revisó cuarenta años de su trayectoria artística.

María Martínez Bautista

/ Madrid, España, 1990. Es licenciada en Historia del Arte por la Universidad Complutense. Ha publicado los poemarios Primera noche en las ciudades nuevas (Ayuntamiento de Málaga, 2012; próxima reedición en La Bella Varsovia) y Galgos (La Bella Varsovia, 2018), que obtuvo el II Premio “Javier Morote”. Ha traducido al castellano la poesía de Gaia Ginevra Giorgi (Maniobras secretas; La Bella Varsovia, 2018) y de Antonia Pozzi (Inicio de la muerte; La Bella Varsovia, 2019). Sus poemas han aparecido en revistas y antologías como Tenían veinte años y estaban locos (edición de Luna Miguel; La Bella Varsovia, 2011). Actualmente trabaja como editora.

Gabriel de la Concepción Valdés

Matanzas, Cuba, 1809 – La Habana, Cuba, 1844. Poeta afrocubano, conocido por el seudónimo de Plácido, considerado como uno de los iniciadores del criollismo y un destacado exponente del romanticismo en Cuba. Autor de La flor de la caña, A Gesler y La flor de la piña, entre otros, fue perseguido y fusilado por la corona española.

Shinnosuke Niiro

/ Kagoshima, Japón, 1977. Forma parte de la reciente generación de poetas japoneses que participa en el movimiento de poesía en voz alta. Su poética, en sintonía con el sentir de las culturas originarias, se orienta a la reconexión del ser humano con la tierra y la paz. Ha publicado el libro Hoy también es bella la Tierra (今日も地球は美しい, 2014), con grabados de la artista Kodama Fusako y del cual se tomaron los tres poemas de esta muestra. Se presenta a sí mismo de la siguiente manera: “estatura: 4 shaku, 4 sun 7 bu, peso: 16 kan, bípedo, camina a 1.5 ri por hora. Poeta y podador de árboles”.

Mangalesh Dabral

/ Kafalpani, India, 1948 – Nueva Dehli, India, 2020. Poeta y periodista en lengua hindi. Autor de cinco libros de poemas y tres de prosa, es considerado como uno de los grandes poetas contemporáneos en hindi. Recibió distinciones como el Premio Sahitya Akademi, de la Academia Nacional de Letras, y la beca del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa. Su obra ha sido traducida al ruso, el alemán, el flamenco, el español, el portugués, el francés y el italiano, entre otras lenguas.

Lucía Rivadeneyra

/ Morelia, Michoacán, 1957. Poeta y periodista. Desde 1981 es profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha ejercido el periodismo en medios de circulación nacional y colaborado con diversos textos académicos. Ha obtenido los Premios Nacionales de Poesía Elías Nandino, Enriqueta Ochoa y Efraín Huerta. Autora de varios libros entre los que se encuentran Rescoldos, En cada cicatriz cabe la vida, Robo calificado, Rumor de tiempos y De culpa y expiación. En 2020, se editó la antología bilingüe In ogni cicatrice c’ è la vita, en traducción al italiano de Emilio Coco. En 2023 recibió el Reconocimiento Sor Juana Inés de la Cruz que otorga nuestra Máxima Casa de Estudios.

Magali Lara

/ Ciudad de México, 1956. Artista visual, gestora y maestra. Ha trabajado desde los años setenta una obra relacionada con el cuerpo y las emociones, a manera de ensayos visuales, a través de temas como la identidad, lo femenino, la otredad y la conexión entre el adentro y el afuera. Su trabajo ha sido exhibido en numerosas exposiciones individuales, tanto en museos nacionales como del extranjero, y forma parte de importantes colecciones alrededor del mundo. En 2017, una exposición individual en el Museo Universitario del Chopo, Del verbo estar, revisó cuarenta años de su trayectoria artística.

Christina MacSweeney

/ Rotherham, Gran Bretaña, 1956. Traductora de español/inglés. Ha traducido obras de autores como Valeria Luiselli, Daniel Saldaña París, Verónica Gerber Bicecci, Jazzmina Barrera y Clyo Mendoza. Entre otros reconocimientos, su traducción de The Story of My Teeth de Valeria Luiselli ganó el Premio Valle Inclán 2016, y con Linea Nigra, de Jazmina Barrera, fue finalista en el premio NBCC Barrios para traducción y autobiografía en 2022. También ha participado en antologías de literatura latinoamericana en traducción y publicado entrevistas y artículos en varias plataformas.

Adolfo Córdova

Veracruz, México, 1983. Escritor, periodista e investigador independiente. Maestro en Libros y Literatura Infantil y Juvenil por la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte con un proyecto de poesía infantil. Ha sido becario del FONCA, la ONU en Panamá y Bali, la Jugendbibliothek en Múnich, el CEPLI en Cuenca, el Centro de las Artes de San Agustín en Oaxaca y la Fundación de Cornelia Funke en Los Ángeles y Volterra. Sus libros han recibido reconocimientos como el Premio Nacional Bellas Artes de Cuento Infantil Juan de la Cabada, Los Mejores del Banco del Libro de Venezuela, The White Ravens, el Premio Fundación Cuatrogatos, el Premio Bologna Ragazzi y Los mejores libros infantiles de la Biblioteca Pública de Nueva York, y han sido traducidos al maya, nuntajiiyi, catalán, alemán y coreano. Tiene un blog de periodismo especializado en literatura infantil.

Antonio Saborit

Torreón, Coahuila, 1957. Ensayista, historiador, traductor y editor mexicano. Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, es Director del Museo Nacional de Antropología desde 2013. Ha traducido a autores como David A. Brading, Robert Darnton y Thomas Carlyle, y ha dedicado estudios y monografías a otros como Marius de Zayas, José Juan Tablada y Tina Modotti.

Luis Armenta Malpica

Ciudad de México, 1961. Poeta y director de Mantis Editores. Es autor, entre otros, de los libros de poemas Voluntad de la luz (1996), Des(as)cendencia (1999), Ebriedad de Dios (2000), Luz de los otros (2002), Ciertos milagros laicos (2002), Mar siguiente (2004), Sangrial (2005), El cielo más líquido (2006) y Cuerpo+después (2010). Libros y poemas suyos han sido traducidos al inglés, el francés, el alemán, el portugués, el italiano, el catalán, el rumano, el árabe y el ruso. Ha sido reconocido con el Premio Jalisco (en la disciplina de Letras), el Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco, el Premio Jaime Sabines-Gatien Lapointe y, recientemente, con el Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villareal 2021 por su libro[Contra] Dicción (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022).

octubre 2018