octubre 2018 / Dossier

Esta historia no debía contarse de nuevo: Tlatelolco y Ayotzinapa

Durante la noche del 26 de septiembre de 2014, un grupo de estudiantes de la Escuela Rural para Profesores de Educación Básica de Ayotzinapa, “Isidro Burgos”, en el Estado de Guerrero, entró conflicto con la policía municipal. El resultado de este enfrentamiento fue de 9 muertos y 43 estudiantes desaparecidos. Sin embargo, y pese a la presión ejercida por la sociedad civil, encabezada por los familiares y compañeros de los estudiantes, hasta la fecha no se ha resuelto el caso, no hay certeza de lo que pasó esa noche, pero involucra —de menos— al presidente municipal y a su esposa, al cártel llamado “Guerreros Unidos”, a la policía municipal y al ejército. Con la búsqueda de los estudiantes de Ayotzinapa comenzaron a destaparse fosas clandestinas con cientos de cuerpos, ninguno coincidía con los 43. Ni las declaraciones del Procurador de Justicia, conocida como “la verdad histórica”, ni las “pruebas” han sido aceptadas por expertos en desaparición forzada, mucho menos por los familiares y compañeros de los estudiantes desaparecidos.


2 de octubre de 1968. Estudiantes detenidos en el Edificio Chihuahua

A partir de los últimos meses del año 2014, y hasta la fecha, han surgido diversas manifestaciones artísticas que sirven como testimonio y como denuncia de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y de la ineptitud e incapacidad del gobierno mexicano para dar respuesta a lo que sucedió con los normalistas, con los miles de desaparecidos de los dos últimos sexenios y con los cadáveres y restos humanos que han aparecido en cientos de fosas clandestinas en todo el país. Entre estas manifestaciones artísticas se encuentran fotografías, instalaciones, documentales, crónicas, performances y poemas. Una historia semejante ya había sido contada casi cincuenta años antes: el 2 de octubre de 1968, en la tristísima noche de Tlatelolco. Elegí cuatro poemas escritos como resultado de estos dos sucesos, porque considero que estos textos funcionan como testimonio, como memoria y como objeto estético, representación lírica de algo que ojalá nunca hubiera ocurrido: “Memorial de Tlatelolco”, de Rosario Castellanos; “Tlatelolco, 68”, de Jaime Sabines; “Quién si no las moscas pueden mostrarnos el camino”, de Carmen Nozal, y “Ayotzinapa”, de David Huerta.

Estos cuatro poemas comparten un “nosotros”, enuncian desde la colectividad y no desde un sujeto lírico en primera persona del singular: “Quién si no las moscas / podrían enseñarnos el camino.” Dice Carmen Nozal. “Mordemos la sombra / Y en la sombra / Aparecen los muertos”, comienza David Huerta. “Recuerdo, recordemos / hasta que la justicia se siente entre nosotros”, finaliza Rosario Castellanos (las cursivas son mías). Asimismo, en un tono de ironía y enojo, Jaime Sabines expresa:

          Tenemos Secretarios de Estado capaces
          de transformar la mierda en esencias aromáticas,
          diputados y senadores alquimistas,
          líderes inefables, chulísimos,
          un tropel de putos espirituales
          enarbolando nuestra bandera gallardamente.

          Aquí no ha pasado nada.
          Comienza nuestro reino.

Tanto en el caso de Tlatelolco como en el de Ayotzinapa, los poemas representan los huecos, la incertidumbre, las dudas ante lo sucedido; debido a esto, en estos cuatro textos podemos notar la abundancia de interrogantes. Recordemos que el llamado a las autoridades acerca de los 43 de Ayotzinapa es “¿Dónde están?”, pregunta que se reproduce literalmente en el poema de Nozal y a la que sólo las moscas pueden responder: “Las novias que siguen esperando / se preguntan: ¿dónde están? / Ahí están, responden las moscas / sobrevolando los huesos, el hedor penetrante de los días, / la esperanza mutilada, el silencio que gime como un viento desollado.”

Desde Tlatelolco, la incertidumbre ya formaba parte de los poemas. En Castellanos leemos:

          Y a esa luz, breve y lívida, ¿quién? ¿Quién es el que mata?
          ¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?
          ¿Los que huyen sin zapatos?
          ¿Los que van a caer en el pozo de una cárcel?
          ¿Los que se pudren en el hospital?
          ¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?

          ¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.

También en Sabines se expresa la duda: “Nadie sabe el número exacto de los muertos, / ni siquiera los asesinos, / ni siquiera el criminal.” La única certeza de ambos sucesos es que entre más se vaya respondiendo las únicas respuestas posibles estarán llenas de algo corrompido y putrefacto. El poema que expresa esto en todo momento es el de Nozal (quién si no las moscas darán alguna respuesta), pero este mismo tema aparece también en los otros textos.  Se trata no sólo de la putrefacción de los cuerpos que se encuentran en las fosas, sino la de los cuerpos que se encuentran con vida, la vida cotidiana, la moral, las decisiones de los políticos y el país entero, todo está podrido o quebrantado. Dice Nozal: “Ahí están, responden las moscas / aturdidas, sobrevolando los huesos, el hedor penetrante de los días, / la esperanza mutilada, el silencio que gime como un viento desollado.” Y por su  parte, Huerta: “El pan se quema / Los rostros se queman arrancados / De la vida y no hay manos / Ni hay rostros / Ni hay país […] Quien esto lea debe saber / Que fue lanzado al mar de humo / De las ciudades / Como una señal del espíritu roto”.

Tanto en los poemas que se escribieron a partir de Ayotzinapa como en los de Tlatelolco se muestra cierta desazón por la falta de identidad de las víctimas. Carmen Nozal trata de dar nombre a los muertos y a los desaparecidos: “Ahí están, los emilianos, los panchos, los chaparritos, / los que sabían leer, los que serían distintos. / Ahí están, las lupes, las citlalis, las juanas y las marías, / las pensadoras, las costureras, las enamoradas eternas.” Y en Sabines leemos también la insistencia por enfocar a las víctimas y alejarlas de la simple idea de multitud: […] eran mujeres y niños, estudiantes, / jovencitos de quince años, / una muchacha / que iba al cine, / una criatura en el vientre de su madre, / todos barridos, certeramente acribillados / por la metralla del Orden y Justicia Social.

Para Nozal es importante también hablar del dolor de amigos y familiares de las víctimas: “Ahí están, las moscas entre la tierra y el cielo / escuchando a las familias aullando, aullando ¿Dónde están? ¿En dónde están? […] Ahí están, con el polvo en los huaraches y los puños apretados / los padres, las madres, los hermanos, los abuelos desesperados.” De igual forma, en su poema aparecen los objetos cotidianos, los que los identifican, los que les devuelven el rostro, los que los humanizan después de la barbarie a la que han sido sometidos: “Ahí están los sueños torturados, los pantalones rotos, / un tenis, cuatro plumas, dos carcajadas, / los vestidos desgarrados, una libreta, / las novias que siguen esperando / se preguntan ¿Dónde están?”. Asimismo, en el poema de Huerta son evocados a partir de los objetos: “Quien esto lea debe saber también […] Que la magia de los muertos / Está en el amanecer y en la cuchara / En el pie y en los maizales / En los dibujos y en el río”. Humanizar a las víctimas de sucesos como Tlatelolco y Ayotzinapa, aún en textos literarios, funciona como una forma de que la memoria civil los mantenga presentes, para que la digna búsqueda de sus familiares se mantenga firme y que algún día se dé castigo a los culpables.



Bibliografía:

Castellanos, Rosario. Poesía no eres tú, 4ª ed. México, Fondo de Cultura Económica, 2004.
Matías Rendón, Ana. Los 43 por Ayotzinapa, México, s/e, 2015.
Nozal, Carmen. “Quién si no las moscas pueden mostrarnos el camino”, en La Jornada Semanal, suplemento
   cultural de La Jornada, domingo 11 de enero de 2015. En línea: http://www.jornada.com.mx/2015/01
   /11/sem-carmen.html

Sabines, Jaime. Recuento de poemas 1950-1993, México, Joaquín Mortiz, 1997.


Autores

Jocelyn Martínez Elizalde

Ciudad de México, 1983. Maestra en Letras Mexicanas por la UNAM, profesora de asignatura en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y en la UACM/San Lorenzo Tezonco. Forma parte del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea de la UNAM.

Francisco J. Serrano

/ Monterrey, Nuevo León, 1977. Es autor de los libros de poesía Bóreas y el sol y Plaza de la luz, ambos publicados por Postada Ediciones (Monterrey). Un poema suyo aparece en la antología Sextinas. Pasado y presente de una forma poética, editada por el sello español Hiperión. Comparte sus poemas en voz alta como miembro del grupo de improvisación musical Rib Eyes Band. Testimonios suyos aparecen en el documental Vaquero del mediodía (2019), de Diego Enrique Osorno.

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