La poesía en el centro de la conversación

El poeta —a pesar de su fe en la creación— demuestra una lucidez implacable sobre la inutilidad de fondo de la literatura y el arte. Cita una frase de Melville en el prólogo a Bartleby que dice: “él siempre ha escrito libros destinados al fracaso”. Y su comentario es demoledor: “Y es verdad: todo lo que uno hace está destinado al fracaso. El fracaso se da porque todo lo que uno escribe no puede cambiar nada de la realidad. La realidad sigue inalterable. Hay que tener conciencia de ello”.

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Reforestar el bosque con palabras nuevas

Circo volador es un viaje al origen, como decía, para meter en una mano la representación de la vida: “Cuando nacimos creció el mundo”, la explicación real de lo ocurrido. También para regresar a la soledad de la escuela y destruir el dolor que nos impuso el silencio. Es una oda a los raros, a los sincariño, a los desterrados del patio de los vivos, a los apartados del mundo por no cumplir con las características esperadas para habitarlo. Y es, finalmente, un canto de júbilo a la libertad y un llamado de atención contra tanta violencia legalizada.

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La grieta de Zaidenwerg

Un tema que atraviesa todo el libro es la noción de pertenencia: territorial, cultural, lingüística. Lo multicultural no es visto solamente en su carácter racial o etnográfico, sino que se le sitúa en un espectro amplio de marcas y funciones retóricas: los modos de consumo, la actitud frente al pop o la cultura libresca, la actitud poética frente a los géneros orales o performáticos, y el peso que en cada una de estas actualizaciones lingüísticas/semióticas pueden tener los orígenes y el background de los individuos-ficticios-poetas que conforman la muestra.

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Ante el rumor de la niebla

Mariana Bernárdez y yo participamos de una misma lengua poética. O, para afinar mejor, de una misma intención, donde la poesía no es una sucesión de imágenes paralelas a la vida que busque iluminar a esta última u otorgarle a la realidad un sentido diferente, sino un constante indagar en las señales que acaban marcando un sendero por el que caminar a tientas, en busca de no se sabe qué exactamente, pero con la certeza de que ese no saber encierra todo el conocimiento que necesitamos. “Entreme donde no supe/ y quedeme no sabiendo”, que decía Juan de Yepes, autor tan presente en Rumor de niebla.

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El país del ahora

Yo lirio, tú lirias. De un campo lirio, ¿yo lirio, yo lírico? Y si lirio de un campo, ¿de cuál hablamos? ¿De la memoria, de una extensión de palabras, de un conjunto de representaciones que suceden en el tiempo y, por el poema y el sueño, fuera de él? La bucólica sugerencia («De un campo lirio/ ay, de mí Llorona») del pentasílabo que conforma el título deja de ser solo eso al torcerse el lenguaje: la verbalización de un sustantivo ya nos sugiere algo más que de facto nos conflictúa; esto y la inmediata evocación de la canción mexicana, que solo se canta cuando la boca es herida, pozo de tequila, oráculo del pasado.

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Anne Carson y Marilyn Monroe

Sus obras son palimpsestos: una capa bajo otra capa bajo otra capa. Todo conectado con todo: los hexámetros yámbicos y las tetas de Marilyn Monroe, el tsunami que se desata en L.A. y Helena de Troya que se evapora en un cuarto del motel Best Western, la propia Marilyn que se afilia a un grupo de talibanes y Jack el Destripador.

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Los pequeños mundos de Kaneko Misuzu

La melancolía y tristeza, tan presentes aquí, apelan también a la niña y al niño que cada uno de nosotros fue, y la soledad que transmiten refuerza a su vez esa sensación de descubrimiento infantil al servir de ventana a los pequeños mundos que nos rodean. Sin embargo, esta mirada no carece de malicia: Kaneko sabía que los niños pueden ser crueles y egoístas; e incluso aquellos poemas impregnados de cierta inocencia, las más de las veces implican, justamente, la pérdida de esta a cambio de tomar consciencia de la vida de los demás —a cambio de la empatía y la destrucción de ese egocentrismo pueril—.

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Arturo Gutiérrez Plaza: Balance general

Hemos crecido en la convicción de que la exuberancia representa el rasgo mayor de la poesía latinoamericana. Exuberancia entendida como profusión, elocuencia oracular, fraseo caudaloso, imaginación imbricada, versatilidad formal y hasta exotismo. La nota aplica de modo entrecruzado en periodos y exponentes, del culteranismo novohispano a Rubén Darío, de Neruda y Lezama al neobarroco de Marosa di Giorgio, José Kozer, Néstor Perlongher, Coral Bracho, por citar unos cuantos, amén de otras escrituras fuera de esa frecuencia: Vallejo, César Dávila Andrade, Olga Orozco, Álvaro Mutis, Enrique Lihn, Diana Bellessi. En la poesía venezolana dos poetas de fabulación sinuosa y expansividad telúrica: José Antonio Ramos Sucre y Vicente Gerbasi. El polo opuesto de esta amotinada y concurrida sensibilidad instaurada ya en nuestro inconsciente poético hasta constituir un hecho cultural, sería el de una poesía que, arraigada en el talante idiosincrático de Hispanoamérica, ha encontrado su tono y punto de mira en la frugalidad, el minimalismo, la agudeza, el realismo filosofante, la emoción introspectiva.

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Para traducir la luz

Entrar en Lo que se pudo ver, de Anaïs Abreu D’Argence (Ciudad de México, 1982), es como sumergirse en un bosque de niebla donde las cosas aparecen y desaparecen de inmediato, los contornos apenas se vislumbran y la solidez misma de los objetos se pone en entredicho.

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Hurtado, el deslenguado

En Teorema del equivoco Hurtado favorece un nuevo registro: el de un hombre vociferando imágenes contundentes, pero rotas, como si alguien estuviera aplastándole el cuello con el pie para desfigurar su voz y convertirla en un canto muy original, en una especie de miasma lírico y prosaico que se anuncia como una bofetada a las buenas costumbres, donde intercala estrategias narrativas y poéticas con coloquialismos para que quien lo lea aprenda un nuevo dialecto dentro de la lengua hurtadiana.

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