17 diciembre, 2018

La dicha es mucha en la lucha

de Armando Oviedo | Reseñas

Daniel Téllez, Arena mestiza, Malpaís Ediciones, 2018, 131 pp. Ilustraciones de Edgar MT., traducción al inglés de Javier González Cárdenas.

 

Para Salvador Manríquez, el hijo consentido del gran rudo Tony Romano  

Octavio Paz, al referirse a las máscaras mexicanas, puso énfasis en el hermetismo, la simulación y la cerrazón como dato simbólico de la manera de presentarse con el rostro cubierto. Lo siguieron otros referentes del ensayo en torno a la cultura popular, como Carlos Monsiváis, que exaltaron la tradición de las máscaras mexicanas más allá del suceso antropológico de mitos y ritos. Desde luego que estas aproximaciones intelectuales no interesaron al niño que, un día, miró asombrado luchar a un enmascarado de plata, fuera y dentro del ring, y quedó pasmado con una máscara como la de El Matemático, a quien creyó un probable profesor de aritmética ganando dinero extra en días sin colegio… En mi barrio de la infancia, la máscara no era motivo de un análisis antropológico, sino parte indisoluble de un ser que lucha o de un ser para la lucha. (La capa era otro aditamento de la elegancia justiciera).

Mi interés por las luchas aminoró al alejarme de mi pandilla del barrio, con la que iba cada domingo a la Arena de La Presa a ver triunfar a nuestro héroe del rumbo: El Adorable Rubí. Y ese gusto tomó un cariz más cultural en mi soledad. (No olvido que había una historieta que presentaba a un enmascarado futbolista, llamado El Diamante Negro, jugando en un equipo rojiblanco.) Las luchas se volvieron un referente gráfico y fotográfico visitado en el cine, las revistas y los cuentos —como les decíamos a las historietas de El Santo—; las poses y las actuaciones sustituyeron a los vuelos y lances como rasgo dominante en mi memoria, en sepia o en blanco y negro.

Muchos años después, volví a aquella infancia colorida gracias al número 122 de la revista Tierra Adentro. “Lucha libre y literatura” era el anuncio en la portada roja con un destacado Blue Demon en primer plano. Era mi regreso en busca de la máscara perdida. No podía creer que hubiera tal cantidad de escritores de calidad evocando en sus textos aquel mundo de mi infancia y adolescencia. El editor invitado de dicho número, el poeta-luchador, profesor e investigador literario Daniel Téllez (Ciudad de México, 1972), se convirtió en un nuevo guía tutelar de lo que las luchas representaban para mí en el terreno de las letras. En ese número se captaban las voces y coreografías “de dulces inquietudes / y amargos desencantos” sin límite de tiempo.

Se conocen pocos poemas dedicados a resaltar a los ídolos del pancracio, y siempre se resalta a los más conocidos por la afición y los medios. Está el de Oscar Cortés Tapia o el poema de César Benítez dedicado a El Santo: “Yo te hacía aún/ ‘persiguiendo a los malvados’ / cachondeándote a la muchacha/ en turno, con esa torpeza connatural/ a nosotros: los héroes”. Tuvo que aparecer aquel número de Tierra Adentro para descubrir a otros adeptos, más allá de las páginas deportivas y escritas a vuelapluma, anecdóticas e informativas, de las revistas especializadas. Pero ¿un libro de poemas dedicado exclusivamente a los ídolos populares, más allá de los rostros enmascarados y artísticos del mercado de los medios?

Con Arena mestiza, Daniel Téllez ha marcado un hito en la poesía que se acerca a temas populares sin traicionar el trabajo rudo de la técnica verbal, eludiendo la cursilería que suele predominar en el tratamiento de dichos temas.

Arena Mestiza está hecho con cariño y con oficio. Como objeto, atrae; como lectura, atrapa. Daniel Téllez ha transitado por otros rumbos del verso riguroso desde su primer libro, El aire oscuro (FETA, 2001), hasta el más reciente, Punto de fuga (Parentalia, 2018). Esto no quiere decir que los poemas de Arena mestiza vayan necesariamente por el mismo camino, pero este libro tampoco hace concesiones al facilismo del poema exaltado en superlativos sentimentales. El poeta avanza con tiento entre lo popular y el rigor, sin caerse de la viga de equilibrio. Atrevido, se lanza desde la tercera cuerda para enseñarle a los fanáticos que no hay temas sagrados que no puedan convertirse en materia poética, abierta a la relectura exigente.

Arena mestiza toma su título de un encarte que presentaba la gráfica del artista plástico oaxaqueño Demián Flores. El poeta ha hecho con la lucha libre un eco de voces perdidas en el espacio, recuperadas con la voz contante y sonante de la literatura. Allí donde hubo máscara y rituales, nacen historias compartidas de una tradición.

En ese sentido, Arena mestiza es un homenaje a la práctica vigente de la lucha libre, distinto a otros textos que “tratan” el tema. Y digo con comillas “tratan” porque, en general, dicho asunto es abordado desde la posición del curioso impertinente, ese entomólogo cultural a quien se le dificulta el tema por estar obligado a enfocar desde lejos con sus teorías binoculares (culturales, sociológicas, históricas o antropológicas). Téllez, en cambio, avanza decidido, conoce el terreno y los encordados.

Sus logros pueden constatarse en cada uno de los apartados del libro: “A ras de lona”, donde encontramos la biografía cimera, con verso sencillo, de héroes contados; “Primera plana”, con el mismo trazo verbal, sin retórica compleja, y con las hechuras de otros gladiadores y luchadoras; “Idilio y lentejuela”, donde se resaltan las entrañas y el ambiente conventual del luchador, los momentos íntimos antes o después del combate; “Salón de belleza”, versos sobre el momento glorioso del lance, no al aire, sí al vuelo en verso corto; “Arena mestiza”, donde se escuchan las voces del templo al que se acercas los devotos y sitian al rey en su trono; “Contrallaveo”: el héroe en acción y en máscara, la mirada robada al espectador, serie gráfica de collages. El libro cierra con el apartado “Ex votos”: poemas en prosa a manera de retablos donde triunfa el milagro de la repetición.

En Arena mestiza vemos triunfar a un poeta hecho, experimentado y contemplativo. Este libro avanza entre dos lenguajes, el versicular y el gráfico, y pone en el cuadrilátero textual la soberanía del yo como testigo y oficiante.


Armando Oviedo Ciudad de México en 1961. Narrador, poeta, ensayista y crítico literario. Estudió sociología en la ENEP-Aragón de la UNAM. Ha sido coordinador de talleres literarios, coordinador editorial de Periódico de Poesía, y becario del FONCA en ensayo (1993-1994). Obtuvo el primer lugar en el Concurso de Cuento Punto de Partida 1988.