12 noviembre, 2018

El americano recalcitrante

de Luis Jorge Boone | Reseñas

Walt Whitman, Hojas de hierba (Eduardo Moga, edición y traducción). Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2015, 1580 pp.

Leer una obra literaria a partir de la biografía del autor permite, a veces, encontrarnos con la airada rebeldía de César Vallejo, a cuya sombra florecen sus Poemas humanos; vislumbrar la torturada lucidez y el saber científico de Jorge Cuesta, presentes en el “Canto a un dios mineral”; o vislumbrar, en las heridas de la dictadura, las raíces de la opaca ternura y la fugaz claridad que permean la obra de Juan Gelman.

En este orden de ideas, la vida de Walt Whitman ha sido calificada como insuficiente, carente de aventura social, un compromiso más aguerrido, una rebeldía más frontal. Los casi cuatrocientos poemas que componen su obra poética, escritos a lo largo de 33 años, conforman el canto nuevo a una nación, que aspiraba a retratar lo nunca antes retratado: el progreso social, la contradicción inherente a la pluralidad, los valores espirituales protestantes compartidos por un pueblo entero.

A los Estados, o a cualquiera de ellos, o a cualquier ciudad de los Estados,
  Resistid mucho, obedeced poco.
Si no cuestiona ya la obediencia, si ha sido completamente esclavizada,
si ha sido completamente esclavizada, ninguna nación, estado o ciudad de esta
  tierra recobrará jamás la libertad.
                          (“A los Estados”)

Whitman es uno de esos poetas cuya obra, antes que su biografía, leemos a partir de la ambiciosa agenda que mantuvo a lo largo de su vida ―con la pérdida vital que esto representa―, y con la adhesión a una utopía que ya desde su tiempo lucía desencaminada.

El poeta escribe sobre una certeza que proviene de una entelequia en construcción: los Estados Unidos. Una región moldeada ―al menos en principio― por la libertad religiosa, la oportunidad económica y el convencimiento de que, a través de una determinada escala de valores, se consigue la superioridad moral permanente.

Motivado por una conferencia en la que Ralph Waldo Emerson proponía una nueva clase de poeta capaz de llevar adelante los ideales y valores progresistas, que pudiera cantar la realidad pujante y múltiple de una nación que nació enamorada de sí misma (pero de la que se esperaba una mirada crítica sobre sus penumbras), Whitman cultivó una obra que creció en varias direcciones, y cuya proliferación formal participa tanto del jardín inglés como del terrario ―una suerte de crecimiento controlado, una selva delimitada.

El poeta acogió la arborescencia como abordaje de sus temas, el ritornelo y la abundancia como metrónomos, la acumulación como índice. Le dio la espalda a la creación de una obra portátil: su afán es que ganara materialidad. No le interesaba la leyenda, el éter: Whitman aspiraba al peso de lo compendioso y a la visibilidad del estrado; se dedicó durante toda su vida a un asunto que a los poetas (en los supuestos que animan la lógica de la mente colectiva, al menos) debería tener sin cuidado: el éxito comercial.

En su carrera literaria hay una búsqueda constante de la penetración y la permanencia en el gusto del público lector. Whitman siempre tuvo clara su agenda poética: representar a su país. La democracia como religión. El pueblo, sus aspiraciones, su composición, su organización, como tema. La oratoria como tono. El todos y no el uno como destinatario. Hubo, desde un principio, una grandilocuencia que excluía la confesión. Su obra fue un puente que apostaba por conectar lo colectivo mediante la individualidad; como después lo fijó Wallace Stevens en “Metáforas de un magnífico”: “Veinte hombres que pasan por un puente / en dirección a un pueblo / son veinte hombres que pasan veinte puentes / en dirección a veinte pueblos, / o son un hombre / que pasa un solo puente en dirección a un pueblo”.

Aunque todavía canto al uno
(uno, pero hecho de contradicciones), lo dedico a la Nacionalidad
y deposito en él la rebeldía (¡Oh, derecho latente a la insurrección! ¡Oh, fuego
  insaciable, imprescindible!).
                      (“Aunque todavía canto al uno”)

Me doy cuenta de que mi lectura de Whitman resulta distanciada. Incluso, al tratar de redefinir al poeta, tuve reparos y no pocos disentimientos. Visto desde el costado de la escritura, distintas generaciones aprendieron su ejercicio del versículo y una cierta aspiración de modernidad; desde una perspectiva de lector, una cuantiosa parte de Hojas de hierba sufrió sin suerte el paso del tiempo. Naturaleza discursiva, andadura aspiracional, grandilocuencia operística, pretendida sabiduría del hombre común (que más bien continuaba los sistemas de valores establecidos): estos impulsos terminaron siendo sus principales lastres.

Para leerlo sin distancia, se tendría que obviar el lugar y el momento histórico de gran envanecimiento en el que fueron escritos, la posición actual que Estados Unidos ocupa entre las naciones del mundo, la relación de poderes internacionales, el neocolonialismo actual, los atentados contra la libertad y la independencia… Elementos, pues, que están a la vista de todos. Asimismo, de regreso a la estética, habría que pasar por alto gran parte de las vanguardias latinoamericanas. Una nación que nació enamorada de sí misma no podía escribir una historia distinta a la que hoy tiene, me parece, y es trágico. A estas alturas de la historia, tal sentimiento de prosperidad y buena conciencia que permea en la obra whitmaniana puede tomarse sin dificultad como síntoma del presente.

¿Constituye un acierto o un error leer la poesía desde afuera del devenir histórico, como si se tratase de un fósil congelado en circunstancias desconocidas? Whitman es un poeta que puede leerse desde varios frentes, pero es, como toda visión, producto de su época. A la distancia se volvieron claros el anquilosamiento de los discursos y la incapacidad de lo grandilocuente, sin fisuras, de penetrar la realidad y encontrar el ápice de humanidad que se espera de la poesía.

Diré, por último, que la traducción de Eduardo Moga es fiel a la holgada cadencia versicular. El prólogo aporta información biográfica y crítica suficientes para un conocimiento lúcido y preciso del poeta. La edición de Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, como siempre, es impecable. Ambos sellos realizan un trabajo notable al compendiar la obra de destacados autores de la tradición moderna y contemporánea (pienso, por ejemplo, en García Lorca y su Poesía completa). En estos tomos de bella factura podemos leer la historia literaria reciente, estudiar la huella que han dejado sus protagonistas y, sobre todo, establecer nuevos juicios de valor sobre discursos que pensábamos cerrados. De eso se trata.


Luis Jorge Boone / Monclova, Coahuila, 1977. Poeta, narrador y ensayista. Es autor de numerosos títulos de poesía, cuento, ensayo y novela. Ha recibido trece premios nacionales, entre ellos el de Cuento Inés Arredondo 2005, el de Poesía Joven Elías Nandino 2007, el de Ensayo Carlos Echánove Trujillo 2009, el de Poesía Ramón López Velarde 2009, el de Literatura Gilberto Owen 2013, el de Poesía Carmen Alardín 2015 y el de Cuento Agustín Yáñez 2019. Suelten a los perros (2019, cuento) y Contramilitancia (2020, poesía) son sus dos títulos más recientes.