enero 2019 / Reseñas

Maricela Guerrero, El sueño de toda célula. México: Antílope, 2018, 117 pp.

El sueño de toda célula (2018), de Maricela Guerrero (1977), trata del cuidado y del cobijo, de hacer comunidad; de, como dice la autora en una de sus líneas, “hablar en la lengua del imperio para desmantelarla”. La lengua del imperio es, entre otras, la lengua de la ciencia, que desde su génesis y hasta el día de hoy ha sido gestionada principalmente por hombres. Desde la ciencia, la naturaleza ha sido entendida en ese lenguaje, y desde él nos imaginamos qué y cómo es: nos confundimos entre descripciones y verdades.

¿Qué podemos aprender de una naturaleza que compite, que descarna, que atomiza, se clasifica y se individualiza?

“Soltemos la idea de que estamos solos”, dice Guerrero. Y escribe de la naturaleza en poesía, de una naturaleza que es a la vez salvaje, que procura y protege. Escribe de biología que se hace en un remedio de sábila, de “un árbol [que] no es un individuo sino que juntos con otros forman una red”.

Podemos escribir (y describir) diferente a la naturaleza, desmantelar aquella “lengua del imperio”. Podemos estudiar a la naturaleza desde la cooperación, como muchas científicas han hecho, y descubrir mundos nuevos que viven en nuestras células y tejen redes subterráneas que conectan bosques enteros. Como dijo Lynn Margulis, creadora de uno de los conceptos más trascendentes para la biología, la endosimbiosis: “La vida no se apoderó del mundo por combate, sino tejiendo una red”.

Margulis es una de esas científicas que lograron hablar en la lengua imperial para desmantelarla. Maricela Guerrero también lo hace, y de manera ejemplar, describiendo y aprendiendo de la naturaleza desde lugares con una ternura insólita a la que no estamos acostumbrados.

En el cobijo y cuidado que brinda el texto también hay denuncia. Hay un dátil que resiste en un lote baldío en México y que, por lo tanto, se resiste también a las fronteras, a ser cultivado, a que sus frutos sean vendidos, a ser parte de la industria.

Pero así como es denuncia, El sueño de toda célula también es una atenta invitación a otro lenguaje, a “Una lengua que acerque y fluya libre: una lengua vernacular que nos comunique y nos vincule con el baldío de al lado”; a ver con detalle las así llamadas “Lecciones de cuidado”: “las atenciones de la maestra Olmedo, las notas al pie de página de los libros de biología, los reportajes sobre madres y hermanas que buscan a los suyos”. Asuntos que parecen ignorarse con facilidad en el ritmo acelerado de las clases, las lecturas y el progreso.

A contraflujo, Maricela Guerrero nos recuerda varias veces a lo largo de este volumen que “a veces detenerse es otra forma de fluir”.

 

Respirar*

Había una vez un mundo en el que el sueño de las células sólo era devenir células y fluía en lenguas vernaculares:

después comenzamos una carrera por buscar la combustión para producir magnitudes en la lengua del imperio, que la idea del imperio impuso.
y a veces parece
que perdimos
que rompimos
aceptamos jaulas, jardines botánicos y zoológicos:

oficinas
vehículos de locomoción
altius fortius raudos:

*

aunque en el baldío de al lado:
la vida bulle
y me vuelvo cursi
y simple:
imagino que si hago
crecer un árbol podremos hablar
y escucharnos
así:
respiraciones
comunes,
puntos de vista paralelos:
un lobo y un cangrejo:
anémonas malvas:
valentía
y abrazo en
un álbum de la forma de las hojas en las manos

diques y represas a la lengua del imperio:
con sus magnitudes y medidas:

*

aunque ahora te encuentres
en la misma ciudad
a nueve kilómetros y un metro de distancia
a veinte minutos sin tráfico
estás más lejos que la
secuoya que la mujer
no pudo salvar
que los bosques que se están talando justo ahora
o el manantial que resguardaron esta
tarde los municipales:
sembraré un árbol.

Estoy aquí hablando en lo que tengo porque respirar contigo es una transformación que produce aliento.

Alentar es una forma redonda y cálida de resistir.
Devenir célula que sueña devenir célula.

 

* De El sueño de toda célula


Autor

Alejandra Ortiz Medrano

/ Guadalajara, 1984. Bióloga y pronto doctora en ecología evolutiva. Colabora con diversos medios para públicos muy diferentes; de éstos, los que más le gustan son el radio y los textos para niños. Tiene varios premios y reconocimientos, entre los que destaca, en dos ocasiones, el primer lugar del Premio Nacional de Periodismo y Divulgación Científica que otorga el CONACyT.

enero 2019