septiembre 2019 / Reseñas

Robin Myers, Tener / Having, trad. de Ezequiel Zaidenwerg, Antílope, 2019, 132 pp.

Cada determinado tiempo surgen, más o menos, las mismas preguntas en torno a la poesía: ¿Para qué la lírica hoy? ¿Cuál es la función del poeta y cuál la del poema? ¿Cuál es el lugar de la poesía en la actualidad? La respuesta a cada una de estas dudas es mutante como el lenguaje mismo. Los nombres, dice Giorgio Agamben “son vórtices en el devenir histórico de la lengua”. En Tener, de Robin Myers (Nueva York, 1987), estos remolinos se abisman hasta buscar su centro, tal vez su origen:

No hay nada que me guste más
que tirarme en el pasto bocarriba

y acordarme de dónde vengo.
Vengo del pasto, y me gusta acordarme

de lo que me enseñó:
a ser pequeño, a mirar para arriba, a repartirme

parejo en el espacio que me den.
Ama la tierra húmeda. Ama

los dientes diminutos de las hormigas.
La playera manchada de verde. Los gusanos.

La poeta y traductora norteamericana, radicada en México, busca atisbar algo que nos han velado los significados al establecer un diálogo con las cosas mínimas:

En la ciudad, la taza
de las cosas —banquetas
y balcones, mofles, hiedra,
cuerdas donde la ropa baila
suelta en el cautiverio del aire—
se llena alrededor de mí.

Algunos días, el cielo
parece estar tan cerca
que trato de no hacerle caso
y siento cómo se endurecen
a lo lejos los cerros pelados.

“El vórtice tiene su propio ritmo, que ha sido paragonado al movimiento de los planetas en torno al Sol. Su interior se mueve a una velocidad más grande que su margen externo” (Agamben, otra vez). Los poemas de Robin Myers son artefactos lingüísticos cuya manufactura puede resultar similar y que invitan a hacer una pausa en medio de una realidad que se mueve constantemente. Sin embargo, lo que se encuentra por debajo es una manera distinta de tocar el mundo, el reconocimiento constante de que el sentido de aquello que se nombra habita, encendido, en los detalles:

Hay unas pocas formas
por descubrir,
como nos gusta pensar que
nosotros (¡nosotros!) descubrimos
los mares, la comunión
alrededor del fuego

y hasta el fuego.

El yo lírico de Tener ahonda en la sustancia de lo que contempla; se relativiza, sufre y goza al observar detrás de las cosas; transita de un estado a otro, va, viene, y el lenguaje lo regresa constantemente a la huella que dejan los acontecimientos más exiguos.

No puedo vivir sin eso,
dicen.

Si no pudiera pintar,
me moriría.
No podría vivir sin comer carne.
Me moriría si no pudiera
trabajar en una habitación bien iluminada.
Con ese calor, me moriría.
Si no pudiera nadar,
si no pudiera tomar
vino, si no me acordara
de la cara de mi hija,
me moriría. No podría vivir
con mi conciencia si nos hubiéramos
acostado hace muchos años.
Me hubiera muerto si
no lo hubiéramos hecho. No podría
vivir sin ti.

Cuando se mueran,
habrán tenido razón.

Personalmente
yo, si pudiera, volvería
a tocarte la mejilla

con todos mis no tengos
vivos en mi piel.

“Debemos —considera Agamben— concebir el sujeto no como una sustancia, sino como un vórtice en el flujo del ser”. Tener es un libro donde existe una doble alteridad, la del yo lírico masculino y la del traductor Ezequiel Zaidenwerg. ¿Cuál es la intención de Robin Myers al ceder la voz de quien escribe a alguien más? La construcción del otro; recorrer sus umbrales, enigmas y zonas de misterio; conceder a las experiencias personales la virtud de una erótica de la imaginación, porque el amor es una cosa de dos y la palabra, en este caso, irrumpe en la perspectiva del uno para construir el mundo desde la del otro —o de la diferencia.

Leer la poesía de Robin Myers nos recuerda que, en una época en la que se siente por doquier la inquietud social, la idolatría por los datos y la pérdida del sujeto producida por la masificación anónima de la vida social y el narcisismo, la lírica es necesaria para recuperar nuestros sentidos, reconocer lo atópico, arrancarnos de nosotros mismos y ser arrebatados por una intimidad distinta del lenguaje, la cual nos permita tantear el mundo y encontrar al otro multiplicado en su alteridad. Porque el eros comparte con el arte (o así debería ser) el ser social. Algo que, me parece, comparte también cualquier poema.


Autor

José Pulido

Orizaba, Veracruz, 1985. Ha publicado en diversos suplementos como Letras Libres, Nexos, Confabulario y Tierra Adentro, entre otros. Ha sido becario en tres ocasiones del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico del Estado de Veracruz (PECDA) en 2009, 2010 y 2012. Asimismo ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en 2015 y 2019. Es autor de Permanencia voluntaria (2015), Tigre (2020) y Escenas de vacas interminables (2021). Actualmente radica en Madrid, España.

septiembre 2019