enero 2019 / Reseñas

Un orden desgarrado

Enrique Urbina,
Aquí el silencio no descansa,
Dharma Books + Publishing,
México, 2018.


Ya lo decía Charles Olson: un poema es un campo de energía en tensión. Una creación verbal desdoblada en un sinnúmero de posibilidades que mantienen su vibración latente por estar en conflicto con las demás. Su espacio y su fuerza están en tensar las palabras de tal forma que exista una suspensión inagotable, un incesante desgarramiento del orden. Esa suspensión caracteriza Aquí el silencio no descansa, primer libro de poemas de Enrique Urbina (Ciudad de México, 1993).

El libro de Urbina es un libro maldito; no a la manera de Baudelaire, sino de quien lee un grimorio para afectar o aceptar el destino que le han impuesto los dioses. Un grimorio —palabra que, por cierto, comparte origen con gramática y probablemente con rimario— era un libro lleno de fórmulas mágicas y encantamientos utilizado en la Edad Media. A diferencia de un libro de gramática, que contiene fórmulas de combinatoria para el uso estándar de una lengua entre sus hablantes, el grimorio comprende construcciones lingüísticas específicas, que apelan a fuerzas ulteriores, con objetivos particulares: crear talismanes, producir metamorfosis, realizar invocaciones; en general, irrumpir en el flujo natural de las cosas. Un grimorio tiene como principio el poder adánico del lenguaje y la fe en el ritual.

Aquí el silencio no descansa fue escrito por un hombre que lee el grimorio con sospecha. Su suspicacia está en observar si es posible defender con el ritual lo inevitable o el cambio. Los poemas de Urbina hablan de invocaciones, de ritos, horóscopos, amuletos, rezos y ciclos. Se mencionan constantemente libaciones, magos, cataclismos y metamorfosis. Es un libro que supone el arranque de un hechizo sin desenlace posible, maldición que culmina en presentimientos tormentosos pero desconocidos, sugeridos sólo en el silencio. El silencio en el libro de Urbina es una suerte de lenguaje del presentimiento, es una sabiduría de lo desconocido. Un acercamiento feroz a lo que hay más allá.

El silencio es una respuesta a ese lenguaje ritual: lo divino perturbado. La réplica a un lenguaje tal que descarga energía es el azote de lo inevitable; o bien, el rumor de algo tenebroso por venir. Ese silencio y lo que presiente es una de las tensiones en el campo de fuerza del poemario. Los poemas de Urbina son un acantilado sin fondo desde donde se reza. Un paisaje negro. Un paisaje “color cuervo”:

El tiempo

en la playa, un niño muerto las olas
le desgarraron la piel los peces le besaron mucho los ojos

el niño está inflado
púrpura, color tan caro para los hombres de bien
no podemos saber qué lo mató
usamos una daga en su vientre para ver
si aún puede usarse
la carne.
el niño se desvanece en la arena
y conocemos el augurio.

En los poemas no hay un silencio que apacigua, sino uno expectante: “Aquí el silencio no descansa porque tiene asuntos sin resolver”, dice uno de los títulos. En los poemas de Urbina siempre hay algo pendiente.

Con tintes ovidianos, los poemas están llenos de presencias castigadas con maleficios, o bien sometidas a la metamorfosis y a destinos penosos. Por momentos, entre ritos, maldiciones y oraciones se asoma un atroz destino colectivo —a la manera de una tragedia griega o bíblica—: en “Los elementos”, los danzantes se vuelven piedras y pasto, y esperan a los siguientes danzantes para que les acontezca lo mismo. En “El sueño”, la salvación de una suerte terrible para unos cuantos sucede como se prometía:

los signos se
mostraron como lo que eran, los demás se arrodillaron
ante nosotros y el nuevo edén prometía alimentarse
de los que se quedaran fuera. Estaba en nuestro destino
negarnos como ellos lo hicieron con el pan que no
mucho tiempo atrás nosotros les pedimos.
entonces sufrieron como debían y el sueño pasó a
otro recipiente otra mujer con la misma suerte que mi hermana:
miramos su desenlace con envidia:
esperamos recibirla con un abrazo.

Con reminiscencias a The Hollow Men de T. S. Eliot, en los poemas de Enrique Urbina se hace presente el deseo insaciable de los cuerpos por acercarse unos a otros, en un espacio lleno de resquicios, sombras y caos.

somos dos sombras
estorbando el agua
somos lanzas inmóviles
lamiendo hilos de niebla
somos la huella
de los ahogados…

Aquí el silencio no descansa es un momento de enorme furia. No sólo por las constantes alusiones apocalípticas —como en “La vigilia”, un homenaje al Aleph borgeano—, sino por el odio, la ira y el arrasamiento que cargan sus palabras.

La maldición

Encontramos tierra azul
Debajo de la cama cuando
Buscamos la fuente el portal
La fisura por la que la mujer
Fantasma llena de odio
Salió por la madrugada
Para gritarnos majaderías
al oído (su voz
todavía resuena cuando nadie
nos está hablando). Lo
más molesto fue cuando
se paró sobre nuestros
estómagos para recordarnos
que las cosas se acaban
y terminan como ella: atascadas
de una furia incontenible.

Dicha furia crece junto con las enumeraciones caóticas, las anáforas, los vacíos de sentido y los augurios sobre el mundo. En este grimorio contemporáneo, Enrique Urbina arroja sus palabras al fuego y aguarda la señal.


Autor

Valeria Villalobos Guízar

/ Ciudad de México, 1994. Estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana y periodismo y literatura argentina en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente se dedica al periodismo cultural en diversas revistas especializadas.

enero 2019