Coral Bracho, Debe ser un malentendido, Ediciones ERA, México, 2018, 104 pp.
1. Entre el desconcierto y la perplejidad
Desde su primer libro hasta el más reciente, Coral Bracho (México, 1951) se reveló como una de las voces más singulares e inconfundibles de la poesía mexicana, una condición que después se hizo extensiva al gran dominio iberoamericano. Su excepcionalidad reside en la rareza de un mundo poético animado por una aproximación siempre oblicua a los prodigios y las incógnitas de la experiencia vital. Los verbos ser y estar, que en algunas otras lenguas resultan indistintos, cobran plena dimensión y se entrelazan a través de una textualidad sinuosa y rebosante de inflexiones rítmicas y semánticas que no hacen sino relativizar las nociones de espacio y tiempo, ese aquí y ese ahora que apuran nuestro presente. Así, contra la marea de las tendencias y la tentación de las concesiones, por más de cuarenta años Coral Bracho ha desarrollado una obra poética impar cuya radicalidad es indisociable de la consistencia.
No obstante, fiel a lo que podemos llamar provisionalmente un estilo, la poesía de Coral Bracho ha experimentado variadas transiciones temáticas. De aquella exploración del paisaje del cuerpo y su presentida corteza orgánica, materia de su trabajo inicial, ha migrado luego, sin renunciar a la contención y a la subjetividad, a una escritura de tintes catárticos que ha servido como una tabla de salvación, conjurando la enfermedad, despistando a la muerte, exorcizando la violencia; en suma, abriendo el compás a la circunstancia lo mismo que al esbozo anecdótico y la socialización del poema. Y, de ahí, al sutil discernimiento de la cascada de fenómenos de la cotidianidad tras la que se ocultan las gemas de un conocimiento volátil. Como sea, al curso de estas mudanzas la poesía de Coral Bracho ha conservado un carácter antropocéntrico que va de lo somático a lo contemplativo mediante la auscultación de variados estratos de conciencia.
Debe ser un malentendido no discrepa de tal premisa. Centrado en un entrañable caso de Alzheimer, Coral Bracho encuentra nuevamente su razón de amor en la participación física y la esfera psíquica de la naturaleza humana, sometida no al resorte de la voluntad ni al quizá sobrevalorado poder de la mente, como tampoco a la trivializada fortaleza de espíritu, sino a las veleidades de la biología, las contingencias de la salud, ese filamento del que cuelga la cabina de nuestra integridad y existencia. Pese al blindaje del alma y el señorío de la inteligencia, pendemos de un sedal, como el papalote hurgando acá en la Tierra el abismo luminoso o sombrío de nuestro respectivo destino. Cada individuo es “el ser que va a morir” —por utilizar el nombre de un libro fundamental de la autora— y nada podrá evitarlo. Como entonces, la poesía de Coral Bracho enfatiza que el apogeo de un organismo radiante y vigoroso aloja desde un principio el germen de su devastación. La aterradora belleza de vivir.
Compuesto de nueve apartados de estructura irregular y heterogénea en torno a un fluctuante esquema de conjunto, Debe ser un malentendido posee en el argumento de la disolución de la memoria la justificación de ese orden. Como la capacidad de evocación que se deteriora progresivamente en el paciente, los aludidos segmentos se dividen a su vez en retazos que establecen parcialmente una correlación, a saber: Intuiciones, Impresiones, Observaciones, Diario. Es apenas un hilo de sensatez cognitiva que la autora, en calidad de narradora omnisciente, intenta conferir a la crónica del padecimiento sufrido por su madre y sobrellevado por la familia. A la par, cada sección la preside una secuencia igualmente fragmentaria que, desde la coherencia del delirio, pareciera traducir las visiones y suposiciones de la paciente dotadas de particular audacia onírica:
se van,
pero su sentido está ahí,
quieto,
volteando hacia el cuadro opaco
donde se esconden: Para atraparlos,
para soltar frente a nosotros algún color,
algún brillo.
De este modo, Coral Bracho desencadena una trama en la que, más allá de los síntomas y desajustes de comportamiento de una afección neurodegenerativa, el desconcierto y la perplejidad recurrentes o continuos resultan equiparables al influjo de ofuscación y estupor que implica el diámetro de lo poético. Suspensión de la incredulidad fue el concepto que S. T. Coleridge acuñó hace dos siglos para referir un trance de ciega, absoluta sumersión en la lógica de la distorsión fabuladora o la fantasía. Debe ser un malentendido honra, pues, la perspectiva sincrónica, incluso atemporal, en la que suele ocurrir o adquirir mayor significado la experiencia poética y el poema en sí; tajos, cisuras, paréntesis donde los relojes se detienen para suprimir o aplazar la diacronía, la marcha del tiempo lineal incentivado por la ley de causa y efecto que no aplica en la poesía:
se desmoronan; pero el sentido
del conjunto persiste: entre momentos,
entre ficciones,
bajo fracturas incesantes. Como un umbral,
un asidero.
El sentido de orientación y consecuencia, la brújula del criterio, se evaporan en la medida que, toda proporción guardada, la realidad objetiva se trastoca y diluye ante la pulsión del lenguaje poético. Las fronteras entre vigilia y sueño, realidad e invención, literalidad y metaforismo se debilitan y mezclan para dar paso a un punto de mira tocado permanentemente por el embrujo de otro mundo, volviendo patente la efusión del daimon platónico que nos permite transmitir sin el cedazo unilateral del raciocinio. Fuera de esta alternativa se halla la nada, la más lisa desmemoria, un estado análogo a la mudez, el silencio o la afasia que rodea la isla de la palabra poética. El título del libro de Coral Bracho ofrece desde un comienzo la clave, Debe ser un malentendido, una frase a caballo entre la duda y el imperativo y que, sobre todo, deja abierta la puerta para cohabitar dos realidades, la de la verdad y el supuesto equívoco. Pero, ¿qué será lo correcto? ¿Qué tan más conveniente, qué tanta autoridad ostenta el peso de la conciencia por encima del olvido? En el fondo, tal vez, todo debe ser un malentendido:
cuyo sentido y origen desconocemos,
pero qué aún nos cubren,
y nos protegen, como escafandras,
como rejas;
que aún nos permiten mirar tras ellas
el mundo:
esa inquietante, inquebrantable
extrañeza.
Entre la enfermedad y el cuerpo, la posibilidad de la poesía, un dramático margen de reacción para una lucidez accidental, como la fiebre que altera nuestro metabolismo y concede el acceso a otro nivel de conciencia. Es la sabiduría del desahuciado, la del martirizado paciente que en su aturdimiento consigue ver del otro lado, la espalda de la realidad en la que empieza el abismo del trasmundo. Coral Bracho advierte en el naufragio de la psique —“recuerde el alma dormida”, pontificó Manrique— el albur del oficio poético, su iluminación, ese instante supremo valorado justamente por su intermitencia, su discontinuidad, como la ardiente cordura del que, circuido por la nada de la amnesia, sufre de Alzheimer y, desde la inocencia de tamaña condición, dispensa a quienes lo rodean sagaces chispazos de asombro: preguntas, afirmaciones, conductas fuera de lo común que al esquivar lo predecible invocan la poesía en estado puro, la indigencia del ser.
2. La fragilidad del sentido
Constatar que el más reciente libro de Coral Bracho habla del Alzheimer es, al mismo tiempo, imprescindible y trivial. Es imprescindible porque hay que sortear esa primera cuestión para poder explorar lo otro. Pero equivale a decir que un Soutine retrata una res abierta en canal. Lo meramente temático lo comparte con textos de divulgación sobre neuropatología, como los de Oliver Sacks, con personajes como el padre de Las correcciones de Jonathan Franzen o la Iris Murdoch en sus últimos años del filme de Richard Eyre. Al final, debido a nuestra creciente longevidad, el mal de Alzheimer es uno de los destinos probables que nos aguardan.
Sin embargo, para entender la singularidad y los logros de Debe ser un malentendido, resulta útil contrastarlo no tanto con prosas sino con otro poemario, también de una autora de importancia y con la que la unen algunas afinidades. En El eco de mi madre (2010), la argentina Tamara Kamenszain, además de (y para) hablar de su madre afectada por el Alzheimer, hace una antología de las madres de sus amigas que también lo están:
confiada en que memorizando los pasos
su madre reencontraría el camino
por el que se estaba perdiendo.
La mía camina por un pasillo
que conoce desde siempre
y cuando tiene que doblar
el lazarillo que la acompaña baila
bajo un foco de neuronas alarmadas.
Al pasar por el baño el espejo
recibe a una señora que saluda a otra
las dos se dejan ver enlazadas
en una única silueta trenzan para nadie
esa danza que repite todavía
lo que hace rato traspuso sin retorno
las puertas de lo familiar.
El poema logra, junto con la erosión, proponer y forjar una solidaridad. Un encuentro entre las poetas, por un lado; por otro, un encuentro entre sus madres que ya no saben coincidir ni consigo mismas. El afuera en el que permanecen las poetas, y desde donde observan la fuga de sus madres, es la característica central del notable libro de Kamenszain.
En el de Bracho hay momentos que parecen enunciados desde ese mismo afuera; sabe encontrar maravillas no solo dolorosas:
que baja a picotear el asfalto
muy cerca de su pie, es algo
que jamás ha visto.
No hay con qué compararlo;
nada que lo emparente con aquel gato
o que comparta
con ese arbusto
Para la madre el pájaro es único —esas dos palabras forman el último verso del poema—: no tiene género, no pertenece al reino animal, no es parte de la naturaleza. Pero lo que hace a este libro tan peculiar e importante, es su capacidad (y agrego valor y, acaso más importante, alegría) de abandonar la orilla de la racionalidad para explorar otro tipo hondura:
A esa edad que me dices
¿quién puede ser tan feliz como yo
que puedo hacer todo lo que más me gusta: bailar,
cantar? Y de esta enfermedad
de las palabras, el amor de Álvaro y tú
—con estas cosas que hacemos—,
me van a sacar.
Resulta especialmente estimable que no se explique nada. Por ejemplo aquí, ese nombre, Álvaro. Y en otras páginas los pronombres, pues el reino de este Alzheimer está lleno de pronombres: las presencias con las que convive son constantes ellos, que pueden ser médicos, enfermeras, terapeutas, fantasmas del pasado o voces acusmáticas sin emisor.
Pero a través de este tránsito por la casa donde todo se derrite, flota, se aleja navegando; donde está a punto de iluminarse un escenario sin que se comprenda qué obra se representará, hay un núcleo. El corazón verdadero de este libro es el sentido. El sentido como deseo y como tesoro en el instante de su mayor fragilidad:
entre el derrumbamiento de la memoria,
lo último que se rompe y desteje con ella,
es la búsqueda
de sentido; reconocerte en ti;
y una ávida, estrecha liga
con la especie
El sentido, entonces, en el estado de indigencia suprema en que lo coloca la poesía. El sentido como deseo; no como algo dado, que llega siempre, sino como tesoro y como pérdida, como aquello que un verso le confiere a otro, acaso, pero que un tercero puede derrumbar o hacer virar en dirección opuesta.
Autores
Baudelio Lara
/ Teocaltiche, Jalisco, 1959. Es poeta y ensayista sobre artes plásticas. Ha publicado La luz a tientas (1992), Duermevela (1994), El ángel ebrio (1998, Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta) y Aquí no hay un bosque (2013). Actualmente reside en Guadalajara, Jalisco, donde trabaja como profesor investigador de la Universidad de Guadalajara y participa en labores editoriales, así como en la publicaciones en revistas, periódicos y catálogos.
Mariana Cabrera
/ Buenos Aires, Argentina, 1988. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y la maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Fue librera, editora y traductora. Actualmente se desempeña como docente de Literatura y Redacción. Ha publicado cuentos en revistas digitales nacionales e internacionales. Coordina talleres de escritura creativa para adolescentes y clínicas de obra personalizadas. Participó en el V Congreso Internacional de Letras con una investigación sobre literatura brasileña. Fue gestora cultural en el colectivo Marta Latina.
Jorge Ortega
Mexicali, Baja California, 1972. Poeta y ensayista. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de una docena de libros de poesía, entre los que destacan Estado del tiempo (2005), Devoción por la piedra (2011 y 2016), Guía de forasteros (2014) y Hotel del Universo (2023), con el que obtuvo en 2022 el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen. Ha obtenido además el Premio Estatal de Literatura de Baja California, el Premio Nacional de Poesía Tijuana y el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. Actualmente forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
José Ramón Ruisánchez Serra
/ Ciudad de México, 1971. Es profesor en la Universidad de Houston. Editor de la sección de poesía mexicana del Handbook of Latin American Studies desde 2014. Junto con Ignacio Sánchez Prado y Anna M. Nogar editó A History of Mexican Literature (Cambridge University Press, 2016). Su libro La reconciliación será publicado próximamente por la UNAM.