Hoy, como entonces
Enredadera de agua habitada por la espiral
del Mar
y la sombra, tierra fértil
que es tu boca
donde la palabra vuelve a nacer.
Nos soñamos planta
para entender las hablas
que el pasto emana
cuando lo escuchamos.
Revientan de ti los tallos
que consigo trae la alborada
y nos unen a todas como tus hijas,
hermanándonos a cada brote
bulbo, campo,
semilla.
Germinamos desde la raíz del tule
y entrenzamos ramajes
para sanar nuestras herencias
hierbas, heridas y,
hoy, como entonces,
nombrarnos una
frente a la muerte que nos plaga.
Somos verbo fundacional
en tu lengua que es placenta.
Aceite fecundo de arce emanas
para darnos vida, viento
de tu vientre palabra.
Caminaremos senderos de abedul
para llegar al umbral que nos habita
y, así, embelesadas,
plantar sus recuerdos
y cubrirlos de musgo,
para evitar que
hoy, como entonces,
los pisen todos.
Nos reconocemos en tu lengualeche,
que es también
campiña, en donde,
pese a la muerte habitada en tus sustratos,
sabremos cantar otras melodías
que no sean solo para
acompañar a la tristeza.
Agradezco al néctar que de tu mano escurre,
como líquenes de miel tibia,
hilos de luz,
pues, con ella nutres a la boca de piedra.
Aminoras, espiga, en el trigal de tu verso
el desvarío de la vida que transcurre. Y,
hoy, como entonces,
tus hebras nos tejen pasado, presente.
Así, somos una en el polvo que nos recuerda,
somos todas
sobre el comal que nos reinventa.
Y, si enterrar nuestras ramas pretenden,
vaporserpiente saldrá de nuestros robles
para decir, nunca más en silencio, que
hoy, como entonces,
seguiremos brotando.
Y, si quemarnos en hogueras buscan,
arderemos en llamas que al cielo pinten,
para recordarles que nuestro incendio no se apaga con agua y
hoy, como entonces,
resistiremos.
Y si a otra de nosotras arrancarla del suelo quieren,
usaremos de lluvia al llanto de las muertas que nos han dejado,
en camposantos sembraremos
en su memoria jacarandas y
hoy, como entonces,
cada vez más fuertes,
volveremos a nacer.
El cuerpo de Cristo
Entre el trigal alguien en silencio espiaba.
Éramos
Jesús
y todas, volviéndonos a conocer.
Él sabía ya de nuestros otros nombres y muerto cada herida.
Multiplicó los panes y con el agua del Mar
añejó un río que vino a saciar la sed que, en los eriales del mediodía de nuestras vidas,
se cosechaba.
El calor era suficiente para saberlo cerca.
Somos sus hijas,
sus hermanas
y aquí estamos siendo también ruta
de sus venas que nos enraízan al suelo
cuna fértil,
de nuestro estar-siendo una,
esta tarde, de todos los fuegos.
Contamos tus vidas,
fuiste yo y serás todas, cuando amanezca.
Tú,
Jesús,
ya nos conocías, te hemos invocado noches
y ofrendado desde la cosecha primera.
En los conventos de la memoria te llamamos orando,
en ti todo lo vemos.
Creemos en tu palabra,
que no se puede escuchar y con vehemencia
leemos los escritos que, como huellas,
dejaste mientras pasabas descalzo
sobre semillas de mostaza, tus senderos.
Hablarán de nosotras mañana,
somos las que habrán de ser.
Porque tu padre, que es también el nuestro
compuso todos los alientos que perderías,
y en cada uno de ellos
estamos.
Escúchanos, padre,
cuando te decimos:
en nosotras se originará la nueva vida y así, el páramo termina.
Porque, no lo niegues,
somos la llama que vela a la noche seca,
y llenamos como árboles que por hojas la tarde,
de arreboles pájaros.
Cristo,
no tengas piedad de nosotras,
ten respeto y haz que tus hijos también lo tengan,
que cuando los tigres que nos acechan se acerquen,
y nos dejes acrisoladas
como a las vírgenes que en la cúpula te acompañan,
les digas que
no nos maten por haber nacido mujer.
Porque si la hoja caduca de tu álamo predica una palabra
y el envés otra,
¿cómo esperas,
Cristo,
que siga creyendo, que vivas nos quieres?
Voraz apetito,
siempre fuiste fruto misericorde,
Jesús,
líbranos de todos los males de saber a las fauces cerca
Jesús,
que tus ojos vean en nosotras a la palma sedienta de vida,
que espera de la arena tu regreso
y que tu vigilia traiga consigo
a todas las que se llevaron,
porque ni el desierto
ni el Mar
son suficientes para sepultarnos a todas.
Pedimos a la muerte que nos lleve
al lado derecho desde donde no nos ves,
para recordarte cuando nos visitaste en la siega
despojándonos de todo hábito.
La resurrección de nuestro verso,
será la salvación de las almas
y así con nosotras, el reino no tendrá fin.
Despertamos,
la llama sigue prendida.
Volvemos a soñar
con el versículo sagrado de nuestra palabra,
con todos los fuegos,
que, en el celaje,
que solo nosotras podemos ver,
rojos se vivirán
hasta tenerlas
a todas
de vuelta.
Autor
Melissa del Mar
/ México, 1999. Poeta. Es ganadora del Premio Mujer Tec (2021), en la categoría de Arte y Gestión Cultural. Columnista en Proyecto Ululayu, cofundadora del taller “Todos los nombres que soy” de escritura creativa feminista y cofundadora del podcast (In)visibles. Su trabajo se ha publicado en espacios como Buenos Aires Poetry, Más Cultura de Librerías Gandhi y El Universal. Forma parte de la antología Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999).