Miguel Casado, La ciudad de los nómadas. Lecturas, Dirección de Literatura, UNAM / DGP Secretaría de Cultura, 2019, 221 pp.

Sería difícil abarcar todos los hilos que componen La ciudad de los nómadas, de Miguel Casado (España, 1954), pero uno de ellos, de vital importancia, es el que insiste en la relación entre lo personal y lo político, el mismo que se abre ante la escritura y la vida como una tensión necesaria que no debe jamás olvidarse. El título hace referencia a unos versos de Paul Celan situados como epígrafe y, por lo tanto, como puerta de entrada a la reflexión: “Petrópolis / ciudad nómada de los no olvidados, / era para ti también toscana, de corazón” y en esos versos resuenan las apretadas referencias que en su poema “Todo en uno”, Celan interrelaciona y hace coincidir: la judeidad y Siberia (el destino de Osip Mandelstam), y las luchas en Viena, España y París, y desde estas: la injusticia, la revuelta libertaria, la miseria y la tragedia que conlleva. Lo político y lo poético se anudan en el poema de Celan y, también, en la escritura y las escrituras que propone Casado en su libro.
Nada más engañoso, entonces, que tomar La ciudad de los nómadas como una guía de posibles lecturas —aunque también pueda serlo—. Lo que se abre entre estas páginas es, más bien, una constelación de autores y materias que, dicho por el propio Casado, sugiere un mapa personal de intereses y lecturas que muestra un territorio difícil de transitar. No hay lectura ingenua y toda lectura es nómada, pareciera revelarnos Casado: cada una traza un camino incierto hacia otras lecturas u otros sucesos. Leer supone una forma de estar, un modo de pensar. Y leer también entraña un encuentro y es, además, una manera de propiciar otros encuentros. Leer, en suma, como un acto político. Así lo entendió Cesare Pavese, quien en El oficio de poeta anota: “Se habla de libros. Y se sabe que los libros, cuanto más pura y llana es su voz, tanto más dolor y tensión han costado a quien los ha escrito. Es inútil, por lo tanto, esperar sondearlos sin pagar nada. Leer no es fácil”. Esta sentencia queda clara al comenzar la lectura de Casado y desde su lectura leemos a la escritora estadounidense Tess Gallagher, a los palestinos Mahmud Darwish y Yabra Ibrahim Yabra, al “escritor no-escritor” cubano Lorenzo García Vega, al historiador soviético Lev Gumilev, a la poeta alemana Hilde Domin y, junto a ella, a la escritora y feminista Christa Wolf o a los poetas chinos Qu Yuan (del siglo IV) y Liu Xiaobo, escritor y activista; y, a través de estas escrituras, leemos la vida: la experiencia del exilio, la prisión, la opresión, la desdicha, pero también la energía para continuar, para ir contra la corriente, para intentar decir un mundo —su mundo— desde una lengua personal. La sentencia de Pavese se agudiza al detenernos en la lectura que hace Casado de Rosa Luxemburgo, a partir de la película de Margarethe von Trotta y la serie narrativa de Alfred Döblin, o al situarnos a su lado en la Comuna de París, siguiendo algunas frases de Bernard Noël y rememorando la película La comuna (París, 1871) de Peter Watkins; o cuando, ya al final del libro, nos detenemos en el último artículo dedicado a repensar “mayo del 68”, el “acontecimiento” que supuso y el campo de posibilidades que esta revolución (así la entiende Casado) abrió —aquí volvemos a encontrarnos con Paul Celan, sus cuadernos de mayo y junio de 1968, su anclaje en ese presente y, junto a él, los nombres de Deleuze, Blanchot, Guattari y Negri—. Si he trazado esta zigzagueante línea de autores (se podrían trazar otras que también están presentes en Casado), es porque me lleva de La ciudad de los nómadas a Las verdades nómadas, título y quizá también deseo con el que el poeta español cierra su libro. Lo nómada sugiere muchas cosas: el desplazamiento continuo de la lectura y la escritura, lo heterogéneo de las escrituras propuestas, lo frágil y transitorio de ciertas vidas: la errancia. Asimismo, la inestabilidad e incertidumbre que se oponen a toda certeza aprendida y, por consiguiente, el quiebre necesario de todo dogmatismo. Lo nómada, además, nos habla del entrecruzamiento dialógico que acompaña al texto de Casado, sin que existan fronteras. Ya desde el inicio, con ese menú mongol que abre el libro (Waugh, Basara, Palazuelos, Kahn), la nomadía nos lleva a la casa-móvil o tienda de fieltro —título dado en un principio a esta serie de artículos publicados entre el 2013 y el 2018 en el Periódico de Poesía y, anteriormente, en la “Sombra del Ciprés”, suplemento del periódico El Norte de Castilla, en Valladolid.
El lazo entre México y España, fundamental por esa mirada transatlántica tan necesaria hoy en día, se establece desde la dedicatoria: “en memoria a Gerardo Deniz”, poeta y químico español, exiliado en México, a quien dedica no sólo el libro, sino también un artículo cuyo título es muy sugerente: “Anticuerpos para aprender a leer”. Y es que Casado piensa los poemas de Deniz como un ejemplo de escritura “antisistema”, que trabaja “contra los mecanismos de pensamiento codificados en la cultura y en la lengua, contra todas las formas de un lenguaje poético que concentra de modo ejemplar tales mecanismos”. La insistencia de Casado en la urgencia de “desaprender” se relaciona con estos “anticuerpos” y esos “contras”: la importancia de “aprender a mirar lo nuestro con ojos ajenos”, de poner a la vista el desajuste entre las evidencias ideológicamente construidas y lo que podría llamarse “la realidad”. Desaprender también sería “prescindir de los mitos de la identidad, tanto los individuales como los de la comunidad”: ir en contra incluso de uno mismo; de los hábitos que vuelven rígidos el pensamiento y la percepción. La lectura y la escritura tendrían, para Casado, que romper con toda normativa y regularidad, posibilitar un pensamiento crítico, suscitar experiencias singulares y hallazgos que hagan despertar en nosotros la pregunta esencial: ¿cómo vivir?
El extrañamiento es la piedra de toque de Casado, quizá también lo es la lectura in-pertinente de la que hablaba Roland Barthes: ese estar siempre des-colocado de cualquier método o teoría, el no ser nunca oportuno y por lo tanto poder ver. Pero si Casado puede ver; si en sus artículos puede dar cuenta de un detalle, del tono o de la atmósfera de un texto, de la materialidad de las palabras; si se detiene en los ritmos de una narración, en el aliento de una frase o en el gesto de algún personaje antes que en la anécdota del relato, es porque el punto de vista de Casado es el del poeta. Su trabajo como crítico, ensayista y traductor está atravesado por la mirada del poeta, la cual nos permite percibir las interrelaciones al interior y al exterior de esta obra de Casado.
“Escritura/ produce escritura, traza aceras / en medio de la vida. Pero es raro, / un punto hostil, abierto / es su exigencia.” Estos versos de Miguel Casado, tomados precisamente de su libro de poemas Tienda de fieltro, señalan ese espacio de libertad, interior, abierto y crítico a la vez, que la lectura y la escritura detonan. El deseo de escribir que ciertas escrituras provocan es lo que articula La ciudad de los nómadas. Hugo Gola llamó resonancias al fenómeno que se da entre la lectura y la escritura, y me parece que ese término se ajusta bien al deseo de nuestro autor: el de entablar una conversación entre un yo y un tú que es un nosotros. Resonar sería provocar una vibración en el otro que abra posibilidades para seguir pensando y seguir diciendo. O, como lo dice el mismo Casado en su artículo “Música salvaje”: “pesan las palabras, se revela la vida, un tono se hace nuestro; ocurre cada vez que hay un encuentro entre el texto y el lector”.
Autor
Tania Favela
/ Ciudad de México, 1970. Es poeta, ensayista, traductora y profesora de letras en la Universidad Iberoamericana. Del 2000 al 2010 formó parte del consejo editorial de la revista El poeta y su trabajo, dirigida por Hugo Gola. Es autora de los libros de poemas Materia del camino (2006), Pequeños resquicios (2008) y La marcha hacia ninguna parte (2018).