octubre 2019 / Traducciones

Pensamientos bajo las nubes

Nota preliminar y versión de Rafael-José Díaz.
  

Segundo de los textos incluidos en el libro homónimo de 1983, “Pensamientos bajo las nubes” puede leerse como un único poema extenso o como un conjunto de poemas más breves con sentido unitario. Escrito en 1976, el año de la muerte de Gustave Roud, maestro y amigo queridísimo de Philippe Jaccottet, el poema, lo mismo que los otros textos de ese libro, traza un discurso en el que destacan contradicciones irresolubles (luz y sombra, vida y muerte, pérdida e inocencia). A diferencia de los libros anteriores, en Pensamientos bajo las nubes dichas contradicciones parecen alcanzar un mayor equilibrio, dialogan con menos violencia o, en todo caso, permiten una paz al final de la lectura que en Leçons o À la lumière d’hiver (1994) era, en cambio, desazón, angustia, sufrimiento. Pensamientos bajo las nubes es, además, el último libro integrado exclusivamente por poemas en verso que publicará su autor. Cierra, en este sentido, un ciclo. El de lo que podríamos llamar la “confianza en la escritura”. A partir de aquí, en volúmenes tan importantes como Cahier de verdure (1990) o Après beaucoup d’années (1994), el autor combinará verso y prosa en un camino de escepticismo y desapego, cada vez más radical, respecto de los poderes de la poesía.

“Pensamientos bajo las nubes” es uno de los poemas más discursivos, menos “líricos” del libro. En aquella época Jaccottet se esforzaba por traducir a algunos poetas rusos. El encuentro con Mandelstam será fundamental. De ahí, quizá, el diálogo que en el poema se establece con los cielos del Paraíso de Dante. La complejidad disfrazada de aparente sencillez, característica de casi toda la obra de Jaccottet, llega aquí a uno de sus límites. El tono coloquial con que comienzan las distintas secciones del poema, apoyado además en su condición de partes de un diálogo o monólogos marcados por guiones, no es sino una añagaza que nos arroja en una compleja maraña simbólica, sintáctica y metafísica que, sin embargo, hay que recorrer como lo haría un viajero distraído: sin detenerse demasiado, pero con los sentidos agudizados por la conmoción y el asombro. La condición de transeúnte la hereda el lector de la propia voz poética que, en el poema, destaca la conciencia de lo efímero y la importancia de guardar como una especie de tesoro instantáneo los “gritos de pájaros bajo las nubes”; como si ese intersticio, el abierto por el canto impalpable entre los surcos de la tierra y la luz inalcanzable de los cielos, fuera nuestro auténtico lugar en el mundo y, a la vez, nuestra única oportunidad para ir más allá de él.

—Rafael-José Díaz

*

Pensamientos bajo las nubes

—Definitivamente no creo que hagamos este viaje
a través de todos esos cielos que se irían aclarando,
empeñados en desafiar las leyes de la sombra.
No termino de vernos como águilas invisibles, girando
para siempre en torno a cimas también invisibles
por exceso de luz…
        (No se construye la eternidad
recogiendo los cascotes del tiempo. La espalda se encorva sólo
como para espigar. No vemos ya
sino la tierra labrada y los surcos del arado
a través de nuestra tumba paciente.)

 

—Es verdad que habremos visto poco el sol en estos días,
tener confianza bajo tantas nubes no es tan fácil,
la base de las montañas desprende demasiada niebla…

(Sin embargo, tendríamos que ser muy débiles
para abandonar cuando nos falta un poco de sol
y no poder llevar sobre los hombros, unas horas,
una gavilla de nubes…
Deberíamos seguir siendo muy ingenuos
para creernos salvados por el azul del cielo
o castigados por la tormenta y por la noche.)

 

—Pero ¿adónde pensabais ir con esos pies tan usados?
¿Sólo a doblar la esquina de la casa o a cruzar
de nuevo alguna frontera?

(El sueño del niño es llegar al otro lado de las montañas,
como lo hace a veces el viajero, y su aliento allá arriba
se hace visible, como se dice de las almas de los muertos…
Nos preguntamos qué imagen ve pasar
por el espejo de las nieves, qué llama ve brillar,
y si detrás encuentra una puerta entreabierta.
Imaginamos que, en esas lejanías, es posible:
la llama de una vela en un espejo, una mano
cercana de mujer, el hueco de una ventana…)

Pero vosotros, aquí, tal y como os veo,
ya no tendréis fuerzas para beber en esas copas de cristal,
estaréis sordos a las campanas de esas altas torres,
ciegos a los faros que giran con el sol,
torpes navegantes para un paso tan estrecho…

Se os ven mejor las grietas de los sembrados,
sudando sudores de muerte, antes náufragos
que en camino hacia esos postreros cisnes altivos…

 

—Definitivamente no creo que vayamos a hacer ese viaje,
ni que nos libremos del hacha tenebrosa
cuando no batan ya las alas del mirar.

Transeúntes. No volverán a vernos por esos caminos,
como tampoco nosotros hemos vuelto a ver a nuestros muertos
ni a sus sombras…
        Su cuerpo es ceniza,
ceniza son su sombra y su recuerdo; a la propia ceniza
un viento sin nombre y sin rostro la dispersa,
pero a ese mismo viento, ¿qué lo borrará?
                  Sin embargo,
al pasar, habremos escuchado
esos gritos de pájaros bajo las nubes
en el silencio de un vacío mediodía de octubre,
esos gritos dispersos, cerca y como muy lejos a la vez
(son escasos, pues el frío
se acerca como una sombra tras el arado de las lluvias),
midiendo el espacio…
          Y yo que paso bajo ellos,
creo que han hablado, pero no ha sido una pregunta o una llamada
sino una respuesta. Bajo la neblina de octubre.
Y es ya otro día, estoy en otro sitio,
dicen otras cosas o se callan,
yo paso, me asombro, y ya no puedo decir más.

 

Pensées sous les nuages

—Je ne crois pas décidément que nous ferons ce voyage
à travers tous ces ciels qui seraient de plus en plus clairs,
emportés au défi de toutes les lois de l’ombre.
Je nous vois mal en aigles invisibles, à jamais
tournoyant autour de cimes invisibles elles aussi
par excès de lumière …
                                      (À ramasser les tessons du temps,
on ne fait pas l’éternité. Le dos se voûte seulement
comme aux glaneuses. On ne voit plus
que les labours massifs et les traces de la charrue
à travers notre tombe patiente.)

 

—Il est vrai qu’on aura peu vu le soleil tous ces jours,
espérer sous tant de nuages est moins facile,
le socle des montagnes fume de trop de brouillard …

(Il faut pourtant que nous n’ayons guère de force
pour lâcher prise faute d’un peu de soleil
et ne pouvoir porter sur les épaules, quelques heures,
un fagot de nuages …
Il faut que nous soyons restés bien naïfs
pour nous croire sauvés par le bleu du ciel
ou châtiés par l’orage et par la nuit.)

 

—Mais où donc pensiez-vous aller encore, avec ces pieds usés?
Rien que tourner le coin de la maison, ou franchir,
de nouveau, quelle frontière?

(L’enfant rêve d’aller de l’autre côté des montagnes,
le voyageur le fait parfois, et son haleine là-haut
devient visible, comme on dit que l’âme des morts… 
On se demande quelle image il voit passer
dans le miroir des neiges, luire quelle flamme,
et s’il trouve une porte entrouverte derrière.
On imagine que, dans ces lointains, cela se peut:
une bougie brûlant dans un miroir, une main
de femme proche, une embrasure …)

Mais vous ici, tels que je vous retrouve,
vous n’aurez plus la force de boire dans ces flûtes de cristal,
vous serez sourds aux cloches de ces hautes tours,
aveugles à ces phares qui tournent selon le soleil,
piètres navigateurs pour une aussi étroite passe…

On vous voit mieux dans le crevasses des labours,
suant une sueur de mort, plutôt sombrés
qu’emportés vers ces derniers cygnes fiers…

 

—Je ne crois pas décidément que nous ferons encore ce voyage,
ni que nous échapperons au merlin sombre
une fois que les ailes du regard ne battront plus.

Des passants. On ne nous reverra pas sur ces routes,
pas plus que nous n’avons revu nos morts
ou seulement leur ombre…
                                          Leur corps est cendre,
cendre leur ombre et leur souvenir; la cendre même,
un vent sans nom et sans visage la disperse
et ce vent même, quoi l’efface?
                                               Néanmoins,
en passant, nous aurons encore entendu
ces cris d’oiseaux sous les nuages
dans le silence d’un midi d’octobre vide,
ces cris épars, à la fois près et comme très loin
(ils sont rares, parce que le froid
s’avance telle une ombre derrière la charrue des pluies),
ils mesurent l’espace…
                                    Et moi qui passe au-dessous d’eux,
il me semble qu’ils ont parlé, non pas questionné, appelé,
mais répondu. Sous les nuages bas d’octobre.
Et déjà c’est un autre jour, je suis ailleurs,
déjà ils disent autre chose ou ils se taisent,
je passe, je m’étonne, et je ne peux en dire plus.

[Del libro Pensées sous les nuages, Gallimard, 1983]


Autor

Philippe Jaccottet

/ Moudon, Suiza, 1925. Está considerado uno de los más grandes poetas vivos. Su obra completa fue recogida hace unos años en la mítica colección de La Pléiade. Además de poeta, es un reconocido ensayista, diarista y traductor. En 2010 recibió el Gran Premio Schiller.

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