31 octubre, 2022

Papeles de identidad

de Augusto Rodríguez | Inéditos

Un esclavo en la basura

Mira para todos lados.
Es posible que te estén espiando.
Trata de mantener el aliento.
No toques el cuerpo. Ponte guantes.
No te preocupes del olor de la basura
y del cuerpo expuesto,
todos terminaremos muertos
y en descomposición.
Lo más seguro es que fue asesinado.
Dudo mucho en algún tipo de suicidio.
Mira los indicios del cuerpo.
Si hay sangre todo es más fácil.
Si no lo hay lo más seguro que fueron
cortes internos
y están tapados por la ropa
y por la basura.
Mira sus manos:
¿qué dicen sus manos?
Mira sus pies:
¿todavía tiene zapatos
o ya se los robaron?
Si tuviese billetera
todo sería más sencillo,
empezando si existiesen
papeles de identidad.
Ese cuerpo ya no es de la persona
que aparece en la identificación.
Es un trofeo más de la muerte
y de la basura que campea en la ciudad.
Es mejor que sujetes el cuerpo
o que lo intentes mover.
Fuera mejor si llamaras a la policía
para reportar el hecho
y se llevaran el cuerpo
pero lo más seguro es que te dirán
que tú eres el asesino
y que debes acompañarlos para declarar
y que todo lo que digas
va a ser usado en tu contra.
Así que no digas nada.
Duerme la lengua.
Trata de no respirar, no dejes huellas.
Eso es trabajo de los detectives
los forenses y la policía y tú no eres policía
pero repito, no dejes huellas.
¿El cuerpo tiene los ojos
abiertos o cerrados?
Si los tiene abiertos todavía busca
el aire de la vida,
un respiro de vitalidad
un rezo nocturno.
Si tiene los ojos cerrados
ya duerme cuerpo adentro
su alma se fugó a su interior
y no es posible verla ni sentirla
se escondió como una tortuga
en su caparazón.
Y la ropa, cómo es su ropa
da señales o pistas de su trabajo
a qué se dedicaba, su profesión.
Seguramente era un hombre
que soñaba mucho.
Eso es seguro.
Lo mataron por soñador
o porque era testigo de algo
o de alguien o porque no se portaba bien
y la mujer se vengó, el amante
o el esposo de la mujer,
hay de todo en este mundo de basura.
Pero, de seguro, tú eres el asesino.
Pasarás el resto de tu vida
contando hormigas
en una cárcel del estado
sin fianza y sin derecho
a un abogado.
Tu destino será el infierno.
No corras, ASESINO,
que allá viene la policía.

Contar nubes es una profesión antigua

Contar nubes es una profesión antigua
que te llena la retina de oro.
Cada nube (sobre todo en mi ciudad)
tiene una forma ancestral
que vale la pena observar.
Las nubes se esconden de otras nubes
saltan como toreros entre la sangre
andan en caballos por los campos
gotean vidrios de aire.
Miramos las nubes para ver si alcanzamos
a ver el rabillo de un ángel o descubrir
la casa de Dios.
Cada niño sabe que una nube le pertenece
y la cuida, quiere tocarla y masticarla
como pan de azúcar.
Cada nube trae su propio idioma
y sus recuerdos intactos.
Quiere enseñarnos una parte oculta
de nosotros mismos.
Sabe que el destino humano
está ahí, debajo de sus vértebras.
Cada nube lleva su antorcha y su río seco
a las espaldas.
Navega en calles silenciosas
y poco traficadas.
Cada nube
es como una fruta madura
que se sumerge
en la mermelada del tiempo.
Depende del lector atento
saber descifrar lo que nos diga
y que nos ilumine
con su lámpara de algodón.

Rituales de baño

Compro flores de varios tamaños y colores.
Cada flor me promete el paraíso,
pero lo que yo quiero es encontrar la paz
y la cima del otro lado de esta bañera.
El agua cae de la ducha como si viniera del cielo,
traída por ángeles dormilones, alegres, y me bañan.
Un jabón negro para expulsar
el veneno que lleva mi piel.
Negro como el destino y como la faz de la tierra,
como el covid-19, como las pandemias
y virus del mundo.
Las flores me alegran el día, el baño
y los orificios de la nariz.
El agua va quitando la tierra,
los muertos que me anteceden,
el vacío de la cigarra. De arriba abajo.
La espuma va llenando la piel herida.
Tengo miedo de que ogros me lleven a otro sitio.
No hay espacio para la fe.
Las hormigas me acompañan en el ritual
como si fueran testigos silenciosos
de una cumbre religiosa.
El agua va dejando todo en su sitio original. Rezo.
Pido por los vivos y por los muertos.
Por las almas en pena que no encuentran su sitio,
su origen o su nuevo camino.
Siento pena por ellos, y la pena crece,
se disuelve y se marcha del baño.
El agua cae como si cayera de otra vida,
de otra esfera, de un río imaginario
que nace en mi baño.
Tantas lágrimas derramadas
en este pequeño paraíso
y no hacemos nada para remediar el dolor
y las ganas de morir.
Tanto suicida en potencia,
tanto dolor encarcelado entre rufianes.
Tanto dolor que se marcha al ritmo
de una suave música
que solo un animal salvaje puede escuchar.
El agua pone todo en su sitio,
tarde o temprano, me repito.

Los juguetes tienen vida propia

Los juguetes tienen vida propia
y salen en las noches
a destruir sueños infantiles.
Les gusta asesinar niños
que no tienen cama, sábanas,
ni guarida.
Los juguetes se meten
en sus cabezas
y lanzan misiles como en Siria.
Los niños no lo saben
pero los juguetes
son sus pequeños rivales:
quieren ahogarlos, golpearlos,
atosigarlos con preguntas vacías.
Quieren matarlos
en el sigilo de la noche
pero los niños duermen
y no se enteran de nada.
Sacan cuchillos de plásticos
y les atraviesan el corazón.
El corazón de un niño
es como una roca dura
debajo de la tormenta.
Los juguetes esconden
sus pertenencias
para que los padres castiguen
y golpeen a sus hijos.
Los juguetes
son como hermanos menores
y son muy envidiosos.
Padres, no compren
más juguetes para sus hijos.
Niños, no jueguen más con ellos.
Duermen con el enemigo.

El agua que recorre tu cuerpo

Un poema sin tiempo
para Efraín Jara Idrovo

A veces cuando te veo dormir
me pregunto:
¿cuánta agua recorre tu cuerpo?
¿cuántos ríos se desbordan
desde tus piernas
y del orificio de tu boca?
A veces cuando pienso
que estás durmiendo lejos
sin mí
allá en Cuenca
veo a Efraín Jara Idrovo
caminando
por las islas Galápagos
buscando con sus ojos destruidos
a su hijo muerto
en la arena o debajo del mar
y a veces creo que ese hijo
sin vida nace de tus piernas
otra vez
escondido del mundo.
Te imagino caminando
a orillas del Tomebamba
pero ahora su líquido no me alcanza.
Me vuelvo a preguntar:
¿cuánta agua recorre tu cuerpo?
¿qué hago con esta hambre
que me devora
con toda esta sed que viene de ti
de tu más profundo interior
y que no puedo saciar?


Augusto Rodríguez / Guayaquil, Ecuador, 1979. Poeta. Doctorado en Lenguas, Textos y Contextos por la Universidad de Granada, España. Es autor de una veintena libros de poesía, cuento, novela, entrevistas y ensayos en varios países. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía David Ledesma Vázquez (2005), el Premio Nacional Universitario de Poesía Efraín Jara Idrovo (2005) y el Premio Nacional de Cuento Joaquín Gallegos Lara (2011). Asimismo fue finalista del Premio Herralde de Novela (2016). Es editor de El Quirófano Ediciones y director del Festival Internacional de Poesía de Guayaquil Ileana Espinel Cedeño.