3 octubre, 2022

Antes de empezar

de Jorge Fondebrider | Reseñas

 
Susana Cabuchi, Siria, Barnacle, Argentina, 2022, 56 pp.
 

 
Todos venimos de algún lado. Sin embargo, no todos tenemos un vínculo con el lugar de donde provienen nuestros ancestros. A algunos nos importa menos; a otros, más. Este último es el caso de Susana Cabuchi (Jesús María, Córdoba, Argentina, 1948-2022), una de las mejores poetas argentinas actuales, que en silencio, discretamente, sustrayéndose de polémicas absurdas y sin alardes de ningún tipo, desde una Córdoba remota que no debe ser identificada con la ruidosa capital de esa provincia mediterránea, ha forjado una obra sólida que incluye El corazón de las manzanas (1978), Patio solo (1986), Álbum familiar (2000), El dulce país y otros poemas (2004), Detrás de las máscaras (2008), Poética-1965-2010 (2010) y El viajero (2018).

Comencé diciendo que todos venimos de algún lado. Así, es posible que este libro haya comenzado antes de haber sido concebido como tal. Más precisamente, puede que haya empezado en la memoria de una niña que, a partir de conversaciones familiares, escuchó referencias de otro mundo lejano y desconocido que, ya en 1965, se hizo presente en un poema aislado que terminaba con una promesa: un racimo de uvas para quienes, por razones políticas, tuvieron que escaparse de su país y comenzar de nuevo en una tierra que no era la suya. Hay, podría decirse, algo así como un malentendido inicial: lo que debía crecer en un lugar terminó creciendo en otro y ese desplazamiento dio lugar a nuevas circunstancias que, por falta de mejor nombre, vamos a denominar destino. El de Susana Cabuchi fue haber vivido primero en Jesús María; luego, en la ciudad de Córdoba, para terminar volviendo a su ciudad, cargando con sus propios recuerdos y con un cúmulo de recuerdos ajenos que ahora son parte de este libro.

Hay entonces un lugar suyo, personal, y otro, que más que un lugar es una serie de relatos familiares. Y hay un viaje al origen, a Siria. En ese país, que alguna vez, hace ya mucho, fue plural y ahora es tierra devastada por la codicia y el fanatismo, visitó el cementerio donde sus mayores debieron descansar, pero no encontró más que piedras y, más allá, el desierto. Y hubo también un pedido desesperado: Jeannette, la prima del padre de Susana, le pidió que escribiera sobre Siria; vale decir, que le diese palabras a una historia que poner en una botella para arrojar al mar de una lejana provincia sin mar, acaso porque, como se dice en estas páginas, “siempre/ es triunfal/ la memoria del agua”. Susana aceptó el pedido y, con enorme destreza, zurció la memoria familiar con la memoria de lo que vio, dando lugar a este magnífico libro.

 
 

Poemas de Siria

 
Palmira

¿Escribiré sobre Palmira, Jeannette,
sobre Homs, Hama, Alepo?
¿Sobre los enemigos de siempre,
los que cambian de nombre, mienten,
se cubren el rostro occidental 
con vestiduras árabes?

Sí Jeannette, lo sé,
no hay rebeldes en Siria
son invasores, mercenarios,
no hay guerra en Siria, hay ocupación.

He oído el desolado lamento
de las madres,
he visto a los varones mordiendo
sus corajes
con los niños muertos entre los brazos.
¿Quién les dará sepultura?
¿Quién contará los muertos?
¿Quién levantará los escombros
en Palmira?
¿Quién sembrará nuevamente
en Homs, en Hama, en Alepo?
Yo no sé si esto es poesía
                mi querida,
             es un grito.

 
 
 
Uleila
 
                                                A Sofía, Lucía, José, Mariliz
 

Porque no hay que viajar
grandes distancias,
además es apacible, es bello,
encantador, decían.
Y cada año autorizaba el ocio
una población serrana
cuyo nombre 
           proponía
un juego sin salida,
un interminable y misterioso acertijo:
Salsipuedes.

La calle principal
era de oscuro y empinado asfalto
y ondulaba, perfecta para el patinaje
y sus consecuentes advertencias.
Juntábamos piedras, mariposas,
plantas medicinales. 
                Buscábamos 
víboras, avispas, miel.
Pero lo inolvidable
fue el nombre de la casa alquilada,
“Uleila del Campo”.
Uleila sonaba a oleaje campesino,
a ciclos lunares en una lengua antigua,
a ulular marítimo,
a lagunas nocturnas, a luz.
¿Uleila era una flor silvestre,
un extraño y distante país,
un pájaro prodigioso y desconocido,
una mujer?
Desde entonces, en secreto,
llamamos así a nuestra madre
—¿Llegó Uleila del Campo?
—Uleila dice que ordenemos el cuarto.
—¿Ha visto usted a la señora Uleila?

Nos había prometido estarse viva,
tostar zapallos porque —dijo— serían muy dulces
ese verano,
hacerme un vestido 
                de seda verde
para los bailes de carnaval.

A veces la nombramos.
En las calientes noches
desde cualquier lugar, le preguntamos,
Señora Uleila,
Uleila del Campo,
¿dónde está, por qué no vuelve,
                           por qué demora?
¿O está en el Mirador
reconociendo amaneceres,
colinas,
lejanías,
                  y no puede salir?

 
* Mucho después de escribir este poema, supe que en España existe un lugar llamado Uleila del Campo y que Uleila es una palabra árabe que significa Mirador.

 
 
 
A veces alguien canta

Voy con la prima de mi padre
hacia el norte de Damasco.
El lugar es hermoso,
                inexplicable.
No hay mar a la vista,
el mar está muy lejos
y sin embargo las olas
                              traen                             
cadáveres,
hay muchos en el campo florecido.
Aylan, 
      ahogado en el Mediterráneo,
habla de miedo
de cansancio
de su abuela abandonada
en una pequeña población de la costa
donde —cavando con las uñas—
ayuda
a enterrar y desenterrar niños.
Adiós, dice. Adiós.
Ya no volveré a verte, abuela.
Ya no nos volveremos a ver.

Los cadáveres aparecen
y desaparecen.
               El tiempo 
                y el lugar
son bosque y son desierto.
Yo estoy ahí,
Najla está lejos, la playa está lejos.
A ratos Abdallah canta.
A veces también cantamos.

 
 
 
Éufrates

El Éufrates
llamado El Río,
el que atravesó el Templo de la Lluvia,
uno de los cuatro ríos del Edén,
el de viaje sereno,

se cruzó con
El Tigris,
el de paso veloz,
otro de los ríos del Paraíso,
la frontera del cántaro.

Juntos
definieron La Mesopotamia,
transitaron montañas, pantanos,
el tiempo,
hasta llegar a mi vida, a mi país, 
a Córdoba, 
porque la familia los nombraba,
porque viajaban por las páginas de geografía,
porque eran infinitos.

Agua.
Súmeros, acadios, arameos.
Uvas, granadas, dátiles.
Agua
para los jardines de Babilonia,
para la asiria Nínive,
para las sabaras,  
frutas asombrosas
que quitaban la sed de animales y de hombres.
En Uruk las tablillas escritas,
ciudades increíbles en Ur,
la Siria Histórica, 
            La Gran Siria, 
higos, aceitunas, café,
una primera Biblioteca en Ebla,
astronomía, 
         música, la rueda,
El Río.

Poetas sirias me llevaron ante su presencia
a mirar largamente el azul de su viaje,
su caudal, su nostalgia.
Este es El Éufrates
               dijeron
               y recordé
su voz, el canto
             que se desplaza
                    poderoso
                desde la eternidad
hacia todos los días de este mundo.


Jorge Fondebrider / Buenos Aires, Argentina, 1956. Poeta, ensayista, traductor, antólogo y periodista cultural. Entre 1986 y 1992 fue secretario de redacción de la revista Diario de Poesía, cuyo consejo de dirección integró durante los primeros diez años de existencia de la publicación. En 2009, junto con Julia Benseñor, creó el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires. Es autor de los libros de poemas Elegías (1983), Imperio de la luna (1987), Standards (1993) y Los últimos tres años (2007), los cuales fueron compilados en La extraña trayectoria de la luz. Poemas reunidos 1983-2013 (2016).