mayo 2023 / Ensayos

Insectos, critters, voz baja

 
Entrevista de Germán Carrasco a Hernán Miranda Casanova.

 
Una de las pulsiones de la poesía chilena es el inmensismo y la gravedad. Una de muchas, pero es particularmente negativa. Quien más sufre o ha sufrido obtendrá el trofeo de poeta único de la patria. Los adolescentes creían eso y en sus performances se veían, incluso, automutilaciones. Frente a lo inmenso y grave, hay otras pulsiones que me parecen más inteligentes y amigables: Hernán Miranda Casanova (Quillota, Chile, 1941) y su “Insectario”, Gonzalo Millán (Santiago, Chile, 1947-2006) y su Virus. (Otras pulsiones importantes son el sentido del humor del que se extrae una lección profunda en el caso de Elvira Hernández [Lebu, Chile, 1951], o el cuestionamiento de la materia verbal y la incorporación de una conciencia crítica en el caso de Enrique Lihn [Santiago, Chile, 1929-1988].) Pero nos centraremos en la mirada a lo pequeño, en el aspecto en vez de la totalidad: la metonimia. Aquí aparece Miranda Casanova.

Hernán tuvo que salir del país por razones obvias durante la dictadura; trabajó como periodista en Buenos Aires. Es curioso que el Zeitgeist sesentero no esté presente en su poesía y que ésta sea leve, no autoritaria, sin verdades escritas en hierro. Donna Haraway habla de critters, bichos, que pueden ser insectos, dispositivos informáticos o una mezcla de ambos; con ellos tendremos que convivir y morir en un mundo que colapsa por su sobre explotación. (Habrá que retomar la conveniencia con todas las especies en un mundo perforado por la sobreexplotación neoliberal, depredadora de la tierra.) Frente al inmensismo y el terriblismo, los critters, la anulación de las pretensiones wagnerianas, el adiós al superhéroe y a lo fálico. Frente a ello, el aspecto, la voz baja que permitirá escucharnos, la levedad y el oxígeno: elementos que encontramos en la poesía de Hernán Miranda Casanova.

Departamento del poeta Gustavo Barrera Calderón (Santiago, Chile, 1975). Uno de los más claros exponentes de aquella voz baja y templada, de la falta de énfasis, de la serenidad no escapista… Atributos todos que comparte con Miranda Casanova y una línea —no linaje, canon ni patota— de poetas opuestos a lo que se suele valorar en la poesía por estos lados del mundo: la queja estridente, el alarde que, creemos algunos, proviene de un catolicismo deformado, de años de explotación, de la orfandad constitutiva de Chile. Algo de razón tienen ambos en creer en la condena y en las desgracias personales que hacen extensivas al país. Resulta bastante desigual subirse al ring contra el poder del dinero y los medios de comunicación financiados, que son la muerte de todo nuestro sistema de valores culturales. Agréguese a esto grupos y minorías que compiten por ver quién sufre más, como en la película de Guy Maddin, La canción más triste de la tierra (2003). Estas competencias por ser el más amargo los hacen leer a Philip Larkin y Emil Cioran sin considerar sus contextos o, sintiéndose parte de una hermandad universal del dolor, se ponen a rezar y confunden el poema con la plegaria. Ello los exime de su acción social, de sus responsabilidades como profesionales, como hombres y mujeres de letras.

De cualquier manera, nadie escucha cuando uno quiere dar un punto de vista diferente: “Si no hacemos algo, nos van a masacrar; es absurdo que estemos aquí escuchando música de la nueva canción chilena: ‘El pueblo unido’ o ‘Venceremos’; es ridículo el uso de esa conjugación en futuro con tanta seguridad. No, no venceremos si seguimos cantando ‘Venceremos’ como si nada pasara allá afuera; si nuestras radicalidades, en vez de atraer amistades, asustan a la población”. El cliché del río revuelto donde ganan los malos y hacen lo que quieren con el país. Sin embargo, hay gente que reza en silencio y que no jode al de al lado porque le reza a un dios distinto. Quizás algo como eso es la poesía.  

La de Miranda Casanova y de los poetas que menciono es como un árbol: no acusa recibo de las agresiones o de los juegos poco limpios que se dan en el campo cultural. Lamentable, pero es así; no tenemos capacidad de unificación de fuerzas como gente de la palabra, las radicalidades académicas carecen de conocimiento territorial (o sea, de calle). Y asustaron a la gente. Cuando ya es difícil hacerse entender con ideas simples, las radicalidades tenían —un clásico de la izquierda— mil divisiones entre ellas, hasta formar grupos o partidos políticos compuestos por un solo integrante. La adoración del mártir reemplaza, en nuestro país, a la del quien trabaja silenciosamente sin lenguajes hímnicos que se arrogan la representación del dolor del pueblo. Creer que cada grupo o persona representa a toda la comunidad, fue una de las lecciones más fuertes de la derrota en el plebiscito de salida. La poesía de Hernán es la voz receptiva que hace y hará falta en tiempos de unificación de energías. Una voz por lo demás ocupada en momentos fundamentales: la trinchera, los ejercicios amatorios, los funerales.

En una ocasión, el poeta Carlos Henrickson (Santiago, Chile, 1974) defendía a brazo partido La nueva novela (1977) de Juan Luis Martínez (Valparaíso, Chile, 1942-Villa Alemana, Chile, 1993), un libro vanguardero, lleno de fotografías y materiales no verbales, donde es difícil encontrar un poema bien escrito que simplemente emocione. Le dije al poeta Henrickson que libros como el que defendía se habían escrito por docenas en Europa durante los siglos anteriores, que había que leer a Jlébnikov o a varios otros antes de creer en cualquier tipo de originalidad. Pero Henrickson se negaba a bajar su bandera. “Yo prefiero la poesía de Hernán Miranda”, dijo el poeta Sergio Muñoz (Valparaíso, Chile, 1968), más para güeviar a Henrickson que por convicción, sabiendo que éste picaría el anzuelo. (Son muy amigos y los amigos pueden tomarse el pelo. La poesía no se trata de un Boca-River ni un Neruda-De Rokha a muerte; por eso es absurdo comparar algunos lenguajes —el de Miranda Casanova con el de Martínez, por ejemplo—, aunque hacer perder la paciencia a quienes crean un culto de cualquier cosa, siempre es divertido.) Sin embargo, había algo en lo que coincidíamos con el poeta Muñoz y era en la honestidad, en la mencionada voz baja como balsa para polizontear intuiciones y reflexiones sociales.

Y recordamos algunos poemas de Hernán. Su constante alusión a los insectos o critters siempre amenazados por un poder mayor y la conciencia de esa amenaza; al amante que, cuando la amada lo deja, se convierte en una especie de insecto. La observación —o, más bien, la contemplación— casi como técnica meditativa, la fusión con el paisaje para ver lo que hay en él, son dos de las virtudes que se desprenden de la obra de Miranda Casanova; poemas planteados desde ciertos resquicios y espacios imperceptibles que se vuelven imagen pero nunca visión.

Hay un eco de la naturaleza desértica que sólo le quedaba bien a Juan Rulfo en México. Hay una grandilocuencia que sólo funciona en el Neruda de las “Alturas de Machu Picchu”, en el caso de los Andes y del Cono Sur. Hoy no son esas voces las que se necesitan, sino la baja que va a posibilitar nuestro trabajo de hormigas, en equipo, para poder sobrevivir un rato o morir juntos con cierta dignidad. Esa voz está presente en la poesía de Hernán Miranda Casanova. La imagen del maestro y la autoridad, tan valoradas en México, y la del vate sagrado que canta el dolor de los pueblos son una falacia. Autoritarismo patriarcal, estéril. No sirve. Ni para resistir ni para unificar fuerzas.

“Un librero me dijo que una persona compró el libro pensando que era un manual de magia para aprender a adivinar el futuro”, contó el poeta Hernán hace años al referirse a su primer libro, Arte de vaticinar (1970). Sin ser un oráculo, la poesía es capaz de presentar lo que está pasando en el territorio durante una época determinada.   

Comenté esta anécdota a Daniel Freidemberg (Buenos Aires, Argentina, 1945), amigo y colega de Hernán Miranda Casanova en Buenos Aires. Freidemberg se alegró cuando dejé clara mi admiración por el poeta chileno más quitado de bulla que conozco. Recordamos que Hernán había escrito el mejor poema sobre el golpe de estado o sobre la poesía misma. “Doralisa se lanzó bajo el tren de las 14” puede ser la muerte de un modo de expresión o la muerte de una forma de entender al país. Se trata de un poema que debería estudiarse, leerse y discutirse en todos los colegios, bares y universidades con sus cursos sospechosos de Escritura Creativa. La inmolación, el sacrificio, la belleza desperdigada que arrolla el tren. Quizás al poeta le sea dado reensamblar esos trozos de belleza desperdigados sobre los rieles. Quizá esos trozos sanguinolentos sean las llaves que abrirán la puerta a ese bello cuerpo voluptuoso cuya desnudez añoramos, aguantando el llanto.

Y Henrickson, Muñoz y yo bebimos en silencio, mirando cómo caía el sol desde un departamento en Playa Ancha, haciéndonos bajar la voz porque sólo de esa manera se puede decir algo.

Valparaíso, septiembre de 2022

 

Crítica literaria chilena en el Periódico de Poesía de la UNAM (México) y en Vallejo & Co. (Perú)”. Proyecto seleccionado por el Fondo del Libro y la Lectura del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio 2021.
Responsable: Rodrigo Landau.

 


Autor

Germán Carrasco

/ Santiago, Chile, 1971. Poeta y traductor. Autor de los libros de poesía Multicancha (2005) Ruda (2010), Ensayo sobre la mancha. 15 poemas (2012), Mantra de remos (2016), Imagen y semejanza. Antología de 6 poemarios de Carrasco (2016) y Metraje encontrado (2018), entre otros. Su obra le ha valido reconocimientos como el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2001 y el Premio Pablo Neruda en 2005.

mayo 2023