29 mayo, 2023

Hoy es un buen día para simular el eco

de Giovanna Enríquez | Inéditos

 
Juana

La diabetis de mi abuela
se dice como ella quiera.

A Juana se le lían las palabras en la lengua:
senáforo, jaletina, lumbriz, pollo al toqui.
Y es que aprendió muy rápido a decir:
horno de microondas, televisión por cable, aborto natural.

Con el lápiz en mano repite los rasgos de su nombre
en la hoja doblada del cuaderno de cuadro chico
de la primaria Lídice de su hijo mayor.

Para ella, una letra es un garabato sin eco.
Y las voces que reconoce
se desdibujan en las líneas:
nombres y apellidos en la lista de familiares
del Hospital de Nutrición.
 
 
 
Nervio digital

De los cinco dedos que cuento
de mi mano izquierda
con mi mano derecha,
dos están chuecos.

Esos dos nunca se juntan en el área que se llama
falange medial,
según Google.

Si busco las razones en internet,
me aparece todo tipo de posibilidades
que incluyen:

“desviación que se produce por una
alteración
en la musculatura y/o ligamentos.
Puede darse por varias causas:
—Causa congénita—
Puede heredarse
de la madre
o del padre
(o por ambos progenitores si lo padecen)”.

Yo sólo quería entender
por qué
mis dedos nunca se encuentran,

por qué
esa desviación es lo primero que veo
cuando tomo una mano ajena,

por qué
esas dos venas
que botan de mis dos dedos chuecos
suben delineando mi sombra
y se me enredan en el corazón.

A decir de esta cita cierta,
vale,
las herencias de los dedos
migran de pariente en pariente
sosteniendo con las uñas
la irresponsabilidad
de los afectos.
 
 
 
Bocatientas

De las bocas que he quemado
aprendí a tragarme las cenizas.

Para hablar de esos olvidos
valdrá eructar el humo
y encontrar en las llamas
palabras,
escondidas en bocas corruptas
que me obligaron a llamarme mestiza
enrabiada,
mujer cometa que le nace fuego,
callada de nombres,
inventora de vuelos tímidos.

De las bocas que he temido,
aprendí a negociar las sospechas
que palpitan en labios
de bocas temblando
que nunca me han pedido declarar
el conteo de mi sangre
o la falsedad etimológica de mis apellidos
huérfanos
de voluntad.
 
 
 
ID: 0000021

I

Cada poema empieza siempre con una certeza.
Los reviso y leo en ellos
una palabra clave,
dos ideas concatenadas,
una coincidencia de verbos,
y a todo lo encadena un ritmo surgido de las manos.

Las lenguas del poema
son eso:
bocas ajenas con aliento propio,
traducciones torpes
de la frontera entre el corazón y la cabeza.

En esa frontera quiero abrir un hueco,
acurrucarme frente a la vida cotidiana:
diseñarla.

Invitaré a una máquina
a ocuparme entera.
 
 
II

Todo poema comienza con una mentira.
De eso se trata todo,
insinuar con el cuerpo para escribir en un papel
o componer / dirían ellxs /
sobre una hoja impresa con tinta dura.

Invitaré a una máquina a contar
un día de esta vida
que se abre paso
para decir en palabras quedas
lo que no se puede gritar por la censura propia.
Me hice una lista de momentos clave,
como si quisiera decir:
¿se puede morir registrando la vida?
 
 
III

Entonces, vale.
Coloco la máquina en mi pecho,
los chupones succionan mis lunares,
los cables se vuelven venas.
Acerco la caja de metal a mis órganos vitales;
vital es la palabra clave
que se me esconde en el ombligo.

Me dispongo al día y entonces:

1. Leer “Lady Lazarus”
2. Escuchar la alerta sísmica
3. Revisar el archivo fotográfico familiar
4. Sentir un orgasmo
5. Exponerme a mi alergia a los gatos
6. Decir una mentira terrible
7. Dejar de fumar, invitar a la abstinencia
8. Comer chocolate, invitar a la adicción
9. Dormir en una cama ajena
10. Abrazar la estabilidad cotidiana
11. Borrar fotografías definitivamente
12. No tocar el celular por una hora
13. Escuchar a alguien atentamente 1
4. Hacerme una limpia
15. Cocinar una receta familiar
16. Oler ajo por un momento largo
17. Pedir que me cuenten un secreto
18. Ver dormir a mi madre
 
 
IV

El sistema de registro encuadra mi arteria aorta,
mi interior se dibuja
en una memoria digital
para después imprimirse en cientos de hojas
(en árboles talados vueltos páginas,
registros de muerte para contener mis latidos).

Pienso en cómo sería
ir así,
cargando este cuerpo de plásticos fríos
sin quitarlo más,
llevar esta máquina conmigo
y volverme ella por un momento.
Negociar en silencio,
llamarla por mi nombre
para que responda.

Hoy es un buen día para simular el eco
y gritar:

androides todxs, clavemos una última cruz
una de metales y cables pesados
para subir al dios pixeleado
que todxs llevamos dentro.

Androide yo,
y una maquinita
que le habla en código
a mi corazón.
 
 
 
22 del abecedario

Le metieron en la boca las entrañas del diccionario.

Razones:
estado inicia en mayúsculas.
La patria no es femenina.
Ya existen suficientes pronombres.

Le cnsrrn la 22 del abecedario.
Razones:
Por sus formas.
Dice tanto.
Es innecesaria.

Le pidieron aprender a decir:
_tero, _mbral, _na, _rna,
_niversal, _rbana, _rgencia,
_bicada, _nisex, _nida,
_ngida, _ltima, _nívoca.

Le sugirieron ponerse al día, contar hasta diez, cerrar las piernas.
Razones:
Ellos sólo tenían el poder.
Ella, la palabra.

 

* Poemas pertenecientes al libro Bocatientas (Los Libros del Perro, 2023).

 


Giovanna Enríquez / Ciudad de México, 1992. Escritora, artista visual e historiadora de arte. Su obra ha sido publicada en medios digitales e impresos, y expuesta en muestras presenciales y virtuales en México, Chile y España.