29 mayo, 2023

Una soledad sin llamas explícitas

de Juan Schulz | Ensayos

 

 

Pero decir poquísimo, decir lo mínimo
que uno puede decir,
es lo que nos permite decir algo.

M. M.

 
Mario Montalbetti (Lima, Perú, 1953) es un pensador muy particular de la poesía y del lenguaje. Por un lado tiene su trabajo ensayístico y su vida de lingüista; por otro, muchos de sus poemas son modos de pensar la poesía desde sí misma –incluso ha reseñado en verso varios libros–. En el descomunal Muerte sin fin de Gorostiza aparece un conocido verso: “¡Oh inteligencia, soledad en llamas!”, con el que me gustaría relacionar algunas cuestiones centrales de la obra de Montalbetti.

La soledad es un tema recurrente a lo largo del libro Apolo cupisnique (2018). Desde el epígrafe se nos advierte con una cita de la Iliada: “vagaba solo por la llanura del Aleo” pero, además, “esquivando la senda de los mortales”. La soledad de la poesía de Montalbetti suele ser la del extraño, que de cierta forma es la de la singularidad: “No es ceguera/ si pierdes la cabeza/ es otra cosa/ menos temible/ es soledad/ la soledad del hombre/ que no lleva/ una cabeza humana/ sobre sus hombros”.

La soledad del pensador prevalece en la escritura de Montalbetti, aunque, incluso desde una tradición más filosófica de la poesía, es difícil inscribir su pensamiento en alguna corriente. Si algo predomina en sus poemas es la manera variada de situar al yo poético y de articular sus interrogantes. La soledad, incluso, aparece como una posible postura política. En “Himno”, el poeta afirma: “No en la explicación sino en la soledad/ deseo usar estas palabras: yo no soy de acá”. Esa soledad de resonancias irónicas aparece en “Metafísica”, donde la voz se pregunta: “¿Por qué hay peruanos en lugar de no haber peruanos?” La palabra política quizá tenga una carga muy fuerte –y como actitud quizá sea bastante limitada–, pero el desmarcamiento identitario que plantea, así como la postura que ejerce el individuo textual, permiten pensarlo así.

He comentado someramente la soledad del extraño, la soledad como posición frente al mundo. Sin embargo, también se encuentra en la poesía de Montalbetti que tal soledad es la de un hombre de “un color desahuciado”. Así sucede en el descolorido poema “Concibo que seamos climas”, del libro El lenguaje es un revólver para dos (2018), donde el tono prosaico al que a veces recurre el peruano –un poeta más alejado de la musicalidad que del ritmo– encuentra en ocho solitarios duetos y un solo verso final a un hombre narrado en tercera persona que “no piensa en nada” y “saluda/ alzando la mano” a nadie. La nada también es condición necesaria para el profesor de “Un explorador polar”, quien dice: “Antes de dar una clase me aseguro: no debe de haber nada”. También la falta de grandes expectativas –una suerte de nada– aparece en “Como Walcott”: “…sin esperar que ocurra una muerte/ especialmente interesante al final: es mi poética”. La nada es un universo para la soledad, tan importante para Montalbetti que ahí descansa la solución de muchos de sus poemas; y también es el silencio que hacen las aves, en contrapunto a su hermoso canto: “luego otra vez alcanza las tres sílabas/ luego silencio// es la forma que tienen las aves de no decir nada”.

Con Montalbetti podemos sentir la nada como una repentina ráfaga de viento en el rostro. En “Aviones de papel”, la forma aparenta ser, otra vez, la de un poema convencional escrito en un lenguaje convencional. La mayor parte parece la prosa de un manual para hacer un avión de papel, pero de pronto el solitario yo del poema dobla el viento y lo arroja contra el papel sin esperar nada. Y aunque pueda parecer absurda una ars poética que declare no esperar nada, doblar el viento y arrojarlo al papel, es ahí donde el solitario descoloca el mundo y lo recrea. Las palabras, al fin y al cabo, son viento. Y si no espera nada es porque hay una decisión poética. No esperar nada no significa negar posibilidades, no significa no recibir. Lo que significa es que no hay una voluntad canalizada, una intención unívoca del poema.

Los poemas de Montalbetti muchas veces se pueden leer como si fueran una poética en sí mismos. Dos ejemplos de ello son “La dorada” y “Objeto y fin del poema” (ambos provenientes de El lenguaje es un revólver para dos). En el primero dice: “A la pregunta ¿cuánto has amado?/ responde como si el lenguaje, mejor aún,// como si el vino se hubiera acabado/ Di que has de ir por más”. La pérdida del lenguaje y del vino generan un efecto de vacío, y su recuperación invita al movimiento: “Di que has de ir por más”. En este poema la pérdida del lenguaje sería una nada incómoda. Al solitario, que a veces encuentra en la nada un descanso —en este caso, la posibilidad de la ausencia de lenguaje—, le detona una búsqueda no canalizada. En “Objeto y fin del poema” se dice: “Su ambición es el lenguaje del piloto/ hablándole a los pasajeros/ en medio de una situación desesperada:/ parte engaño, parte esperanza/ parte verdad”. Esa ambición del poema no siempre se logra, no siempre se busca. Lo que importa es la posible poética que alumbra la contradicción de sumar los fragmentos de la verdad, de la esperanza y del engaño. El poema como un núcleo de posibilidades, aunque “Todos los poemas termin[e]n igual./ Hechos pedazos contra un cerro oscuro/ que no estaba en las cartas”. Una esperanza a cuentagotas y una verdad anticonvencional se dan cita en la poética de Montalbetti; una invitación al movimiento, pero también el recordatorio de la inutilidad del poema. La poesía de Montalbetti no es la llama que ilumina un edén nocturno, ni la fatalidad en su obra es el opaco desasosiego; la carga emocional difícilmente es explícita en su obra. La soledad en llamas alumbra y se quema para poner al poema en interrogación.

El riesgo del solitario que no llega a buen puerto es una temática que Montalbetti ya exploraba en su primer poemario, Perro negro. 31 poemas (1978), donde dice, rozando un tópico muy de la poesía peruana —y si pensamos en los conocidos versos vallejianos “hay un lugar que yo me sé/ en este mundo, nada menos,/ a donde nunca llegaremos”—:

Vendí todas mis alcachofas
por un boleto al lugar en que vives.
Ningún percance.
El tren salió en horario
sol y vacas gordas todo el camino.
Pero tu pueblo no apareció nunca.

En otra soledad, posible de explorar en esta obra, la llama no es explícita. La soledad la encontramos en la interpretación. Si pensamos el grueso de su obra, el yo poético está solo, la interacción con la otredad es mínima. Cuando le habla a una segunda persona es a un interlocutor distante: monólogos que se refieren a un alguien parecido a la nada.

Por último, digamos algo más de la inagotable “soledad en llamas” de nuestro autor. Es la soledad del poema respecto al mundo la que nos permite decir algo, pensar. Gambetear con el lenguaje es una manera de arder. En los versos de “Teoría del poema de Anne Carson”, el peruano dice: “En ocasiones lo pensable/ se filtra por los muros de contención del lenguaje./ Esto ocurre sobre todo en el poema”. Lo pensable que habitan las soledades del poeta resulta, asimismo, una oportunidad de filtrar versos en el espacio a solas donde las palabras nos mueven. O así lo creo, al menos, cuando leo “Teoría del poema de Juan Román Riquelme”, donde Mario Montalbetti dice:

Es en la soledad que se juega el poema,
pero no en la soledad de las palabras,
sino en la soledad de los espacios
por donde se van a mover las palabras.

 


Juan Schulz / Ciudad de México, 1989. Escritor. Actualmente vive en Buenos Aires, Argentina. Ha publicado crítica literaria en revistas como MemoriaMula BlancaRevista de la Universidad, Altura Desprendida y La Jornada Semanal, entre otras.