marzo 2019 / Reseñas

De lo imposible-posible o del viaje de las palabras

Mario Pera,
Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor,
Amargord,
Madrid, 2016, 72 pp.




…“capacidad negativa”, o sea, cuando un hombre es capaz de ser en la incertidumbre, los misterios,las dudas, sin ninguna irritada búsqueda tras los hechos y las razones.
John Keats



“Impedir que la hoja caiga”: con este verso comienza Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor, el largo poema de Mario Pera (Lima, Perú, 1981) publicado por Amargord Ediciones. Este verso, eje del poema, se repite tres veces con variaciones que, a su vez, apuntan a distintos caminos. Al inicio se dice:

Impedir que la hoja caiga
           no como una hoja
           sino como un puñal
           no como una hoja
           sino como un grito

Aquí el adverbio de negación, en realidad, afirma o por lo menos abre una posibilidad: si la hoja debe caer, que no caiga como puñal o grito; que caiga como lo que es, sin hacer de la hoja una metáfora o quizá el intento de rozar lo literal, lo inmediato —impedir, entonces, que la hoja no caiga sino como hoja.

En un segundo momento leemos:

        Impedir que la hoja caiga un lunes
             sin sobresalto
        o un domingo
             un día de adviento
        sobre mis costillas
             o tu hombro
        que caiga por fin endurecida
        como un carey
             que caiga simplemente y de una vez
        sin importar la profundidad
        con tanto dolor y apuro
        como lo hace una banderilla que anuncia
        la huella sobre el pellejo de la hierba

   Impedirlo

En estos versos lo que resuena es: “Impedir que la hoja caiga”, “Impedirlo”. Ya no sólo impedir que la hoja caiga como hoja, sino incluso impedir que la hoja caiga del todo; impedir, simplemente, la caída, impedir que algo suceda, que eso ocurra.

En la tercera y última iteración, y casi al final del poema, leemos:

   impedir que la hoja caiga
        hoy
        mañana
        vez alguna
        allá afuera
        aquí adentro
        en mi voz
        apenas
        retrasar su cauce
        bajo el brazo
        en el viento
        entre los recuerdos
        y el grafito
        mientras las estrellas atizan
        la oscuridad
        y ladran los perros
        frente al espejo
        detrás de mi rostro

   es inútil

En esta ocasión, el lector se enfrenta a una afirmación tan simple como compleja: impedir que la hoja caiga es inútil. Aquí no hacen falta comentarios adicionales; lo que se pone en evidencia es la imposibilidad de impedir que la hoja caiga y algo acontezca: no se puede detener el tiempo, los acontecimientos son inevitables. Lo obvio de esta afirmación cimbra al poema de principio a fin.

Estas tres repeticiones, que son en realidad variantes de un mismo deseo que busca distintas salidas, me llevan a pensar que Pera intenta hacer posible lo imposible, pese a saber que, de antemano, la apuesta está condenada a fracasar. Sin embargo, es precisamente esa imposibilidad, que roza la utopía, la que carga de energía las palabras del poema. El poeta español Miguel Casado habla de la necesidad de situar la escritura del poema en el terreno de lo imposible:

el deseo que tiene un poeta de conseguir algo literalmente imposible, vedado por el sistema de la lengua o por la propia realidad puede moverle a escribir, determinar la orientación y la tensión con que lo hace, y cargado de esa energía utópica, convertir ese deseo en su poética”.1

En su poema, Pera se propone detener el tiempo. Esa es la utopía que traza su poética: lanzar el tiempo hacia el pasado (“la vieja costumbre del cangrejo”) o el porvenir (“Y habrá fuego…”). En varios de sus versos podemos percibir esa resistencia al tiempo: “contra el tiempo las fechas / la Realidad”; “con la intención / de entender la noche / de lograr / que el reloj apenas gire sin velocidad / gire / por kilómetros / sin destino / hacia atrás / como los años en el árbol que vuelve a ser semilla”; “un grito que fue / que se encostra en mi garganta / y crece / como una estría desgarrando el tiempo / y sus velocidades”; o bien: “en la mesa del almuerzo / un libro amarillo / multiplicado / antes y después del tiempo / pero no basta”. El poeta peruano intenta escapar del presente, que es, quizá, lo único inescapable: de ahí la imposibilidad mayor que ronda sus versos.

Tal vez por lo dicho anteriormente, este extenso poema que se despliega a lo largo de 61 páginas inicia con un epígrafe que retoma el poema “Epílogo” de Emilio Adolfo Westphalen: “Para abrir por fin rendijas / en la pared del tiempo”.2 En varios momentos de Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor, Pera se propone abrir esas rendijas, romper con la linealidad y el transcurso del tiempo. Abolirlo es también abolir la muerte, lo que nos lleva a otro libro de Westphalen: Abolición de la muerte, en el que se expone la paradoja de esa otra imposibilidad que toca de cerca a Pera. El poema de este último comienza con un epígrafe que es un epílogo, es decir, con una síntesis de todo lo que está por suceder en ese viaje de las palabras al que, como lectores, empezamos a asomarnos. Pera inicia por el final.

¿Cómo situarnos en este territorio de palabras (o como lo dice el poema, “en esta única región / que no es ningún lugar”)?. Lima, al parecer, es ese lugar: “Lo diré otra vez / hierve la tarde en mi ojo de esclavo y de cuervo / porque Lima es un cuervo / y nos desuella / así se ha hundido esta enfermedad en mi carne / amarrada a mi esqueleto como una cáscara en salmuera / quilla curva que abre los años”. Pero la región es el poema, y es sólo ahí donde ese imposible-posible, que se anuncia desde el epígrafe-epílogo, puede realizarse. La hoja, entonces, no es sólo la hoja en inminente caída, sino la de papel en que se escribe: “la hoja es una prisión / tan blanca”. Cada tanto, las referencias a la escritura aparecen en el poema y, al comienzo, en la reiteración de la frase “porque este poema termina aquí / o mejor / no termina nunca”, donde el adverbio de lugar “aquí” señala a la hoja en que se escribe y en la que el tiempo se bifurca, pues la escritura supone un presente que enlaza el pasado con el futuro. Aparecen otras alusiones a la escritura: “el cero rugiendo con hambre a la izquierda / de cada palabra”, “la jaula de los mares cayendo / letra por letra”, “acaso sin destino / ni vocales”, “o hinchar la gota / y el polvo / que entinta la pluma / golpeando / bajo la sílaba / mi / adiós”, “y el cuervo de la ira / ahíto de alfabeto / de aes y de setas”, o, como último ejemplo: “un río / que avanza / se retira / entre estas páginas / vibra / se hincha / abajo / de los signos / de la razón / despierta / un camino asignado a la blancura / en esta guerra / lejana / trece horas zarpan / desde una página cualquiera”. La vida y la escritura se entretejen en ese “uni / verso […] verti / cal” de la página. Ahí también se anuda también la tradición poética que el poeta reclama como suya:

      padre César
            padre Adán
                   padre Westphalen
      todos en el vacío del otro

No es mi intención seguir el diálogo que Pera entabla con cada uno de estos poetas en el poema; pero, además de lo ya mencionado sobre Westphalen, señalo esta “nomenclatura gramatical” que se observa en los ejemplos anteriores. Dos de los versos previamente citados: “acaso sin destino / ni vocales”, nos llevan a pensar en ese “extraño encandilamiento de Vallejo por la nomenclatura gramatical”, que Javier Sologuren destacó en su bello artículo “Vallejo y la gramática”. Y quiero señalar también el silencio y el vacío que rondan a la voz ensimismada del poema, buscando y perdiéndose a la vez, como haciendo eco de esa sutil poética trazada por Martín Adán: “Poesía no dice nada: / Poesía se está, callada, / Escuchando su propia voz”.

El poema-río de Pera apunta, entonces, hacia la tradición poética en la que se inserta, pero también hacia otro río: uno inmundo o sucio, en el que un cuerpo se expande y se derrama: “como cuando me aseo / y todo lo que fui / cae con mi piel / se va por el drenaje / hasta deshacerse / y callado / me arrastro por la cloaca / inundo las casas / los bares / las escuelas”. El río, aquí, no es el cristalino y azul que vemos dibujado en los mapas. El territorio es otro: un río-drenaje que señala, asimismo, otros contrastes surgidos en el poema y que generan interesantes tensiones. Por ejemplo: la suciedad y la pureza, el hielo (la nieve, el granizo) y el fuego. O mejor aún: “el canto / y / el eructo”. Poesía y vida, canto y eructo, viajan juntos hasta desembocar en el silencio: un volcán de tinta / quema la hoja / para sembrar los huesos de mi camino / el contorno / de los versos / y un último Jacinto / que brota / en el espacio / del silencio”.

Mario Pera, en Y habrá fuego cayendo a nuestro alrededor, no da certeza alguna; brinda, más bien, un recorrido zigzagueante por “las líneas del poema”: la disposición gráfica de los versos habla de ese recorrido que jamás sigue una línea recta, del tanteo en la oscuridad, de las dudas, del misterio. Ahí aparecen las “líneas de la mano” como un destino incierto que se abre, sin embargo, a un futuro posible. Hay muchos otros recorridos que podrían trazar los versos de Pera. Precisamente, el poema posibilita la realización de distintos viajes. Cada lectura depara una sorpresa, abre un sentido, abre una perspectiva diferente. Recordemos la respuesta de John Keats a la pregunta «¿Por qué esforzarse tras un largo poema?»:

¿Acaso no les gusta a los amantes de la poesía tener un pequeño país donde errar, donde resulte posible escoger y cortar, donde las imágenes sean tan numerosas que muchas quedarían olvidadas y por eso surgirán nuevas en una segunda lectura —algo que sirva de alimento para el paseo de una semana entera en el verano? Además, un poema extenso es una prueba de invención, que me parece la estrella polar de la poesía.3

No conozco la respuesta de Pera, aunque imagino que estaría de acuerdo con Keats. Tal vez por ello, el poeta peruano nos brinda la oportunidad de emprender un viaje con la lectura de su poema. Un viaje, como toda lectura, es una invitación en busca de «un pequeño país en donde errar».




1 Conferencia de Miguel Casado: “La utopía como práctica poética”.
2 “Epílogo” se encuentra en el libro Belleza de una espada clavada en la lengua.
3 Lord Houghton, Vida y Cartas de John Keats. España: Pre-textos, 2003. p.66.


Autores

Tania Favela

/ Ciudad de México, 1970. Es poeta, ensayista, traductora y profesora de letras en la Universidad Iberoamericana. Del 2000 al 2010 formó parte del consejo editorial de la revista El poeta y su trabajo, dirigida por Hugo Gola. Es autora de los libros de poemas Materia del camino (2006), Pequeños resquicios (2008) y La marcha hacia ninguna parte (2018).

Paulina Rojas Sánchez

/ Ciudad de México, 1987. Poeta. Profesional de museos y editora. Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Es coeditora de Versas y diversas, muestra de poesía lésbica mexicana contemporánea, y de la colección Bulevar Arcoíris, dedicada a literatura LGBTIQ+. Todos vieron al sol quemar el pastizal es su primer libro.

Lila Zemborain

/ Buenos Aires, Argentina, 1955. Poeta. Vive en Nueva York desde 1985. Ha publicado siete libros de poesía, compilados en Matrix Lux. Poesía reunida (1989-2019). Además de varios libros en colaboración con artistas, ha publicado el libro de no ficción Diario de la hamaca paraguaya y el ensayo Gabriela Mistral. Una mujer sin rostro. Es cofundadora de la Maestría de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York (NYU) y organiza desde 2004 la serie KJCC Poetry Series en esa universidad. En 2007 recibió la beca John Simon Guggenheim por su proyecto híbrido de no ficción y poesía Álbum: las postales de Hitler.

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