mayo 2021 / Miscélanea

Esta es la tercera entrega de la serie México 500. Aquí puedes ver las entregas precedentes.
 

Los primeros en conocer los cantos de Cuauhtémoc fueron los asistentes a las reuniones del ilustrado Liceo Hidalgo en la ciudad de México, ante quienes los leyó íntegros su autor Eduardo del Valle (1843-1910). Ya para la primera mitad de la década de los ochocientos ochenta no solo circulaban algunos poemas suyos, como Las arras de la boda. Leyenda del siglo XVI y La visión de un monarca, sino un título esencial en la factura de Cuauhtémoc: la epopeya entera de la guerra de Independencia: El romancero nacional de Guillermo Prieto. En 1886, un año después de la salida de este romancero y también con el pie de imprenta de la Tipografía de la Secretaría de Fomento, los endecasílabos y las octavas reales de Cuauhtémoc. Poema en nueve cantos salieron en busca de sus primeros lectores. Ignacio Manuel Altamirano, en su prólogo a los cantos de Eduardo del Valle, se demoró en la “acertada ejecución” del poema y en su objeto: Cuauhtémoc, “el héroe de la conquista de México”, la cual propuso entender “como ocupación de la ciudad de México, y no conquista de todo el territorio, como se ha comprendido hasta hoy”. En 1887 la imprenta de Francisco Díaz de León se encargó de dar forma a otro poema del mismo Del Valle: Coyolicatzin: Leyenda del siglo XV, y la misma tipografía de la Secretaría de Fomento produjo Lupe. Pequeño poema.

—Antonio Saborit

 

Canto quinto
(fragmento inicial)

 

Aspecto de Tenochtitlan por la muerte de Cuitlahuác. — Coronación del Emperador Cuauhtémoc.

 

  Llora, Tenochtitlan; justo es tu duelo:
Honrar debe tu llanto la memoria
Del bizarro caudillo a cuyo anhelo
La amada patria se cubrió de gloria.
Llora, Tenochtitlan: el raudo vuelo
De Cuitlahuác, tu genio de victoria,
Fiera atajó la inexorable muerte,
De faz cambiando tu futura suerte.

  Llora, imperial ciudad de Moctezuma;
Corra a raudales por doquier el llanto:
El dolor infinito que te abruma
Es tan sincero como justo y santo.
¿Quién de hoy en más, con diligencia suma,
Al enemigo llevará el espanto?
¿Quién la victoria de la Noche Triste
Adquirirá si Cuitlahuác no existe?

  Está de luto la ciudad vestida;
Los hombres abandonan su tarea;
Por todas partes el pesar anida
Y en todos nace del temor la idea.
La nación, por las penas abatida,
Para lidiar de nuevo, titubea;
Y es que, perdida ya su confianza,
De vencer abandona la esperanza.

  Mas no, pueblos de Anáhuac aguerridos,
Dad tregua al llanto, abandonad el duelo;
En vuestros pechos nobles y atrevidos
La esperanza ha cifrado el patrio suelo.
A la común defensa apercibidos
Estad, obedeciendo a vuestro anhelo;
Del bravo Cuitlahuác la fortaleza.
Cuauhtémoc logrará con su entereza.

  De Cuauhtémoc el genio poderoso
Os sabrá dirigir en la batalla:
¿Quién como él arrostra valeroso
La lluvia de mortífera metralla?
¿Quién como él acude presuroso
Al peligro, que rápido avasalla?
¿Quién al poder de su atrevido acento
En los demás enciende el ardimiento?

  El renombre de intrépido soldado
Que tiene Cuauhtémoc; su patriotismo;
Su genio militar acreditado
Con múltiples acciones de heroísmo:
Todas sus altas dotes le han ganado
El trono en que con ciego fanatismo
La guerrera nación lo colocara
Cuando por soberano lo aclamara.

  Ya la consagración está dispuesta:
Del dios Huitzilopochtli el santuario
Llena la multitud en son de fiesta
Mostrando regocijo extraordinario.
Llega la comitiva, que compuesta
Está, conforme al regio formulario,
Del clero y la milicia, que presiden
Los reyes de Anáhuac que allí residen.

  Observando silencio y compostura
La procesión dirígese ordenada
Al augusto teocalli, en cuya altura
Se encuentra la deidad idolatrada.
La nación no demuestra su ventura
Haciendo resonar en la sagrada
Mansión los desacordes instrumentos
En tan gratos y plácidos momentos.

  De Texcoco y Tlacopan van delante
Los reyes, ostentando la grandeza
De su rango elevado e importante
Con la régia corona en la cabeza.
Siguen después, con pompa deslumbrante,
Los hombres que componen la nobleza,
Sumisos escoltando a sus señores
Como de sus personas guardadores.

  Cuauhtémoc va en seguida, acompañado
De dos hombres de armas distinguidos,
Sin tener del carácter elevado
De Rey los atributos conocidos.
Es su sencillo traje el del soldado,
Sin arreos de guerra prevenidos:
Así, dando a la ley acatamiento,
Va el monarca a prestar el juramento.1

  Del teocalli la extensa gradería
Suben, y el Rey, hallándose en presencia
Del dios guerrero, que sus actos guía,
Inclínase en señal de reverencia.
Pone en tierra después con ufanía
La diestra mano, y luego, sin violencia,
Yergue el cuerpo gentil, y humildemente
Lleva la mano a la morena frente.

  El sumo sacerdote se presenta
Para ungir con el ulli2 al soberano:
Ramas de cedro y de saúz sustenta
Con airoso ademán su diestra mano.
De ellas se sirve en actitud atenta
Para dar al monarca mexicano,
Después de ungido, el plácido rocío
Que le devuelva su gastado brío.

  Cubren los sacerdotes en seguida
Con fino ayátl3 el cuerpo del monarca:
En la extensión del lienzo, repelida
Como adorno se ve fúnebre marca.
En el cuello le ponen, como égida
Cuyo poder aun lo imposible abarca,
Piedras finas y objetos delicados
En oro ricamente trabajados.

  Entrega al rey un sacerdote luego
El copal aromático y sagrado,
Que el joven Cuauhtémoc echa en el fuego
Ya en pebetero rico preparado.
Con él a la deidad le rinde, ciego
Por la fe, el homenaje señalado
Para tal ceremonia, y reverente
De nuevo humilla la altanera frente.

  El sumo sacerdote se adelanta
Al nuevo Rey, que cobra su grandeza
En tal instante y rápido levanta
Con ademán solemne la cabeza.
Luego, con voz que llena aquella santa
Mansión, el sacerdote a hablar empieza
Al bravo Cuauhtémoc que le oye atento,
Y así le dice su sonoro acento:

  El pueblo te aclamó su soberano:
Vas a regir de México el destino:
¿Juras reinar con justiciera mano
Y ser apoyo del poder divino?
¿Juras mostrar al pueblo mexicano
De la victoria el inmortal camino
En la lucha cruel y asoladora
A que lo reta la invasión traidora?”

 "¡Sí juro,” dice el héroe colocando
En el pecho la diestra. “Sí, lo juro:
Sin descanso ni tregua trabajando
Estaré por la patria; lo aseguro.
En tanto del poder tenga yo el mando,
Mi labio no será infiel ni perjuro:
A los dioses honrar será mi anhelo
Y defender el mexicano suelo.”

(…)

 
 


1 En la ceremonia de la consagración, el monarca que iba a ser coronado se presentaba sin las insignias reales, las que le ponían después que prestaba el juramento.

2 Sustancia sagrada con que el gran sacerdote ungía al monarca en el acto de la consagración.

3 Tela construida con la fibra de maguey.


Autores

Eduardo del Valle

Puebla, 1843 - Ciudad de México, 1910. Escritor, traductor e impresor. Discípulo y amigo de Ignacio Manuel Altamirano y de Juan de Dios Peza. Estudió latinidad y filosofía en el Seminario Conciliar de México. Ingresó al Colegio Militar y sirvió en el Cuerpo de Ingenieros. Combatió en los estados de México, Michoacán y Veracruz. Miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

Antonio Saborit

Torreón, Coahuila, 1957. Ensayista, historiador, traductor y editor mexicano. Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, es Director del Museo Nacional de Antropología desde 2013. Ha traducido a autores como David A. Brading, Robert Darnton y Thomas Carlyle, y ha dedicado estudios y monografías a otros como Marius de Zayas, José Juan Tablada y Tina Modotti.

mayo 2021