febrero 2019 / Traducciones

Signo de León: Cartas de amor con María Cumani

Versión y selección de Guadalupe Alonso Coratella y Myriam Moscona

Todas las cartas de amor son ridículas.
Álvaro de Campos

De 1936 a 1959, el poeta siciliano Salvatore Quasimodo (1901-1968) intercambió correspondencia con Maria Cumani (1908-1995), bailarina milanesa con quien mantuvo, en sus inicios, una relación clandestina. Fruto de ella procreó a Alejandro (Sandro), responsable de dar a conocer el epistolario de donde hemos seleccionado una breve muestra. Una vez que se traspasa la zona privada hacia la pública, suelen ser las cartas de la figura conocida las que suscitan interés, produciéndose un vacío de comprensión integral. La presente correspondencia no es la excepción. Sólo se ha dado a conocer la de él. En la siguiente muestra podrá constatarse que, a diferencia de otros escritores (y en México abundan los ejemplos), no son cartas concebidas para la posteridad sino el testimonio de un vínculo de admiración, celos, incertidumbre, añoranza y reclamos. En este largo epistolario que se mantuvo activo durante 23 años (de 1923 a 1959), también se registra la actividad intelectual del poeta en pleno ejercicio de sobrevivencia durante la guerra. Las fechas aparecen de manera irregular, ya sea según el calendario convencional o en aquel otro que, durante la era fascista de Italia, se registraba con números romanos.

Quasimodo recibió el Premio Nobel de Literatura en 1959 y, aunque su obra no se perfila con la misma trascendencia que la de Ungaretti o Montale, es un exponente fundamental e insoslayable del Novecento.

—Guadalupe Alonso Coratella y Myriam Moscona
*

27.VI. XIV

Pucci:
con la voz, quizá nosotros sabemos crear ritmos, detenernos en ciertos tonos y escuchar los ecos, consternados, pero nunca sabremos decirnos nada de nuestra historia de criaturas que transitan por la tierra y sufren con doble corazón. Y nos rescató la noche con una profunda quietud, casi como aquella que nos asalta antes de entrar al sueño. Sin embargo, al mirar tu rostro cambiante, al sentir en ti las figuras del sonido que nunca te abandonan, ni siquiera cuando habríamos podido tenerlo todo, volviéndonos leves por el movimiento improvisado de una mano, de los labios, al buscar tus ojos, también destinados a cambios repentinos, ¿quién no sentiría la miseria de las palabras? No obstante, todo está dicho. Después de superar lo gris, ¿qué nos espera? Vuelvo a oír en la noche de los tilos el rugido del león. Su signo zodiacal está cercano. Y será una fortuna que yo empiece la vida intensa en este cielo azul.

Aun si tuviera que destruirme quiero pensar en tu corazón, en el corazón que tienes mientras bailas y desatas los brazos y levantas la cabeza como para entregarte de lleno al aire. Ese corazón es lo que busco, con él podrás alcanzar la expresión precisa que te hará destacar en el arte que amas y por el cual, como yo, lo apuestas todo. ¡Pero cómo estás distante en el tiempo! Sospecho a veces, y temo hasta la angustia en mi soledad de hombre, que puedas desaparecer tal como llegaste de improviso aquella noche con un poco de fuego sobre la frente y el pelo. Pienso también que ahora te irás adonde no pueda verte, aún más apartada de mí. La memoria me ayudará a sufrir todavía más porque en el fondo somos de aquella raza que tiene por ley la angustia constante de buscar la armonía conquistando el dolor. Te podría decir más cosas si quieres, Pucci. Pero también háblame tú, así, en secreto.

tuyo,
Quasimodo

Nos veremos el lunes. Si quieres escribirme rápido hazlo al correo de Milán. En caso contrario, a Sondrio, Ingenieros Civiles.



Milán
3.VIII.XIV

Mi amor,
Al fin los días terribles se han consumido. Durante el viaje de regreso, de Venecia hasta Milán, mi corazón temblaba. Seguramente pasó algo, me dije. La oscuridad que trajo el huracán fue una clarísima señal. Sin embargo, no imaginaba que alguien ya sabría de lo nuestro. ¿Cómo? ¿Quizá por las cartas? Tal vez sería mejor destruir algunas. Quisiera escribirte, siempre, guardándome las palabras más secretas, pero no puedo lograrlo siempre. La mujer de mi amigo —entre los sauces y las acacias soplaba el viento y la sombra ascendía a los cielos— me contaba con voz nocturna sobre su aventura terrenal queriendo conquistar a un hombre desde la prisión de su casa burguesa. Ya casada había resistido por meses y meses, después huyó con firme voluntad. Yo oía, distraído, y en mi corazón se agolpaba la sangre. Callé. Estaba lejos, lejísimos. Pero aquella voz me liberaba, “te hacía” fuerte en ese pequeño lugar lacustre. Nadie podrá arrancarte algo, nadie podrá contaminarte. ¿Recuerdas? Estas palabras te las dije el día de tu partida. Pero ahora te diré más: yo creo, debo creer en el hecho, justo en aquel de los griegos por quienes el hijo, por voluntad de los dioses, yacerá eternamente con su madre. Nada podremos cambiar; “ella” nos cambiará a nosotros. Tú, amor, sin sufrimiento (y no es el temor), vives tu vida, la verdadera. No estás sola, pues confías en la fuerza de mi voluntad que es toda espiritual. Y la tuya tiene, “debe tener”, la misma génesis. No me perderás, pase lo que pase. Seguiremos nuestro ciclo terrenal y celeste, como tú dices, sin débil piedad, sin recuerdos que no sean nuestros, sin amarguras que no hayan sido transfiguradas por nosotros. Puedes amarme como yo te amo. Y sé que me amarás. A partir de conocerte, todo, desde las raíces, ha cambiado en mi vida. Y fue de golpe, sin “conquistas” graduales. Ni siquiera la luz se revela de este modo. También yo quisiera pensar que algo así de profundo te he dado. Defiéndete, mi Pucci; no retrocedas ni un instante en el tiempo que fue antes de encontrarnos aquella noche, no por casualidad, sino por “amor del amor”.

En la capilla de Giotto, en Pádova, lloré: ¡cómo estabas presente en el cielo altísimo, en mi espíritu vigilante! Ibas para darme la belleza plena, esa que no se sufre nunca por completo si no se tienen dos almas.

Giolli todavía no llega a Milán. Te avisaré, no te preocupes. El jueves te mando las fotos. Dime, dime de ti, mi corazón, sin cansarte.

Tuyo
Virgilio

¿Cuándo vendrás a Milán?1 ¿Y cuándo estaremos juntos largamente? ¿Te irás y me dejarás solo? ¿Mía o aún ligera moviendo tus bellísimas manos como flores? Quizás el sábado saldrá mi libro.2 ¿Podré enviártelo a Caldé?



Milano
1 sept 36

Mi Pucci:
la última parte de tu carta del 31 en la noche hizo que mi corazón temblara con violencia. Más que con los otros, en el fondo luchas desesperadamente conmigo. “Esa” vida la aceptas con inercia y no tomas en cuenta que, si no te pasas a la otra orilla, renunciarás a todo, incluso a tu arte. La tragedia está aquí: no en aquello que pudiera suceder mañana en tu casa. Nadie va a renunciar a su vida por ti. Pero no es la idea del daño que pudieran hacernos lo que debiera preocuparte. Cada cosa se conquista con la sangre, no con la sangre preciosa y orgiástica de los dannunzianos, sino con aquella que se recoge en un instante supremo del corazón en el que entregamos nuestra vida.

En ocasiones tú no me escuchas: muy pocas veces hemos estado juntos y esas horas nuestras han tenido demasiados sobresaltos. Pero ahora el verano, este periodo absurdo de luz y de huracanes, declina. A tu regreso nos reencontraremos en cada una de nuestras células. Entonces comenzarán las lluvias a golpear los árboles de la periferia: el mundo se hará pequeño y el rumor de los cielos será propicio para nuestros refugios amorosos.

No me duele que hayas destruido una de mis cartas. Ciertamente ese era el destino que merecía. Por eso ahora tengo que forzarme a no decirte ciertas cosas (que serían las más esenciales) y las palabras se me vuelven inadecuadas, sordas. Pero sabré decírtelas cuando llegue la hora precisa de nuestro destino supremo. Ámame. No me dejes solo.

tuyo,
Virgilio


26 X 36
Mi amor:
pasan los días, han nacido nuevas complicaciones entre nosotros. Descenderemos, sin piedad, hasta las zonas más frágiles, a las más oscuras germinaciones de nuestro ser. A veces advierto que salimos de la vida: quizás apenas un instante, pero ese instante es más que el sentimiento, es más que el amor, es el “sueño mayor de la vida” (y lo sobrepasa) no sé de cuál poeta. Apoyas el hombro en mi pecho, tus labios se abren como para respirar más que para besar y yo me doy cuenta, sensiblemente, de la divinidad en ese aroma tuyo. Pero ese olor no está siempre contigo y no podría decirte qué flor pudiera esparcirlo sobre la tierra. Esta sensación también podría pertenecer a los sentidos exasperados. Pero no es así: de hecho, en ese momento hay en mí un estado de calma absoluto, puedo besarte el vestido, llamarte por tu nombre. Tu amor ha entrado tan profundamente en mi espíritu que asisto ya sin sufrir a estas aventuras de la psique. Entonces pienso con alegría que podrías tener el mismo éxtasis: pero a veces mientras sueño, tú me eres adversa incluso en las palabras. Me dices casi con ira (imagínate) palabras sin esperanza: y yo me quedo estático, en sosiego. Esa voz ya no es la tuya, alguien lucha dentro de ti y quisiera gritar. Si fuera “tu voz” la de Délfica, estoy seguro de que habrías perdido todo amor por la vida. Te digo estas cosas, te hablo “así” porque conoces la firmeza de mis palabras; otros podrían pensar que se trata de una sensibilidad torcida. En cambio, nunca como en este período puedo mirar dentro de mí sin alucinaciones: a veces la voz se alza en un canto, pero también en el canto todo está determinado; cualquier cosa puede analizarse con la sintaxis y, por qué no, con la gramática. Si hablo de tu belleza es porque eres bella, no porque yo te “vea” así. Si te digo que eres mujer, más mujer que aquellas que creen serlo, es porque yo las reconozco a todas en tu presencia, y más aún, reconozco las sensaciones que nacen alrededor de una criatura del sexo “opuesto”. Ciertas “disonancias” nos pertenecen a ambos. Y después, más allá, te diré otras cosas secretas que se refieren a nuestra intimidad. Ahora quiero que olvides en mí toda “superficie”. Adiós, Délfica: hasta mañana.

tuyo
Apolo

(en el correo a las 11:30)
18 de mayo 1941


Pucci mía:

Pienso que todavía tendrás mucho que perdonarme. Dices que los tuyos no son pensamientos sino sentimientos: y esta declaración explícita me duele. Una venganza “bárbara y dorada”. Tú, por lo visto, todavía quieres atormentarte: decides en abstracto “cosas” nuevas dentro de ti. ¿Puedes alejarme, hacerme nebuloso; puedes, además, por un instante olvidarme? No lo sé; por supuesto, las palabras que me escribes me hacen sufrir, abren dudas, se insertan en los diálogos con mi soledad. Amor, amor mío: dame la dulce voz de nuestro primer encuentro bajo las nuevas flores de los árboles del parque. ¿Qué quieres? ¿No sientes que nada en el mundo podría sustituirte en mi corazón, ni siquiera por un segundo? Yo te elevo siempre en el alma; y la melancolía y la aspereza de ciertos días son la señal más precisa de mi absoluta humildad hacia ti, “a quien nunca he traicionado”. Se trataba de resistencias a vencer, vínculos con un mundo que no era mio, que nunca me ha poseído; eran pausas funestas, resplandores fúnebres, consensos viles. ¿Vencí? Tú sabrás. Aquí llueve y el aire tiene el color del otoño, y si no fuera por los árboles verdes que me recuerdan el pleno renacer, diría que realmente la bella estación ha muerto. Y quizás, sobre el mar, el viento agita el agua con fuerza. Piénsame en el viento.

Te beso fuertemente
tuyo
Salvatore



1 de agosto 1943

Amor:

Regresó la calma a Milán, pero nuevos y graves acontecimientos se preparan. La guerra se reanuda con violencia y nuestra ciudad está entre aquellas destinadas a sufrir furiosos bombardeos aéreos. Ya es cuestión de horas. Te aconsejo que no te muevas; y si sientes que molestas a tus anfitriones, busca una habitación en un hotel. Sandro, como sabes, tiene que curarse, pero en tres o cuatro días ya estará bien. Llamé por teléfono a mamá,3 y espero que se convenza de llevarlo con un médico de Bérgamo, más que dejarlo todavía en Milán. No temas por mí: si veo que la tempestad insiste, me alejaré de la ciudad en cualquier tren.

Si vas a S. Michele, el próximo sábado iré a verte.

Ten calma. Estamos al principio del final.

Te beso largamente, con ternura
tuyo
Salvatore



Milán 26 de marzo 1948

Querida:

El martes por la noche (había partido a las 7:30 de la mañana, después de dos días y dos noches de intenso trabajo debido a esas lecciones de teatro griego y latín), al regresar a casa pensé que te encontraría. Lo deseaba a lo largo del viaje, pero apenas llegué a la estación de Milán, desierta a esa hora en que llega el tren de Suiza, tuve la sensación certera de tu ausencia.

Esta vez tu silencio me dio la medida del desapego; realmente has pasado a “la otra orilla”, donde insensiblemente se llega paso a paso por impulsos del alma o por roces insignificantes con la vida cotidiana. Tu partida, según entendí, era una forma de evasión y quien te ayudó fue esa loca arpía que, desde que entró en “tu” casa, no hizo sino provocar desórdenes espirituales y confusiones físicas en nuestra relación. Tú dices que lograste, a través de ella, vencer ciertas inercias, forzar algunas zonas de tu alma todavía indefensa y quizá sea cierto. Pero el vacío creció a tu alrededor, esto no lo puedes negar. Tuviste, en este periodo que no fue breve, la impresión de que yo quería arrancarte una libertad de trabajo a la que tenías y tienes derecho. Y tú sabes que no es cierto. El “derrumbe” ya estaba en ti, ahora lo sé con certeza. La noche del martes, hasta las cinco de la mañana, leí tus páginas manuscritas desde el 46 hasta finales del 47. Faltan algunas hojas (y fueron esas interrupciones voluntarias las que más detuvieron mi “alma” a meditar); las que restan son de tristes confesiones. Lo escribiste y reescribiste: ahí está tu verdadera confesión (no en la otra que “tú sabes”, no ocurrió sino en parte, con palabras, que como dices, “dejaste caer”): “tú no me amas”. El corazón no lo dejaste aquí, o al menos no en el lugar donde escribo en este momento. Y ya es tarde. El “dañino viento de marzo” vuelve a darme los mismos problemas de antes. Vi también la carta que le escribiste a Sandro: ahí, lo mismo, no hay más que mármol y desolación. Tu alma inquieta te devora. Y estás verdaderamente lejos. El día 6 tengo que regresar a Suiza para una lectura. Puede ser que tú estés aquí. El 2 y el 3 tengo que ir a Florencia a una convención de escritores en el Palacio Viejo promovido por la “Alianza de la Cultura”. Pero claro, no iré; no tengo ningunas ganas. Tu carta me hace pensar en problemas más graves y vitales que las discusiones de cultura u otras cosas. Lugo Grassi me propuso, para el Maggio Fiorentino, la traducción de La tempestad de Shakespeare. Esta traducción tiene que estar lista para el 5 de mayo. Pero probablemente no se hará nada. Estoy dolido, sin embargo, mi augurio más profundo es que triunfes, que el miércoles y el sábado triunfes.4

Mi corazón está en Roma contigo, con tu ansiedad, con tu alma fluctuante, con tu indeciso “querer” hacerme daño. Adiós.

Te beso
Salvatore



1 En casa de Raffaello Giolli se habían conocido, un “jueves literario”, la noche del 28 de mayo de aquel año.
2 Érato y Apolo (1936).
3 A su suegra, Kate, Quasimodo le guardó siempre afecto y veneración; la consideraba una madre.
4 Se trata de dos funciones de danza.


Autor

Salvatore Quasimodo

/ Sicilia, Italia, 1901-Campania, Italia, 1968. Poeta, traductor, crítico y perdiodista, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1959. En 1942 publica Y en seguida anochece, una recopilación de su obra poética hasta el momento, dándose a conocer ampliamente en toda Italia. Traduce varios clásicos latinos y griegos, así como La tempestad de Shakespeare. Es autor, además, de libros como La vida no es sueño (1949), La Tierra incomparable (1958) y El poeta y el político (1960), su discurso de recepción del Premio Nobel.

febrero 2019