febrero 2019 / Traducciones
11 febrero, 2019

Dos poetas griegos

de Takis Sinopoulos | Traducciones


Presentación y versiones al español de Natalia Moreleón.

 

TAKIS SINOPOULOS

Poeta, médico, traductor, crítico y artista plástico, Takis Sinopoulos (1917-1981) es uno de los representantes más importantes de la poesía griega de la posguerra. Su obra está profundamente relacionada con los acontecimientos históricos de la Grecia de ese periodo, incluida la ocupación alemana (1940-1945). A pesar de que su poesía está influida por la obra de Eliot, Pound y Seferis, él logra renovarla de una colección a otra, plasmando en ella una marca surgida del miedo al sufrimiento y a la muerte.

 

Vino una luz

Son señales me decías, mensajes de un cambio— sin embargo
qué buscaban
¿Tantos hombres? gente, multitudes me asustaban aquel día,
me tapaban la vista.
¿A dónde mirar? alrededor alambres, el invierno sin corteza
esparciendo por doquier
encuentros en cada calle, gélidas lloviznas— tú recordabas
leña y más leña al fuego, detrás de las piras tantos años
perdidos.
Cerramos la ventana. ¿Quién apoya sus manos
sobre el tiempo?
Vino la voz de las grietas, vino una luz.
No era tuya. La muerte de la que yo hablaba ardía por fuera.

 

Si

Desde la mañana el viento desprendió al cielo.
Desde la mañana el sol arrojaba humo
entre las ruinas.

Si tu rostro, el rostro escudo,  y la nube aquella y el paisaje, y
tus ojos volviéndose de pronto no habían destruido la imagen
que acababan de mirar.

Si era tu mano.
si tus ojos.
si tu mano.
si la palabra que ibas a decir.

Entonces el viento todo el día.
Toda la noche las cenizas de tu fuego.

 

Balance

¿Qué nos quedó del escenario? La silla y la otra silla, la
brusca vuelta del aire.

O, digamos, el finado sol con sus vidrios y sus pájaros.

Así como avanzamos y consentimos, sí, alguna vez nos
encontraremos, te recordaré.

Lo que se desplaza, lo que pasa y no se oye, se escucha apenas
en las palabras.

Cambios, repeticiones, abismos, o renuncia, sobre todo la
renuncia.

Aquello que se fue sin irse, el muro respira, la piedra tiene
sombra, la espina tiene luna,

el pobre tesoro desprotegido ante los dientes del bosque,
el pequeño valle olvidado en la nave del silencio, con una
gota de agua negra.

¿Qué piensas entonces que nos ha quedado?

 

Sueño

Estaba bajo la tierra entonces, caminando entre raíces de árboles, los senderos interminables, cubiertos de luna blanca, mis zapatos se habían gastado sobre las piedras, mis manos estaban consumidas sobre las piedras y ningún muchacho real se escuchaba en este país de la muerte invertida.

De Piedras (1972)

 

Historia, 1951

La besaba en el rostro desvariando
Me sorprendía que no tuviera alas
Llegará el sol en breve le decía
Con el sol vendrán pájaros
Un jueves muy temprano
La escuchaba que tenía frío
En aquel café junto al mar
Voces del tránsito mundano — la vida
Esa incalculable nada
Nos marcharemos — todos se van le decía
Golondrinas del aire que vuelven con remordimientos
Y aún es jueves por la mañana
La besaba en las manos
La besaba en el rostro desvariando
Mi sombra se perdía en su sombra
El mar devoraba todo el paisaje. 

1962, 1973

 

El río

Cada vez que cruces el río, será más profunda el agua, más profundo el río.

Así dijo Filipo. Tenía un rostro lleno de arrugas. Las piedras en la parte baja estaban hundidas de lado, brotaba un poco de hierba.

Aquella tarde nos subimos a la cerca. Agachándonos por debajo del balcón, Fotiní, mi prima, miró mis pies blancos, decía a Filipo; mira mis pájaros, a Roxani. Había muchas palomas petrificadas en el muro de la casa.

¿Cómo va tu fatiga? dijo al desconocido el padre.

¿Cómo va tu jardín, Roxani, en el río?

El sol doraba el oscuro río.

Escuchen, dijo Filipo, cayó la noche, no alcanzaremos la fiesta. La senda se arrastraba invisible entre los helechos. Abajo en la ribera cargaban el camión con los fuegos artificiales, jadeaba el motor en la arena. La noche se desviaba y el río se apartaba

límpido lejano
plegado en la oscuridad
del gran dios.

De Señales indicadoras (1960-1980)


ODYSSEAS ELYTIS

Odysseas Elytis (1911-1996) fue uno de los últimos representantes de la generación literaria de los ’30, cuya característica central era el dilema ideológico entre la tradición griega y la modernidad europea. El mismo Elytis caracterizó su postura en esta generación como extraña; decía que «por un lado era el último de una generación que se inclinaba hacia las fuentes del helenismo y, por otro, era el primero en aceptar las teorías revolucionarias de un movimiento moderno». Su trabajo se ha vinculado con el surrealismo, aunque Elytis, desde un comienzo, se distanció de una corriente más ortodoxa que siguieron contemporáneos suyos como Andreas Embirikos, Nikos Engonopoulos o Nicolas Kalas. Si bien Elytis tomó prestados elementos de tal movimiento, estos fueron moldeados de acuerdo con una visión poética muy personal, inextricablemente unida a lo lírico y a la tradición griega.

 

Del Egeo

El amor
el archipiélago
y la proa de sus espumas
y las gaviotas de sus sueños
en el mástil más elevado el marinero ventila
una canción

El mar
su canto
y los horizontes de su viaje
y el eco de su nostalgia
en su roca más húmeda la novia espera
una embarcación.

El amor
su barco
y la indiferencia de sus vientos
y el foque de su esperanza
en su oleaje más ligero una isla mece
el retorno.

 

Helena

(Poema dedicado probablemente a un personaje imaginario)

Con la primera gota de lluvia murió el verano
Se empaparon las palabras que dieron a luz brillo de estrellas
Todas las palabras que te tenían como único destino
Hacia dónde tenderemos nuestras manos ahora que el tiempo nos ignora
Hacia dónde lanzaremos la mirada ahora que las líneas lejanas naufragaron en las
  nubes
Ahora que tus párpados se cerraron sobre nuestros paisajes
Y estamos —como si la niebla nos hubiera traspasado— solos, completamente solos
Rodeados de tus imágenes muertas.
Con la frente en el cristal velamos el nuevo dolor
No será la muerte quien nos venza puesto que existes tú
Habrá un viento en otro sitio que te haga vivir plena
Que te vista de cerca como te viste de lejos nuestra esperanza
Ya que hay otro sitio
Una pradera de intenso verde más allá de tu risa cercana al sol,
A quien le digo en confianza, que volveremos a vernos
No encontraremos a la muerte, sino una gotita de lluvia otoñal
Un sentimiento empañado
El olor de la tierra del sur en nuestras almas
Que cada vez se alejan más.
Y si tu mano no está en nuestra mano
Y si nuestra sangre no está en las venas de tus sueños
Ni la luz en el cielo nítido
Ni la música invisible en nuestro interior, oh pasajera melancólica,
De cuantos nos retienen aún en el mundo
Es el aire húmedo, la hora del otoño, la separación
La superficie lacerante para el codo en el recuerdo
Que brota cuando la noche intenta separarnos de la luz
Tras la ventana cuadrada que ve hacia el dolor
Que no ve nada
Porque se volvió música, llama invisible, campana del gran reloj de pared
Porque se hizo ya,
Verso de un poema en otro verso de sonido paralelo
Al de la lluvia y las lágrimas y las palabras
Pero no como aquellas palabras, sino como éstas, cuyo destino único eres tú.

De Orientaciones (1940)

 

*

YA NO CONOZCO la terrible noche anónima de la muerte
En la bahía de mi alma está anclada una flota de astros
Estrella de la tarde  centinela  para que brilles
Cerca del viento etéreo de una isla que me sueña
Y para que yo anuncie la aurora desde sus altas rocas
Mis dos ojos te abrazan navegando en la estrella
De mi justo corazón: ya no conozco esa noche.

Ya no conozco los nombres de un mundo que me niega
Adivino claramente las conchas  las hojas  los astros
Mi odio es superfluo en las calles del cielo
A menos que sea el sueño que me vuelve a mirar
Para que cruce con lágrimas el mar de la inmortalidad
Estrella de la tarde  bajo la curva de tu fuego dorado
La noche que tan sólo es noche no la conozco ya.

 

Variaciones sobre un rayo de luz

                                   Rojo

La boca que es demonio voz de cráter
Alimento de la amapola sangre del dolor
Que es gran alcaravea de la primavera
Tu boca habla con cuatrocientas rosas
Golpea los árboles mece la tierra entera
Vierte en el cuerpo el primer escalofrío.

Aroma escogido del dedo mi pasión se desborda
Mi ojo abierto se duele entre las espinas
No es la fuente que anhela las aves de dos pechos
Tanto como el zumbido de la avispa en las caderas desnudas.

Denme la cicatriz los hechizos del amaranto
De la joven hilandera
El decir “adiós”  “regreso”  “te daré”
Lo beberán las grutas de la salud a la salud del sol
El mundo será o la pérdida o el viaje de ida y vuelta
Aquí en la sábana del viento allá en el rostro del infinito.

Látigo tulipán mejilla de la mortificación
Entraña fresca del fuego
Lanzaré a mayo bocarriba lo estrecharé en mis brazos
Golpearé a mayo quedará hecho polvo.

De Sol el primero (1943)

 

III

Para ellos, la noche era el día más amargo,
Fundían el hierro, masticaban la tierra,
Su Dios olía a pólvora y a piel de acémila

Cada trueno, una muerte cabalgando al aire;
Cada trueno, un hombre sonriente ante
La muerte. Y la fatalidad, que hable a su antojo.

De pronto, el momento erró y encontró el coraje.
A la cara arrojó fragmentos bajo los rayos del sol.
¡Palidecieron catalejos, telémetros, morteros!

¡Fácil cual tela de algodón que rasgó el aire!
¡Fácil, como pulmones que abrieron las piedras!
El casco rodó por el lado izquierdo…

En la tierra las raíces sólo un instante se turbaron.
Luego se desvaneció el humo y el día tímido se fue
A burlar a la niebla desde las entrañas de la tierra.

Mas la noche, cual víbora aplastada, se levantó.
La muerte apenas se detuvo un poco entre los dientes…
Y luego se derramó de golpe hasta las pálidas uñas.

De Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania (1946)



Takis Sinopoulos Pirgos, Grecia, 1917 – Atenas, Grecia, 1981. Fue poeta, crítico, traductor y pintor, figura clave de la llamada generación de la posguerra en Grecia. Publica su primer libro, Linde, en 1951. Es autor también de El canto de Ioanna y Constatino, galardonado con el Premio Estatal de Poesía en 1961, Conocimiento de Max, Noche y contrapunto, así como de diversos estudios y ensayos sobre poesía.


Autores

Takis Sinopoulos

Pirgos, Grecia, 1917 – Atenas, Grecia, 1981. Fue poeta, crítico, traductor y pintor, figura clave de la llamada generación de la posguerra en Grecia. Publica su primer libro, Linde, en 1951. Es autor también de El canto de Ioanna y Constatino, galardonado con el Premio Estatal de Poesía en 1961, Conocimiento de Max, Noche y contrapunto, así como de diversos estudios y ensayos sobre poesía.

Mauricio Beuchot

Torreón, Coahuila, 1950. Filósofo. Es miembro de la Academia Mexicana de la Historia y de la Academia Mexicana de la Lengua. Es autor de más de un centenar de libros; cabe destacar, entre los más recientes: Historia de la filosofía medieval (2013), Teoría semiótica (2015) y Kiekegaard y su dialéctica analógica (2020).

Odysseas Elytis

Heraclión, Grecia, 1911 – Atenas, Grecia, 1996. Poeta, ensayista y traductor. Considerado como uno de los renovadores de la poesía griega en el siglo XX, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1979. Entre sus títulos más célebres, cabe mencionar Orientaciones, Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania y El adivino.

Natalia Moreleón

San Luis Potosí, 1946. Profesora, investigadora, traductora y promotora de la cultura griega. Entre 1973 y 1980 fue profesora de griego clásico en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y de 1979 a 2016, de griego moderno en el Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras (CELE). Entre los múltiples libros que ha traducido se cuentan Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania, de Odysseas Elytis (1999), La señora de las viñas, de Yannis Ritsos (2007) y Antología poética de Costas Montis (2011). Ha merecido reconocimientos como la Beca de la Fundación Onasis, la beca de promoción a la traducción literaria del FONCA y la Orden de Honor de la Cruz de Oro en 2002.

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