diciembre 2019 / Inéditos

Donde hace mella la carcoma

Letra en descomposición

Hace meses que paso una hora escribiendo de
   madrugada, hora que no
   transcurre, madrugadas
   heladas, borrascas de
   gruesos copos de nieve
   al bies, escribo en las
   paredes de casa, en el
   polvo acumulado de los
   muebles, las telarañas,
   escribo donde hace
   mella la carcoma, deja
   la hormiga carpintera su
   huella, hormiga flamígera
   mi letra, sin tasa escribo,
   sin el cuerpo o la espalda
   dentro de una camiseta,
   en los pétalos de rosas
   amarillas, verdinegras,
   en una hornacina vacía,
   en la luz azul de un candil,
   luz de la oscuridad, escribo
   inanidad, remembranzas
   sin fundamento, ínfimas
   alteraciones, bruscos
   anagramas, insulsas
   aliteraciones, inscribo
   en el forro de los
   ataúdes, en el percal
   de las chiquillas jugando
   a la viola, a la suiza, entre
   los flejes de relojes se han
   zafado, roto el rubí,
   números cancelados,
   me inscribo en una
   cancela herrumbrosa,
   no entro en casa, qué
   casa, a qué hablar de
   casa, la ventana verde
   contigua a la terraza
   cayó, se quebró en las
   baldosas del portal de
   entrada, quebradas
   están las olambrillas y
   quebrada la arcilla y la
   madera, bosques y
   postigos, canteros,
   cataratas sin agua,
   el almuerzo de
   mañana, el arroz
   agusanado, el mismo
   gusano que penetra
   con Eva la manzana,
   gusano cubano me
   llamaron a santo de
   qué, inscribo aquí al
   gusano que horadó
   a mis antepasados
   agujereados en
   primer grado, por
   ambas partes vuelta
   y vuelta, en lugares
   distintos, durante la
   dispersión.

Alzo
torres,
se
derrumban.
Taño
campanas,
fanal
y
badajo
irreales.
Llamo
a
mi
hermana
a
sentarnos
en
el
suelo
como
los
sefarditas
ante
la
Muerte
(anchas
baldosas
y
torres
del
homenaje
en
las
olambrillas)
juguemos
tabas
(yaquis
decíamos
en
Santos
Suárez
a
la
altura
de
Estrada
Palma)
estrellas
de
seis
puntas
sin
firmamento,
crucifixiones
incesantes
la
Historia,
y
sentados
permanecemos
muertos,
yo
con
la
mano
garabato
en
alto,
hollín,
borrón,
garrapato.

 

Homenaje a Beckett (aunque no lo parezca)

Llorar,
reír,
consumir

(abstenerse) no tienen patente de exclusividad cubana
   (consumar): río más que
   lloro, lamentaciones
   menos que Jeremías,
    río con David en los
   campos al son de
   adufes, brillo de
   ajorcas en los
   tobillos, si se quiere
   contrarío mi origen
   (de dos) hebreo en
   casa del bodeguero,
   del sastre, y por la
   zurda (yo) joven
   bayucero. No
   dispongo de un
   saco

copioso
de
lágrimas,

(retrocedo) real soy en retirada, a un lado compartimentos,
   tengo un modo de
   sentarme tieso, la
   mirada ida, en la
   comadrona
   (heredada) imaginaria,
   en el cenador del patio:
   su suelo de tablones
   desencajados cagoteado,
   en orden ascendente por
   tojosas, tiñosas, el
   inanimado azufre
   (Sodoma, Gomorra,
   a los efectos da lo
   mismo) el azor (nada
   que ver con el islote
   que flota a la deriva)
   equilibrio de fuerzas,
   ojo avizor, paciencia
   de la inanición, artículo
   de fe en alto flota: y
   por encima de los
   estamentos
   superpuestos (la
   Patrística, la
   Hagiografía,
   palimpsestos) nuestro
   cagaleche airoso, fácil
   de identificar de Maisí
   a San Antonio.

Siento irrealidad entre filos y bordes (desbordes) de un
   octogenario, Tres
   Lecciones de Tinieblas,
   motetes, Magnificat, las
   letras del alfabeto hebreo
   pisoteadas en Jerusalén
   (Peccatum peccavit
   Jerusalem): Beth, risa
   y choteo a Dios ofrendo
   como cubano cubiletes
   de llanto arameo a raíz
   de la destrucción del
   Segundo Templo, y
   con un tiro de ballesta
   hago besar el césped
   del patio en la casa de
   enfrente a la tojosa (de
   haber disparado a la
   tarde hubiera

sido
un
totí):

tiñosa al suelo con la Red Ryder de perdigones, sigo
   con la yema del índice
   el azufre que cae a
   borbotones de Gomorra,
   Sodoma, en el versículo
   correspondiente, da o
   daría lo mismo, la
   bayoneta calada se
   hace cargo del azor,
   al cagaleche me lo
   cargo con una salva
   cubana de tiros
   errados: soy Murphy
   (Beckett) Anna Livia
   Plurabelle (Joyce)
   Swann traicionado,
   en este caso no por
   una cocotte sino por
   el mundo: la carne,
   y el diablo. Me retiro
   a mi madriguera, en
   la guarida retrocedo
   (todo a la vuelta de
   la esquina) cargado
   de Ser: en un recodo
   me dedico a ludir el
   aire enrarecido que
   froto contra el Ser,
   lluvia de ascuas,
   brasas, ceniza
   crasa
en
hora
meteorológica.

 

Alzqué

Tras perder en buena medida la memoria lo único que
   recordaba era el Sutra
   del Corazón: lo repetía
   al dedillo, a la velocidad
   del relámpago, ojos
   cerrados, en gran medida
   inconsciente del sentido
   de las palabras: lo repite
   veinte, treinta veces al
   día, Sutra de Piedra,
   sílabas rimadas, sermón
   que los medievales
   consideraban culto,
   pensaba, cuando
   pensaba, que era
   un discurso ordinario
   (vulgaris): la norma
   era repetir el sutra
   cinco o siete veces
   consecutivas, hacer
   un total de veinticuatro,
   quizás treinta y nueve,
   no recuerda cuántas:
   los números se le
   trasvasan en letras,
   las letras
   incandescencia,
   apenas palabras,
   especie de sufrimiento,
   fuente (origen) lo sabía
   en latín algo así como
   fons et no recuerda qué:
   tal vez origo. Sería un
   alivio recordarlo, y mejor
   todavía de un tirón, las
   palabras aún tironean
   en su interior, su vida
   de papel y pergamino,
   esparto: pliego y todo
   ilusorio, según, caramba,
   estipula el Sutra del
   Corazón: y tuvo otros
   caminos, no recuerda
   cuáles, se encoge de
   hombros, un comino,
   un bledo, si olvidara
   repetir ese Sutra,
   tósigo, condena,
   alcanzaría al cabo
   Nirvana, Nibbana,
   o qué sería de él. Al
   diablo con esta vida
   Bimana, pedestre de
   palabras, conocimiento,
   cocimientos,
   condicionamientos,
   todo se vuelve borroso:
   niebla, tinieblas,
   turbaciones, ¿volverán
   las oscuras golondrinas?
   ¿O qué se hizo, fizo, el
   rey don Juan, los Infantes
   de Aragón, tanto cantar,
   paramentos de ilusión,
   ilusorios infusorios, no
   hay nada más cercano
   a la Nada? ¿Qué
   desayunar por Dios
   cuando siempre toma
   de mañana lo mismo,
   no recuerda qué
   desayunó ayer? Ni
   que lo hubiera variado
   por ser su cumpleaños
   por allá por San Juan,
   otro aniversario de,
   y fuese miércoles
   corvino, o quién sabe
   qué historia(s). Repite
   dos veces seguidas el
   Sutra del Corazón y
   entiende que lo capital
   no es recordar sino
   que vamos de patas
   de patitas al sumidero.


Autor

José Kozer

La Habana, 1940. Voz protagónica de la poesía latinoamericana de nuestro tiempo, vive en Estados Unidos desde hace sesenta años. Es profesor jubilado de Queens College. Ha publicado cerca de un centenar de libros, casi todos de poesía. En 2013 recibió el prestigioso Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (Chile), y en 2017 la beca Montgomery de Dartmouth College. Ha sido traducido a diversas lenguas (ruso, portugués, griego y alemán, entre otras) y se han escritos varias tesis de grado sobre su obra.

diciembre 2019