diciembre 2019 / Ensayos, Traducciones

Atrévete a saber

Hay un contraste aparente y una armonía profunda entre las dos primeras Epístolas de Horacio. En la primera (dedicada a Mecenas), el poeta afirma que no está tutelado por una escuela ni dispuesto a jurar por la palabra de maestro ninguno, y que se refugia adonde lo arrastra la tempestad; en la segunda (dedicada a Lolio), hallamos el magnífico lema sapere aude, “atrévete a saber”, que al mismo tiempo interviene en el debate filosófico coetáneo y lanza al porvenir un mensaje que no será desoído.

Releamos el pasaje clave de la “Epístola I” (Libro I, versos 13-15):

Y no me quieras preguntar qué jefe o qué escuela me guía:
no apegado a jurar por las palabras de maestro ninguno,
donde la tempestad me arrastra, como huésped me acojo.

Ac ne forte roges quo me duce, quo lare tuter;
nullius addictus iurare in verba magistri
quo me cumque rapit tempestas deferor hospes.

Horacio renuncia al maestro, renuncia a la seguridad del dogma, se queda a la intemperie: no en vano junta en la misma frase su rechazo a jurar y la tempestad. Si no tengo sobre mí el techo de ninguna escuela, la palabra de ningún maestro, entonces estoy solo, librado a mi precaria y falible inteligencia. Y no podré prescindir, tampoco, de buscar asilo en alguna de esas escuelas o de esas palabras, aun sin jurar por ninguna, sin estar apegado a ninguna. Addictus es en latín, en su uso más antiguo, “esclavo por deudas”; quien jura sobre la palabra del maestro se declara addictus, esclavo. Pero quien no lo hace, queda librado a sí mismo: es literalmente libre, está expuesto, no tiene amo.

El eclecticismo romano no es veleidad de jugar a la filosofía; es duda, inquietud. La duda de Horacio es auténtica: él no sabe, y no sólo por principio o por método: de veras no sabe. No sabe qué hay más allá de la muerte, y lo que es peor, no sabe si es que hay algo o no hay nada. No sabe si los dioses tienen cuidado de nosotros, como asegura Sócrates en las líneas finales de la Apología, o si la existencia está en manos de la impredecible Fortuna. Como buscando parapetarse, dice en una de sus Odas (III, 3, 1-8) que el varón prudente verá impasible el derrumbe del orbe. Pero este ideal tan romano no puede sostenerse con sólo quererlo. Horacio es contradictorio. A veces exhorta a gozar del presente que huye; otras, dice que es dulce y hermoso morir por la patria. Por debajo de la paradoja, sin embargo, hay un núcleo sólido: el propósito de ser uno dueño de su destino o, como dice el propio poeta, intentar que la realidad le esté sometida, y no él a ella (Epist. I, 1, 19).

Para esto debe servir la filosofía. Es preciso “atreverse a saber”, no a pesar de las dudas, sino precisamente por ellas; o sea, a causa de la tempestad. Horacio se aferra a una convicción: el hombre es perfectible, puede corregirse. El viejo proverbio latino: Suae quisque fortunae faber est, cada uno es el hacedor de su suerte, resulta una cura natural contra el resentimiento; resentimiento que consiste en atribuir a otros, de oficio, el origen y razón de nuestro infortunio.

En la “Epístola segunda”, del Libro I, Horacio le expone al joven orador Lolio una reflexión surgida de la relectura de Homero. Homero enseña, dice, lo bello y lo feo, lo que aprovecha y lo que daña, mejor que Crisipo y que Crántor, filósofos. De la Ilíada, lo que emerge es el cruel resultado de la insensatez humana: Paris podría terminar con el sufrimiento de todos, devolviendo a Helena, pero se niega, pese a los buenos consejos de Antenor; niega, dice el poeta, que alguien pueda obligarlo a vivir venturoso. En el otro campo, el anciano Néstor intenta conciliar al hijo de Peleo con el hijo de Atreo, pero la ira los arrebata a ambos y no escuchan consejos. Conclusión (v. 14): “Según se extravían sus reyes, los aqueos son flagelados”. De la Odisea, por otra parte, surge la sapiencia del héroe, Ulises, que pese a los innumerables peligros afrontados evitó hundirse en los sucesos adversos, a diferencia de sus compañeros, que se sometieron a las contingencias. Horacio, siguiendo la prudente tradición satírica, se apresura a mostrarse por debajo del modelo; no se identifica con el héroe, no se pone de ejemplo; él, como la mayor parte de los hombres, es número, o sea, del montón; somos todos como los pretendientes de Penélope, que sólo piensan en su estómago, o como los feacios, súbditos de Alcínoo, que se la pasan en el más puro dolce far niente, de siesta en siesta (versos 27-31). Esta imagen de dejadez y abandono provoca la repulsa del espíritu indignado, que de pronto se recobra y estalla:

A degollar a un hombre se levantan los bandidos de noche:
a cuidar de ti mismo, ¿no vas a despertarte?

Creo que cualquier maestro del mundo envidiaría la energía didáctica de Horacio. No somos capaces de poner en nuestro propio bien la diligencia que los criminales ponen en el mal de otros. Deliramos, como los reyes de aqueos y troyanos. Somos esclavos de placeres que quizá no hemos elegido y que tampoco nos satisfacen. Pero a la larga, la vida nos pasará su factura.

Sócrates había dicho que el más sabio de los hombres es el que admite no ser sabio. Horacio responde a esa profesión de ignorancia. No faltaría en su tiempo, porque nunca ha faltado, quien tergiversara el gesto socrático reduciéndolo a la idea de que, como nadie sabe nada, lo mismo da ser ignorantes perfectos y revolcarnos en el lodo. Tal parece ser el telón de fondo de la máxima: sapere aude, “atrévete a saber” o “atrévete a ser sabio”. Sapere significa “tener discernimiento”, “ser sensato”, “ser sabio”. Enseguida se compara la lectura —que previene el deterioro del alma— con el ejercicio físico —que previene el deterioro del cuerpo—. La epístola prosigue con una serie de consejos contra los peores vicios que acechan al hombre: la codicia, que nunca se conforma; la envidia, que es la peor de las torturas, y la ira, que nos mueve a hacer cosas de las que nos arrepentiremos muy pronto. El final de la carta refuerza el concepto de no diferir el comienzo del camino: es mejor empezarlo en juventud, cuando todas las experiencias se graban en el alma de un modo más vívido.

Muchos siglos pasaron y Kant retradujo la máxima de Horacio en su famoso texto “Qué es la ilustración” (1784):

La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ésta. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.

Entiendo que no hay diferencia de fondo entre la negativa de Horacio a jurar sobre la palabra del maestro y la afirmación de mayoría de edad que Kant nos propone. En ambos está la audacia de tomar nuestro destino en nuestras propias y falibles manos; lo cual es una fatalidad, pero una fatalidad que a menudo intentamos soslayar.

 

Horacio, Epístolas, I.II.
Traducción de Alejandro Bekes

 

Al narrador de la guerra de Troya, oh Máximo Lolio,
mientras tú en Roma abogas, releí yo en Preneste;1
él, qué es hermoso y qué es feo, qué aprovecha y qué daña,
mejor y más llano lo dice que Crisipo y que Crántor.2
Si nada te lo impide, escucha por qué causa lo creo.                                                                                                  5

La historia en que se cuenta cómo, por amores de Paris,
Grecia en una lenta guerra se batió con los bárbaros,
de necios reyes y naciones los ardores contiene.
Que Antenor aconseje suprimir la causa de guerra:
¿qué hará Paris? Negarle que a reinar y a vivir venturoso                                                                                           10
alguien pueda obligarlo. Néstor a arreglar las querellas
se apresura entre el hijo de Peleo y el hijo de Atreo;
a este el amor, a uno y otro la ira en común los abrasa.3
Según se extravían sus reyes, los aqueos son flagelados.
Por sedición y engaño, por el crimen, la avidez y la ira                                                                                                15
dentro de las murallas de Ilión y afuera se peca.

En la otra parte, lo que pueden valentía y prudencia
nos lo propone el eficaz ejemplo de Ulises,
quien, cauto vencedor de Troya, las ciudades de muchos
hombres y las costumbres visitó por el mar dilatado,                                                                                                 20
buscando para sí y los suyos el regreso, afrontando
mil trances, sin hundirse en el adverso olear del destino.
La voz de las sirenas ya conoces y las copas de Circe:
las que si, cual sus hombres, necio y ansioso bebiese,
bajo el poder de una puta estuviera, horrible y estúpido,                                                                                             25
viviendo como un perro inmundo, o cual cerda en el lodo.
Número somos todos, a comer nuestro grano nacidos,
los novios derrochones de Penélope, o bien la progenie
de Alcínoo, en cuidar su piel demasiado ocupados,
a quienes hermoso parece dormir en el medio del día                                                                                                30
y al rumor de la cítara invocar al sueño que tarda.4  

A degollar a un hombre se levantan los bandidos de noche:
a cuidar de ti mismo, ¿no vas a despertarte? Y no obstante
si no quieres correr estando sano, lo harás hidrópico,
si antes del día no reclamas con la lámpara el libro,                                                                                                    35
si no diriges tu alma a los afanes y labores honestas,
amor o envidia te torturarán desvelado. ¿Y por qué,
si algo te hiere el ojo te das prisa a quitarlo, y si algo
te roe el alma lo difieres para el año siguiente?
Medio hecho está lo que se inicia: atrévete a ser sabio;                                                                                             40
comienza. Quien posterga la hora de vivir rectamente,
como el rústico espera a que desagüe el río: pero éste
se desliza y se deslizará turbulento por siempre.

Se persigue el dinero y una esposa fértil que críe
hijos, y con la reja se domeñan bosques incultos.                                                                                                       45
Si alguien logró lo que le satisface, nada más busque.
Ni casa y finca ni montones de bronce y de oro
a un dueño enfermo le podrán quitar las fiebres del cuerpo
ni la inquietud del alma; a quien posee le cabe estar sano
si bien usar de sus acumulados bienes espera.                                                                                                           50
A quien desea o teme le aprovechan casa y riquezas
como al miope los cuadros, a la podagra fomentos,
cítaras al oído dolorido por cargada inmundicia.
Si la cuba no es limpia, lo que en ella viertas se agria.

Desdeña goces: con dolor pagado, el goce es dañino.                                                                                               55
Siempre al avaro algo le falta: ponle un fin a tu anhelo.
El envidioso por las abundancias de otro adelgaza;
un tormento mayor que la envidia jamás inventaron
los sículos tiranos. El que no controle sus iras
no haber hecho querrá lo que su mente enferma ha impelido                                                                                   60
cuando apuró castigos por violencia a su odio irredento.
Ira es breve locura: rige tu alma, pues si no obedece
manda; a ella con frenos, a ella con cadenas contenla.

Moldea el domador al potro dócil, tierno aun su cuello,
a ir por la senda que el jinete enseña. Desde que un día                                                                                            65
ladró en un patio a alguna piel de ciervo, ya ese cachorro
milita por los bosques, cazador. Ahora absorba palabras
tu pecho puro, joven, ahora tú a los mejores confíate.
El ánfora que nueva se impregnó de un olor, largo tiempo
lo guardará. Mas si demoras o vivaz te anticipas,                                                                                                       70
ni al lento aguardo ni al que va precediéndome apremio.

 

 

Horati Epistula I.II

Troiani belli scriptorem, Maxime Lolli,
dum tu declamas Romae, Praeneste relegi;
qui, quid sit pulchrum, quid turpe, quid utile, quid non,
plenius ac melius Chrysippo et Crantore dicit.
Cur ita crediderim, nisi quid te distinet, audi.                                                                                                                5

Fabula, qua Paridis propter narratur amorem
Graecia barbariae lento conlisa duello,
stultorum regum et populorum continet aestum.
Antenor censet belli praecidere causam;
quid Paris? Vt saluus regnet uiuatque beatus                                                                                                              10
cogi posse negat. Nestor componere litis
inter Pelidem festinat et inter Atriden;
hunc amor, ira quidem communiter urit utrumque.
Qucquid delirant reges, plectuntur Achiui.
Seditione, dolis, scelere atque libidine et ira                                                                                                                 15
Iliacos intra muros peccatur et extra.

Rursus, quid uirtus et quid sapientia possit,
utile proposuit nobis exemplar Vlixen,
qui domitor Troiae multorum prouidus urbes,
et mores hominum inspexit, latumque per aequor,                                                                                                      20
dum sibi, dum sociis reditum parat, aspera multa
pertulit, aduersis rerum inmersabilis undis.
Sirenum uoces et Circae pocula nosti;
quae si cum sociis stultus cupidusque bibisset,
sub domina meretrice fuisset turpis et excors,                                                                                                             25
uixisset canis inmundus uel amica luto sus.
Nos numerus sumus et fruges consumere nati,
sponsi Penelopae nebulones Alcinoique
in cute curanda plus aequo operata iuuentus,
cui pulchrum fuit in medios dormire dies et                                                                                                                  30
ad strepitum citharae cessatum ducere curam.

Vt iugulent hominem surgunt de nocte latrones;
ut te ipsum serues, non expergisceris? Atqui
si noles sanus, curres hydropicus; et ni
posces ante diem librum cum lumine, si non                                                                                                                35
intendes animum studiis et rebus honestis,
inuidia uel amore uigil torquebere. Nam cur,
quae laedunt oculum, festinas demere, siquid
est animum, differs curandi tempus in annum?
Dimidium facti, qui coepit, habet; sapere aude,                                                                                                            40
incipe. Viuendi qui recte prorogat horam,
rusticus expectat dum defluat amnis; at ille
labitur et labetur in omne uolubilis aeuum.

Quaeritur argentum puerisque beata creandis
uxor, et incultae pacantur uomere siluae;                                                                                                                      45
quod satis est cui contingit, nil amplius optet.
Non domus et fundus, non aeris aceruus et auri
aegroto domini deduxit corpore febris,
non animo curas; ualeat possessor oportet,
si comportatis rebus bene cogitat uti.                                                                                                                           50
Qui cupit aut metuit, iuuat illum sic domus et res
ut lippum pictae tabulae, fomenta podagram,
auriculas citharae collecta sorde dolentis.
Sincerum est nisi uas, quodcumque infundis acescit.

Sperne uoluptates; nocet empta dolore uoluptas.                                                                                                       55
Semper auarus eget; certum uoto pete finem.
Inuidus alterius macrescit rebus opimis;
inuidia Siculi non inuenere tyranni
maius tormentum. Qui non moderabitur irae,
infectum uolet esse, dolor quod suaserit et mens,                                                                                                      60
dum poenas odio per uim festinat inulto.
Ira furor breuis est; animum rege, qui nisi paret,
imperat, hunc frenis, hunc tu compesce catena.

Fingit equum tenera docilem ceruice magister
ire uiam qua monstret eques; uenaticus, ex quo                                                                                                          65
tempore ceruinam pellem latrauit in aula,
militat in siluis catulus. Nunc adbibe puro
pectore uerba puer, nunc te melioribus offer;
quo semel est imbuta recens, seruabit odorem
testa diu. Quodsi cessas aut strenuus anteis,                                                                                                              70
nec tardum opperior nec praecedentibus insto.



1 Lolio es un joven orador y abogado, amigo de Horacio. Preneste es una localidad del Lacio, adonde Horacio se había retirado a descansar. La oposición entre Roma y Preneste representa, pues, el contraste entre el negotium y el otium. El narrador de la guerra de Troya es, por supuesto, Homero.
2 Crisipo: filósofo estoico, uno de los fundadores de la escuela; Crántor de Cilicia: filósofo de la escuela platónica.
3 Dos ejemplos en que la sensatez no puede nada contra las pasiones; Antenor, en Troya, aconseja que se devuelva Helena a los griegos para concluir con la guerra, pero Paris se opone, porque ama a Helena; es decir, prefiere ser un miserable y perder la vida y el reino, antes que renunciar a su pasión y de ese modo “reinar y vivir venturoso”. Néstor, en el campo de los aqueos, trata de reconciliar a Agamenón, jefe del ejército, con Aquiles, su guerrero más eficaz, pero no lo consigue porque están dominados por la discordia.
4 Ulises aparece en la Odisea homérica como un “varón ingenioso”: es decir, alguien cuya inteligencia está por encima del término medio. Horacio lo exalta como ejemplo de lo que propondrá un poco más adelante (verso 40): “atrévete a ser sabio”. Ulises supo burlar el hechizo de las Sirenas y el de la maga Circe, gracias a su inteligencia y a su voluntad.


Autor

Alejandro Bekes

/ Santa Fe, Argentina, 1959. Poeta, ensayista y traductor. Es autor de los libros de poesía Esperanzas y duelos (1981), Camino de la noche (1989), Abrigo contra el ser (1993), País del aire (1996) y El hombre ausente (2004), entre otros. En 2006, la editorial española Pre-Textos publicó una antología de su obra poética bajo el título Si hoy fuera siempre. Ha traducido a autores como Nerval, Horacio, Shakespeare, Virgilio, Catulo, Petrarca, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud, Keats y Auden.

diciembre 2019