abril 2020 / Inéditos

Tomamos el lugar de nuestros muertos

Ensayos de la muerte

I

Debería sentarme
ser como esa gente que se sienta y ve pasar
                       al mundo.

Desde que te moriste no he dejado de caminar,
como si la vida
                     —la Vida—
                    digo
estuviera siempre un paso más allá.

Avanzo y me desdoblo,
           hago agujeros en mis pies
tratando de
      dejar el alma
en cada paso.

Me canso y ruedo
una y otra vez
sobre mí misma,
          imito al mundo tratando de crearlo.

Quisiera convencernos a mí y a mi sombra
          de que vale la pena
                 seguirnos.

 

II

La muerte es un pájaro sin alas,
           carroñero,
me sacó los ojos y olvidó llevarse las ganas de llorar.

Lo llevo tan adentro que lo confundo conmigo,
picoteo el espejo para mirarme en pedazos.

Al dormir vomito plumas,
sueño que me lanzo al abismo
como si me buscara las alas que ella no tiene.

Cierro los ojos y la miro de frente,
              se parece a mí.

Me entrega cenizas y fantasmas,
agradece mis pasos y el corazón que aún late
rindiendo un tributo que no he pedido.

La muerte es un pájaro sin alas,
           carroñero,
me arrancó las entrañas y olvidó llevarse el hambre.

 

III

Parece que fue ayer
           te moriste
parece que fue ayer.

Te escuché susurrarme entre sueños
   deja ya
      deja ya.

Te escuché gritándole a la noche
   no quiero,
      estoy cansada.

Tampoco yo quería que vivieras,
               estaba muerta,
menos muerta que tú aquellas horas,
también cansada de la vida
            que me diste.

¡Ojalá la muerte te llevara!

La muerte vino,
acarició tu rostro,
te hizo suya,
y no tuvo la decencia de anunciarse.

Vistió tu ropa,
ensayó tu llanto,
me hizo ver tus ojos blanquecinos,
               toqué tu mano,
la misma que fue tuya ya no era.

La muerte eras tú.

Parece que fue ayer y no estos años,
parece que fue ayer y ya es mañana.

 

IV

Junté todos mis muertos y los tiré a la basura.

Visité a mi vecino,
a mis amigos,
a mis familiares
y entre todos los tiramos.

La voz se corrió y al final del día
todos habíamos hecho lo mismo.

Los botes de basura desbordaban fantasmas.

A la mañana siguiente la ciudad estaba vacía,
nos descubrimos completamente solos.

Tomamos el lugar de nuestros muertos.

 

V

Creo en Dios como posibilidad
de volver a los muertos.

Creo en el hambre y en el frío,
creo en el silencio terrible y quieto,
creo en las flores que se mueren,
y creo en aquellos que olvidamos.

Creo en los fantasmas
como emociones carcomidas,
y creo que los muertos están solos,
           muy solos
aun si alguien les canta.

Creo en sitios donde nunca es primavera,
      aunque lo sea,
y creo que el viento nos escuece
cuando pasan nuestros muertos.

Creo que a veces tengo ganas de Dios
y creo que a veces quiero verte.


Autor

Gabriela Ardila

/ Ciudad de México, 1989. Licenciada en Letras Modernas, cursa el máster en Creación Literaria en Español de la Universidad de Salamanca. Ha colaborado en la Revista de la Universidad de MéxicoCultura ColectivaFemfuturaCuadernos de Escrituras CreativasPunto de Partida y Punto en Línea. Actualmente trabaja como promotora cultural en la Cátedra Extraordinaria Rosario Castellanos de Arte y Género de la UNAM.

abril 2020