noviembre 2021 / Inéditos

Elogio de la gata

El tiempo es una libertad; la edad, una limitación. El gato,
aparentemente, no conoce esta limitación.
Marc Augé

Los extremos del mismo ser no se tocan.
Enrique Lihn

for Alina

a)

Todo en el gato está ignorando el tiempo:
su cabeza —un gato aparte— está compuesta
por maxilares de piedra caliza
y su geografía craneana, a contraluz,
corre el velo a rutas de expediciones
hasta ahora desconocidas. En sus clavículas,
ese quicio frontal, está otro felino
dando un salto, detenido. El gato desemboca
en un número inacabable; el gato
y el útero rosa de su nariz; la noche concentrada
que es el gato.
No envejece porque no sabe que envejece.
La flor que deja su huella en el cajón de arena
se fosiliza en la memoria.
La cavidad interior de su oído
es una flor templada que está creciendo
entre las vetas minerales de una gruta.
El diseño de su caja torácica
comparte boceto con los planos de una nave aérea:
utiliza la quilla náutica
para emplazar las olas del viento a su favor.
La delgada pluma que sostiene un ala por aquí,
equilibra el vuelo por allá al otro extremo
aunque en el gato
no hay posibilidad para el vuelo;
solo el impulso combado sin abandonar la tierra.
No hay edad en él.
Sin embargo al final de la primera vida
se ensimisma entornando los ojos,
sumerge su cuerpo cadencioso en aguas salobres,
mueve sus grupas
como un animal de mayor peso y tamaño,
hace sonar un fósforo bajo el grifo,
despierta en otro lado
se incorpora
y con la cola encumbrada se va
Dios sabrá a dónde.

 

b)

Mujer y gata. La gata y su mentón sostenido
en la palma retraída de la mujer.
Si la mujer se coloca de perfil
y sitúa su rostro en el muro,
de aquella silueta salta la gata,
se hace de cuerpo, se lame las combas
y regresa después a delinearse en el muro.
Le permite a la mujer por lo tanto
recuperar su perfil y su sentido de pertenencia.
Si la gata husmea en la alacena,
la mujer se arquea eléctrica y las bombillas de la casa
vacilan por un momento.
La mujer, claro está, advierte en la luna
un cascabel que se aproxima.
La gata se avergüenza al verme desnudo.
Una se visualiza en un futuro próximo
como una piedra para ser venerada.
La otra contempla en el pensamiento
un coleóptero
que al sentirse descubierto
rompe contra una farola y se carboniza.
Una es un camino que al bifurcarse
conduce hacia la otra.
Yo, por mi parte, acepto la unificación
y sus posibilidades infinitas.
Si una de ellas muerde, la otra lame.
Si una canta, la otra calla. Si una calla,

su pensamiento vocifera por todas las grietas de la casa.

 

c) (El gato, Reloj de arena)

Hay cosas más extraordinarias por las cuales desvivirse. Hallar
el mejor ángulo para tomar el sol es una de ellas.
Es decir, cazar el sol es más interesante que aparecer en un poema medieval.
Perseguir el sol es complicado. Nunca se sabe si saldrá a medio
día, en la tarde prematura o a medianoche. El sol de la medianoche
proviene inequívocamente de Lisboa, aunque de eso ya habló un
poeta francés, no sobre su procedencia, sino de su lugar de origen:
la medianoche. Al final terminó colgado de una farola callejera
curiosamente llamada Vieille Lanterne o Linterna vieja.
Pocas cosas son las que necesito del Otro. Nada de vinos o
perfumes. Soy negro, ante todo. Si a la luz me veo marrón o
azulado, son solo condescendencias del Autor.
Decir que el gato es un ensayo del tigre es vulgar. El perro: prueba
y error del caballo.
Yo animo a la piedra para ser adorada.
Mi cuerpo dormido descubre la blandura de los adoquines.
Cuando uno de los míos se va de Aquí, otro regresa de Allá,
aletargado.
Su transición del Hades al alféizar es pronta. Vuelve a elegir su
cuerpo. Gata, Gato. ¿A quién demonios le importa? Lo que importa
es el accidente. La posibilidad de elegir.
Cada gato en el mundo nunca es el mismo
y sin embargo, poco cambia el animal de un siglo a otro.
Estos ojos, a medio abrir, atestiguaron la luna humeante de Mesopotamia.
Veré flotar las ruinas sobre las aguas del Nilo nuevamente.
Al final del Armagedón, quedaré yo. Nadie y todos lo saben.
Provengo de la clepsidra.
Si un árabe inventó la rosa, yo soy una variación del reloj de arena.
Dentro de mí cae la arena interminable de las estepas.

Voltéame y ocasiona una catástrofe.

 

d)

La Gata viene y se restriega en mis muslos.
Observa y parece decirme:
Yo te miro con toda la luz
y la oscuridad que poseo. Permanece
debajo de la cama. Si sale, me ignora. Maúlla
si tiene sed de leche de almendras. Compensada,
no me agradece. Sin embargo,
contra todo pronóstico,
llora si la dejo sola. Si vuelvo,
me lame con su lengua de granito. Ningún
placer semejante a mirarla mientras
su arrogancia está dominada por una luz
inexplicable. Desde la altura de su fidelidad
se puede predecir la lluvia. Para llegar
a la cima es menester nuevamente
educarse en las revelaciones y en el inicio
como cuando nos debatíamos entre nubarrones
y la tierra era aún tiniebla y teoría y nosotros,
peces heridos,
girábamos bajo el anzuelo. Al final
todas las cosas dormirán sobre tu pecho,
me dice mientras caza una paloma
en el acto. Bailamos.
Sus pies no tocan el suelo: trazamos
un círculo imaginario que nos protege del mal.
Sin ella abandonada está mi mano
de su espina dorsal. Guardemos silencio, Gata:

en el silencio puedo amarte en todas las lenguas.

 

e)

Apenas se acomoda en sus muslos,
el corazón de la gata se armoniza
con el corazón de la mujer. El corazón
y su pulso alfombrado es un pequeño gong
que viaja hasta golpear la ínsula
de otro animal semejante. Ese es un diálogo
vedado al ser humano:
el sonido 13 del corazón de la gata.
Alguien que toca un micrófono con las yemas,
el tamaño de una fresa, el corazón de la gata.
La felina acomodándose en los muslos de la mujer
es el paso del significado a la música.
Presta atención a la escrupulosa línea entre la piel humana
y los vellos ferales que abundan.
Ello tiene sobre ti el poder de un sueño lúcido.
Una está acariciando a la otra de la misma forma
que alguien, un tercero, cambia la página de una partitura.
La gata cuyo nombre es el de la mujer.
La mujer cuyo signo es la introversión
y sobre las dos: el cielo de yeso de la casa.

 

f)

El corazón de la gata tiene el sigilo de alguien
que camina a oscuras por el ático.
Mientras reposa en mis piernas, su deseo se consume
como una piedra apasionada en el agua.
Humea; su señal está dirigida a una realidad
paralela a esta habitación.
La gata se comunica mediante una cesura
mientras su cráneo está en duermevela:
es posible sentir su presencia a intervalos
y observar su silueta en la pared
oscilando entre este mundo y el suyo.
Si me acerco a la ventana, el aire se estrella
como una ola contra el cuerpo:
el pecho guarda una piedra erosionada.
El hígado es el mismo que aquel que posee el clavadista
mientras es revolcado por las olas cóncavas.

 

g) (Descomposición del movimiento)

De modo que hay un mecanismo que divide al gato en dos
extremidades izquierdas y dos derechas y no como vulgarmente
podría asociarse a la composición de dos traseras y dos frontales.
La pata izquierda trasera, al avanzar, cae de forma inequívoca
en la huella que ha hendido la extremidad izquierda de enfrente.
No solo la sigue.
El movimiento se replica para el hemisferio derecho.
Pasa sobre el lomo la ola de un movimiento breve y alfombrado:
las vértebras sacras, cerca del culo, se dotan de gracia y llegan hasta
el frontispicio donde vive la escápula. En esa genuflexión continúa
su caminar templado. Entre un lado y otro hay un intervalo
atemporal cuyo objetivo es mantener al animal circulando en
cuatro zarpas palmeadas como un barco ebrio.
Una teoría sucede al mirar esta magia.
A la manera de la Ornitomancia —esa habilidad prestada a los
antiguos que consiste en leer mensajes adivinatorios en el vuelo
de las aves— es posible la lectura del futuro en el caminar del gato.
La noche, protagonista mural, y el ocioso están unidos por una
aguja imantada.
Tienen acceso a esta oferta.
—Si el bosque cambiara de sitio con sus largas piernas de niebla,
como ya aludía Shakespeare, lo haría con el movimiento del gato—.
Por una parte,
es visible un caligrama en los círculos que se ensanchan,
si ponemos al gato a andar sobre el agua; flores de arcilla si lo
colocamos sobre la greda;
runas ahuesadas si lo hace sobre la playa;
o algunas lunas negras si sus patas mojadas pasaron sobre una
superficie adusta y blanca.

 

Juan Manuel Becerra, es Premio Enriqueta Ochoa


Autor

Manuel Becerra

/ Ciudad de México, 1983. Poeta. Fue escritor residente en el Programa Internacional de Escritura (Iowa, 2019). Obtuvo la Beca Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía (2009-2010). Es autor de Los trabajos de la luz no usada (FOEM, 2021), La escritura de los animales distintos / Writings on the Other Animals (Song Bridge Press, edición bilingüe, Iowa City, 2021), Fábula y Odisea (Mantis, 2020), Instrucciones para matar un caballo (Conaculta/FONCA, 2013) y Canciones para adolescentes fumando en un claro del bosque (UAZ, México, 2011). Obtuvo el Certamen Nacional de Literatura Laura Méndez de Cuenca 2020, el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2014 y el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde 2011, entre otros.

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