El último Yeats
| Ensayos, TraduccionesTraducción y notas de Gabriel Bernal Granados.
En esta nota sobre Yeats,1 Pound se muestra tal como era: su prosa de barrio contrasta con la enorme agudeza que siempre demostró para reseñar la poesía o los méritos en la obra de sus contemporáneos, al menos de los contemporáneos que él admiraba: Yeats, Eliot, Wyndham Lewis o Gaudier-Breszka, por poner solo cuatro ejemplos. Eliot, Lewis y Gaudier eran pares señalados en la trayectoria de Pound —compañeros de viaje—. Yeats era una referencia. Al final de esta nota, cuando Pound compara “La roca gris” con el Sordello de Browning, está haciéndole al poeta irlandés uno de los mayores elogios que podría haberle hecho de cualquier otra forma, al mismo tiempo que lo ubicaba, no en la órbita de la modernidad, sino en la estela del siglo XIX. Incluyo, aparte, la traducción al español de los poemas breves que menciona Pound en su nota, y que refiere como cimiento de su propia poesía en esa época.
Vivo, tanto como puedo, entre ese segmento inteligentemente activo de la humanidad que está preocupado por el presente y el futuro; y, en consecuencia, siempre que menciono el nombre del señor Yeats me sobrevienen preguntas: “¿El señor Yeats dará más de sí? ¿El señor Yeats aún escribe? ¿Cómo puede el muchacho seguir haciendo esas cosas?”
A estas preguntas solo puedo responder que la vitalidad de Yeats no tiene comparación, y me atrevo a decir que dará todavía más de sí; y que al día de hoy nadie ha mostrado las condiciones para superarlo como el mejor poeta de Inglaterra o ni siquiera aparecen visos de que esto pueda suceder en mucho tiempo; porque, después de todo, el señor Yeats ha hecho sonar el arpa con música nueva, y un solo hombre lidera dos movimientos al triunfo, y es suficiente con que haya recuperado el sonido de la endecha y la gaita de las baladas irlandesas, y eliminado la cadencia sentimental con reminiscencias de The County of May y The Coolun; y que la gestación de la buena poesía es una cosa muy lenta, y que, en lo tocante a los más grandes poetas muertos, muchos de ellos, con la mano en la cintura, hubieran sostenido esa magnam partem, que los mantiene cerca de nosotros, sobre un solo tanto, o cuando mucho dos, de papel oficio;2 y que no hay necesidad de que un poeta vaya a diario a la Piazza dei Signori para aprender una nueva acrobacia; y que el señor Yeats, es sin duda, un inmortal que no tiene necesidad de reformular su estilo para acomodarse a los vientos de nuestra doctrina; y que, siendo todo esto como es, hay sin embargo una nueva nota manifiesta en lo último de su obra que no hay más remedio que atenderla.
“¿Es el señor Yeats un imaginista?” No, el señor Yeats es un simbolista, pero ha escrito des Images como tantos otros buenos poetas anteriores a él; de modo que esto no lo menoscaba en absoluto, y él no tiene nada en contra de ellos (les Imagistes), al menos hasta donde yo sé —salvo por lo que él refiere como “sus endemoniados metros”.
Ha escrito des Images en poemas como “Breasal el pescador”; que empieza: “Aunque te ocultas en el vaivén de la marea cuando ha salido la luna”; y ha disuelto la contradicción y escrito con concisión prosística en fragmentos líricos como “escuché a los ancianos decir que todo cambia”; y estas cosas no están sujetas a los caprichos de la moda. Lo que quiero decir con una nueva nota —difícilmente podría llamarse un cambio de estilo— se hizo evidente cuatro años antes en “Sin segunda Troya”, que comienza: “Por qué tendría que culparla”; y que termina:
Que no es propia de una era como esta,
Siendo alta y solitaria y sobre todo rigurosa?
¿Por qué, qué pudo haber hecho siendo ella la que es?
¿Había otra Troya que por ella ardiera?
No estoy seguro de que esto quede claro a través de una cita parcial, pero con la publicación de The Green Helmet and Other Poems [El yelmo verde y otros poemas] uno sintió que la nota menor —uso la palabra en un sentido musical estricto— se fue o se estaba yendo de su poesía; que el autor se encontraba en una encrucijada semejante a la que encontramos en
Y desde entonces me ha parecido que su trabajo se ha vuelto más magro, en busca de una mayor precisión en el dibujo del contorno. No digo que esto se pueda demostrar por medio de la cita de ningún pasaje de su poesía en particular. “Los muertos y los desaparecidos de la Irlanda romántica” no es mejor que “La canción de Red Hanrahan acerca de Irlanda”,4 pero es más enfático. El señor Yeats parece haber visto con el ojo exterior5 en “A un niño que danza en la orilla” (la primera versión del poema, no la impresa en este número). El énfasis quizá puede advertirse mejor en Los magos.
Poemas como “En vida de Helena” y “Los realistas” sirven de ejemplo al menos para demostrar que la lengua no ha perdido su agudeza. Por otro lado, es imposible interesarse en un poema como “Los dos reyes” —uno podría leer con mayor provecho “Idilios”, por ejemplo—. “La roca gris” es, lo admito, oscuro, pero se sobrepone a esto por su rara nobleza; una nobleza que es, para mí al menos, no otra cosa sino el corazón de la obra del señor Yeats, el elemento constante en su escritura.
Para apoyar mi convicción, o mis teorías, respecto de su cambio de estilo, real o pretendido, contamos con al menos dos pronunciamientos del poeta mismo, el primero en “Un abrigo”, y el segundo, menos formal, en el discurso que pronunció en la presentación de Blunt. Los versos de “Un abrigo” debieron satisfacer a quienes se quejaron de los cuarenta y cuatro seguidores del señor Yeats, de que “mejor leían a su Yeats en el original”. El señor Yeats se ha referido a ese sentimiento una vez en el pasado, con
que es lo suficientemente directo para impactar en cualquier conciencia, y carece de “glamour”. No tengo nada en contra del glamur tal y como este se presenta en los primeros poemas de Yeats, pero tenemos a tantos otros pseudoglamorosos y glamuristas y brumas y neblinas desde los noventa que uno ya se siente preparado para la luz franca.
Y esta condición de franca luminosidad es lo que, precisamente, se encuentra en el principio de Los magos:
En sus ropas, almidonadas y teñidas, a los pálidos e insatisfechos
Aparecer y desaparecer en la profundidad azul celeste
Con sus caras ancianas como piedras tundidas por la lluvia,
Y sus yelmos de plata oscilando lado a lado.
Desde luego que un pasaje como ese, un pasaje de imagisme, puede presentarse en un poema que de ninguna otra forma podría calificarse de imagiste, del mismo modo en que un pasaje lírico puede presentarse en una narración, o en un poema que de ninguna otra forma podría calificarse de lírico. Siempre ha habido dos clases de poesía que son, para mí al menos, las más “poéticas”; en primer lugar, la clase de poesía que parece música y que apenas se fuerza a sí misma para articularse como discurso; y en segundo lugar, la clase de poesía que parece como si la escultura o la pintura se estuvieran apenas forzando o se forzaran a sí mismas para ser solo palabras. El golfo entre evocación y descripción, en este último caso, es la insalvable diferencia entre genio y talento. Es quizá la función más importante del arte la de llenar la mente con una noble profusión de sonidos e imágenes, la de proveer la vida de la mente de semejante compañía y entorno. En todos los niveles, la obra del señor Yeats ha cumplido con esto en el pasado y continúa haciéndolo ahora. El libro que reseñamos6 contiene una nueva versión métrica de El reloj de arena, “La roca gris”, “Los dos reyes” y más de treinta nuevos poemas, algunos de los cuales se han publicado en estas páginas o aparecen en este número. En los poemas de la sección irlandesa encontramos a este autor en una prise indudable con las cosas como son y ya no como serían en un sentido románticamente celta, de modo que muchos de sus admiradores se sentirán más bien decepcionados del libro. Esta siempre será una ganancia para un poeta, ya que sus admiradores casi siempre lo que quieren es que permanezca “enchufado”, y resienten cualquier señal de despabilamiento, de una nueva curiosidad o de una inquietud intelectual. He dicho de “La roca gris” que era oscuro; tal vez no debí haberlo dicho, pero creo que este poema demanda un escrutinio inusualmente atento. Es tan oscuro, al menos, como Sordello, pero no puedo concluir esta nota sin dar cuenta de mi admiración por él.
1 Aparecida originalmente en la revista Poetry, IV (mayo de 1914). Esta traducción, sin embargo, se hizo a partir de la antología de ensayos que preparó T. S. Eliot para Faber & Faber (Literary Essays of Ezra Pound, 1954) [todas las notas son del traductor].
2 “Foolscap”, palabra que usa Pound en un doble sentido: el gorro del bufón y la medida aproximada de una hoja de papel oficio, refiriéndose, claro está, a la falta de inspiración y al aumento de oficio que puede sobrevenirle con la edad a un escritor.
4 Como era costumbre en él, Pound estaba citando de memoria. Lo que refiere como “Los muertos y los desaparecidos de la Irlanda romántica” es, en realidad, un verso de uno de los poemas más famosos de Yeats, “Septiembre de 1913” —que es, de igual modo, uno de los poemas más polémicos, desde el punto de vista social y político, del propio Yeats.
5 “the outer eye”, el ojo exterior, el ojo de la mente.
6 Responsibilities (The Cuala Press, 1914).
Ezra Pound / Idaho, Estados Unidos, 1885 – Venecia, Italia, 1972. Fue uno de los grandes poetas del siglo XX. En 1908 se estableció en Londres, donde se convirtió en uno de los críticos de poesía más prominentes del mundo anglosajón y un defensor de la vanguardia artística. Exploró las tradiciones poéticas de la antigua Grecia, de China, así como la poesía europea y estadounidense de su tiempo, integrando todas estas expresiones en su propia obra mediante la traducción, la apropiación y el pastiche. Durante la Segunda Guerra Mundial residió en Italia; su defensa del dictador Benito Mussolini y sus transmisiones radiofónicas de tintes antisemitas generaron gran controversia. Al término de la guerra fue internado en un hospital psiquiátrico en los Estados Unidos. En 1958 regresó a Italia, donde pasó el resto de su vida. Los Cantos es considerada su obra maestra.
Gabriel Bernal Granados
/ Ciudad de México, 1973. Es autor de libros de poemas entre los que se cuentan De persiana que se abre (tsé-tsé, Buenos Aires, 2000), Sobre una hoja (Monte Carmelo, México, 2010) y El sol en la acera de enfrente (Taller Martín Pescador, México, 2019), y de libros de prosa como Historia natural de uno mismo (Libros del Umbral, México, 2003), Detritos (ERRR Books, México, 2015) y Anotaciones para una teoría del fracaso (Fondo de Cultura Económica, 2016). Ha traducido a autores como T. S. Eliot, Guy Davenport, William Bronk, Paul Auster, George Oppen, Lydia Davis y Peter Cole, entre muchos otros. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.