Coro de partida
| TraduccionesVersión de Rodrigo Círigo.1
i.
Tú, principio de canción, ¿para qué sirves ahora
que te despabilas bajo cualquier luz espasmódica
y remachas tus trinos sombríos?
Da pasitos teatrales, pilar delicado. Y alisa
tu pelaje. Delgada como un alambre dúctil,
y ultraflexible, será tu esperanza.
Aletea débilmente, hoja de metal martilleado
que no preparará con ternura
lechos más suaves y acogedores.
Pero, pequeña canción, no te instruyas,
pues nadie está aquí para oírte.
Todos se han ido, ajetreados o tropezando.
ii.
¿Cuál es el primer deber de una madre hacia su hijo?
Al menos mantener ese maldito engendro vivo. Cigarras
feroces en bandada detengan este chillido.
Mi hija sale de casa jovialmente.
Una idea piafa: graba en tu cabeza esta
quizá última vez que la verás. Sí, el relámpago podría.
Tomo nota de este temor, lo registro.
Ni mi apunte ni mi crítica de él
nos salvarán ni un ápice. Lo sé. Y.
iii.
Quizá una fotografía o un recuerdo retocados,
como este, radiante, con su cinturón de tela a rayas
y costras de eccema, que de todas formas está enmarcado,
detrás de cristales, aireado, catalogado.
Es extraño que los niños vivan tanto de rodillas.
En aquel entonces no teníamos nada. Te faltaba astucia,
eras transparente, fácil y parecía natural.
iv.
A cada niño lo canibalizan sus años.
Fue un hombre el que murió y con él murió
el niño de los ojos grandes, el pavorreal adolescente
en la autofagia plácida, corriente
de estar vivos. Pero, de pronto,
esas superposiciones naturales fueron cortadas, barajadas
en un bloque tenso, sus capas aplanadas en cuadro.
v.
Es tarde. Y siempre será tarde.
Tu pequeño monumento está sobre su montículo
con banderines que golpean, golpean el suelo.
Hay una cosa infrahumana que con un ojo escruta
el cerro y con el otro voltea hacia arriba:
Solo un poco más y vendré, canta, pero no es más
que una madre bonachona con una coartada inservible: “No
sabía”. ¿Quedará aún alguna parte de mí
para jugar sobre esta tierra agradable? Dilo. O
di No, mi oído está sobre la tierra.
vi.
En el armario ensaya la doliente
muecas para llorar frente a la gente.
Querrías faltar, aunque debes hacerlo:
brusca, radiante casi, ir sin serlo.
Con tus perlas, de negro y ramillete,
no aliviarás tu devastado flete.
Aunque combine con tu palidez,
que el velo azafrán no cubra tu tez.
Tus muertos no te quieren en el suelo,
vendrá la hora de yacer con ellos.
vii.
Ay, hijo muerto, canalla tonto,
tienes una mamá triste. Ven a casa, te digo,
y termina este melodrama de mal gusto, deja
de hacerte el muerto, esto ya se volvió más que
una broma y tu humor nunca fue
así de cruel. Ríndete, chamaco indiferente,
compadécete de tus dos hermanas heridas. ¿Pues
acaso no te amábamos? Aún lo hacemos. Pero ahora
nos aburre nuestro amor improductivo,
nos aburre mucho más que te quedes muerto,
lo que seguro tampoco te interesa demasiado.
viii.
Estoy sentada, aturdida, perpleja ante tu desvanecimiento,
mientras ejerces tu encanto en el inframundo,
coqueteando alegremente con Perséfone. No es tan terrible
para imaginar lo que su madre debió haber vivido,
para husmear entre aquellas oscuras paredes dulces.
ix.
Habían jurado quedarse para siempre, pero se fueron,
o yo me fui, y entonces me concentré
en el acertijo de entender qué significa, en realidad,
que alguien esté y luego, de repente,
ya no. Entrenarme con pérdidas pequeñas fue inútil,
dado el final. Y soy tan lamentablemente
lenta para “procesarlo” –es mucho mejor arrojarlo,
pues cómo podría procesar una idea tan mala. No.
Insistiré en la presencia. Si mi
exquisita esperanza puede jalarte de vuelta
aquí, niño resignado, permíteselo, pues estoy esperando.
x.
No me compro la idea de reencarnarte
en esa maldita “lluvia que cae suavemente”,
ni en “campos de grano maduro” –suena
tan hueco–, ni de hacerme tu sombra
con la esperanza de un día encontrarte
divertido entre las almas aterciopeladas,
apiñonadas como murciélagos, como muchedumbres farfullando,
bajo un velo crepuscular, ni en lo escalofriante de nuestros tiempos.
Presencia alegre, simplemente
ten un cuerpo. Holgazanea otra vez bajo
el sol recio en el que amabas tostarte.
Verte, aunque solo fuera por diez segundos,
me ayudaría a sobrellevar
esto mejor. Tendría lista una cámara.
xi.
Sigues dando tumbos, abeja ardiente
de aterciopeladas alforjas rellenas,
entre los aretes en gota de la fucsia.
Te gritaré “¡Ay, abeja!” –mejor a ti–,
pues mis muertos, a quienes invoco en apóstrofes,
permanecen mudos como el claro barniz granate
contra el que te estrellas. Es diligencia ciega,
abeja, o idiotez, chocar tantas veces
con este silencio radiante, escarlata.
xii.
Alma que parte, trato de asirte
gritando sobre las distancias.
Aunque tu voz tiene ecos,
quizá la apague el sonido
que me atraviesa. ¿O es acaso
una artimaña tuya?
Tú te reías al imaginar
que cantabas a través de mí,
que me dictabas con ternura.
Así vivir no fue oírte.
Es lo que dices, en mí,
de lo que queda, asintiendo alegremente.
xiii.
Echada sobre un acantilado, me acerco poco a poco a su borde
y escudriño el mar revuelto,
donde los cascos marfileños de los alcatraces
se desploman en pequeñas plumas de blanco
que reaniman la tarde lánguida.
Llevo espinas apretadas en las puntas de mis dedos
y volantes como de papel de las armerias
–que los hombres llaman claveles de playa– para intentar
alegrarme ante las separaciones naturales.
Y –no invento– un gesto de aprobación:
“otra vez salió a algún lado, es buena señal,
a estas alturas ya debe haberlo superado”.
xiv.
Borrón parduzco con que tropieza la tarde
hacia el azul marino de la noche. Otra
noche, otro día, una y otra vez.
Cómo me gustaría ir contigo.
xv.
Las desventajas del suicidio son evidentes.
Además de molestar
a los vivos que nos quieren,
podríamos cruzarnos,
quedar atrapados eternamente
sin encontrarnos:
una chillando Dónde estás, mi niño,
el otro gritando Madre.
xvi.
Muertos, acompáñenme
como quemaduras de titanio
comprimidas en el pálido
fogonazo de seguir viviendo sola.
xvii.
Suspendida en una luz implacable,
la gaviota detiene su rizo y salpica.
El mar vítreo es de olas endurecidas,
sus aguas se inclinan entre el aire resplandeciente
pero no chocan; mantienen su arco
colgando rígidamente de cuerdas glaucas,
potentes y radiantes. Todo lo que
debería fluir está sellado, en equilibrio,
en quietud implacable. Unido en un
no-tiempo, en caída libre detenido.
xviii.
Todo es un canto de resurrección.
Si algún día nos saliera bien,
los muertos vendrían corriendo a casa,
ansiosos por planchar sus
pantalones de algodón.
xix.
Ella imita a los muertos con voces diferentes,
pues el punto de este discurso es empujarte,
guiarte de vuelta, ponerte al alcance
de mis oídos cansados, chantajearte para que respondas
por medio de cualquier artefacto y abrirme camino a través
de tonos cada vez más espesos de ti; tú que ahora
eres un hijo extrañamente indiferente, tú que eras
tan confiable, buena y agradable compañía,
¿no quisieras que te invoque aquí una vez más
con mis saltos y retorcimientos, con mi docena
de ademanes cursis, con la delgadez de mis gemidos?
¿Aún no? Entonces déjame descansar, amor mío.
xx.
Mis hermanas y mi madre
me lloran con brusquedad.
Ligero como cenizas
navego este mar austral.
Madre, ya déjame en paz:
mi tumba es tranquila y sola,
mis huesos, polvo, coral
en la inquietud de la ola.
* El poema original en inglés, “A Part Song”, se publicó en el London Review of Books (vol. 34, núm. 3, 9 de febrero de 2012) y puede consultarse aquí.
Denise Riley / Carlisle, Inglaterra, 1948. Poeta y filósofa. Es profesora en la Universidad de East Anglia y en la Universidad de Cornell. Ha sido escritora residente en la Tate Gallery, Londres, así como en las universidades de Brown Birbeck y en la Universidad de Londres. Ha publicado una decena de libros de poesía y otros tantos de ensayo, que le han valido distinciones como el Forward Poetry Prize.
Rodrigo Círigo / Ciudad de México, 1992. Su versión al español de “Little Gidding”, de T. S. Eliot, ganó el primer premio del Concurso 39 de Punto de Partida. Ha sido dos veces becario del curso de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas, en la categoría de poesía. Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México y actualmente cursa un doctorado en Sociología en la London School of Economics and Political Science. Es becario del programa Jóvenes Creadores del Fonca.