Anne Carson, Norma Jeane Baker of Troy, New Directions, Nueva York, 2020, 68 pp.
El libro se llama Norma Jeane Baker of Troy.
Es un monólogo teatral para un solo personaje —Norma Jeane Baker—, estructurado en cinco episodios escandidos por entradas de un diccionario de griego antiguo que funcionan como estribillos.
Norma Jeane Baker es el nombre “real” de la mítica estrella y sex symbol de Hollywood, Marilyn Monroe.
Sabemos quién es Helena: la esposa de Menelao que se fuga con Paris.
La rubia platinada de Hollywood y “la prostituta de Troya” tienen mucho en común. Ambas utilizan la seducción. Ambas han sido o serán fatídicas, sobre todo para sí mismas.
Norma Jeane Baker aparece en escena como sombra o doble de Helena. También se traviste de Truman Capote.
Por su parte, Helena aparece como doble de sí misma ya que, según Eurípides, autor de la tragedia que reescribe Anne Carson, la Helena “real” nunca llegó a Troya. Lo que sí llegó fue un simulacro, un ídolo, una imagen: la imagen de una nube.
Al comienzo de la obra, Norma Jeane está tejiendo.
Teje un tapiz como el que tejía Helena en el palacio de Príamo.
Aquel tapiz duplicaba lo que estaba ocurriendo en el campo de batalla, fuera de las murallas.
Norma Jeane y Helena tejen, como tejerá Penélope en la Odisea.
Pero esta vez no para distraer a otros sino, quizá, para entender qué (les) está sucediendo, con qué hilos se podrían unir la realidad y sus modos de representación, lo que pudo haber ocurrido y no ocurrió, lo que ocurrió y nadie ha comprendido.
El tejido es un punto de abismo: un episodio que está “escondido” en la narración para hacer más vívida la ficción, más vertiginosa la sospecha de ser nosotros —lectores— tan ilusorios como los protagonistas.
Ulises vivirá su propia experiencia abismada en la corte de los feacios, cuando el rey, en un gesto de hospitalidad, ordene a su aeda que le cante los versos que cuentan su historia.
Norma Jeane teje y de lo que ella relata o calla —o relata y calla a la vez— surgen los personajes que la rodean: su marido Arthur (Miller), “rey de Esparta y Nueva York”, su hija Hermíone, posiblemente en coma por sobredosis en alguna sala de emergencias de Manhattan y, sobre todo, su amigo y mentor Truman Capote con su vocecita aflautada y filosa.
Otros fantasmas hacen su aparición: su psicoanalista, el doctor Cheeseman, Fritz Lang, que la está dirigiendo en el film Clash by Night, la Metro que firmó contrato para producir un film sobre la guerra de Troya, Menelao —el marido humillado de Helena— y hasta el oscuro Hades, dios de los Infiernos, que rapta a Perséfone con la promesa de hacerla reina del Inframundo.
Las cosas se complican.
Los hombres creen en la guerra. La precisión de la guerra pone orden a la anarquía de su corazón.
Los hombres tienen miedo de las mujeres. Por eso, las inmolan, secuestran, abandonan.
Muchas veces, esas mujeres son casi niñas.
Después de todo, se entiende: ellas poseen algo que los hombres codician.
Antes, durante y después de la guerra, la culpa es siempre de las mujeres.
Esas bestias fuera de control.
Nacer mujer es un desastre, dice el texto.
Ser una chica es precario.
Como siempre en Carson, la escritura se mueve en varios niveles.
Sus obras son palimpsestos: una capa bajo otra capa bajo otra capa. Todo conectado con todo: los hexámetros yámbicos y las tetas de Marilyn Monroe, el tsunami que se desata en L.A. y Helena de Troya que se evapora en un cuarto del motel Best Western, la propia Marilyn que se afilia a un grupo de talibanes y Jack el Destripador.
Se diría, a la vez, un tratado delirante y un informe paródico, prosaico y expeditivo de los modos en que se “construye” la realidad.
Un texto, en suma, completamente irrespetuoso de la alta cultura.
Dije que el monólogo de Norma Jeane está escandido por entradas de un diccionario que funcionan como estribillos.
Todas esas entradas definen cosas, dan pistas interpretativas, sugieren reflexiones.
En el diccionario, las palabras figuran primero en griego, después en inglés; abundan los sinónimos.
Son entradas jugosas.
Hay allí lecciones de guerra, dilemas, casos de estudio y, sobre todo, recomendaciones para no caer en las trampas de la confusión, no tomar una cosa por otra (una nube por una mujer, por ejemplo) y así evitar embarcarse en epopeyas costosas para reparar ofensas que nunca existieron.
A veces, la etimología es atroz.
El verbo άρπάζειν (en griego, tomar) da en latin rapio, rapere, raptus sum y en inglés rape y rapture, que significan, respectivamente violación y éxtasis.
El lenguaje debería cubrirse los ojos para no ver lo que dice, escribe Carson.
Otras veces, el concepto es esquivo y cuesta precisarlo.
Uno de esos conceptos es el de suciedad.
Sucio es algo que ha cruzado, sin permiso, una frontera, cualquier frontera (geográfica o conceptual) y está, por ende, fuera de lugar, como Helena que mancha, con el barro griego de sus sandalias, las recámaras de Príamo, acarreando con ella categorías y formas inestables que suscitan desconfianza y temor.
Helena salpica muerte, escribe Carson.
Helena es una suerte de error epistemológico en la corte troyana.
Una presencia que priva a las cosas de su nitidez, exacerbando la paranoia.
La literatura puede cumplir también esa función.
Anne Carson lo prueba con creces.
Pone en escena una escuela de cadáveres vivos y con eso teje su propio tapiz antihigiénico, reacio al flagelo de lo bienpensante, sin la menor intención de instruir a nadie.
Exeunt omnes cantando.
Autor
María Negroni
Rosario, Argentina, 1951. Poeta, narradora, ensayista, traductora y académica. Ha sido galardonada con el Premio PEN al mejor libro en traducción por Islandia y con la Beca Guggenheim, entre otras distinciones. En La palabra insumisa, volumen publicado en 2021 por la Dirección de Literatura y Fomento a la Lectura de la UNAM, puede hallarse una selección personal de sus ensayos sobre poesía. El corazón del daño (2021) y La idea natural (2024) son sus títulos más recientes.