Benny Paret
¿Te cuento algo? Me estoy preparando para correr el maratón. Dos cuerpos húmedos una sola alberca de sudor. No olvides la secuencia inicial de Hiroshima mon amour: una figura indiscernible deviene dos cuerpos entrelazados. Hoy me fui temprano a entrenar a los Viveros. Ayer por la noche vi algunos videos de boxeadores que murieron en el ring. El combate más rudo que presencié fue el de Emile Griffith contra el cubano Benny Paret. Demasiada saña. Después de entrenar fui al gimnasio a bañarme. Cuando me dirigía a mi oficina, me percaté de que había olvidado mis pantalones. ¿Te imaginas que hubiera llegado al trabajo con ropa deportiva? Qué ridículo. Tal vez el encono con que Griffith continuó pegándote luego de que ya no respondiste a los golpes se relaciona con haberlo llamado “maricón” antes de la pelea. ¿Por qué negar la evidente necesidad de la memoria? Amar es combatir, dice Octavio Paz. Me estoy preparando, dice el maratón. Pero combatir no es amar. El orden de los factores sí altera el producto. Tal vez no. Veo mi vida. Y tu muerte. Mi vida que sigue. Tu muerte que sigue. Veo videos de maratones y combates. Griffith diseñaba sombreros para dama en esa época. Dice Norman Mailer que en el rostro de tu derrota podía leerse un gesto de arrepentimiento, como si dijeras: “no sabía que iba a morir ahora”. Qué ridículo. Antes habías dicho que un boxeador debía verse, hablar y actuar como un hombre. En Veracruz corrí por todo el malecón a lo largo de treinta kilómetros durante casi tres horas. Después, recibiste dieciocho golpes en seis segundos. ¿Cómo iba a imaginarme que estuvieras hecho a la medida de mi cuerpo? No hay altura, pero la deshidratación es excesiva. Me estás matando. Eres mi vida. Es curioso, el sombrero es símbolo de pensamiento e ideas y un modista te rompió la cabeza. A mi hija no le gusta que la abrace después de correr porque escurro sudor. Hay una fotografía de dos cuerpos oscuros, húmedos y resplandecientes, y uno de esos cuerpos aporrea al otro contra las cuerdas ante la vehemencia de un público electrizado. Te lo ruego. Devórame. Defórmame hasta la fealdad. Dice Mailer que los golpes de Griffith suscitaron entre las papalinas del público un eco, como si se escuchara a la distancia a un hacha tajar un pedazo de leña mojado: Tengo sed. Sed de ti ¿Oyes al leño ceder? Sed sede de ti.
Corderos que comen arbustos
Como te decía, había una vez un baobab, una adansonia, un pan de mono. Había una vez una voz, no una voz, sino una tos que iba cavando. ¿Por dónde comenzar si todo inicia en el mismo instante en que se acaba o cuando osamos cavar en los cerrojos? Las monjas de enfrente cambiaron el candado; el otro se extravió y éste no puede abrirse. Tantas horas picando un picaporte. Siempre he tenido una matraca en la cabeza, una fronda que se expande, una excavadora. Un obseso saber o una sibilante baba boba. Una zanja. Debemos cuidar ese candado para que no se roben nuestro coche. Es la caja fuerte de la que hablas, un blabla inoportuno, un balar lánguido, lombrices solazándose en el lodo. Ahora no puedo sacar el auto, el camión de basura obstruye el ingreso. ¿Cuántos candados se necesitan para tapar un vendaval de vicios? ¿Con cuántos clips se detiene un aneurisma? ¿Conoces ese poema de Enrique Lihn donde habla de los escarceos adolescentes entre dos primos? Para él ese poema da cuenta de la imposibilidad de reconstruir la infancia. La pensión de las monjas es económica, no perdamos esta vez el candado. Una manada de elefantes no devoraría un baobab, pero no sé cuál sería el legado de una legión de lombrices en mi limo. Es la imagen que insiste en lo que dices. Culebras que son tus culebrones. Por un momento reinó la confusión en el tiempo. Franquean candados y cajas fuertes las llaves de las monjas. Su tío los detenía. “¿No gustan bajar a comer cacahuates?”. Dejamos de girar con una rara sensación de vergüenza, sin conseguir formularnos otro reproche. Una monja apareció bajo un paraguas para entregarnos el nuevo candado y una llave unida a una imagen religiosa. Vodeviles. Voces viles que vician a los vados. Se obstruyen las arterias, las llaves y la mente. Árboles grandes como iglesias. Raíces que ahogan lo que pienso. Fue en una alberca, en un patio, en una pieza oscura. Rozamos nuestros cuerpos bisoños. La rueda daba ya unas vueltas perfectas, como en la época de su aparición en el mito. Pero qué dices. No había culpa, casi coitus interruptus. Llueven mitos heredados y mitologías propias. Y lo que no se dijo tiene un ojo, un óvalo que filtra las vergüenzas. Son hidras que carcomen con su aliento. Plañideras que exhiben una lágrima en su sala de trofeos. A las imágenes que trizan debemos dejarles la puerta entreabierta. El biombo de mi abuela está en la casa de otro tío.
El trabajo no ensucia
¿Te acuerdas? No fue hace tanto. Llegamos a tu habitación. Yo me iba a hacer cargo de los niños mientras tú les ibas a leer cuentos edificantes. Te pregunto por la civilidad en un momento de incertidumbre. Decías que debíamos ser competitivos, que el futuro sería difícil. El arroz azafranado es un platillo muy abundante, pero estaba pastoso esa tarde. Las sobremesas siempre se extienden. Todos piden carajillos, tú sigues bebiendo mezcal y a nosotros nos traen un doble cortado. Tengo agruras. Se obstruye el drenaje del ojo y se daña el nervio óptico. ¿Cómo se ven las puntas de filete pecorino? ¿Alcanzas a percibirlas? La comida en ese lugar me cae pesada. Sí, acuérdate, leíamos esas mismas historias contigo hace muchos años. Y ahora las compartes con tus nietos. Mira esos fideos secos, no se me antojan. El presente libro se halla especialmente dedicado a los chicos de entre nueve y trece años de las escuelas primarias. Siempre he sentido admiración por tu ética laboral. Este relato se vincula con el sacrificio. Tus nietos son muy pequeños, no recuerdan del todo lo que lees. Yo sí lo recuerdo, desde que tengo uso de razón visitamos restaurantes cada fin de semana. Al aumentar la presión del fluido en el ojo, las fibras nerviosas empiezan a morir. Prefiero no recordarte que tu mamá y sus hermanas padecieron demencia senil al final de sus vidas. Debes hacer memoria, cuando no queríamos hacer la cama o practicábamos berrinches nos decías “burguesitos”. ¿Por qué leerles a tus nietos si ya no puedes hacerlo más que con mucho trabajo? Lo máximo que he durado en un trabajo son cinco años, y los cumplo hoy. Pasar 50 en una oficina resulta inverosímil. Fue así, abriste el libro que habías comprado especialmente para esa noche, te colocaste los lentes gruesos y llevaste el libro hasta rozar tu rostro. También hay un platillo llamado Camarones Fifí, se sirven a las brasas y se cocinan con mantequilla y parmesano. A tus nietos se les olvida: deben hablarte fuerte para que escuches. De cierta casa editorial había recibido el encargo de escribir en las fajas el nombre y la dirección de los suscriptores. No es cierto, yo no pienso que tú piensas que tus nietos deben hacer suyo el ejemplo del libro y desvelarse haciendo el trabajo que les corresponde a su padre. Es una interpretación muy simplista. Por lo pronto, nosotros, pasados los cuarenta años, apenas pudimos endrogarnos con una hipoteca. Dos de ellos te oían atentos sin comprenderte, la más pequeña se quedó dormida apenas comenzaste y una más parecía estarse perdiendo de casi todo lo que decías. Le llaman glaucoma. Diabetes. Presión alta. Cataratas. Debiste haberte retirado hace varios años. Pero qué necesidad, cantaba Juan Gabriel en el disco que oímos de regreso a la ciudad. La rebelión es aplastada por el orden. La individualidad es sometida por el nacionalismo burgués. Umberto Eco descubre ideas protofascistas en esas páginas. Sabemos que esa enfermedad no se desarrolla por leer mucho, mirar libros con poca luz, la dieta, usar lentes de contacto ni por otras actividades cotidianas Me pregunto cuál es tu disidencia. Las páginas estaban húmedas de tus lágrimas. Con valentía proseguiste; Julio, a veces te corregía. El dolor y la fatiga lo demacraban y le hacían perder el color, obligándole a descuidarse cada vez más en sus estudios. Julio es tu nombre, el de tu nieto y el del protagonista de “El pequeño escribiente florentino”. Sintió primero y vio después cerca de su pecho, apoyada sobre cama, la blanca cabeza de su padre, que había pasado así la noche, y dormía aún, con la frente inclinada al lado de su corazón. Quiero preguntarte qué es el amor a la patria. ¿Una pedagogía? ¿Existe hoy en día la mínima posibilidad de tener afectos por una abstracción? Pero ya estoy practicando el pasatiempo preferido de mis contemporáneos: juzgar el pasado con ojos nuevos. Es posible que mi mirada se enturbie en algunos años. A lo mejor ya no veo. Siento devoción por ti.
Idea falsa de caballo
¿Te ha pasado que piensas en algo porque crees que por el solo hecho de pensarlo no ocurrirá? A mí me sucede con frecuencia, se trata de una concepción infantil y paranoica. Hay grandes tragedias y desgracias que contemplo desde mi proyector de intimidades. Por ejemplo, veo a un corcel llevar una diligencia y segundos después esta cae a un barranco, entonces hay una idea verdadera de accidente. Si el equino se hubiera precipitado desde una nube y después aplastara a la diligencia sería, a todas luces, una idea falsa. Puedes ingresar o decir paso. Idea falsa de diligencia junto a idea falsa de una nube. Hay permanencia voluntaria; de las largas noches de insomnio pende un bucle, por lo que puedes elegir resolver crucigramas y esperar a que termine la función cuando te aburras. Transcurren las horas mientras barajo los distintos matices de aquello que no sucederá, esas hipótesis son ideas falsas, quistes dolorosos en la memoria. Esta debe ser drenada y es necesario extirpar la glándula que perpetúa el proceso infeccioso. Entre los pliegues de las sábanas encuentro tu cuerpo y lo acaricio y luego me acarician otras sombras: las ideas falsas, vestidas de enfermeras, musitan que debes rezar, por eso nunca te olvidas de persignarte. Si el alma sí piensa en un hombre dormido, sin que éste sea consciente de ello, me pregunto si, mientras piensa, siente placer o dolor o es capaz de experimentar dicha o tristeza. Esto sólo es una forma indolente de hablar, en realidad si mi fantasía aconteciera se trataría de un sueño y yo rara vez los recuerdo, y cuando lo hago siempre resultan ser una especie de acertijos o juegos de Scrabble. En el sueño…, perdón, en el suelo de la privada había cuadrados de cemento divididos por líneas de piedras que formaban una cuadrícula, un tablero de doscientas veinticinco casillas. Considerabas que si pisabas las líneas morirías de forma violenta. No sé por qué te cuento esto, vado, vicio, vuelco. Nuevas fichas. Me contaste que un tío abuelo tuyo, Enrique, y sus hijos murieron en el descarrilamiento de un tren, un acontecimiento plausible y probable. Más tarde supiste del empirismo inglés que, como Enrique, portaba un sombrero. Además de la imperfección, que es natural en el lenguaje, y la oscuridad y la confusión que es tan difícil de evitar en el uso de las palabras, existen varias fallas y negligencias deliberadas de las cuales los individuos son culpables en esta forma de comunicación, así emiten estos signos, menos claros y distintos en su significado, de lo que naturalmente deben ser. Es tu turno. Estoy hablando con metáforas para no matarme, querida tabula rasa. Estoy robando los comodines para ganar. Por eso me nublo y enmaraño y hago trampa para que te salgas de los rieles; entre más torcido el camino, más aparatosa será la colisión cognitiva. Pero eres inocente o al menos no te sientes tan culpable por falsear las imágenes. Escribir este poema es jugar a las escondidas. Buscas un símbolo entre los pliegues de la formica, el material con el que está elaborada nuestra estufa; dentro los bolsillos del pantalón azul que vestí ayer; detrás del cancel que aún no compramos para la regadera, pero apareces de pronto como una protuberancia aleccionadora bajo la axila. Días después comienza la angustia ante su crecimiento. Sabiduría, gloria y gracia son palabras suficientemente frecuentes en la boca de cada hombre; pero si se les pregunta qué quieren decir, no sabrían qué responder. No te preocupes, era sólo un barro, aunque hayamos acudido a Urgencias a media noche. Forunculosis: doce letras y veintiún puntos más otros cincuenta, es decir, setenta y uno. ¡Bingo!
Autores
Rodrigo Flores Sánchez
Ciudad de México, 1977. Es autor de los libros de poesía Tianguis (Almadía, 2013), Zalagarda (Mano Santa, 2011), estimado cliente (Lapsus, 2005 y Bonobos/Setenta, 2007) y baterías (Invisible, 2006). Escribió con Dolores Dorantes el libro Intervenir (Ugly Duckling Presse, 2015). Su obra fue recogida en el libro biautoral Flores + Espina (Fondo de Animal, 2012), en conjunto con la de Eduardo Espina. Antologó La noche. Una cartografía de la Ciudad de México (Auditorio Nacional / Conaculta, 2013).
Alberto Cisnero
La Matanza, Argentina, 1975. Ha publicado los libros El límite de la materia (2012 y 2015), Tagsales (2013), Adiós y hasta pronto (2013), El movimiento obrero granizado (2014 y 2019), Robé un auto para trasladarme a las soledades vivientes (2015), Drugstore (2015), Ajab (2016), Oquei, gracias (2017), Las casas (2018), Forma parte de mi guerra (2019), Akata mikuy (2020) y De rayos negros (2024).
Alberto Cisnero
La Matanza, Argentina, 1975. Ha publicado los libros El límite de la materia (2012 y 2015), Tagsales (2013), Adiós y hasta pronto (2013), El movimiento obrero granizado (2014 y 2019), Robé un auto para trasladarme a las soledades vivientes (2015), Drugstore (2015), Ajab (2016), Oquei, gracias (2017), Las casas (2018), Forma parte de mi guerra (2019), Akata mikuy (2020) y De rayos negros (2024).
Odysseas Elytis
Heraclión, Grecia, 1911 – Atenas, Grecia, 1996. Poeta, ensayista y traductor. Considerado como uno de los renovadores de la poesía griega en el siglo XX, fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1979. Entre sus títulos más célebres, cabe mencionar Orientaciones, Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania y El adivino.