En el laboratorio del perfume
[¿vendrás a verme cuando
solo quede una noche?]
Uno envejece y suceden dos cosas
1. Sigue escuchando Random Rules
2. Consume porno de Jiz Lee
En el programa
que nos dieron
nada
se dice
de
posibles
abandonos.
Pero nos advierten
de viva voz:
ha llegado
la hora del
epiceno y
el pronombre
neutral
para la nueva
pornografía.
Causa una suerte
de
sordera.
Hay que preguntar
de nuevo
ante la posibilidad
de
que lo
escuchado
no sea
real.
En la vejez
los poetas
americanos
tienen
la piel
llena
de
teoría
y locura.
Epiceno parece
alusión a estoico
que solo puede
comer con los
ojos cerrados.
Tal vez procedente
de un sur extremo.
Los abre cuando
todos se han ido
y la vergüenza
se lava
y cierra
con
siete
llaves.
Tengo que decir
que
el representante
de Mary Rueffle
nos escribió
para denegar
la solicitud.
El error no
es el pronombre.
Es la confianza.
La relación que
se
establece entre
el temblor
y su referencia.
Se equivocan
quienes buscan
en la lujuria
algún lugar,
un léxico
para poder
decir lo
que nunca
tuvo
vuelta
de hoja.
Es necesario diferenciar
entre aborto y digresión.
Ayer
escuché
a Adrian Bellew.
35 años
después
sus zapatos
son de
colorines.
Sigue
moviendo
sus alturas
porque le gusta
negar y saberse
rápido
con la
izquierda.
En unos
días cumple
los 70.
Seguro
que me
preguntan
por este
dato.
En mi vida
solo he dicho
tres mentiras.
Una es esta.
Eso fue
lo que
nos remitió
Mary,
en su casa
en Bennington,
rebuscando.
¿A quién dedicamos entonces esta canción
que tanto
tanto
nos hace deambular?
Mis amigos
tienen sueño.
También
sus ojos viejos.
Por favor… que alguien se acerque.
Por favor… que alguien sepa por qué y por qué
aquí.
Leen los poetas la carta que Susan Howe escribió a un periódico deportivo
[“de verdad: lo he intentado”, escribió Richard Brautigan
antes de la Magnum 44]
Nueva Inglaterra es el lugar de donde provengo.
No sé si es la forma más adecuada de iniciar un saludo a amigos y hermanos.
Hay un aviso que me cruza la nuca y usa mis ojos para reflejarse: llevo días percibiendo
el sonido de algo no engendrado, que se asoma sobre la seguridad y la santificación.
Por eso os escribo.
La gracia es dada a unos pocos y sé que la escritura ya no me acompaña.
¿Alguien más se reconoce en esa categoría?
Los que se ganan la vida observando comen a escondidas porque tienen miedo.
Temen que sonido y significado sean equívocos.
A mí me entristece el error que cometo cuando lo intento.
A partir de ahí cualquiera de nosotras reconocerá
que a veces el silencio se convierte en un ser.
Jon Davis quisiera casarse dentro de un cuadro de Chagall
[¿cuáles son las diferencias entre consuelo y satisfacción?
o al fin y al cabo, la falta de aire también puede llevar adjetivos]
Las jirafas tienen siete
huesos en el cuello.
El siguiente dato comprobado
es que los murciélagos
comen una tonelada
de mosquitos al año.
He tenido llamadas
terroríficas, por la noche.
La luz tiene
entonces
un amarillo
que solo
entonces
tiene.
Detrás, el cuento,
sus actores,
la historia
en cada uno de
sus milímetros.
Tengo en las manos
la lupa de mi padre
y observo la línea
terrible en mi piel.
El teléfono al que me refiero
es antiguo comparado
con lo que pretendo.
¿Nos hemos quedado
en las intenciones,
el cielo estrellado
y la ley moral?
Supongo que
es
indicio de vejez.
La anécdota es parte
de la constelación,
aquí mismo,
en este exacto sitio.
Esto
nunca
se podrá negar.
Siete vértebras
cervicales,
el mismo número
en humanos.
Mil doscientos
mosquitos
por hora.
Mi buena amiga
Dana habla
de la Poética
de la Evasión.
Yo preferiría
-depende de quien
ponga la música-
hablarles de la
Poética de la Cautela,
al menos verbal.
Todo conduce a la increíble facilidad
con que el poema se deja decir.
Me gusta cuando ocurre
a pesar
de la intención, quizá porque
las vértebras de las jirafas
son bastante más grandes
que las de los humanos.
En 1952 mi cuerpo
era la segunda y la
tercera letras
de una hipótesis.
Desde entonces
buscan un hueco,
un sonido al que
incorporarse.
Cobalto es el nombre
de un poema de
David Berman.
Él esperaba que alguien
entrase, sonriera y su
cuarto se tiñera de rojo.
También es el nombre
del caballo que nosotros
jamás venderíamos.
Cuando en 1987 yo escribía
Las peligrosas diversiones
aún William Matthews
y Philip Levine estaban
con nosotros y decidían
el aumento del cobre
y la dirección en verano.
Nadie entró en
la habitación y
yo ahora veo
los murciélagos
de Goya y creo
que la oscuridad
es una especie
de agua.
El resultado es que
no quiero estar
solo en mi mirada,
ser único en
mi acto de ver.
* Estos poemas pertenecen al libro en curso El perro y la calentura (trashumancias de los poetas americanos).
Autor
Francisco Layna Ranz
/ Madrid, España, 1958. Es académico y poeta. Ha publicado los libros Y una sospecha, como un dedo (2016), Espíritu, hueso animal (2017), Tierra impar (2018), e Historia parcial de los intentos. Poemas 2016-2019 (2019). En 2020 publicó dos nuevos libros: Oración en 17 años y Nunca, mil y gigante (reunión de sus tres primeros libros).