junio 2020 / Reseñas

Si digo yo quién habla

Andi Nachón, En la música vamos. Poesía reunida (1990-2019), Bajo La Luna, Buenos Aires, 2019, 448 pág.

En la música vamos nos acerca a la totalidad del trabajo poético publicado por Andi Nachón (Buenos Aires, 1970) hasta la fecha: Siam, W.A.R.S.A.W.A., Taiga, Goa, Plaza Real, 36 movimientos hasta, Volumen I, La III Guerra Mundial y el último y homónimo En la música vamos.

Con el correr de las páginas se advierte que, mutando para permanecer, diversos rasgos han persistido en su obra: el apego sonoro de la frase (intercalando encabalgamientos suaves y abruptos); una puntuación elidida para la obtención de imágenes en la amalgama de sintagmas; un tono piadoso y sereno, grácil; la mirada extrañada del viaje, aun en lo doméstico y lo cotidiano; la esperanza como vocación de la melodía; la fragilidad del cuerpo en sí mismo y ante los otros; la mixtura de un imaginario y una paleta abigarrados, que van desde la escena del hogar a la visualidad del rock, el animé o el fantasy; la biografía fugada en el verso; el espejo del yo lírico que alza los ojos al entorno, a lo social.

Rastreemos esto leyendo un fragmento de “Ángel trash”, poema de Siam (1990): “dilata el roce/ la chancha que/ crece la/ carne es/ sangre/ flesh de viola en/ la cúspide/ riff y golpe/ laten crack/ manda y registra/ bombeo/ la sangre la/ chancha/ blood/ la vida”.

Luego, “Madrugada en la avenida”, un texto de Plaza Real (2004): “un chico, no más// seis o siete años/ repite perfecto aquel/ ademán del malabar con botellas/ vacías/ de agua mineral. Niño// en medio de la calle/ día/ insinuado en la frontera de esa/ nuestra avenida más/ ancha para el mundo. Alza las villa/ vicencio contra el cielo, hace el gesto// vacío de atajar”.

Y, ahora, uno de La III Guerra Mundial (2013): “Que en mis peores pesadillas seas vos// manchado de sangre a mis pies/ solamente vos frente a quien// yo me rindo. Que en esas/ las peores noches todavía/ seas vos a quien busco/ infinitamente ahí// rendido a mis pies.”

Como vemos, se trata de recursos y fuentes devenidos organicidades de la voz. Una voz que, por cierto, resulta fácilmente reconocible en la poesía argentina, incluso cuando libro a libro vaya espiralándose sobre su propio eje lírico. Lo importante, por ello, no es la capacidad, ni la riqueza estilística que a primera vista surgen ante el lector, sino la presencia que poema por poema Andi Nachon ha insistido en hacer aparecer: el cuerpo que vibra en el canto.

Porque si hay algo que caracteriza la lectura de esta obra es la sensación de estar percibiendo que, al otro lado de la —valga la referencia a Paul Celan— “reja del lenguaje”, un cuerpo nos hace señas desde su debilidad, su flaqueza, su finitud. Es notorio que, a lo largo de ya más de treinta años de labor, la frescura de ese anuncio, ese descubrimiento, no cese. Así, en estos poemas, la música es evento, puro acontecer de la carne. Ello ocurre aunque se cante (o se baile) desde el yo, desde el vos, desde la tercera persona o el impersonal. Sucede una y otra vez, y siempre distinta, aun reconociéndose tal gesto.

No es casual que el título del último libro sea En la música vamos, leitmotiv que ya había hecho su aparición formal en “Madre: rayo de luz”, poema de Volumen I (2010): “Dejá que tu cuerpo vaya en la música cuando afuera/ reverbera el viento su rugido a través de las casuarinas/ y el gallo canta: solamente 80 minutos/ del centro tu otra vida. A estas horas// dejarías la disco rumbo a algún kiosco/ pomelo: botellita de vidrio y caminata/ hacia el taxi que te regresa a casa. Rimbombante// este viento de la madrugada resuena cada superficie/ en la crecida su beat continuo finalmente/ dos maneras apenas de salirte de vos/ perderte/ a través de las mareas que desarman y te exceden. Ya// cuando estalla afuera el alba, si digo yo/ quién habla.”

El último texto nos da pie para enfatizar el rasgo quizá más sobresaliente de toda esta poética, y que arriba no enumeramos: la apertura de un espacio del lenguaje al que acceden al unísono el vos y el yo. Decimos esto en tanto la preponderancia del diálogo es constante del primer al último texto. A veces, la segunda persona ingresa a modo especular, otras como máscara o destinataria de una reflexión o un relato, pero siempre para trazar un vínculo, lograr un puente. Y por más que la voz se dirija a sí misma, este enlace constituye su punto de apoyo, su lugar verdadero.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de un espacio de acceso conjunto? Tal vez a una zona en la que ni la segunda ni la primera persona ingresen tal cual son, sino proyectadas de sí como espectros, hologramas que pueden fundirse. Una real intimidad. El “si digo yo/ quién habla” que citamos más arriba es la prueba del desdoblamiento y de la entrada, en el poema, a un punto de encuentro distinto al de la comunicación, para sobrepasar las sentencias: “En mi casa/ uno es carne, dos/ siempre algo/ que no llega” y “De las incontables pantallas/ que conducen a mí/ habrás pasado una/ tal vez dos”, quebrando, así, su desilusión. El poema sería, entonces, un sitio de entrecruce de aquella parte del vos y del yo que, en su fragilidad y su falta, realmente desean fundirse, sean o no la misma o distintas personas en la enunciación, y decir “quién/ te hace el otro cuando llama” mientras se celebra “esto que aparece/ entre las personas mientras bailan”.

Párrafo aparte merece el último libro, ya que corona la ambivalencia del vos y el yo a través de la figura de la niña/hija (“todo tan rato tan/ no yo”) y la apuesta a una gran expansión musical de la voz (aumentando la ya desplegada en Plaza Real), como si esos crecimientos estuvieran implicados uno en el otro: “esa que fui, creía/ los dioses no existían y ahora/ toca tu piel y toca/ algo más que el universo”. En consecuencia, poemas como “Largos permanecen los tallos en tus manos…” y “Unas llaves levantadas en el aire…” extreman las posibilidades formales de la búsqueda sostenida por la poeta y, a modo coral o pictórico, superponen sus capas sonoras y figurativas unas sobre otras hasta lograr una profundidad y un equilibrio esplendorosos.

Por encima de todas sus cualidades y capacidades técnicas, En la música vamos nos convoca desde su singularidad al hacernos oír de principio a fin la existencia del cuerpo en la voz y, al mismo tiempo, al introducirnos con ella a esa dimensión donde el vos y el yo ya no se distinguen (ni siquiera a través de la inmanencia), concretando, una y otra vez, la fusión esperanzadora que llamamos poema.


Autor

Leandro Llull

/ Rosario, Argentina, 1983. Ha publicado Disonancia del jardín (EMR, 2009), Horas menores (Huesos de jibia, 2013), A los pibes crudos (VOX, 2015), Maratón (Ediciones 27 Pulqui, 2016) y El gamo (Ediciones 27 Pulqui, 2019). Colabora en las revistas literarias Otra parte y Op.cit.

junio 2020