Luke Davies
altísimo el cuerpo que te toca
entre sus laberintos acude a tu cigarra
es el aire de su espalda la soga con la que hablo
las fibras de su ojo para oír lo que me anida
hay olas hay esquinas que se trepan en tu muslo
cuerpos sin sombra quietos en las banderas
júbilos que alumbran la balanza
cristales que se rompen sin afinar
restos de una cosecha abierta para Sísifo
ahí en su asombro las manos se comía
ahí en el péndulo que encuentra sus orillas
hay terrenos cubiertos de musgo
filamentos de un órgano que procesa el alimento
se estancaba la leche debajo de los puentes
y en las botas de hule se formaban corales
no queríamos resistirnos a las flores
en las copas arriba los árboles dormían
trepamos muros de piedras antiguas
nos hincamos naturalmente por temor a la altura
las rodillas renovaban las ruinas
esta rabia era bendita era bendita esta rabia
y sus oraciones colgaban de las ramas
frutos que dios no cosecha
caen para decir gravedad
nuestros silencios al unísono eran la tierra seca
agradecimos al rabo del can
que bate también su lengua
hay latas de atún, pan de caja, limones verdes
tazas de té, paracetamol, cables
roímos el mismo hueso por cientos de años
buscamos el sol en el frutero
hay voces hay sillas hay instrumentos de madera
abordamos un automóvil
y subimos al cerro a ver la oscuridad
y en la oscuridad vimos el eclipse de luna
y de la luna vimos sólo la luna y la distancia
hay armas hay alfileres hay barras de jabón
niños que corren tomados de las manos
pastos húmedos pantalones
mezclilla una mancha verde
en la memoria
escarabajos caracoles lombrices emergen de la tierra
nuestro miedo aparecía en cámara lenta
altísimo el cuerpo
el cuerpo que te toca
la frente en las mañanas
amanecer de espaldas a un rinoceronte
y desear que todas las especies de simios nos perdonen
fallamos con tantas palabras fallamos
había pétalos más valientes que nosotros
refugiados en cajas de concreto estéril
hallamos el sol en la pulpa del higo
hay cielo hay mar hay minas abandonadas
hay manantiales vigilados por ejércitos
hay armas, y hay quien dispare las armas
hay esqueletos que conservan sus preguntas
terrenos baldíos cubiertos de flores
hay flores, sobre todo hay flores
y leche seca y nubes y corderos
altísimo el cuerpo
el cuerpo altísimo
de tu nombre a la distancia
quedaba lo íntimo, un puente de aire
y el tránsito del planeta alrededor del sol
capturamos imágenes nítidas
para olvidarlas de inmediato
entre taza y taza de café
nos perdonamos
a mis espaldas todo balbuceaba retírate
aplácate, renuncia, arrepiéntete de tus palabras
fuimos a mirar el agua, el agua del mar, el agua del río
yo ya no podía ver el mar, las olas no veía
en mis ojos cabe solamente el vaso de agua
ceguera de taller sólo pude ver el cielo
si había un pájaro atravesándolo
y mientras tanto se reía la gravedad
la rueda y la bombilla eléctrica
nos miraban con escepticismo
¿cuánto tiempo llevan aquí, cuánto tiempo más pretenden quedarse?
la respuesta en todas partes donde se posara el sol
Autor
Andrea Alzati
Guanajuato, México, 1989. Poeta y artista visual. Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana (UIA). Es autora de los libros Animal doméstico (2017), Algo tan oscuro que no tiene nombre (2018) y Todos mis quchillos (2019). Fue becaria del programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes durante el periodo 2016-2017, en la categoría de Poesía.