No estábamos allí: Sobre la poesía de Jordi Doce
| Ensayos, ReseñasJordi Doce, We Were Not There, traducción al inglés de Lawrence Schimel, Shearsman Books, Bristol, 2019, 132 pp.
El lugar de la ausencia. El lector siente, en los poemas de Jordi Doce (España, 1967), que algo importante de lo que allí acontece, tal vez lo decisivo, no se nos dice y, sin embargo, de una manera intensa y concreta, está presente. La lectura apunta siempre a otro lugar; hay un continuo desplazamiento, la sensación de habitar un terreno indeciso, una tierra de nadie. José Luis Gómez Toré ha hablado de “una ética de la desaparición”; estamos en un lugar donde habita el misterio, algo apenas entrevisto, un recuerdo fragmentario, y lo que podría ser la figura que de ellos naciera tendría un sentido, explicaría o, tal vez, nos explicaría. Como si fueran cristales de un caleidoscopio que permanecen inmóviles, pero intuimos que, si pudiéramos girarlo, nos revelarían una imagen, un sentido. El poeta no lo hace, y es una opción tanto ética (de la desaparición) como estética: una poética del desplazamiento. Pues si la realidad es fragmentaria; si “Perseguimos respuestas/ pero vivimos sin porqué” en una ciudad ingrávida llena de fantasmas y ruinas; si “todo gira una vez más/ en la rueda de las apariciones”; el poema, de ser fiel a sí mismo, solo puede acoger esta ausencia: no hay respuestas sino el misterio de lo real.
En esta poética del desplazamiento lo primero que se disuelve es la frágil identidad del yo. En el poema “Suceso” se nos dice: “No estábamos allí cuando ocurrió./ Íbamos de camino a otra ciudad,/ otra vida”, “algo ocurrió,/ aunque nunca lo viéramos”. Algo importante ha sucedido, aunque no sabemos el qué, tampoco a quién acoge esta segunda persona del plural: quiénes somos nosotros. El poema “Incógnita” comienza así: “La voz que corría por el bosque/ ¿era la tuya? ¿Eras tú quien hablaba/ en la zanja contigua/ a solas con su miedo?” Y la utilización de la segunda persona apunta a este desdoblamiento del yo poético —distancia, juego de espejos donde la identidad se fracciona—. En “Una ciudad en el norte” esta segunda persona se nos aparece, al inicio del poema: “Minucioso, se arregla ante el espejo/ y no sabe, de pronto,/ por qué ha viajado tan al norte/ qué hace aquí redimido del tiempo del reloj”. El poema se desarrolla en dos planos: ante el espejo y paseando solitario. Cuando volvemos al interior de la habitación los objetos más cotidianos: el abrigo, la bufanda, los guantes, “son síntomas de ajenidad, y fuera/ todo es como en el sueño que tuvo una vez”. Y, ante esta extrañeza radical, este extranjero de sí mismo se pregunta: “¿De verdad está aquí? Y, sin embargo,/ todo es real, lo ve, puede tocarlo/ y el espejo le apremia”. El poema termina con una nueva salida al exterior y, antes de abrir la puerta, “él recoge y apila sus propios fragmentos”. Aquel yo fragmentado avanza por un mundo en el que “nada es nunca como lo concebimos”.
Reiteradamente se nos habla de la imposibilidad de conocer. Pero ¿quién es ese yo que se interroga? ¿Qué entidad tiene, cuál la densidad de alguien que duda ante el espejo, que ni siquiera sabe si está en la habitación de un hotel cualquiera o está “Aquí, ahora, en ningún sitio”? El campo semántico de las palabras que aluden a la negación o la indeterminación son constantes, casi aparecen en cada poema: “Nada, ninguno, no estábamos, algo, nunca, no sé, no sabes, quizá, ninguna parte, no hay…” Alcanzando a los mismos títulos de los poemas: “Sin título”, “Incógnita”, “Aquí, ahora, en ningún sitio”. Una visión de la existencia que adopta un tono escéptico, como si se estableciera una distancia con la angustia que pudiese generar. Un nuevo desplazamiento. Así, en “Una ciudad en el norte”, tras esa visión exacta de la alienación, se nos dice “Pero también: la vida/ sabe ganar la espalda a sus peores augurios”.
Visión desengañada donde se resume “Una vida”, poema en prosa formado por 22 pequeños epígrafes, que se cierra, circularmente, en la desesperanza y la negación. En el 1 se nos dice: “Aquí y ahora. Sin remedio. Ciegos embates”; en el 21: “Ciegos embates. Sin remedio. Aquí y ahora. Al fin”, y en el 22: “Nada ocurrió. Nada dejó nunca de ocurrir”. Entre ellos el resto del poema que, si hacemos caso al título, es una vida —¿de quién?, ¿quién es esta tercera persona que comparece? ¿Seremos acaso cada uno de los lectores? Lo está también en ese prodigioso diálogo que constituye el poema “Primer acto”, donde se ve la huella de Samuel Beckett:
–Es mi sitio.
–Siempre lejos, siempre volviendo a casa.
Pero hay una ausencia de patetismo, una distancia entre el que contempla y el contemplado, una aceptación de lo que sobrevive y lo que fue aniquilado por el paso del tiempo, como sucede en “Elegía” a pesar de la “galería de espejos/ donde vida y sueños se replican eternamente”. Una aceptación de la luz, un descansar y secarse al sol “como uno que se salva del agua”; así se nos ha dicho en la hermosa cita de Goethe que abre el libro. Lo cual se formula en el poema “De vita beata”: conformarse con “el crepitar del cielo,/ el hondo gris de los cañaverales”.
Puede que nuestro estar en el mundo no sea un relato, un texto que despliega un sentido. Aquí y ahora —es decir, en ningún sitio—, nos quedan unas “Notas a pie de vida”; notas que carecen de página, como 33 notas en busca de un texto. Autónomas, inconexas, sin aparente razón ni fundamento, tal como la vida. Y como en ella (o, al menos, en la elegante y distanciada mirada de Doce), la ironía, el humor, el pastiche de un texto académico del que sólo leyéramos las notas —no es casual que el texto esté dedicado al heterodoxo poeta español Juan Carlos Mestre.
Cierra el libro ese portentoso “Monósticos”; es decir, poemas de un solo verso. Cada parte numerada va creciendo desde la 1, formada por un solo verso, hasta la 11 formada por 11 versos; a partir de aquí estos empiezan a decrecer hasta llegar al último fragmento, formado de nuevo por un solo verso. Tal circularidad del poema viene reforzada por repeticiones, una estructura especular en que determinados versos se repiten o aparecen casi idénticos. Lo sorprendente es que esta estructura tan artificiosa, tan rígida, se convierta en un poema donde alienta la profunda emoción, lo que se adivina en el desván de la memoria, de tantos poemas de Doce. Hay un misterio, “Alguien llega por un pasillo a oscuras”; un niño perdido de vuelta a casa, piezas que no encajan, un estar aquí y en ninguna parte, preguntas sin respuesta. Hay destellos, iluminaciones, fragmentos de una vida. Como si al fin algo del rompecabezas se hubiera juntado y pudiéramos atisbar un sentido, aunque este sea el de las misteriosas correspondencias de los cuentos infantiles: “Así empiezan los cuentos: un viajero regresa a casa”.
Como esa evocación de la infancia del poema “Ficción” —título que remite de nuevo a la distancia—, incluido en la reciente edición inglesa que ahora celebramos. Como en un cuento infantil (Alicia tras el espejo), “me bastó el ojo de la cerradura/ para pasar al otro lado/ y ver la casa donde el tiempo/ era un zumbido en la cocina”. Tras esa puerta, esa infancia, esa “vida ficticia”, se nos dice: “tras ella escribo, he muerto, sigo viviendo”. Un “Huésped”, un extranjero, un extraño, nos dice: “Hace mucho que las palabras dejaron de ayudarme,/ pero a veces las llamo siguiendo un viejo hábito”. Esperemos que Jordi Doce siga llamándolas y que nosotros, los que no estábamos allí, sigamos escuchándolas.
Antonio Crespo Massieu / Madrid, España, 1951. Licenciado en Filosofía y Letras, y miembro del Consejo Asesor de la revista Viento Sur. Ha publicado el libro de relatos El peluquero de Dios (Bartleby, 2009). Memorial de ausencias, publicado en 2019 por Ediciones Tigres de Papel, recoge su obra poética entre los años 2004 y 2015, además de algunos textos inéditos.