San José de la Popa, Mina, Nuevo León
Vine al desierto
en busca de silencio,
pero encontré
entre rocas y espinas
la elocuencia del viento.
Por la vereda
perdieron la señal
los celulares.
Lejos, verdor escaso.
Dos caballos pastaban.
Nadie gritaba,
nadie me atosigaba
con necedades:
rostros indiferentes
las peñas de la sierra.
Al pie del cerro
cuyo nombre olvidé
recolectamos
peyotes a la sombra
de las gobernadoras.
¿De dónde viene
ese aroma a festín
entre cactáceas?
Orégano silvestre
junto al arroyo seco.
Nuestro destino
una oculta planicie.
Buscamos leña.
Con carne asada y vino
saludé al firmamento.
Hay alegrías
ocultas en el cuerpo,
brotan de pronto
cuando habitan las venas
el alcohol y la sangre.
¡Qué privilegio
admirar las estrellas
como las vieron
aquellos que inventaron
la primera palabra!
Bajo el efecto
del híkuri escuché
trotar caballos:
era el aire agitando
la tienda de campaña
¿Era la niebla
multitud fantasmal?
El viento helado
y el miedo me mandaron
a acostarme de nuevo.
Por la mañana
levantamos las tiendas.
Fue nuestra huella
un montón de cenizas,
un círculo de piedras.
Junto al camino
hay tierra removida,
¿quién la escarbó?,
¿un muerto?, ¿algún tesoro?
Mejor no averiguarlo.
Libres de riendas
un atajo de burros
nos despedía,
corrían y jugaban
en lo alto de una loma.
Olor a diesel,
tonos de celular,
ruido y basura,
bordeaban el camino
a la ciudad corrupta.
Jacaranda
He vuelto a ver un árbol.
Hace más de diez años lo planté
en casa de mi madre. Ya está bastante alto,
pero no, no es una jacaranda. No supe
distinguirlo cuando me lo vendieron
en el vivero; quizá se aprovechó
de mi ignorancia aquella vendedora,
y no tenía el árbol
de las frondas moradas tan vibrantes.
Pero al menos da sombra —ese es su encanto.
La sombra es muy escasa en esta tierra sedienta,
donde el sol casi a diario nos cuece a puñaladas;
por eso no reniego
de él ni de sus vainas tan extrañas.
Junto con sus raíces enterré mi tristeza
por un amor que nunca se elevó hacia el espacio.
Era el color morado
su color favorito.
Río Santa Catarina
Llamas “lecho de piedras” al reseco
cauce tupido de verdor confuso,
miles de años a la naturaleza
le ha llevado trazar en este valle
con mineral riqueza,
¡oh, madre portentosa!,
que alimentó las huertas y el ganado
de quienes dibujaron cada calle
del primer cuadro de esta laboriosa
ciudad, cuyo paisaje verdiseco
borrado de la Tierra
ha sido por el agua de la sierra
que ha escurrido en tormentas del pasado,
el Cerro de la Silla fue testigo.
Mide bien tus palabras, viejo amigo,
a muchos puedes parecer iluso;
su estado natural es irascible,
mientras puedas admíralo apacible.
Autor
Francisco J. Serrano
/ Monterrey, Nuevo León, 1977. Es autor de los libros de poesía Bóreas y el sol y Plaza de la luz, ambos publicados por Postada Ediciones (Monterrey). Un poema suyo aparece en la antología Sextinas. Pasado y presente de una forma poética, editada por el sello español Hiperión. Comparte sus poemas en voz alta como miembro del grupo de improvisación musical Rib Eyes Band. Testimonios suyos aparecen en el documental Vaquero del mediodía (2019), de Diego Enrique Osorno.