Contra los influencers
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El libro Contra los influencers: corporativización tecnológica y modernización fallida (o sobre el futuro de la ciudad letrada) [Pre-Textos, 2023] propone una actualización de la modernidad poética (en sus plurales versiones), como antídoto frente a la masificación discursiva y simbólica que propugnan los excesos de los conglomerados corporativos y tecnológicos. El ensayo abarca un proceso que se despliega desde la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, incidiendo en momentos clave como la modernización editorial española de los setenta, la Transición democrática y la irrupción de los millennials o nativos digitales. Desde Pablo García Baena (1923-2018) hasta la rapera Gata Cattana (1991-2017), más de medio centenar de autores son analizados para ilustrar la paulatina pérdida de la literariedad y la hegemonía del entretenimiento y de lo publicitario, que pretende convertir a la poesía —incluso con el apoyo de la inteligencia artificial— en una rama menor de la cultura de masas.
A continuación, se ofrecen algunos fragmentos que trazan los ejes de un análisis que se desarrolla a lo largo de 474 páginas.
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Entre las nuevas promociones de poetas, con el apoyo de lo corporativo —la confluencia entre lo editorial y lo periodístico— se busca potenciar el paradigma de un escritor convertido en celebridad o estrella pop. Ese es un privilegio que internacionalmente comparten figuras como Marwan, Luna Miguel, Rupi Kaur, Elvira Sastre o Amanda Gorman: poetas muy cuestionados por la baja calidad de sus obras y por sus estrategias publicitarias, que invisibilizan y perjudican a gran parte de sus contemporáneos. Una situación refrendada por el inédito apoyo publicitario de lo corporativo a sus propuestas, que cumplen con la fórmula ideada por Andy Warhol: una producción rápida, fácil, barata y moderna.
Este nuevo orden se aprecia en la abismal diferencia en el número de seguidores entre los autores de la poesía pop tardoadolescente, los influencers y aquellos escritores que se adscriben al paradigma literario, cada vez más condenados a subsistir en los márgenes del sistema. En el momento que este libro se cierra, Elvira Sastre cuenta con 594 mil seguidores; Miguel Gane, 386 mil; Marwan, uno de los precursores, 265 mil; Loreto Sesma, 83 mil; Luna Miguel, 46 mil; Elizabeth Duval, 44 mil 900; y Elena Medel, 12 mil 500. La tendencia no parece remitir: nuevos exponentes del fenómeno como Luna Javierre cuentan con 410 mil seguidores. En el caso de Berta García Faet, una de las poetas jóvenes más reconocidas institucionalmente, sus seguidores apenas llegan a mil 499, aunque su visibilidad mediática, merecida en términos de calidad, hubiese sido improbable sin el apoyo de una comunidad poética virtual que sobrepasa los cien mil seguidores (los autores vinculados a Los Perros Románticos de Luna Miguel y la editorial La Bella Varsovia de Elena Medel). Como contraste, un poeta sin mayor vinculación a comunidad alguna, como Aitor Francos, cuenta apenas con 666 seguidores. En cuanto a las ventas, Marwan ha alcanzado a colocar más de sesenta mil ejemplares de un solo libro, Todos mis futuros son contigo; Miguel Gane —el mayor éxito de 2022— ha sobrepasado los cien mil; y Defreds —que se considera escritor de narrativa corta— llega a los quinientos mil con todo el conjunto de su obra. Números que exceden ampliamente los de una novela de éxito de esta misma generación, como Panza de burro de Andrea Abreu (sesenta mil ejemplares).
En todo este fenómeno prima una relación inversamente proporcional a la literariedad de las propuestas. Aquellas con mayor cantidad de seguidores se apoyan decididamente en la interactividad y la oralidad electrónica: en la autorrepresentación, en los personajes y en la viralidad de las imágenes.
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La industria editorial, a través de lo corporativo, ha creado una dinámica de acción-reacción en cuanto a las propuestas literarias: aquella dialéctica sería la que conforma la actualidad y las tendencias. Es decir, los sucesivos movimientos de ruptura y reparación entre lo nuevo y lo tradicional —el paso de los Novísimos a la Poesía de la experiencia, de la Generación Kronen a Juan Manuel de Prada y luego al Grupo Nocilla, etcétera—, son inducidos por el propio mercado. Una situación que se ha dado tras la consolidación de la industria editorial en los setenta, aunque en la actualidad el lapso entre una y otra expresión sea cada vez más breve.
Podría pensarse que tal dinámica resulta contraproducente para la industria, pues propiciaría una obsolescencia premeditada para sus propios productos editoriales, pero no parece así en la mayoría de los casos. En primer lugar, es el flujo de novedades el que garantiza las ganancias, no la solvencia de un libro o la permanencia de la propuesta de un autor. Además sólo algunos escritores, aquellos que reúnen cualidades extraliterarias derivadas de la irradiación de su imagen o su capacidad para articular un discurso público, alcanzarían a ser investidos como autores marca. Y, gracias a la adquisición de dicho estatus, lograrían trascender también la dialéctica de acción-reacción propuesta por la industria.
Dicho mecanismo ha sido posible sólo desde que los medios de comunicación se han impuesto como valedores o guardafronteras de la ciudad letrada. Así, el proceso ha significado que la lectura privada y la reflexión hayan remitido, perdiendo relevancia frente al carisma o la admiración que los autores marca ejercen desde los medios de comunicación. De este modo, los valores de la alta cultura y lo ilustrado han sido deslegitimados paulatinamente a favor de los de la sociedad del espectáculo y la cultura de masas.
A lo largo de los últimos cincuenta años dicho proceso, que supone la prevalencia de lo corporativo sobre lo artístico, ha tenido tres momentos. Inicialmente, la noción de una alta cultura estaba sostenida a partir de la producción de una alta burguesía parapetada, por sus privilegios de formación y acceso al medio cultural, al interior de los muros entonces inexpugnables de la ciudad letrada; así, con el pasar del tiempo, estos escritores sólo permitieron el ingreso de otros autores de características sociales y estilísticas similares a las suyas, generalmente inferiores en cuanto a talento y calidad. Aquello supuso fomentar una escritura epigonal y el respeto al orden social: la alta cultura se hizo endogámica y conservadora.
Posteriormente, el influjo de los medios masivos, y en especial el de la música y la televisión, consagraron un imaginario juvenil y mesocrático que, en un par de décadas, logró hacerse bastante sofisticado —desde el jazz hasta el rock progresivo y la música electrónica o como en el cine de autor—, lo cual supuso que los referentes e incluso las posibilidades del lenguaje literario se ampliaran. No obstante, aquello suponía un diálogo interdisciplinario desde la literatura, por lo que los valores formales y la noción de continuidad histórica eran respetados. Mas esta producción no llegó a cuajar desde las razones comerciales de la industria y su incesante búsqueda de best-sellers.
Un tercer momento, definido por la aparición de las redes sociales como medios micromasivos, altera por completo las jerarquías ilustradas. Los prosumidores nativos digitales ya no requieren escribir sobre personajes que podrían encontrarse en las películas de Wim Wenders o en las canciones de P. J. Harvey, sino que ellos mismos se convierten en los protagonistas, en los personajes de una ficción que construyen virtualmente para la aceptación de miles de seguidores: los escritores se proyectan a sí mismos como celebridades. De ahí la asimilación de los influencers en la industria editorial, autores para quienes lo formal y lo discursivo apenas resulta un pretexto para complementar un culto a la personalidad.
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Es decir, de espaldas a la antigua ciudad letrada, el trepidante proceso de estandarización alcanza esferas antes inimaginables, como parte de una casi irremontable brecha digital y generacional. Sin apelar a ilustraciones transhumanistas, actualmente se vienen popularizando programas de inteligencia artificial que permiten redactar una gran diversidad de contenidos: desde textos publicitarios o descriptivos hasta relatos (mediante algoritmos de aprendizaje automático o deep learning). Textos que son escritos recurriendo a una base de datos, y a los que incluso se les puede indicar la adopción de un determinado tono o estilo de lenguaje. Algunos de estos programas ya disponibles son Jasper, Rytr y Copymatic, y el recientísimo ChatGPT, que puede resolver preguntas y generar textos o resúmenes requeridos oralmente, funciones que, supuestamente, amenazan con desplazar a Google como motor de búsqueda favorito.
De otra parte, el uso de la interactividad narrativa apoyada en imágenes (narrativas visuales), puede incluso llegar pronto a un nivel de aceptación parecido al de los videojuegos. Si esta evolución sonara muy improbable o lejana, debe recordarse la plena asimilación de los audiolibros, la mensajería electrónica y los lenguajes iconográficos —como los emojis y los memes— en la cotidianidad actual a través de los dispositivos móviles.
De la imagen al objeto, del objeto al dato,
del dato a la escritura.
El asombroso influjo de la inteligencia artificial ya ha afectado plenamente a la ciudad letrada; y, desde aquella perspectiva, los prosumidores millennials representan algo parecido al paleolítico de una mutación cultural: la interactividad electrónica y los mensajes virales; lo transmedial, el algoritmo y la minería de datos; suponen fenómenos que han avalado —y en cierta forma justifican— el posicionamiento de los jóvenes autores marca y sus productos editoriales.
A este posicionamiento por la interactividad y el algoritmo responden los casos paradigmáticos de Luna Miguel en El Cultural o el de Elizabeth Duval en Público y laSexta, erigidas desde las redes como líderes de opinión. Ese tipo de representatividad, sin otro filtro que la visibilidad electrónica, subyace asimismo en el polémico episodio que protagonizaran ciertos poetas pop tardoadolescentes —Marwan, Defreds, Leticia Sala y Elvira Sastre— al ser entrevistados por la Casa Real durante la pandemia.
La influencia de la inteligencia artificial ha dejado todavía indicios más contundentes en la ciudad letrada, como se vio con el Premio Espasa Poesía 2020, otorgado a Rafael Cabaliere, un misterioso poeta venezolano, con miles de seguidores y apenas autorrepresentación o interactividad en sus redes (cuarenta publicaciones y más de un millón de seguidores). Fuera de ceñirse a la simplicidad y la cursilería que caracteriza a este tipo de escritura, tan cercana a la autoayuda, su profesión de ingeniero informático y publicista, aunada a la escasa y extraña interactividad en su perfil de Instagram, abren la posibilidad de que su visibilización se deba a la compra de bots (cuentas virtuales falsas). Es más, lo formulaico de sus textos en Alzando vuelo indicaría la probabilidad de haber sido producidos o reescritos a partir de un tratamiento con inteligencia artificial:
que estás hecha de fuego
y no buscar apagarte.
En otras palabras, Espasa podría haber topado con un robot en su búsqueda de un poeta pop tardoadolescente. Pero esta anécdota pronto puede dejar de ser un curioso caso aislado. Como se sabe, el tipo de automatización que propone la inteligencia artificial destruye trabajos, no sólo ya manuales. Redactores y traductores se ven profundamente perjudicados, incluso publicistas, copywriters y escritores de contenidos; ¿por qué no tendría que afectarse a escritores literarios?
Para lo corporativo tecnológico, en un mundo editorial cada vez más global y concentrado, un futuro ideal de rentabilidad infinita supondría tener pleno control sobre agentes, formas y contenidos: un modelo similar al que se ejerce en la industria del K-Pop surcoreano, con figuras diseñadas para un Star System musical y cinematográfico. De llegar a tal punto, los influencers literarios, que habían sido en un inicio reclutados desde las redes, luego serán diseñados por las multinacionales para ser, en última instancia, sustituidos mediante modelos, avatares de inteligencia artificial o actores producidos con tecnología deep fake. Resulta así más que evidente que la asimilación cotidiana de la inteligencia artificial plantea graves disyuntivas no sólo económicas, pues también existen implicaciones geopolíticas —del neocolonialismo cultural al control social—, y ético-filosóficas, como la tecnoconciencia, la “inmortalidad” digital y la temible singularidad tecnológica: aquel momento en que la inteligencia artificial adquiera una autonomía que le permita superar a la inteligencia humana.
Desde una cultura como la hispánica, receptora pasiva de una inédita revolución tecnológica, una forma de resistencia para la ciudad letrada supondría asumir la poesía no sólo como reivindicación idiomática, sino defenderla como instrumento o vehículo de la conciencia a nivel epistemológico. Así, en las próximas décadas, la capacidad cognitiva seguirá siendo amenazada por la estandarización y la simplificación que globalmente promueve lo corporativo a través de la minería de datos.
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Contra los influencers: corporativización tecnológica y modernización fallida (o sobre el futuro de la ciudad letrada) propone un diagnóstico de la sociedad literaria española entrada la segunda década del siglo XXI, estableciendo una vindicación de la literariedad y lo histórico frente al riesgo que significan los influencers como agentes privilegiados de la cultura corporativa y la sociedad de masas. Este análisis se basa en un enfoque interdisciplinario que toca aspectos sociológicos, tecnológicos, políticos, mercantiles y literarios.
Los capítulos, estructurados con los nodos, las digresiones y las recurrencias de un hipertexto, examinan la relación creciente entre la cultura de masas y la literatura mediante su influjo en la identidad individual de los lectores. Por consiguiente, se recogen procesos por los que lo corporativo busca generar mayor homogenización social vía la consolidación de un mainstream y su consecuente hegemonía en la opinión pública, el consenso político y el consumo.
El ensayo propone asimismo un retrato de la ciudad letrada a través de la crítica como alternativa al relato que se impone desde los medios. En este sentido, no se puede explorar a profundidad propuestas excéntricas o periféricas que ilustran otra versión de la modernidad literaria. La perspectiva corresponde no a lo que pudo ser, sino a lo que es: consideramos necesario repensar el canon antes de ampliarlo. El enfoque, además, no pretende defender una determinada modernidad poética (un debate que se dio en el fin de siglo y que no fructificó por las limitaciones y las instrumentalizaciones de lo mediático), sino aportar a una necesaria modernización de la ciudad letrada (sus instituciones, políticas culturales y discursos), pues sostenemos que en esas instancias se consolida la superestructura que determina la producción poética contemporánea. No obstante, se intenta mostrar una pluralidad de obras y estilos, abriendo líneas de trabajo para futuros poetas y lectores, reconociendo que esta aproximación contempla vacíos y asimilaciones tardías. Así se registran ciertos cambios estéticos, inicialmente lentos y luego más raudos, por la presencia de Internet a inicios del siglo XXI.
Más allá de sus protagonistas, se trata a los influencers literarios y a los poetas pop tardoadolescentes como un fenómeno importante por proponer formas de actuar, sentir y pensar. La crítica a sus procedimientos y estilos plantea una respuesta frente a la voluntad de instituir a la literatura del mainstream como un hecho social o entorno incontestable.
Para concluir, se brinda una breve propuesta para reformular y modernizar la ciudad letrada a través de un cambio en la gestión y en las políticas culturales. De este modo, el propósito final de Contra los influencers: corporativización tecnológica y modernización fallida (o sobre el futuro de la ciudad letrada) sería establecer lecturas a profundidad sobre obras, fenómenos y procesos, buscando generar un modelo de análisis que fomente el diálogo, los vínculos comunitarios y otro tipo de gestión cultural dentro de una sociedad literaria contemporánea e intergeneracional. Es decir, contribuir al debate sobre la creación y viabilidad de una ciudad letrada adaptada al entorno electrónico.
Martín Rodríguez-Gaona / Lima, Perú, 1969. Es poeta, ensayista y traductor. Entre sus poemarios están Pista de baile (1997), Parque infantil (Pre-Textos, 2005), Códex de los poderes y los encantos (Olifante, 2011) y Madrid, línea circular (La Oficina, 2013, Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad). Sus ensayos Mejorando lo presente. Poesía española última: posmodernidad, humanismo y redes (Caballo de Troya, 2010) y La lira de las masas. Internet y la crisis de la ciudad letrada (Páginas de espuma, 2019, X Premio Málaga) son pioneros en el análisis de la poesía desde la cultura digital. Ha traducido libros de John Ashbery, John Giorno, Jack Spicer, Brian Dedora y Alice Notley.