11 septiembre, 2023

El vocabulario del odio

de Lila Zemborain | Inéditos

 
Hitler o no Hitler. Hitler o la sola palabra que hace temblar. ¿Quién se atrevería hoy en día a dibujarla? Vos no. Vos no te atrevés a dibujar una svástika en este cuaderno para conjurarla.

 
El miedo es un caracol, esa espiral que lleva a un centro, a la caja de resonancia del miedo. El miedo retumba en los rincones, se acentúa con cada vibración, como un animal feroz y contundente. ¿Cómo emanciparse de ese sonido sordo e impenetrable que se concentra en un lugar específico de la cabeza y va bajando lentamente hasta instalarse en el conducto auditivo que lleva hasta la nuca? ¿Es esta la condición que nos estorba el placer? Cercano, el miedo se despereza en la cabeza y se despierta si le prestás atención; disminuye cuando la atención se precipita hacia otro lado. Pero el dolor es insistente y hay que erradicarlo, dejar de pensar en él hasta el lunes. ¿Será real la hipocondría o esto será real?

 
Yo he sentido el deseo de morir, dice el vampiro de Yolanda Pantin. Y vos sentiste el deseo de matar, sentiste el deseo de agarrar una tijera y cortarte el pelo a rebanadas hasta que de la mecha de pelo nada quedara, sólo el cuero cabelludo en su insistencia de hormigueo pegajoso, licuada la sangre de tanto tijeretazo, entorpecido el cráneo de negros moretones pero sin pelo al fin, sin este largo pelo que te dice quién no sos.

 
Sentiste el deseo de matar, sentiste el deseo de morir, pero hoy te teñiste el pelo y te pintaste las uñas y viniste al río.

Porque al salir de ese lugar aquí estás al sol sabiendo que tuviste el deseo de matar, que tuviste el deseo de morir. Que poco a poco eso se va yendo hacia otro lado, que eso sí te sacude de energía, que eso te apelmaza la garganta de una cierta benevolencia hacia un sentido más generoso que esta emanación de vanidades.

Te teñiste el pelo, te pintaste las uñas. ¿Para qué?

No cubrís el tiempo. No cubrís la muerte. No cubrís nada porque preferís la vida en el pellejo, la vida en los olores, sin dios ni demonio que dirija la distancia que te aísla de la palabra perpetrar.

Vos no perpetraste esas acciones aunque tanto odio puede sentirse hacia la sangre, tanto odio se derrama en el suicidio, tanto odio se precipita al saltar por la ventana. Es un deseo frío que se instala, una voluptuosidad en lo racional.

Fríamente voluptuoso el deseo de morir tiende sus redes, el deseo de matar se visualiza en tiempo presente, ese vital desprendimiento en que uno mira cómo el cuerpo se desdobla y salta del andén hacia la máquina.

Cruzar del otro lado, del deseo a la acción, a la perpetración de la acción.

Vos no perpetraste ese deseo. Perpetrar tiene el riesgo de las r y las p, parece más bien tartamudeo, balbuceo, insistencia en decir precipitado que no temporaliza lo que dice.

Hacer de piedra, perpetrar.

Perpetrar viene del lado de la ley. ¿No es acaso la perpetración un mal del que se acusa?

Pero el perpetrador no se perpetúa en la palabra. El perpetrador es ajeno a la palabra. Está del otro lado del deseo de matar, del deseo de morir.

El que perpetra no siente culpa, la palabra perpetrar no lo afecta. Está en una zona del lenguaje que es para vos desconocida.

¿No es que la posibilidad de lo maldito se derrama en las palabras, que el vocabulario del mal es más voluptuoso que el del bien, que el lenguaje desprovisto del suicidio ha sido ya dicho y redicho desde el otro lado del río?

¿No es que se puede hablar del deseo de morir pero no del deseo de matar? ¿No es que esta idea te incrimina? ¿Que la ley con su cuchillo te detiene? ¿Qué ley? ¿La elegiste? ¿La hiciste? ¿Es una ley que dice que no debes matar ni matarte, y esa ley te pone del lado de la palabra perpetuar?

¿Por qué elegiste la línea que separa el odio del amor? ¿Por qué escribiste sobre el amor entre los seres? ¿Por qué no escribiste sobre el odio que lleva en su entretela la textura de los filos?

Vos sentiste el deseo de matar. Vos sentiste el deseo de morir.

Vos contemplaste largo rato esa ventana. Contemplaste tu cuerpo cayendo en el vacío.

Contemplaste ese cuello arrugado y tremebundo. Quisiste estrangular ese cuello, estrujarlo para siempre, como a una cucaracha.

Odiaste el sudor del miedo, lo odiaste como nunca pensaste que se odiaría.

Reemplazar el vocabulario del amor por el vocabulario del odio sin que esto te afecte. El lenguaje de los bajos sentimientos de Yolanda Pantin. ¿No es un regodeo en lo temible?

Pero la poesía no salva. El que va a matar o matarse lo hace aunque esto escriba, lo hace de cualquier manera aunque las palabras sean simplemente un paliativo para la próxima reunión.

¿No es entonces el poema una profecía? ¿Jugar con la idea o arrancarla definitivamente del caldero uniforme en que se vierte?

No querés que te duela el cuerpo. No tolerás ver la sangre. No tolerás la violencia. ¿Y qué con el deseo de matar o morir? ¿Está acaso tan lejos y tan cerca?

¿Cómo vive el que cruza al otro lado, el que se sacia con el otro y busca ser saciado, el que expande en su deseo un ideograma de la muerte?

Hace falta razonar el odio para de alguna manera entenderlo. Hace falta elevarse a su conocimiento, someterse a él, conocer sus estrategias escondidas en cada cuerpo vivo, en cada cuerpo que en otros órdenes se limita y se conecta.

En cada célula del cuerpo hay una cuota de odio que debe revelarse, la sustancia del odio, su seducción. No es esta una estética maldita sino una retribución. Devolver el odio a su estado vegetativo.

Hay un poder en el odio que no te pertenece, siendo que estás en el lugar de ser odiada y no de odiar, aunque sabés que odiás y has odiado.

 
Si hay un instinto de vida es porque la muerte lo envuelve, lo rodea la disolución. Esa mano que se tiende a la noche sirve para procrastinar el miedo, para tergiversar el odio. En esa mano hay una sustitución, una transfiguración, una transmutación (alquimia) del miedo feroz en un otro (ya sea objeto, persona o entidad abstracta) que pasa a representar la compulsión por la vida.

¿Es el amor una transmutación del miedo que en última instancia es el miedo a la muerte? ¿No es el odio entonces el amor a la muerte, la aceptación de que como no podré vivir ni morir entonces mato para que nada exista, como dice el vampiro de Yolanda Pantin?

 
¿Acaso esa simbolización no puede ser alterada desde otros circuitos? ¿Acaso esos circuitos no rompen la monotonía de la racionalización desmesurada y la violencia? ¿Acaso no tenemos la obsecuencia de decirle no a los Hitlers que están adentro nuestro, que nos llevan a que seamos lo que no queremos, pero sin embargo nos rendimos a sus atributos? ¿La estética del amor es acaso vergonzosa? ¿La estética de la creación del otro en el yo, indagando en esa diferencia, buscando la conexión y no el vacío?

Hace falta una temporalidad más cercana, más presente, más actual, más instantánea, menos ligada a lo que se precisa en la sinécdoque.

 
Ves manos separando telas de niebla, telas de araña, manos separando velos superpuestos en sintonía con una cualidad etérea y concreta a la vez, manos delicadas delimitando texturas vaporosas, como tules suaves que envuelven lo indeterminado que se encuentra suspendido entre las telas. O que estas telas mismas forman manos que separan gasas, levemente adheridas unas a otras con algo que las une y las delimita a la vez, desprendidas unas de las otras con suavidad, manos blancas, desintegrando de alguna manera aquello que reviste el embrión, como las capas de pañales y mantas que abrigan a un recién nacido o los sudarios que contienen el cadáver.
 
 
* Fragmentos pertenecientes al proyecto de no ficción Álbum: Las postales de Hitler (2004-2023).


Lila Zemborain / Buenos Aires, Argentina, 1955. Poeta. Vive en Nueva York desde 1985. Ha publicado siete libros de poesía, compilados en Matrix Lux. Poesía reunida (1989-2019). Además de varios libros en colaboración con artistas, ha publicado el libro de no ficción Diario de la hamaca paraguaya y el ensayo Gabriela Mistral. Una mujer sin rostro. Es cofundadora de la Maestría de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Nueva York (NYU) y organiza desde 2004 la serie KJCC Poetry Series en esa universidad. En 2007 recibió la beca John Simon Guggenheim por su proyecto híbrido de no ficción y poesía Álbum: las postales de Hitler.