El Habitante del Árbol no exige /
nada, da varias vueltas alrededor /
del barrio y regresa a la base del árbol. /
Habita su base, /
lo confunden con las hojas /
que se acumulan al caer./
Venezuela
Los cuatro horizontes de Gustavo Pereira
La impugnación ético-política descarnada, la ironía, incluso el sarcasmo, los arrestos de tonalidad épica y la parresía por fuerza intempestiva siempre han sido ingredientes de buena parte de la poesía de Pereira, pero ello no ha sido óbice para sacar a relucir un lirismo demasiado humano y de genuina entraña, cuando la urgencia expresiva lo amerita.
Aquí lo que vive se arrastra
Se están muriendo los árboles, Cueva,/
yo no sabía tanto los colores/
que nos negaron las hojas de casa./
Para que no vuelvas nunca/
se están muriendo los árboles,/
para que el mar se lleve hondo/
el cadáver del medregal…
En el vértigo fucsia
Asomada al jardín flotas en lo alto./
Sola, contigo./
Muerde tus fisuras la andadura/
del frío estacional. /
Vuelves a la inmensidad del agua/
sumergida en las arcillas /
de tu naturaleza eclipsada.
Botánica del sueño
El perchero de verdades/
la vasija para lavar las uvas, su cuidado/
de trasmitir algo que/
de palabras no está hecho, esta vez no/
sé que este tránsito de vocablos/
este paso de una lengua a otra/
siempre es más/
siempre es más/
que perchero de verdades…
Penélope manda a Ulises a dormir al sillón
He escrito este poema antes lo he
borrado Ulises: no pensé que volverías
pasaron años y pretendientes y años
la noche me devuelve al principio
todos los días son días de resurrección
mi vista está cansada mi vida luego invertí
en una buena máquina de coser Ulises
nunca creí en ti solo creí en tu ausencia
cada día era una puntada con la aguja de oro
cada noche me rompo me retracto
tu distancia se tornó dócil como un perro viejo
aprendí tantas cosas con los ojos cerrados
Las voces de mis personajes me inquietan
Vomito sobre el láudano que quiere apresurar mi muerte,/
conozco a profundidad el tema de la muerte,/
sobre querer morir y no concluir nada más,/
espesando La caída de la casa Usher sobre mis pestañas;/
detener todo en el leitmotiv del hartazgo, la pérdida de fe y la derrota,/
no poder más,/
tengo cuarenta años y no puedo más…
ante la luz en situación de todo
cuerpos de cuerpos de cuerpos de cuerpos/
en el principio fue la grieta:/
la puerta-raja ante la luz en situación de nada/
por ahí pasan las cabezas/
luego vienen los ojos con su sed de rayo/
las manos en su faz de alas decaídas, implumes/
y los sexos nuevos/
entre piernas o trazas de extremos de un animal disminuido
Cristina Falcón Maldonado: poesía adversativa
Cuando alguien se desprende de la casa familiar, deja atrás el lar nativo, el entorno vital poblado de afectos, querencias, dinamismo existencial… para entrar en los vastos dominios de la errancia y el exilio, se topa de frente con la tragedia. No hablo necesariamente de angustias, temores, punzadas en el alma y en el corazón, ansiedades sin más futuro que el vacío, esperanzas sin visos de cumplimiento, sinsabores desconocidos, acedia espiritual… Hablo de tragedia: ese estado agonal —a veces, también agónico– en que se baten en tensión el sí y el no, la expectativa libre y el error fatal en potencia, la fuerza y la debilidad, la convicción de estar en lo cierto –de haber decidido bien– y los impíos desmentidos de las falsas tierras prometidas, en general, hoscas con el extranjero y todo avatar de “lo otro”, lo extraño.
La rentabilidad del nuevo credo
Muerto no te levantes de la tumba
no abordes la piragua en el trayecto opuesto
pues nunca se regresa al mismo sueño
Muerto espérame no te levantes
que yo no necesito ataúdes ni zapatos,
aquí abajo la cartografía se pierde
en el baile que da aliento a los temblores
Ni se te ocurra muerto ni se te ocurra