septiembre 2022 / Inéditos

Lo menudo, lo bien proporcionado

 

Se cuentan las semanas y los días y las noches, las horas que faltan para terminar la jornada y temer por el comienzo de la siguiente con el hambre de días y noches y semanas. Y se cuentan las horas de sueño, para que el sueño otorgue menos conciencia de la desesperación.

La saciedad es individual,
incompartida.
Como un instinto primitivo, busco y anhelo su encuentro.
La satisfacción de la saciedad: mecanismo descompuesto.

Silenciosa como huésped amable, habita en mí para sembrar el temor y la vergüenza.

Cuando debería ser un placer encumbrado en el nivel más alto del goce,
sin endorfinas de por medio
—satisfacción pura—,
para mí es motivo de vergüenza.

Mi saciedad me trastorna, me reta.
Desearía poderme saciar con dolor y lágrimas,
que el estómago estuviera lleno y sin demandar alimento.
Comer es transgredir.
Es un pecado condenado desde hace siglos,
—aunque haya sido por un dios que se transmuta en pan y vino.

Soy un número: estadística.
Las operaciones matemáticas pertinentes me colocan en un cuadro alarmante
que me convence de ser un error en el mundo.
A solas me duelo por las veces en que me he sentido satisfecha.

(La soledad se parece a la saciedad,
es igualmente individual,
incompartida).
Una voz dentro de mi cabeza es el juez.
He hecho mal.
No merezco la saciedad.
Los gordos no merecemos la saciedad.

 

 

Hechos 1

La belleza está circunscrita a las tallas
y el gusto está domesticado para privilegiar lo menudo,
lo bien proporcionado.

Una mujer fea,
con el debido arreglo y la importantísima delgadez,
fácilmente se convierte en una mujer hermosa.
Una mujer gorda,
con el debido arreglo,
no es más que una mujer gorda.
Solo cuando pierda peso tendrá la atención de los otros:
será bella.

 

 

Se cuentan las mentiras dichas cuando la gente ofrece tal o cual alimento: el pastel en la fiesta, el inocente pan que acompaña el guiso o el arroz. Se cuentan las veces en que se rechaza lo ofrecido: se cuentan, fabrican e inventan las mentiras.

Durante las festividades
los mapuches ponen la comida en primer lugar.
En año nuevo cocinan en abundancia
y los invitados guardan los sobrantes para llevarlos a sus casas.

La comida es para ellos ritual sagrado,
une con la naturaleza,
genera hermandad.
             (Si un extranjero es capaz de comer lo que ellos preparan
             se coloca en el mismo nivel de igualdad
             en armonía.)
 
Qué dirían de mí los mapuches
si fuese invitada a su mesa
cuando rechazara su pan cocido en el rescoldo,
sus sopaipillas recién salidas del aceite.
Qué ofensa les haría si no aceptase sus empanadas,
sus platillos hechos a base de cereales,
su vino de trigo fermentado.
No comer lo que todos es un alejamiento a conciencia,
una forma grosera de diferenciarse.
La sutil pero sólida hermandad existe más allá de los mapuches.
Recuerdo esto cada que me arrojo a la segregación voluntaria
de no comer lo que otros acostumbran.

Compartir la mesa es un convenio de afecto no racionalizado,
y rechazar lo que todos comen supone una ruptura discreta, pero inmediata.
El aislamiento se da en pequeñas acciones.
Llevar lechuga como base de todo el alimento.
Comer en horarios propios.
Cargar egoísmo en un recipiente que no se comparte
ni se identifica con los de los otros.
Rechazar lo ofrecido.

Lucho por aquello que creo que quiero.
Lucho con vergüenza.
Lucho contra lo que realmente quiero.
Recuerdo la filosofía de vida de los mapuches.
La comida es un ritual de sociedad: si no se participa no se pertenece,
no encaja.
A cada negativa se cierne sobre mí la discreta alienación de las miradas.

Adoraría comer los manjares.
No quiero ser ofensiva,
me da pena ser grosera,
pero me hace sentir peor ser gorda.

 

 

Testimonios 1

Se encontró en la calle a una vieja conocida.
Sorprendido,
hizo un comentario halagador sobre la belleza y delgadez que ahora ostentaba,
y que antes no tenía.
Ella guardó silencio ante el halago.
Meses después él se enteró de que la pérdida de peso
se debía a una enfermedad crónica
que hasta el momento no tenía cura.

 

 

Se cuentan los ingredientes contenidos en la leche vegetal; a medida que avanza la lectura, estos se hacen más impronunciables. Qué más da si lo importante es que no contiene azúcar.

¿Qué son las colaciones?
De niña me enseñaron que eran un premio.
En los regímenes para bajar de peso,
las colaciones son frutas a medias o raciones ridículas de gelatina sin azúcar.
               (Hay algunos en los que las colaciones no existen
               y las frutas están prohibidas.)
 
De niña no era necesario comer cinco veces al día.
Ahora, tantas resultan insuficientes.
¿Qué solución hay cuando la colación es una toronja pequeña?
Se come, se sigue con la vida.

Cuando veo la toronja en el plato
recuerdo a la madre de Harry en Réquiem por un sueño;
pienso en la simplicidad de sus deseos:
que el cierre del vestido rojo alcance el cenit de su anatomía.
Ella come una toronja y un huevo duro;
sorbe a fuerzas una taza de café negro.
El hartazgo la lleva a buscar un estímulo más fuerte,
ése que la lleva a la perdición y a la locura.
A los nutriólogos se les olvida decirnos cómo no volvernos locos.

Las colaciones, es muy importante respetar las colaciones.
Da lo mismo que no quiten el hambre.
Se hace lo que se debe.
La colación es un premio momentáneo al hambre feroz que abre su camino
poco después de comer nada más que lechuga y otros pocos vegetales.

La colación es un control para el hambre que vendrá después,
un engaño,
un falso premio,
una pizca de satisfacción.

El hambre no va a saciarse con los elegantes nombres
que aparecen en los menús;
seguirá después de cenar el smoothie de fresa con leche de coco
—nada de azúcar—
con su rebanada de pan integral tostado
—la única del día—
y una porción medida de queso cottage.

 

 

Testimonios 2

Contra lo esperado,
encontró a alguien que la quiso gorda y se casó con ella.
En la boda usó un vestido amplio con detalles púrpuras
y una tiara de flores naturales.
Después de varios años
todavía piensa en aquel otro atuendo:
un vestido entallado, modelo y talla única en la tienda,
que no pudo usar porque le quedó chico.
Piensa en la joyería que habría preferido para combinar con ese vestido soñado;
           en los recuerdos que hubieran sido diferentes,
           en las flores de la tiara, de otros colores,
           incluso en la decoración del salón y los manteles de las mesas.
Sobre todo, en ese vestido con detalles naranjas, hermosos,
que su talle no le dejó usar.

 

* Poemas pertenecientes al libro La costumbre del vacío (2021), publicado por LibrObjeto.

 


Autor

Adriana Dorantes Moreno

/ Ciudad de México, 1985. Poeta, ensayista y narradora. Maestra en Literatura Hispanoamericana. Sus textos han sido publicados en diversas antologías y revistas de circulación nacional. Es autora de los libros de poemas Quién vive (2012), Entre mares alados y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (2014), así como de ¿No habrá puerta de salida? (2016). Desde 2020 escribe la columna quincenal “Pequeñas magias inútiles” en Los Ojos del Tecolote.

septiembre 2022