Lo que haya sido
¿Cuándo vendrá? El tiempo de edificar, digo.
Levita sobre mí un cielo raso: signo azul del vacío,
aire estéril
sin nada que pueda usar para construir nada.
Aquí abajo,
sobre la tierra,
zumban mis manos
por destruirlo todo.
Por eso estoy desgarrada,
por eso lancé mis entrañas contra la pared.
Quedaron hechas trizas.
También lancé algo pesado, calloso, con olor a flores agrias;
eso quedó fragmentado en el piso
como el reflejo de la luna en el agua.
Los muros
Los muros se caen
con el viento.
El viento sitibundo que aguanta la resequedad de la garganta.
El viento asoleado
que choca con las láminas frías,
casi imaginarias de tan delgadas.
El viento que sopla
desde los cuatro puntos cardinales:
lodo, lágrima, sueño y pólvora.
El viento arrojado
por las alas negras
de zopilotes en vuelo bajo.
El viento que llega orando
con palabras temblorosas.
Lugar equivocado
La tarde se pierde.
Yo la miro desde el paradero de Indios Verdes,
uno de los peores.
El cielo, como el tiempo, es un desvanecido de tonalidades,
mas el cielo no es raso,
hay unas pocas nubes a lo lejos
para que no sea tenebroso
y al voltear no mires con horror el vacío azul
desde donde caen tus desdichas,
como de la nada,
frutos de un árbol que no alcanzas a ver.
Tampoco es el lugar al que irás cuando mueras,
para flotar en el silencio del olvido.
No.
Solo es la cuna de ellas,
criaturas esponjosas e inofensivas,
ni buenas ni malas,
delegan la maldad o la bondad al ojo de quien mire
y les dé forma.
También hay hierbas cola de zorro
agitándose en los cerros:
una estampa colgada sobre el paradero de Indios Verdes,
uno de los peores.
Autor
Martina Valencia
/ Ciudad de México, 1994. Es poeta y traductora. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha participado en diversos talleres y cursos de creación literaria.