Valeria List, La vida abierta, UNAM (Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial), México, 2019, 74 pp.
La vida abierta, de Valeria List —libro ganador del Premio de Poesía Joven de la UNAM en 2019—, es un repertorio que nos sitúa frente a diversas formas de entender la poesía, el conocimiento y el concepto de vida. El título es atinado, por hermoso y certero, porque alude a una forma de comprender y de mirar. La vida abierta, desplegada en sus diversos aconteceres, es un viaje. Y los viajes se encuentran repletos de experiencias, por eso no se trata de un libro uniforme con principio y fin; es un libro de saltos, de aproximaciones, de combinatorias sutiles y de exploraciones múltiples. Su comienzo nos atrapa, nos bifurca porque, a través de un juego ecfrástico —insertar un comentario sobre una obra plástica, en este caso un bodegón—, nos sumerge en una imagen poderosa y singular: la vida abierta caracterizada como “una novia asustada dentro de un bodegón viendo las frutas partidas, todas más grandes que ella, todas yendo hacia la descomposición”. Nos gustaría que esa novia se acercara a las frutas y que, en vez de inmovilizarse, se las comiera, saboreando su dulzura con ardor: porque, en un bodegón, habría que desordenar la pureza inmóvil que parece no descomponerse nunca.
La vida abierta es un conjunto de textos que suman asombros —algunos breves, otros abstractos—, pero con los que nos enfrentamos a la discontinuidad: la poesía no teme fracturar ni fracturarse; se desperdiga, brota, es vida también. La forma de los poemas explora el verso libre, la prosa poética; a veces, incluso, el lenguaje de la minificción. Como parte de su repertorio expresivo se toma esas licencias, se permite ser y nosotros, los lectores, nos limitamos a fluir, a saltar, a olvidar o a quedarnos en algún verso. Son textos que navegan de un lado a otro, con el rumbo incierto de una embarcación lenta, hasta cierto punto alegre de no encallar. Su verdad se enmascara en pequeñas historias henchidas de secretos simples (son lavida abierta, expuesta, pseudocomprensible a través de su expresión). Por eso los poemas no se encierran en su época ni se limitan al cuenco de una sola exploración verbal. En muchos de ellos, la experiencia permite hallar sutilezas; se trata de la comprensión de la vida misma:
Una noche hubo gritos y llanto. Al día siguiente, estábamos escindidas pero seguíamos caminando juntas. Sólo se escuchaba el sonido de nuestras chanclas.
Una parte de nosotras está estancada. A pesar de los cambios estructurales, el pequeño daño nos mina. Se vuelve dolor en lo más cercano, en el amor, vivir con la duda, con las palmas abiertas a la espera. Creer que en la playa lo más importante es lo que no está. (p. 26)
Este texto muestra cómo la experiencia se descubre en el lenguaje. La vida abierta es un engaño de la percepción, creer que en la ausencia radica la plenitud y no en la presencia y en el presente: la vida es potencia, fulgor, esplendor de ser en el preciso momento en que es. En la playa lo importante es la existencia del mar, la arena, el sol, la palmera, el viento, la ola, el caracol, el mar eterno desperdigado en sus instantes; allí habita el infinito del ahora.
Son pocas las referencias que List hace a ciertas tradiciones poéticas, pero lo suficientemente sustantivas como para meditar cuáles son los hilos que la propia poesía teje alrededor de sí. Hay autoras que aparecen como referencias explícitas: Marosa di Giorgio, Olvido García Valdés, Chantal Maillard. La vida abierta plantea también, en algún texto, una discusión con algunas propuestas poéticas del siglo XX, reunidas en la figura de René Char, que sirve de pretexto para disertar cómo se vincula la poesía con un espectro emocional y con la memoria. Estas referencias aparecen de forma orgánica e ilustran el diálogo de la poeta con su oficio: ¿cómo crear y dar forma?, ¿qué papel cumple la autorreferencialidad en la poesía?, ¿hay una especie de esquizofrenia que le permite a la poeta ver más allá? No es, quizás, en esas preguntas elaboradas desde esos ángulos teóricos del siglo XX, donde List encuentra los secretos que genuinamente le interesan; su exploración, en realidad, está marcada por otro conocer poético: el del baile, el flamenco, su rabia elegante y poderosa, su ritmo hipnótico y temible; también en algunas tradiciones del pensamiento hindú; en la meditación, la contemplación y el onirismo. Son esas vertientes del conocer las que conectan los textos con sus llamaradas ocultas:
respiró
respiró
respiró
luego llovieron dos tipos de flores
y un rayo salió de su frente al resto del mundo
como una cana omnipresente
Un hombre preguntó por qué el barullo
Buda contestó
porque sino [sic],
no me pondrías atención.
(p. 20)
Varios poemas son, como este ejemplo, pequeños fragmentos de un conocimiento que implica abrir la vida, es decir, entenderla en su sencillez precaria y profética. Leer nos permite ver la luz que abre un mundo: “Lo que yace en nuestra profundidad —dice en el penúltimo poema— es pura luz, y eventualmente habrá de devorarnos” (p.70). Porque la luz no solo alumbra, también ciega; vivir significa encarnar luz y muerte. La vida como apertura es, pues, un entendimiento lúcido y elemental. ¿Cuál podría ser su comienzo? La respiración. No hay que olvidar que la vida surge de un soplo, el soplo vital que hace germinar a los seres. La poesía también respira, ese es su ritmo, y también comprende cómo librarse de la angustia:
detenerse
ver el árbol batirse por encontrar el ave que lo habita
hasta que ésta sale despavorida
y por una fracción sin aletear
sólo está en el aire.
el pensamiento se aquieta
igual que el solemne reptil
atempera su indeterminación.
(p. 27)
La búsqueda de este libro tiene que ver con cómo contactarnos de otra manera con nosotros mismos y el entorno, para comprender nuestro cuerpo y nuestras vivencias en estos mundos raudos de soledades incomprensibles. La vida abierta, en cambio, nos enseña a respirar, a mirar el envés de ciertas situaciones que nos revelan de forma radical quiénes somos, exactamente como cuando se relata, en uno de los textos, la fragilidad que intuye de sí misma una mujer que comparte el elevador con otra. Alienados en un trabajo de oficina en el que el jefe —otro de los personajes que aparece en el libro— interrumpe el sopor de la tarde o en el que un amigo recomienda “encontrar la lógica del poema” y en el que solemos perdernos las olas y los viajes, los bailes y los lutos, porque nuestra mente nos apresa con sus demandas y malestares; se nos ofrece un conocer paralelo. En él, “la soledad es una fuerza creadora”, “el amor es el pez más grande”, y “la barrera del lenguaje [no] impide nuestra reconciliación”. Conocer para cambiar, comprender para respirar mejor: esa parece ser, en el fondo, la verdad de la poesía que, generosa, nos entrega la vida abierta.
Autor
Ingrid Solana
/ Oaxaca, 1980. Escritora y doctora en Letras por la UNAM. Su libro más reciente es Notas inauditas, publicado por la Dirección de Literatura y Fomento a la Lectura de la UNAM en 2019.