Siempre sueño con alguien que sueña con caballos
que se arrojan de un barco a la tierra
o al mar.1
Y son bridones y sus espaldas no lo decidieron.
Hay un caballo en posición de batalla, asignado a su lomo, un cinturón. Una pareja de recién casados descansa en el carrito blanco que los lleva, el caballo muerto que los empuja al acantilado, porque nunca sabemos bien sobre qué caballo vamos.
Hay caballos en las laderas o haciendas, o allá, con la tierra sostenida sobre tierra. Pasean sus patas por las hojas de los ejidos parcialmente escriturados. A lo lejos ven la sentencia del fuego, sus brazos alargados regañan la tierra y el polvo que lleva cabezas como copos. Se desembocan; el hocico sangra y suplicantes se detienen.
El fuego es ahora su amigo y de sus huesos.
Hay caballos del mar, sofocados e incesantes parideras. Reclutan en sus estómagos a los ejércitos de Neptuno y construyen con sus espirales sus herramientas y metrallas.
Hay caballos antiquísimos, como los de Enrique V, muertos por la transición de los estados. Muertos en los campos amarillos de trigales.
Ahogados por ese trigo. Qué hermosas bestias.
Imagino el miedo de los de aquí cuando presenciaron por primera vez a un centauro.
Debería tener el número exacto de cabezas equinas pertenecientes a la policía montada. Alguna vez en un documental vi cómo algunos policías montados arrasaban con los manifestantes, algunos manifestantes arrasaron con un caballo. Riesgos de combate, sacrificios, como prefieran.
Hay caballos en las posibilidades de los dedos cuando corren para presionar una garganta. Hay uñas desgarradas por torturas.
Caballos que se encuentran en las calles y se saludan y se despiden sin saber bien su nombre. Avanzan siempre fieles al trote y al sonido del magma que en vómito espera paciente.
Yo ni siquiera sé la ladera donde piso.
Hay caballos en las tuberías que detienen el agua, son muros.
Qué maravilloso diseño circular de un muro. Y el agua ha sido motivo de poesía siempre. Este es un poema sobre el agua que beben los caballos.
Porque hay caballos sedientos desde la contrarreforma. Hay caballos con las columnas rotas y aun así corren. Por lo tanto, nadie puede determinar la pureza de un caballo respecto a su movimiento.
Caballos asesinos y asesinados.
Alguna vez vi a alguno arrancar los dedos a una niña mientras ella pastaba. Sacrificaron a la niña y al caballo. Como en las historias de fantasmas, siempre son niñas. Probablemente el purgatorio esté repleto de ellas y sus fantasmas.
Hay caballos en las listas de palabras utilizadas por poetas, así también: manantial, amamantar, reducto, fútil, demencia, vigor y señalamiento.
Hay caballos en las listas de desaparecidos, en las casas de los montes que encienden anafres para calentar a los caballos.
A mis diez años tuve un caballo de madera que se rompió cuando decidí montarme. Esto habla de la posibilidad de la reducción y el debilitamiento, ¿la mía o la del caballo?
Leí que los poemas con muchas certezas incomodan a otros poetas. Léase esto como producto de la sinrazón de los caballos. De cualquier manera, no puedo construir certezas.
Hay caballos que viven lejos y con los que ya no hablo. Uno de ellos pertenece a una casta distinta (me enuncio siempre desde abajo). Porque los caballos también distinguen clases y pirámides sociales. Hay caballos que arrastran una historia, hay otros que se arrastran a sí mismos por las calles, algunos son la calle.
Me dan miedo los caballos y morir a causa de una patada o de una volcadura (¿saben el número de caballos sacrificados por las caídas en las carreras?).
Debo decir que a veces envidio a algunos caballos. Sobre todo, a aquellos que sobrevivieron al ataque que se dio alguna vez en una de mis ensoñaciones.
Hay caballos que sin aliento escupen sobre la pista y siguen porque huyen de una contaminación aportada por la quema de otros caballos.
He leído muy poco sobre los caballos y esto francamente es un invento (a la vez, ejercicio no planeado y calca de otro ejercicio). Pero admito que me da miedo no mostrarme seguro ante los caballos, las patadas pueden ser mortales.
Y es que en las centrales de autobuses he visto a manadas completas preguntando cuál es la próxima salida y nunca llega.
1Julián Herbert, “Domador de caballos”.
Autor
Fredy Villanueva
/ Morelia, 1995. Es egresado de la Facultad de Letras de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha publicado en diversas antologías y medios electrónicos. Fue ganador del V Premio de Poesía Joven Alejandro Aura, con el poemario William (Editorial Elefanta, 2018), y becario del PECDA en 2018-2019.