Segunda parte de dos. Puedes leer aquí la primera parte de este ensayo.
Pero veamos un poco lo que han hecho con la estrofa de Borges un traductor francés y un italiano. Encontré ambas versiones, aunque sin nombre de traductor, en un número del Correo de la Unesco. El francés dice:
Les mythologies et les cosmogonies,
Avant que le temps ne batte la monnaie des jours,
La mer, la mer depuis toujours, déjà existait.
El italiano:
Mitologie, cosmogonie e amore,
Prima che il tempo coniasse la moneta dei giorni,
Il mare, il sempiterno mare, già esisteva: era.
Bueno, se puede decir que los lectores franceses se habrán quedado con la idea de que Borges inventó una linda metáfora sobre la moneda de los días, pero que dijo también una ramplonería irremediable, a saber, que el mar existe desde siempre. El italiano, no sé por qué, se sintió autorizado a agregar el amor a las mitologías y cosmogonías del poeta, pero al menos intentó, aunque torpemente, dejar indicada la oposición entre “estaba y era”, que por supuesto es exclusiva del castellano. No seamos demasiado duros: traducir esto puede quitarle el sueño a cualquiera.
Paul Verlaine también jugó sobre el límite de la gramática cuando escribió el poema que empieza:
Comme il pleut sur la ville.
Quelle este cette langueur
Qui pénètre mon coeur ?
Un lector virgen lee il pleure y entiende “él llora”, pero al leer el segundo verso, de pronto comprende que ese il del primero está usado con el mismo valor impersonal de il pleut. O sea que inesperadamente se entiende il pleure como si dijera “llora”, así, impersonalmente, como se dice “llueve”. Ahora, no conviene traducir al castellano: “Llora en mi corazón como llueve en la ciudad”, porque se genera una duda incómoda. Un traductor, de cuyo nombre no quiero acordarme, puso: “Llanto en mi corazón / y lluvia en la ciudad”. No está mal, pero resulta muy plano, inexpresivo. Yo llevé en la memoria este poema problema durante muchos años; durante décadas, mejor dicho. Una mañana me desperté con una solución que me pareció buena. Y es como sigue:
la lluvia de ahí afuera.
Es claro que ya dejé “afuera” la ciudad de Verlaine. Pero me pareció que eso no importaba, si yo lograba mantener aquello que sentía, que siento, como el trasfondo del poema; es decir, si yo lograba recrear el poema de Verlaine a partir de la emoción que ese poema suscita en mí. Pensé también que podía mantener el esquema cerrado de las rimas y de las repeticiones que hay en el poema. Y el resultado es el siguiente:
Comme il pleut sur la ville ;
Quelle est cette langueur
Qui pénètre mon coeur ?
Ô bruit doux de la pluie
Par terre et sur les toits !
Pour un coeur qui s’ennuie,
Ô le chant de la pluie !
Il pleure sans raison
Dans ce coeur qui s’écoeure.
Quoi ! nulle trahison ?…
Ce deuil est sans raison.
C’est bien la pire peine
De ne savoir pourquoi
Sans amour et sans haine
Mon coeur a tant de peine !
la lluvia de ahí afuera.
¿Qué es esta desazón
que entra en mi corazón?
Dulce lluvia que vaga
por los techos y el suelo,
¡corazón donde amaga
la lluvia que lo embriaga!
Llora en ti sin razón,
corazón agobiado.
Qué, ¿ninguna traición?
Mi duelo es sin razón.
Es lo peor de esta pena,
sin amor y sin odio,
no saber qué me llena
el corazón de pena.
Quisiera recordar ahora mis primeros encuentros con la traducción de poesía, mi primer Horacio. Parecerá extraño que haya empezado por lo que parece más difícil: Horacio era difícil hasta para los romanos de su época. Pero en realidad, la traducción de poesía es siempre difícil, y lo más difícil de traducir es la llaneza, no el barroquismo. Lo más difícil para mí es traducir a Victor Hugo, que dice, por ejemplo:
La frase es muy musical, perfectamente natural y plena de resonancias; es, al mismo tiempo, un alejandrino perfecto. Para traducirla hay que romper esa armonía original: no hay otro modo. La palabra castellana golondrina es igual de hermosa que hirondelle, pero a los efectos métricos hay que contarle una sílaba más, por la necesidad de acoplarle el artículo; así que “la golondrina en primavera busca las viejas torres” tiene dieciséis sílabas, el primer hemistiquio es un eneasílabo y la musicalidad ha quedado –a mi parecer– muy afectada, si no destruida del todo. Sería fácil buscar un equivalente que reduzca las nueve sílabas a siete; por ejemplo: “El ave en primavera busca las viejas torres”. Pero “el ave” no solo es genérico: también es frío, impersonal, casi abstracto, frente a la cariñosa humildad familiar de la golondrina. En realidad, al releer el verso, uno ve que la cuestión de las sílabas es incluso menor, comparada con el problema de los sonidos.1 No hay aliteración ni otro recurso que se pueda imitar: es pura melodía llana y libre. El traductor está frente a un problema. Cuando el poeta cede a cierto manierismo, el traductor respira aliviado. Estos versos:
Laisse, comme un trophée, au soleil triomphant…
Se entregan sin resistencia a la traducción:
deja, como un trofeo, al sol que la ha vencido…
Pero volvamos a Horacio; en Horacio es rarísimo hallar alguna llaneza; el desafío para mí era –y es– traducirlo en verso, es decir, tratando de que sean versos castellanos los que imiten versos latinos. Yo en aquel tiempo sabía muy poco de métrica latina, pero sabía algo de versificación castellana y eso es sin duda lo más importante para el traductor. El primer texto que se me puso delante fue la oda 22 del libro I, apodada “El lobo de la Sabina”. La traducción que Losada publicó en 2005 es sustancialmente la misma que había redactado en 1982, cuando yo cursaba el último año del Profesorado.
no necesita lanzas mauritanas
ni arco que del carcaj envenenadas
flechas libere,
ya deba hacer por las hirvientes Sirtes
o el inhóspito Cáucaso su ruta
o en la extrema región que fabuloso
lame el Hidaspes.
Así de mí, que celebrando a Lálage
libre de cuita y fuera de mis lindes
vagaba inerme en la sabina selva,
un lobo huyó;
monstruo que ni en sus anchos encinares
cría la Daunia militar, ni engendra,
nodriza de leones, la desierta
tierra de Juba.
Lo fundamental, para mí, era dar con la forma de la estrofa sáfica española, acuñada en el siglo XVII por el riojano Esteban Manuel de Villegas (1589-1669), que es una lograda imitación de la estrofa sáfica grecolatina. Lo es, porque mantiene el aspecto exterior de los versos (tres endecasílabos y un pentasílabo) pero los trata con recursos propiamente románicos, es decir, poniendo los acentos rítmicos donde suenen mejor, y no donde los ponían Safo, Catulo y Horacio; pues el principio métrico esencial del verso griego y del latino es la alternancia de sílabas largas y breves, no de sílabas tónicas y átonas. Y yo me di cuenta, ya entonces, que dejar un adjetivo al final del tercer verso de la estrofa, en encabalgamiento, le daba ímpetu al pentasílabo o adónico final; y tenemos, así:
tierra de Juba.
Lo cual traduce (más o menos) esta maravilla horaciana:
arida nutrix.
Lo más hermoso de la estrofa, sin duda, es que el adónico contiene un oxímoron muy expresivo: la “árida nodriza”, con la plusvalía de que nutrix en latín deja sentir la raíz de nutrire, lo que no sucede con nodriza; por supuesto, árida nutricia quedaría muy mal; árida nodriza tiene seis sílabas, no cabe en el adónico, y menos aconsejable todavía es invertir el orden y poner nodriza árida. Las variantes que tengo anotadas a lápiz en mi copia del libro de Losada –con vistas a una segunda edición, por ahora utópica– no mejoran la cosa. Por ejemplo: nodriza de leones, la de Juba / árida tierra.
La idea de dejar el adjetivo encabalgado para preparar el adónico forma parte de un concepto más amplio y general, que es el del ritmo del verso basado en el juego y en el contraste entre métrica y sintaxis. Esto hace que dos versos con la misma métrica de base puedan sonar tan diferentes como “Era un aire suave, de pausados giros” y “El mar como un vasto cristal azogado”, de Rubén Darío: a primera escucha, nadie diría que los dos son dodecasílabos con cesura después de la sexta sílaba, y la diferencia descansa sobre todo en la sintaxis de uno y de otro. Pensemos en dos comienzos octosilábicos, bien familiares para nosotros: el del “Romance del enamorado y la muerte” y el de “A mis soledades voy” de Lope de Vega:
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora muy blanca,
muy más que la nieve fría.
¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos.
El contraste entre el ansioso relato del romance y la sosegada meditación de Lope está marcado no solo por el tiempo verbal, sino por la sintaxis. Lope, desde luego, marca netamente su ritmo mediante el paralelismo de los dos versos iniciales; pero enseguida se distiende en frases que tienden a abarcar toda la estrofa.
Así pues, de los componentes más visibles y externos del verso español: el recuento silábico, la disposición de acentos y la rima, entiendo que los dos primeros son esenciales; la rima puede faltar, como bien lo sabían ya Jovellanos y antes el propio Villegas, ya nombrado. Nuestra lengua dispone, además, de la asonancia, que no es desdeñable; yo creo que la solución que cada traductor encuentre para cada poema queda justificada a posteriori si el resultado final es aceptable. Y si no encontramos una forma métrica que se acomode a lo que queremos, siempre tenemos el verso libre o incluso la prosa. Quiero mostrar lo que hice con un poema de Victor Hugo, titulado “Los dos mendigos” (Les deux mendiants), incluido en la Leyenda de los Siglos. Opté en este caso por alejandrinos sin rima fija, aunque hay algunas rimas y asonancias ocasionales; lo hice así confiando en que la fuerza del poema está en la indignación –facit indignatio versum, decía Juvenal– y pese a que no hay un solo verso en toda la obra de Victor Hugo que no tenga su resonancia en otro: sentía el poeta francés, sin duda, el horror vacui ante la falta de rima.
IMPUESTO AL SANTO IMPERIO – DIEZMO A LA SANTA SEDE
Uno se llama César, Pedro el otro se llama.
Aquél monta la guardia, y éste dice los rezos;
Ambos en los recodos del camino emboscados,
Al puño la escopeta y la bolsa en la mano,
Vacían las alforjas y el botín se reparten;
Y pues reinan, les hacen pagar las esmeraldas
De sus tiaras a aquellos que no tienen zapatos.
Los dogmas y las leyes son densos matorrales
Donde mezclan sus ramas los derechos divinos;
Quien mendiga a su sombra tiene franco el camino,
Nadie se escapa. ¡Alto! Que ha de pagar, de grado
O por fuerza, quien pase por el bosque vedado.
A los pueblos, que arrasa una infame ignorancia,
Hace sudar la frente su esclavitud antigua.
¡Cristo, al pie de tu cruz tú por ellos rogaste!
Son los trabajadores, son los parias, los nadies,
Los pacientes que penan sobre los enrejados.
Cierto, nada les falta; están llenos de llagas,
Llenos de enfermedades que no pueden curar,
Llenos de males, llenos de hijos que alimentar;
Y a estos llenos de todo les exigen su óbolo
Ese hambriento, el altar, y ese mendigo, el trono.
Quiero cerrar esta exposición con tres textos más, de diversas épocas, dos de ellos estrechamente relacionados, y el otro, muy distinto, pero donde quiero mostrarles dos posibilidades, dos diversos modos de traducir que tienen, como es lógico, sus diversas virtudes y defectos.
Voy a empezar leyéndoles un poema de Pierre de Ronsard (1524-1585), uno de sus famosos Sonetos a Helena, que luego recrearán William Butler Yeats y Pablo Neruda. Esta es mi traducción:
Quand vous serez bien vieille, au soir à la chandelle,
Assise auprès du feu, dévidant et filant,
Direz, chantant mes vers, en vous émerveillant:
“Ronsard me célébrait du temps que j’étais belle.”
Lors vous n’aurez servante oyant telle nouvelle,
Déjà sous le labeur à demi sommeillant,
Qui au bruit de Ronsard ne s’aille réveillant,
Bénissant votre nom de louange immortelle.
Je serai sous la terre, et fantôme sans os
Par les ombres myrteux je prendrai mon repos:
Vous serez au foyer une vieille accroupie,
Regrettant mon amour et votre fier dédain.
Vivez, si m’en croyez, n’attendez à demain:
Cueillez dès aujourd’hui les roses de la vie.
Cuando estés ya muy vieja y en la tarde brumosa
hilando junto al fuego rememores mi canto,
dirás, viendo en un verso tu envejecido encanto:
“Ronsard me celebraba cuando aún yo era hermosa”.
Y no habrá una criada junto a la rueca ociosa
que aunque medio dormida no despierte algún tanto
al oír de Ronsard, y recoja su manto
para alabar tu nombre con boca respetuosa.
Yo iré bajo la tierra, fantasma silencioso,
y entre sombras de mirtos buscaré mi reposo:
tú serás junto al fuego una anciana sumida
y añorarás mi amor y tu arrogancia vana.
Créeme, vive hoy; no esperes a mañana:
recoge desde ahora las rosas de la vida.
W. B. Yeats (1865-1939) lo recreó, y creo que lo superó, de este modo:
When you are old and grey and full of sleep,
And nodding by the fire, take down this book,
And slowly read, and dream of the soft look
Your eyes had once, and of their shadows deep;
How many loved your moments of glad grace,
And loved your beauty with love false or true,
But one man loved the pilgrim soul in you,
And loved the sorrows of your changing face;
And bending down beside the glowing bars,
Murmur, a little sadly, how Love fled
And paced upon the mountains overhead
And hid his face amid a crowd of stars.
Cuando estés vieja y gris y, abrumada de sueño,
vaciles junto al fuego, toma este libro y lee,
lee despacio y sueña con la suave mirada
que tuvieron tus ojos y sus profundas sombras;
cuántos amaron tu hora de gracia y de alegría
y amaron tu belleza con amor falso o cierto;
pero un hombre en ti amó tu alma peregrina
y amó las aflicciones de tu cambiante rostro;
y encorvándote cerca de las brillantes barras
murmura, un poco triste, cómo se fue el amor
y pasó por encima de las altas montañas
para esconder su rostro tras un millar de estrellas.
Voy a cerrar con uno de los poemas (Carmen VIII) en que Catulo expresó su desesperado amor por Lesbia. De él hice dos traducciones, una en alejandrinos, lo más literal posible, la otra en endecasílabos, mucho más libre, y donde me permití una licencia que ningún latinista aprobaría; que yo mismo no aprobaría, si no fuera yo el que se la toma.
et quod vides perisse perditum ducas.
Fulsere quondam candidi tibi soles,
cum ventitabas quo puella ducebat
amata nobis quantum amabitur nulla.
Ibi illa multa tum iocosa fiebant,
quae tu volebas nec puella nolebat.
Fulsere vere candidi tibi soles.
Nunc iam illa non vult: tu quoque, impotens,
nec quae fugit sectare, nec miser vive,
sed obstinata mente perfer, obdura.
Vale, puella. Iam Catullus obdurat,
nec te requiret nec rogabit invitam:
at tu dolebis, cum rogaberis nulla.
Scelesta, vae te, quae tibi manet vita?
quis nunc te adibit? cui videberis bella?
quem nunc amabis? cuius esse diceris?
quem basiabis? cui labella mordebis?
At tu, Catulle, destinatus obdura.
y lo que ves que ha muerto, dalo ya por perdido.
Brillaron en un tiempo para ti puros soles,
cuando solías ir donde ella te guiaba,
amada como nunca será amada ninguna.
Allí entonces los juegos múltiples sucedían
que tú siempre querías y ella no te negaba.
Brillaron, de verdad, para ti puros soles.
Hoy ella ya no quiere; tú tampoco, impotente
sigas a la que huye ni vivas desdichado,
sino obstinadamente sobrelleva, resiste.
Adiós, muchacha. Ahora ya Catulo resiste,
ni habrá de requerirte contra tu voluntad:
pero habrá de pesarte cuando ya no te ruegue.
Criminal, ay de ti, ¿qué vida ahora te queda?
¿Quién ahora irá a ti? ¿Quién ha de verte hermosa?
¿A quién ahora amarás? ¿De quién dirás que eres?
¿A quién darás tus besos, mordiéndole los labios?
No obstante tú, Catulo, obstinado, resiste.
y lo que ves morir da por perdido.
Brillaron para ti soles espléndidos
cuando ibas adonde ella te guiaba,
la muy amada, más que nadie amada.
Allí los dulces juegos sucedían
que tú querías y ella no negaba.
Brillaron para ti soles espléndidos.
Ya ella no quiere. Y tú tampoco quieras,
ni sigas, impotente, a la que huye,
ni vivas triste. Tú, obstinadamente
sufre, perdura. Adiós, amada; ahora
Catulo ya no espera ni te apura
contra tu voluntad. Tal vez lo sientas.
Quizá nadie te quiera como yo,
quizá a nadie parezcas la más linda
ni quiera acompañarte en tus desvelos
ni busque como un náufrago en tus labios
su oxígeno vital. Mas tú, Catulo,
sufre y perdura, anclado en tu destino.
1 Pablo Anadón me sugiere, después de oír la conferencia: “La golondrina en mayo busca las viejas torres”. Me parece una solución excelente, abstracción hecha de que mayo es primavera para Victor Hugo y otoño para nosotros, los lectores del Hemisferio Sur. Como sea, mayo suena muy bien.
Autor
Alejandro Bekes
/ Santa Fe, Argentina, 1959. Poeta, ensayista y traductor. Es autor de los libros de poesía Esperanzas y duelos (1981), Camino de la noche (1989), Abrigo contra el ser (1993), País del aire (1996) y El hombre ausente (2004), entre otros. En 2006, la editorial española Pre-Textos publicó una antología de su obra poética bajo el título Si hoy fuera siempre. Ha traducido a autores como Nerval, Horacio, Shakespeare, Virgilio, Catulo, Petrarca, Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud, Keats y Auden.