junio 2020 / Inéditos

Signos de una antigua ocupación

La primera de su especie asolaba rebaños,
era la suya una baba purísima, era de cara larga,
enseñándose a seguir un rastro podía ser vista
en el lecho seco del río, ovillada entre las matas,
a primera hora en los caminos.
                                                         No conocía el bálano duro,
no enterraba sus heces, a pesar del hambre no se fiaba
de ninguna mano extendida. Batí con ella los llanos,
bajábamos del norte porque en el norte teníamos
una casa, nos hicimos juntos esta herida que huele,
a veces se olvidaba de quién era yo y me gruñía,
me pelaba los dientes, pero a veces también
me dejaba hablarle de las cosas.

 
Amigos, su madre era un demonio,
la bruja de los cuentos de la infancia,
hervía las cosas en un caldero, tenía mil años,
en una noche de relámpagos su dulce compañía
el animal más ponzoñoso.
                                                 Me llamaba en horas capicúas
para decirme: mi hija es un encanto,
salida del mejor de mis conjuros
será para ti tu sombra, un lazo telepático,
la maldición fulminante que vigila
el aposento hermético de los faraones.
Se esta quieta y mira como lagarto.
Por las tardes te lavará o te curará untándote
la lengua caliente de los caballos.

 
Yo les hablaba de la dulzura de su carne,
de su cola prensil, de su tiempo propicio.
Supieron por mí que yo la llamaba
bien de cada hora, imán para lo bueno,
útil como anegar de luz un túnel.
Los llevé al sitio donde la encontraron,
les mostré el códice donde la mencionan,
en un arranque de alcohol confesé
alegremente: “mía ha sido rica y pobre,
yo he comido de su mano, los ricos
se imponen a la fuerza pero ella…”.
Me escucharon compararla con objetos
dúctiles, acuñarla y dilapidarla,
llamarla surco ácimo, orín sagrado,
aliento dulce, máscara merodeándose
en los espejos. Estaban ustedes presentes
cuando de noche hablaba con la oscuridad
y le pedía: no me la quites.

 
Higuera de Betania

Que te alcance el rayo del año 3000,
que quepa entero ese rayo en tu boca,
que sea para ti un espíritu malo,
yesca de adentro, posesión celeste,
salga la luz por donde salen las cosas de ti,
mane de día y de noche y te sea imposible
dormir, emboscar, buscar una sombra.
Que sea rayo franco, carnívoro y lechoso,
que sea pariente tuyo y llegue sin avisar
y no se vaya nunca, que sea como morder
un cable: letal de un momento a otro.
Que encuentren tu cuerpo iluminado
y lo exhiban en Marte, cara pálida,
votiva, ampulosa, humeante,
con signos de una antigua ocupación.

 
Faquir

No sabía del veneno pero debí sospecharlo
porque no estaban los criados ni los perros
y con cada trago me mirabas alacrán, luz mala,
como de incendio. Al antídoto lo entibiaban
en tu otra casa, estival y galáctica en el comedor
me escuchabas como no me habías escuchado nunca.
Yo te hablaba de los hombres que anhelan
en secreto la revancha, y debí parecerte de pronto
un tipo duro, frío catador de reyes preguntando,
muy así como quien no quiere la cosa,
el año de su trago amargo.
                                                  Un ritual copto para tu boda querías,
un banquete de esmedregales, y luego un baile, y de postre
el ascua dulce de un cañaveral segado a fuego.
Yo a todo te dije que sí, que ya pronto, que después.


Autor

Aldo Iván Espinosa

/ Ciudad de México, 1979. Egresado de la carrera de Literatura y Ciencias del Lenguaje por parte de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Una muestra de su trabajo poético aparece en la antología Todas las dudas aprendidas, publicada por la UCSJ y Textofilia en 2014.

junio 2020