febrero 2022 / Traducciones

“Las cosas oscuras tienden a la claridad”: traducciones de Guillermo Fernández

En el año 2000 vio la luz una de las colecciones más bellas de la entonces Subdirección de Publicaciones del Instituto Mexiquense de Cultura (actual Secretaría de Cultura y Turismo del Estado de México): La Canción de la Tierra, concebida por el traductor y poeta Guillermo Fernández y coordinada por él hasta su asesinato, el 30 de marzo de 2012. El título de la colección, por demás sugerente y poético, proviene de un ciclo de canciones en forma de sinfonía (Das Lied von der Erde) de Gustav Mahler, cuya obra admiraba Guillermo. El tomo inicial albergó la obra de san Juan de la Cruz —el poeta místico por excelencia para Fernández— y, a partir de ahí, fueron incorporándose verdaderas joyas de la literatura clásica; de autores sumamente encumbrados pero desconocidos, en su mayoría, para los lectores mexicanos (hubo algunos que, en nuestro país, solo se podían leer bajo este sello editorial).

La mayoría de los veinte títulos publicados corresponden a la lengua italiana y fueron vertidos al español por el traduttore Guillermo. Aun en los casos en que el documento original no fue escrito en italiano —como La amorosa iniciación, del lituano Oscar W. de Lubicz Milosz; La señora Fönss y otros cuentos, del danés Jens Peter Jacobsen, y Dichos y contradichos y Las pesas falsas, de los austriacos Karl Kraus y Joseph Roth, respectivamente—, Fernández siguió las mejores versiones al italiano y, cuando fue posible, cotejó las versiones originales y revisó su material con expertos traductores.

En esta colección tradujo y publicó obras como Il novellino. Las cien novelas antiguas, de autor anónimo; Escritos literarios, de Leonardo da Vinci; Reflexiones literarias, de Giacomo Leopardi; Lighea. Un siglo de cuento italiano, de varios autores; Todos los cuentos, de Italo Svevo; Aforismos políticos y civiles, de Francesco Guicciardini; La boutique del misterio, de Dino Buzzati; Gog, de Giovanni Papini; Diálogos con Leucó, de Cesare Pavese; El tedio, de Alberto Moravia, y Estampas sicilianas, de Giovanni Verga. De los títulos escritos originalmente en otras lenguas diferentes al italiano, sólo tres de ellos fueron traducidos por otros escritores. Tal es el caso de El Labrador y la Muerte, de Johan von Saaz, traducido por el argentino Roberto Helbig; Diálogos de amor, de León Hebreo, traducido por el Inca Garcilaso de la Vega, y Piezas de carnaval, de Hans Sachs, traducido por Josefina Pacheco. Para que los libros de esta colección vistieran un atavío meritorio, Fernández quiso un formato práctico, como un libro de viaje que siempre se tuviera a la mano, que se pudiera llevar de un lugar a otro sin penurias por exceso de peso y tamaño. Así, él mismo participó en la elección de la mancha tipográfica, la tipografía, los descolgados, los puntajes de cabezas, incisos, cuerpo de texto, los espacios en blanco, el tipo de papel de los interiores, los forros y la camisa… Para ornamentar las portadas, optó por los pasajes hexagonales representados en el Baptisterio de San Juan, que actualmente se encuentran en el Museo dell’Opera del Duomo, en Florencia, ciudad donde él vivió varios años y donde se reforzó su amor por la lengua de Dante.

Todos estos cuidados detalles hacen de cada ejemplar un libro objeto: el preciosismo era el fin, y el objetivo se cumplió cabalmente. Ha sido una de las colecciones más elogiadas y celebradas por escritores, editores y lectores. Gracias a ellos, la colección permaneció activa, más allá de los avatares del tiempo y de las políticas culturales. Lo único que la ha podido concluir fue la muerte de Guillermo Fernández; no obstante, aparecieron, póstumamente, La señora Fönss y otros cuentos, de Jacobsen; las traducciones inéditas de El tedio, de Moravia, y de Estampas sicilianas, de Verga, así como Ed è subito sera. Un siglo de poesía italiana, libro concluido y titulado por la Subdirección de Bibliotecas y Publicaciones de la Secretaría de Cultura y Turismo del Estado de México, todas ellas obras que, con gran generosidad, el poeta ya había entregado a dicha institución para su impresión.

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Como nota aclaratoria, diremos que Guillermo Fernández fue un poeta y traductor jalisciense, trashumante, que salió de su casa siendo aún niño y que llevó a pie juntillas lo que declara Ungaretti en los tres versos finales del poema “Soy una criatura”: “La muerte/ se paga/ viviendo”, y él la pagó con creces. Enemigo de los premios y  los reconocimientos, vivió intensamente: viajero, platicador excelso, de sonrisa contagiosa, siempre franco, punzante, libre, generoso, tan apasionado de la música cuanto de la literatura, del tequila, del café y de la pasta; su vida era un sinfín de aventuras y relatos. En 1994 decidió dejar la Ciudad de México y trasladarse a Toluca, urbe que le producía sentimientos encontrados pero que se ubicaba bajo el manto de su querido y tutelar Xinantécatl —donde, como él lo dispuso, algún día se esparcirán sus cenizas—. Aquí trabajaba afanosamente en su casa, ubicada en la colonia Científicos. Dio talleres de poesía y de traducción del italiano para el Instituto Mexiquense de Cultura; tradujo innumerables cuentos, poemas, novelas, ensayos y demás piezas literarias para la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Veracruzana, la Universidad Metropolitana, la Universidad de Guadalajara, la Universidad Autónoma del Estado de México… Por su amor y la difusión que hizo de la lengua y de la cultura italianas, le fue otorgada la Condecoración de la Orden al Mérito de la República Italiana, en grado de Caballero. Publicó poemarios como Visitaciones, La palabra a solas, La hora y el sitio, Bajo llave, Exutorio y Arca, pero sus traducciones fueron su obra más extensa. Él mismo señalaba: “Me podrán olvidar como poeta, pero no como traductor”. A decir de Marco Antonio Campos: “como traductor fue un gigante; no puede llamarse de otra manera su labor sino monumental. Sin sus traducciones de libros de poesía, narrativa, historia y política, las letras italianas serían menos que un subproducto editorial en México”.

En una entrevista que le hizo Juan Domingo Argüelles, a la pregunta expresa “¿Sufres al escribir?”, Fernández contestó:

Sí. Para mí escribir es la cosa más molesta que existe […] Escribo por necesidad. Escribir, para mí, es un acto fisiológico, gástrico […] Ahora escribo ya poquísimo, por fortuna […] Jamás postergaría el acto del amor por la realización de un poema […] Ahora prefiero leer la poesía de los demás. Esto no me cuesta tanto esfuerzo, y en ello ha tenido que ver mi actividad de traductor. Me han llegado a decir que quemo pólvora en infiernitos. Tal vez sea cierto, pero a mí me gusta más reescribir un poema ajeno que escribir uno propio.

Guillermo devino en el puente, en la piedra angular sobre la que descansa gran parte de la literatura italiana volcada al idioma de Cervantes: “les dio voz, los hizo hablar, a vivos y muertos, en perfecto español” —dice Hernán Bravo Varela—, los hizo contemporáneos nuestros, nos los trajo al alma y al corazón.

Así era Guillermo.

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Seleccionar el material a ceñir en una antología es siempre complicado. Para iniciar, ¿qué elegir?: el tema, la estética, la técnica, la época, las corrientes… Las variables son infinitas y, cuando las ediciones salen a la luz, son cuestionadas, si no criticadas o incluso desdeñadas. Pero siempre será encomiable su aparición, pues las antologías despiertan el interés por los escritores ahí compilados; a fin de cuentas, son una pauta, una muestra de lo que el antologador considera importante, y resultan una guía para buscar, ampliar y bruñir nuestras lecturas.

Ed è subito sera. Un siglo de poesía italiana (título con el cual se cierra la colección “La Canción de la Tierra”) alberga una muy representativa selección de la poesía italiana del siglo XX. El punto de partida fue el libro Para el bautismo de nuestros fragmentos. Veintidós poetas italianos, editado por la UNAM en 2006; a ellos se le sumaron once poetas. El trabajo de investigación requirió tiempo y esfuerzo por parte de amigos del poeta, quienes nos compartieron información y escritos, búsquedas en revistas, en libros y en documentos publicados en la red hasta lograr conjuntar los que tenemos compilados. Todos son de valor incuestionable y una clara muestra de los diferentes estilos, temas, regiones y lenguas de las tradiciones poéticas del país de Petrarca. Los poetas están ordenados por orden cronológico; se inicia con Umberto Saba y se concluye con Stefano Strazzabosco, pasando por poetas esenciales como Dino Campana, Giuseppe Ungaretti, Eugenio Montale, Salvatore Quasimodo, Cesare Pavese, Mario Luzi, Andrea Zanzotto, Pier Paolo Pasolini, Antonia Pozzi, Amelia Roselli, Alda Merini; también los hay más jóvenes, como Gino Scartaghiande, Milo de Angelis, Eros Alesi —poeta italiano más conocido en México que en la propia Italia, gracias al resonante empeño de Guillermo— o Valerio Magrelli. En esta antología se puede observar el largo recorrido de la poesía italiana desde el crepúsculo decimonónico hasta los albores del nuevo milenio: en su lectura se siente la evolución y la transfiguración del lenguaje, de las formas, de las figuras literarias, de las visiones del mundo, así como sus influencias, sus transgresiones, su devenir y sus avatares, su actual horizonte. Es, sin duda, una de las antologías más integrales que se han publicado hasta nuestros días, dos tomos que conjuntan alrededor de 800 páginas.

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La elección del verso de Salvatore Quasimodo para dar título a Ed è súbito sera merece un breve apunte final: cuando comentaba acerca de la traducción del último verso de este poema, Guillermo refería con entusiasmo el día en que conoció al Premio Nobel de Literatura: le pidió que le dedicara su libro de Obras completas y le escribiera un poema en la solapa.

Entonces, el quisquilloso poeta [refiere el propio Fernández, en un texto publicado en Periódico de poesía de mayo-junio de 1987] me preguntó, entre molesto y aterrado, “¿Cuál?” Y dije de inmediato, en tono conciliador, “Ed è subito sera”. “Ah, menos mal”, dijo y tomó el ejemplar para escribir el célebre poema con su caligrafía renuente y tortuosa. Mientras tanto me advertía: “Tenga cuidado con la traducción, es mala. ¿Cómo le pareció a usted?” Le dije que mi conocimiento de la lengua italiana no podía ser peor, que no me sentía capaz de pronunciarme. “Pero si la edición es bilingüe, basta cotejar la traducción con el original. Por ejemplo: ¿cómo traduciría usted este poema (‘Ed è subito sera’), que es tan sencillo?” Después de reflexionar un poco —aunque a mí me pareció que había pasado un siglo—, le contesté más o menos con estas palabras: “La palabra sera siempre me desconcierta; si el contexto no me ayuda, nunca sé si se refiere al atardecer o a la noche. Sin embargo, me parece que atardecer o anochecer le resta fuerza a la intensidad del verso. En su lugar yo habría escrito notte, para evitar una confusión. (Aunque, es claro, se perdería la asonancia con terra…)”. En ese momento me di cuenta de que estaba pisando un terreno prohibido, que estaba objetando no un caso de traducción sino el sentido del último verso […] Quasimodo se me quedó viendo con severidad pero reflexionando en lo que le había dicho. Jaló aire, resoplando, me tomó del brazo con fuerza y me dijo: “Bravo, ragazzo! Ante te sei poeta” […] Momentos después se acercó a mí […] para conversar conmigo, dejando a un lado la glacial cortesía con que trataba a todo mundo. Desde ese momento supe que Quasimodo me autorizaba tácitamente a traducir ese poema como yo lo sentía, permitiéndome además la ilusión arrogante de considerarme co-autor de ese gran poema.
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Agregamos a este breve texto una selección de poemas tomados del libro Ed è subito sera. Un siglo de poesía italiana, en la que disfrutarán a estos autores trascendentales gracias a la extraordinaria interpretación y traducción de Guillermo Fernández, el más grande traductor de literatura italiana que ha tenido no solo México, sino todo el orbe hispanohablante.

—Édgar Valencia Hornilla

 

Noche de verano
Umberto Saba

Desde el cuarto contiguo llegan queridas
voces hasta la cama donde aguardo el sueño.
Tras la ventana abierta brilla una luz
lejana, sobre el cerro, no sé dónde.

Aquí te estrecho a mi corazón, amor mío,
muerto para mí desde hace tantos años.

 

Mujer genovesa
Dino Campana

Tú me trajiste un poco de alga marina
en tus cabellos y en tu cuerpo de bronce
un aroma de viento que soplando de lejos
llega grave y henchido de ardor
–oh la divina
simplicidad de tus gráciles formas.
Ni amor ni espasmo, solo un fantasma,
una sombra de la necesidad que vaga
serena e ineluctable por el alma
y la disuelve en alegría, en encanto, serena,
para que el viento siroco
la lleve al infinito.
¡Qué pequeño y ligero es el mundo en tus manos!

 

Mañanas de octubre
Vincenzo Cardarelli

Día tras día el sol
es cada vez más pálido.
Es una palidez que fatiga los nervios
y entristece al alma:
agonía de luz que se apaga,
sollozo que muere lentamente.
En estas mañanas de octubre,
ocioso en medio de la muchedumbre,
voy como una sombra
que podría caer sin ruido,
paladeando el sol del otoño
que es el solecito de la larga muerte.

 

Soy una criatura
Giuseppe Ungaretti

Como esta piedra
del S. Michele
tan fría
tan dura
tan enjuta
tan refractaria
tan completamente
desanimada

Como esta piedra
es mi llanto
que no se ve

La muerte
se paga
viviendo

 

Tráeme el girasol…
Eugenio Montale

Tráeme el girasol para trasplantarlo
en mi terreno quemado por el salino
y muestre todo el día a los azules espejeantes
del cielo la ansiedad de su rostro amarillento.

Las cosas oscuras tienden a la claridad,
los cuerpos se agotan en un flujo
de tintas: éstas en música. Desvanecerse
es entonces la dicha de las dichas.

Tráeme la planta que conduce
adonde brotan rubias transparencias
y la vida se evapora como esencias,
tráeme el girasol enloquecido de luz.

 

Cada uno está solo…
Salvatore Quasimodo

Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol
y de pronto la noche.

 

Los niños chocan…
Leonardo Sinisgalli

Los niños chocan las monedas rojas
contra la pared. (Caen esparcidas
por el suelo con dulce rumor.) Gritan
a voz en cuello con pasión guerrera.
Se intercambian apodos soberbios,
dulcísimas injurias. El ocaso
incendia las frentes, encrespa los cabellos.
Es como sangre en las baldosas calientes.
La quietud vuelve a la plaza.
Una moneda lanzada se detiene
junto a otra, a un palmo de distancia.
Y el niño aprieta contra el suelo
su mano victoriosa.

 

Invierno en Roma
Alfonso Gatto

Los niños que piensan tienen el invierno
en los ojos, el largo invierno. Solos,
se acodan en sus rodillas para ver
iluminarse el sol dentro de la mirada.
Lejos de sí, en el cielo, las niñas
se tocan el cabello en los hilos
brillantes de la lluvia; andan solas,
sonriendo con los labios agrietados.
Han remontado en los siglos palabras
de amor y de piedad, pero las niñas
andan solas, ciñéndose la pañoleta,
solas en el cielo y en la lluvia. Gotea
el tejado sobre los pájaros en un alero.

 

Pensamiento
Antonia Pozzi

Tener dos grandes alas de sombra
y plegarlas sobre tu pena:
ser sombra, paz
nocturna
en torno de tu apagada
sonrisa.

 

Epigramas del otoño
Antonio Rinaldi

I

Es esta sombra de otoño
la que me aflige, es la luz
que muere a mis espaldas y me engaña.

Es el tramonto, el fin
silencioso y suspendido;
es la rosa de octubre, la caída
inmóvil del cielo en su confín.

 

Coro
Piero Bigongiari

Estás más allá de la muerte
a la que aún confiamos tus frutos,
alma; yo, un recuerdo
aletargado de ti.

Ve, amanece;
por todo el universo
se agita un blancor de huesos,
tiene un grito humano.

Yo me arrebujo entre tus brazos
soñando, aún soñando.

 

Senior
Mario Luzi

Para los viejos
todo es demasiado.
Una lágrima en la hendidura
de la roca puede saciar
la sed cuando ya es tan escasa.
El fin y la víspera del fin
necesitan poco,
hablan en voz baja.
Pero ¿nosotros, en plena madurez,
en la hornaza de los tiempos? Piénsalo.

 

Al príncipe
Pier Paolo Pasolini

Si vuelve el sol, si declina la tarde,
si la noche sabe a noches futuras,
si una tarde de lluvia parece volver
de tiempos tan amados y nunca cabalmente poseídos,
ya no soy feliz al gozarlos o padecerlos:
no siento ya, frente a mí, toda la vida…
Para ser poeta es preciso tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son necesarias
para formar algo que tenga fuerza, abandono,
vicio, libertad, para darle forma al caos.
Poco tiempo me queda: por culpa de la muerte
que viene a mi encuentro en el ocaso de mi juventud.
Mas por culpa también de nuestro mundo humano
que le quita el pan a los pobres y a los poetas la paz.

 

Frío, miedo
Bartolo Cattafi

Bajo frazadas
montones de cojines
en la cabeza y lo demás
tengo frío
miedo
por dentro le rasco
el ombligo a mi madre
y ella me entiende
sabe a lo que tiro
quiero decirle Ten cuidado
conmigo
no abras las cortinas
no me dejes salir.

 

Propongo un encuentro…
Amelia Rosselli

Propongo un encuentro con la calavera
mantengo firme y constante
un desafío a la calavera
encerrada en la fe imposible
el amor propio
de las bestias.

Cada día de su existencia inexplicable
palabras mudas en fila.

 

Vacío de amor
Alda Merini

El manicomio es una gran caja
de resonancia
y el delirio se torna eco,
regla de anonimato,
el manicomio es el maldito Monte
Sinaí, en el que recibes
las tablas de una ley
desconocida para los hombres.

 

1953
Maurizio Cucchi

El hombre era muy joven y vestía
un sobretodo gris muy fino.
De la mano llevaba a un niño
feliz y silencioso.
El campo era la quietud y la aventura,
estaban el kamikaze,
el Nacka, el apátrida Veneno.
Era la primavera del 53,
el principio de mi memoria.
Luigi Cucchi
era el enorme orgullo de mi corazón
pero quizá él no lo sabía.

 

En los pulmones
Milo de Angelis

La frazada, su fuerza, mientras crecíamos.
Oh los ojos que ayer estaban ciegos,
ahora tuyos, ayer lo inseparable. Las ampolletas
y el arroz blanco se han vuelto el único
mundo sin símbolo. Materia que
fue sólo materia, nada
que fue sólo materia. Velar, no velar, poesía,
cobalto, padre, álamos, nada.

 

Que hoy estoy contento…
Eros Alesi

Que hoy estoy contento de ser lo que soy, de poner los pies sobre el mármol de Trinità dei Monti, de fumar un goluas sin filtro. Que soy el azul en una paleta de acuarelas. Que el gong diamantino triplemente sobresalta intermitentemente un sonido rítmicamente rimado. Que tam tam palpitante. Que la onda caliente viaja cálidamente. Que la onda caliente penetra en toda materia. Que busco el silencio. Que busco el silencio colmado de perfumes dulces. Que el silencio neuropático, neuroparanoico. Que soy feliz. Que estoy feliz del vacío, del vacío vacío. Del vacío que no encierra nada, ni siquiera la felicidad.

 

Ser lápiz…
Valerio Magrelli

Ser lápiz: ambición secreta.
Arder despacio en el papel
y en él quedar engendrado
en otra nueva forma.
Volverse signo de carne
no instrumento sino delgada
osatura del pensamiento.

Sólo que pocas veces
se nos concede este dulce
eclipse de la materia.
Hay quien declina sólo con su cuerpo:
y entonces duele más la separación.

 

Entra por los ojos…
Stefano Strazzabosco

Entra por los ojos una luz láctea
y una mano me mantiene inmóvil.
La nieve cayó en los alrededores
ha borrado los huecos en el terreno
y ahora cubre con su cascarón cándido
las voces firmes en el prado.

 

* Poemas tomados de Ed è subito sera. Un siglo de poesía italiana (2 tomos), antologados y traducidos por Guillermo Fernández, y publicados por la Secretaría de Cultura y Turismo del Estado de México, Toluca, 2021.

 


Autor

Guillermo Fernández

Guadalajara, Jalisco, 1932 – Toluca, Estado de México, 2012. Poeta y traductor mexicano. Autor de los libros de poemas Visitaciones (1964), La hora y el sitio (1973), Bajo llave (1983) y Exutorio (1998). Tradujo a algunos de los autores italianos más destacados del siglo XX, como Alberto Moravia, Italo Calvino, Natalia Ginzburg y Valerio Magrelli, entre muchos otros.

febrero 2022