Parque Jurásico
rancio de palomitas de maíz,
humedad de la alfombra,
polvo de las cortinas bermellón,
sudor de sobremesa interrumpida,
dulzor de refresco de máquina
—qué modernidad la de 1993—;
la sala del Apolo
es una batalla de hedores vespertinos
pronto dejará de ser cine
sólo será un galerón
metros y metros cuadrados
para la especulación inmobiliaria
que, ahora, son una jungla prehistórica
sin estándares THX
cuyo audio se estrella en las paredes
y rebota en el techo de lámina
Steven Spielberg nos enseña
por qué temer a los dinosaurios:
potentes rugidos
colmillos rechinantes
llenos de furia
garras agudizadas
por la magia del close up
monstruos extintos
miedos conjurados
en la pantalla
y en las exhibiciones
de reptiles gigantes
accionados por computadora
—¡la palabra de la década!—
a los citadinos
de mi generación
nadie
ningún cómic
ninguna película
ningún juego de video
nadie
nos enseñó a temerle
al verdadero monstruo
cuyo gutural cloqueo
es
quizá
el más jurásico
de los sonidos que oirá
el oído humano
nadie nos preparó
para imponernos
al despliegue
de su plumaje
no hubo cómics
que previnieran
a los adolescentes que fuimos
—sorprendidos del Nintendo
y temerosos de Godzilla—
del ataque puntual
del fuerte pico
de la bestia
ningún guion cinematográfico
marca un acercamiento
a sus patas
flacas mas firmes
de piel brillante
en su desnudez
ningún parque de atracciones
incluía un callejón
rodeado de cercas de carrizo
y muros de adobe
que impidieran la huida
de la persecución
artera
de un guajolote.
Esquina
Para Fernando Trejo
La conocí
alguna vez la conocí
bien lo recuerdo
conocí La Esperanza
estuvo en Perú y Allende
La conocí en mis veintes
aunque de niño me hablaron de ella
de la caja donde se escondía
bajo todas las calamidades
desatadas por la curiosidad de Pandora
La conocí de noche
porque de noche se vuelve
más llanto cualquier lágrima
y silenciosa la carcajada
de quien no quiere escucharse
La conocí y no era bella
el último amparo nunca lo es
el agobio no se refugia donde la luz
prefiere la penumbra
donde todo está perdido
La conocí de azules muros
que la tornaban cielo
al cruzar sus puertas
aromada de orín
y de cochambre en las esquinas
La conocí y reímos juntos
cantábamos corridos
que rebotaban en la madera
de su barra ahíta de vasos
que esperaban el jabón o los hielos
La conocí con la rata
que corrió entre las mesas
para recordarnos la vida
o ponernos la muerte en la cara
como una pistola que te exige la cartera
La conocí y también los amigos
ahí eran las malas noticias
impregnadas en sus ceniceros
nuestras mejores risas
abrazan la memoria de lo que seríamos
Acústica
el estertor de un bóiler
al consumirse el último litro de gas
el crujir de una cucaracha
al desparramar sus vísceras bajo el zapato
el chirrido del aire acondicionado
cuando más bien calienta la noche
el casi graznido del cerdo
cuando es enganchado en su cadalso
el murmullo de los ratones
al hacerse luz en la cloaca
la muerte de una avispa
al chocar en la rejilla eléctrica
nada
ni el rasguño del gis
sobre la verde chicharra
ni el golpe mecanográfico
bajo el piso de una morgue
nada
ni el grito electrónico
de una bocina mal ecualizada
ni el maná hidráulico
de un escusado que invirtió su cauce
nada
nada tan devastador
como el cierre de un cortaúñas
en un vagón del metro
lleno o vacío
Puedes seguir al autor en su cuenta de Twitter: @pavidonavido

Autor
Luis Téllez-Tejeda
/ Naucalpan, México, 1983. Licenciado en Letras Hispánicas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha publicado los libros de poesía Media tarde (2011), Busca otro amor. Poemas norteños y de ruptura (2014), Soñar tu insomnio. Caja de costura (2015), Coctel de frutas (2021), así como los libros infantiles de varia invención Morinia, ciudad de la memoria (2014) y El botón de Prudencio (2015). Imparte talleres de creación literaria y escribe guiones de televisión infantil.