Del punto A al punto B
Esto comienza cuando pones un pie dentro de la hermana
república del exterior,
en la tierra de lo público.
O mejor dicho antes,
cuando el conjuro es la despedida del guardia de la entrada
que también es la salida:
la despedida de siempre,
con uno que otro monosílabo de más o de menos:
decirle “adiós” a la gente es un trabajo remunerado.
Son cerca de seis o siete pasos para llegar al primer semáforo
que tiene un intervalo modesto de rojo a verde
casi siempre juega a mi favor.
A veces me encuentro con alguien del trabajo en esa esquina
y caminamos toda una cuadra
en la que hacemos una disertación de cien metros
que concluye casi siempre en lo mismo:
la mierda es más humana que el trabajo.
Siempre me decido por las avenidas,
tan socorridas por entes como yo
y tan menospreciadas por el caminante sin propósito,
es decir, por el profesional.
Elegir un camino sobre el otro es parecido
a elegir un personaje sobre de otro
para completar la misión del videojuego
(es un desperdicio que esta información
no emerja en las sesiones de psicoanálisis).
Prefiero las avenidas porque es probable
que haya más olores a tacos y hamburguesas
y gente abatida que no sabe en qué basurero depositar la mirada.
Existe cierto gozo en formar parte de la coreografía
de cuando un grupo de personas cruza hacia el otro lado de la acera.
Entonces presenciamos la postal que sale en las imágenes de stock:
Búsqueda:
calle + metrópoli + sobrepoblación + vida moderna + estrés + individualidad
y entonces arroja el cruce de Shibuya
seguida de cualquier esquina del ex DF.
Es como entrar a un túnel con la cabeza hecha estambre enredado
y llegar a la otra acera con la punta de la hebra.
A veces doblo a la izquierda por la calle del hospital
para no caer en el mismo vicio de pensar lo de siempre
cuando llevo más de un mes pasando por el mismo lugar.
Highligt del día:
cambiar de ruta.
Otra vez
llegar a casa sin haber parado antes por la tintorería.
Limpiar cajones
Hoy me la he pasado limpiando los cajones de una habitación
que desde hace tiempo dejó de ser mía,
como una forma de hacer una taxonomía del olvido.
Si antologar es pepenar,
también es,
por tanto,
otro modo de dar orden
y salida de emergencia
a la memoria
y a la basura.
Salvia divinorum
Tengo un sueño recurrente:
soy una letra bípeda
que pasa de página en página
perseguida en cada cambio.
Cuando leo temo que la página se sienta abandonada.
La habitación de los objetos perdidos
A menudo fantaseo con esto:
Llego a un recinto lleno y pregunto a todos:
¿A alguien le pertenece:
atrás de nuestros recuerdos se escucha
como música de fondo
una orquesta afinando sus instrumentos?
Si nadie lo reclama, se viene conmigo a casa.
Puedes seguir a la autora en su cuenta de Twitter: @leeleean
Autor
Lilián Bañuelos
/ Guadalajara, 1981. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara y arte audiovisual en el CAAV. Es escritora, publicista y maestrante de Pensamiento Crítico y Hermenéutica en la Universidad Autónoma de Zacatecas.