abril 2021 / Inéditos

Rilke y los perros

El rinoceronte es un animal imaginario

como el mamut, el tigre de Tasmania y el dodo. 
Al ver uno Marco Polo pensó que miraba
un unicornio: era después de todo 
un animal cuadrúpedo de un solo cuerno. 
Alberto Durero hizo un grabado de un rinoceronte 
que nunca vio, y en lugar de piel gris y gruesa 
le puso armadura de caballería pesada 
o de ariete. Un buque blindado solitario en la llanura:
el rinoceronte imaginario de Durero
que además tiene rostro triste 
como si supiera que los rinocerontes blancos
también se convertirían en animales imaginarios 
una vez que se extinguiera 
el último macho de la especie. 

De manera que ya pueden quedarse ustedes
con sus hipogrifos, sus dragones y sus chupacabras 
yo me quedo junto al rinoceronte de ojos melancólicos 
y apenas entornados, como los de sus guardianes
que tienen ojeras más largas 
que las del primer amor
y que protegen de los cazadores furtivos 
a las últimas rinocerontes blancas
que iluminan la noche por abajo 
como lo hace la luna por arriba.

 
Rilke y los perros

I
En una foto aparece Rilke junto al matrimonio Rodin 
y dos perros. El poeta parece más cercano 
a uno de los canes que al escultor, su ídolo entonces. 
¿Por qué? Rodin es el arte mismo; el perro es más humano. 

Rilke los mencionó en sus cartas 
escribió poemas sobre perros
y los tuvo también como mascotas.
Entre ellos, consideró a Prinz y a Lord 
dos amigos de verdad. 

II
Hoy vi por la calle un bulldog francés, 
negro, de rostro amistoso, a pesar de 
su personalidad tímida y nerviosa. 
Su dueña vestía una sudadera rosa 
y para ella —claramente— pasear 
a su mascota es hacer ejercicio. 
(El collar del perro también era rosa.) 

Reparé en esa suerte 
de colonización de una especie
con perversidad cristiana: 
deformar al otro 
a imagen y semejanza
de uno mismo. 

Consideré las alergias con las que 
tienen que vivir, los dolores 
en las articulaciones, los problemas 
oculares. Todo para nuestra satisfacción.  

Me desdigo sin embargo al confesar 
que hay razas cuya belleza admiro. 
El Chow Chow, cruce entre león y oso, 
antiguo guardián de templos budistas. 
Las razas siberianas, verdaderos perros lupinos. 
O los cobradores dorados, mejores nadadores que yo 
y seguramente mejores amigos. 

Además, siempre me ha divertido 
que los perros bajitos se comporten 
como los hombres bajitos
siempre ladrando
para compensar por su estatura.  

III
A Rilke le parecía aborrecible 
cómo los hemos vuelto tan dependientes de nosotros
en patetismo consuetudinario. El perro de hoy 
vive al filo de su propio ser: mirada y hábitos 
humanizados hasta la aberración.  

Después, cuando ya iban de vuelta,
la dueña tiró de la correa con fuerza 
mientras el bulldog descubría un árbol 
con su hocico, que para ellos debe ser
más que una mano. 

Me acordé de aquel Goya 
el del perro hundiéndose 
en dunas tenebrosas 
—dunas del amor humano.

 
Las aves

Esas aves de estaño que anidan 
entre páginas o anaqueles  
y suelen llamarse ruiseñores
oscuras golondrinas 
o cisnes—
      cuyas patas negras 
y membranosas, debajo
del plumaje aristocrático, 
son horribles— 

no son las mismas aves 
que se estrellan 
contra el vidrio 
de un rascacielos 
creyéndolo continuidad del cielo 

no son las que vuelan 
a través de un parque eólico 
bueno para el planeta 
pero para ellas 
aspas de la muerte 

las del gorjeo 
ansioso y aturdido 
por el ruido de la ciudad 
que interfiere en su música 

las que quedan a veces 
atrapadas en aeropuertos 
cuyo mínimo aleteo contrasta 
con el rugir de los aviones 
y en las que vemos una alegoría 
de nuestro propio lugar en el mundo 
que a veces pareciera también ser
un aeropuerto enorme y ruidoso

o la urraca que entró un día
por la ventana al aula de clases 
y sumió a todos los alumnos 
en pánico: se agachaban
mientras ella, también en pánico, 
rondaba el rectángulo del salón 
una mancha negra blanquiazul 
abigarrada al vuelo
y se estrelló no una sino dos 
veces en las paredes 
antes de salir al ancho aire 
en un volar ladeado y a pique  
mientras los niños en el aula 
se ponían de pie, aliviados.

 
Bajo tierra

Así como de las plantas solo vemos 
de su cintura para arriba 
y a la superficie del mar 
llamamos el mar
de ellos solo percibimos
la punta de los dedos
emergiendo de la tierra. 

Los llamamos trufas, 
setas, oronjas, níscalos 
o champiñones pero 
sus verdaderos cuerpos 
—el micelio— están bajo tierra
como vastas redes filiformes
y son el bosque debajo del bosque
sin ser por ello plantas o animales 
sino un reino en sí mismo. 

Ignoramos que lanzan miles
de millones de esporas al aire
que aterrizan, a toda hora 
y en cualquier momento, 
sobre un pétalo, un parabrisas,
la punta de una nariz.

Y así van extendiendo 
su imperio subterráneo 
estos seres que roen 
la muerte y saben digerirla
y devolverla hecha vida.  

Son literalmente la levadura 
que le da al pan su cuerpo
a la cerveza su sabor 
y hace que la uva nos embriague.
Y qué decir de los que abren 
las puertas de la percepción… 

Pero los privilegios de la vista 
tienen cataratas. Planta, mar, 
micelio. Todo, a la luz 
del ojo, se vuelve sinécdoque.


Autor

Carlos Fonseca Grigsby

Managua, Nicaragua, 1988. Poeta y traductor. Fue, con 18 años, ganador del Premio a la Creación Joven Fundación Loewe 2007 por Una oscuridad brillando en la claridad que la claridad no logra comprender (2008), convirtiéndose en el autor más joven en la historia del premio. En el año 2020 se convirtió en el ganador del Premio de Poesía Ernesto Cardenal In Memoriam por el poemario Rilke y los perros (2022). Su poesía ha sido incluida en antologías como Puertas abiertas: antología de poesía centroamericana (2011) y La poesía del siglo XX en Nicaragua (2010). Ha publicado poemas en revistas como Review Magazine: Latin American Iconic & Emerging Writers & Artists, Cuadernos hispanoamericanos, Samoa, Carátula y El Hilo Azul.

abril 2021