El rinoceronte es un animal imaginario
como el mamut, el tigre de Tasmania y el dodo.
Al ver uno Marco Polo pensó que miraba
un unicornio: era después de todo
un animal cuadrúpedo de un solo cuerno.
Alberto Durero hizo un grabado de un rinoceronte
que nunca vio, y en lugar de piel gris y gruesa
le puso armadura de caballería pesada
o de ariete. Un buque blindado solitario en la llanura:
el rinoceronte imaginario de Durero
que además tiene rostro triste
como si supiera que los rinocerontes blancos
también se convertirían en animales imaginarios
una vez que se extinguiera
el último macho de la especie.
De manera que ya pueden quedarse ustedes
con sus hipogrifos, sus dragones y sus chupacabras
yo me quedo junto al rinoceronte de ojos melancólicos
y apenas entornados, como los de sus guardianes
que tienen ojeras más largas
que las del primer amor
y que protegen de los cazadores furtivos
a las últimas rinocerontes blancas
que iluminan la noche por abajo
como lo hace la luna por arriba.
Rilke y los perros
I
En una foto aparece Rilke junto al matrimonio Rodin
y dos perros. El poeta parece más cercano
a uno de los canes que al escultor, su ídolo entonces.
¿Por qué? Rodin es el arte mismo; el perro es más humano.
Rilke los mencionó en sus cartas
escribió poemas sobre perros
y los tuvo también como mascotas.
Entre ellos, consideró a Prinz y a Lord
dos amigos de verdad.
II
Hoy vi por la calle un bulldog francés,
negro, de rostro amistoso, a pesar de
su personalidad tímida y nerviosa.
Su dueña vestía una sudadera rosa
y para ella —claramente— pasear
a su mascota es hacer ejercicio.
(El collar del perro también era rosa.)
Reparé en esa suerte
de colonización de una especie
con perversidad cristiana:
deformar al otro
a imagen y semejanza
de uno mismo.
Consideré las alergias con las que
tienen que vivir, los dolores
en las articulaciones, los problemas
oculares. Todo para nuestra satisfacción.
Me desdigo sin embargo al confesar
que hay razas cuya belleza admiro.
El Chow Chow, cruce entre león y oso,
antiguo guardián de templos budistas.
Las razas siberianas, verdaderos perros lupinos.
O los cobradores dorados, mejores nadadores que yo
y seguramente mejores amigos.
Además, siempre me ha divertido
que los perros bajitos se comporten
como los hombres bajitos
siempre ladrando
para compensar por su estatura.
III
A Rilke le parecía aborrecible
cómo los hemos vuelto tan dependientes de nosotros
en patetismo consuetudinario. El perro de hoy
vive al filo de su propio ser: mirada y hábitos
humanizados hasta la aberración.
Después, cuando ya iban de vuelta,
la dueña tiró de la correa con fuerza
mientras el bulldog descubría un árbol
con su hocico, que para ellos debe ser
más que una mano.
Me acordé de aquel Goya
el del perro hundiéndose
en dunas tenebrosas
—dunas del amor humano.
Las aves
Esas aves de estaño que anidan
entre páginas o anaqueles
y suelen llamarse ruiseñores
oscuras golondrinas
o cisnes—
cuyas patas negras
y membranosas, debajo
del plumaje aristocrático,
son horribles—
no son las mismas aves
que se estrellan
contra el vidrio
de un rascacielos
creyéndolo continuidad del cielo
no son las que vuelan
a través de un parque eólico
bueno para el planeta
pero para ellas
aspas de la muerte
las del gorjeo
ansioso y aturdido
por el ruido de la ciudad
que interfiere en su música
las que quedan a veces
atrapadas en aeropuertos
cuyo mínimo aleteo contrasta
con el rugir de los aviones
y en las que vemos una alegoría
de nuestro propio lugar en el mundo
que a veces pareciera también ser
un aeropuerto enorme y ruidoso
o la urraca que entró un día
por la ventana al aula de clases
y sumió a todos los alumnos
en pánico: se agachaban
mientras ella, también en pánico,
rondaba el rectángulo del salón
una mancha negra blanquiazul
abigarrada al vuelo
y se estrelló no una sino dos
veces en las paredes
antes de salir al ancho aire
en un volar ladeado y a pique
mientras los niños en el aula
se ponían de pie, aliviados.
Bajo tierra
Así como de las plantas solo vemos
de su cintura para arriba
y a la superficie del mar
llamamos el mar
de ellos solo percibimos
la punta de los dedos
emergiendo de la tierra.
Los llamamos trufas,
setas, oronjas, níscalos
o champiñones pero
sus verdaderos cuerpos
—el micelio— están bajo tierra
como vastas redes filiformes
y son el bosque debajo del bosque
sin ser por ello plantas o animales
sino un reino en sí mismo.
Ignoramos que lanzan miles
de millones de esporas al aire
que aterrizan, a toda hora
y en cualquier momento,
sobre un pétalo, un parabrisas,
la punta de una nariz.
Y así van extendiendo
su imperio subterráneo
estos seres que roen
la muerte y saben digerirla
y devolverla hecha vida.
Son literalmente la levadura
que le da al pan su cuerpo
a la cerveza su sabor
y hace que la uva nos embriague.
Y qué decir de los que abren
las puertas de la percepción…
Pero los privilegios de la vista
tienen cataratas. Planta, mar,
micelio. Todo, a la luz
del ojo, se vuelve sinécdoque.
Autor
Carlos Fonseca Grigsby
Managua, Nicaragua, 1988. Poeta y traductor. Fue, con 18 años, ganador del Premio a la Creación Joven Fundación Loewe 2007 por Una oscuridad brillando en la claridad que la claridad no logra comprender (2008), convirtiéndose en el autor más joven en la historia del premio. En el año 2020 se convirtió en el ganador del Premio de Poesía Ernesto Cardenal In Memoriam por el poemario Rilke y los perros (2022). Su poesía ha sido incluida en antologías como Puertas abiertas: antología de poesía centroamericana (2011) y La poesía del siglo XX en Nicaragua (2010). Ha publicado poemas en revistas como Review Magazine: Latin American Iconic & Emerging Writers & Artists, Cuadernos hispanoamericanos, Samoa, Carátula y El Hilo Azul.