agosto 2020 / Inéditos

Ya no me gusta escribir sobre el tiempo

 
Gimnasia respiratoria automática

Nuestro amor ha sido como el asma,
una dificultad al respirar acompañada
de momentos de angustia,
una frustración por no sentir el aire a plenitud.

Tu mirada y la mía se paralizan,
nuestros músculos se contraen,
en el pecho de cada uno hay una zona
del Ártico.
Tampoco eso podemos compartir,
unir las piezas,
decir al menos que estaremos juntos en el frío,
porque este aire helado en nosotros
es un rompecabezas incompleto.

Las lesiones se toman su tiempo para admirarse
durante la noche mientras dormimos,
sus sibilancias nos arrullan,
soñamos con nuestra soledad
hasta que la convulsión de nuevo nos despierta.

Necesitaríamos una silla de Rossbach1
para calmarnos,
para hacer con ella gimnasia respiratoria automática:
sentados uno frente al otro, ajustando
el corsé, haciendo ejercicios con los brazos móviles
hacia adentro y hacia afuera,
acompañarnos verdaderamente durante las crisis,
consolarnos por padecer lo mismo,
compadecernos en el tratamiento del otro.

Nos debilitamos.
Inspiramos con facilidad pero expiramos
como el movimiento del gato
al ir con empeño tras una polilla.

Nuestra habla se manifiesta
en una tos seca, gruesa,
duele decir lo que pensamos.

 
 
Carta a Donald Crowhurst

Escribía a lápiz los nombres de los lugares
que deseaba visitar en el mundo;
anotaba en tinta azul nombres
de las materias que no quería llevarme a extraordinario
en la facultad, tareas, las palabras que no entendía,
las canciones que me salvaban de la depresión,
invitados a una boda, listas del supermercado,
materiales de preescolar,
escribía al hombre a quien amaba.

Mis anotaciones eran coordenadas para recorrer mejor los años,
aguas profundas donde buscamos salir a flote.

Mi cuerpo era la embarcación supuestamente lista
para cruzar los océanos.

Veo a un lado y otro de mi vida
y el mar la circunda,
no hay tierra a la vista,
es mentira que aparecen delfines
como por impulso de un brincolín
a ser el símbolo de nuestra compañía.

Ya no me gusta escribir sobre el tiempo
porque me parece falso,
ni me gusta la poesía solemne sobre el tiempo
porque me parece igual.
Pero el tiempo juzga mucho y es severo,
de forma exacta me indica donde me pierdo
para ver todo aquello que he perdido.

No hay consideración para la verdad
ni misericordia para el fracaso:
La cordura está lista para arrojarse junto
a un cronómetro estropeado
por la borda.

 
 
Animales marinos

A Natalia

Nombrar caballo de mar
y no hipocampo.
Colocar esa pieza de madera
a fuerza y con ayuda,
aplaudir por conseguirlo.
Hipocampo no es palabra
sencilla de aprender,
ni de asir como su cola en espiral.
Se registra mi repetición
de la palabra,
más para mí que para ella.
Llamo a otros animales marinos
del rompecabezas,
tiburón, cangrejo, ballena, pulpo.
Mi hija toca las figuras,
se apoya en el tacto
“para conocer la dimensión
espacial del universo”,
y al hipocampo lo prefiere
caballo de mar,
elige su sonido favorito
como elegir una canción
al sintonizar la radio.


1 Silla con corsé ajustado al respaldo y cinturón usada a principios del siglo XX para rehabilitar a personas con enfermedades respiratorias.


Autor

Lorena Huitrón Vázquez

/ Xalapa, Veracruz, 1982. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas. Fue beneficiaria del Programa de Estímulos a la Creación Artística en el Estado de Veracruz (PECDAV) en poesía (2009-2010) y novela (2013-2014). Ha publicado los libros Parábola del desconocido (2012), Erigir una fortaleza (2013), Una violencia sencilla (2017, Premio Nacional de Poesía Experimental Raúl Renán 2015), Wintu (2017) y El oficio del escarabajo (2019).

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