Prólogo
¿Cómo se desentierra un libro desde las raíces de un cementerio y llega luego a las urnas negras que son el centro de la pira funeraria de las civilizaciones?
¿Cómo es que de los árboles de pochote o de las cunas de algodón intoxicadas llega un soporte material al que le regamos yerba, lágrimas, salsa y mole (sangre)?
Los libros han sido durante trillones de segundos la única forma de transmitir un susurro. Ya desde los tiempos de los antiguos ovnis que funcionaban a base de carbón, se esgrimían libros y libros ante la llegada inevitable de la Parca, la Peste y el Postre al hogar.
Los libros se han transformado, desde entonces, en una autopista y una autopsia a los lugares más irreales e irrealizables de la razón humana.
El tráiler definitivo del ruido neuronal: la conciencia.
¿Pero de dónde han salido? ¿Hacia dónde van? ¿Qué exigen?
Un material perecedero es el cielo. Aún con los avances que químicos y astrólogos han alcanzado en materia de preservación y remodelado de bóvedas celestes y acabados meteorológicos, el cielo irreparablemente se consumirá. Lentamente dejará deslizar cada una de sus estrellas y nubes hasta quedar ilegible y nulo. Llegado el momento, se desmoronará ante una última mirada. Refrigeradores de temperaturas tan ínfimas que representarían la completa extinción de la Vida, prolongarían un par de eras su conservación material pero, al fin y al cabo, terminarían cediendo, como todo, al inevitable impulso de la desaparición.
El libro-cielo desaparecerá junto con la memoria de él, pero la electricidad que hizo surgir los caracteres inscritos en él nunca fue creada y siempre ha estado destruida.
Un libro está lleno de segundas, terceras y novenarias intenciones. Los poros de su textura, los vacíos entre sus fibras, permiten el flujo constante de bacterias y hongos que crean una conexión rampante entre el origen y el simulacro final. ¿Dije final? Quise decir, el momento de las comprobaciones. Ningún libro sale nunca de los bastidores.
Al igual que un rezo, la lectura de pliegos diagramados abre campanas en las mentes de ancestros, hermanitos instantáneos, y sucesores primigenios. Sus tañidos se van encuadernando con la consistencia babosa del sentimiento colectivo y el secreto de ruptura continua con la programación. Aunque un fantasma no sepa leer o no exista, entiende muy bien por qué escribiste.
Un libro idéntico a las semillas se desgrana desde las profundidades de una explosión incantable, producto de destapar un gaseoso. Se requiere de un algo que acaricie la no-conciencia, a la espera de que el caldo cuaje hasta enredarlo en cuerdas, humedecidas después dentro de los árboles, cocidas de nuevo, molidas y finalmente hechas pulpa.
Incinerar es descubrir. Inundar es revelar. Enterrar es sublimar. Entregarse al apetito de las aves es resucitar. Un libro no es su soporte, pero todo soporte es la página de un libro utilizado por seres transdimensionales como carta mágica en un juego de mesa radiante y peligroso.
Los cabellos están llenos de puntos y comas, es cierto. Así mismo, el espacio-tiempo está lleno de puntas abiertas y maltratadas que se corrigen. Un texto no es un libro, pero un libro es lo que él quiera. Un texto es un formato, una conversación de zombies o un perreo formal. Pero un libro puede llegar a ser un calamar.
Todo lo que existe como parpadeos puede llegar a ser teñido, pintado, decorado con pegatinas. Suajado y guardado en una avalancha pegajosa si inhalamos profundamente, como si se tuviera escaners en el corazón, y soplamos las velas de nuestro cerebro.
Muchos esfuerzos son igual a ninguno. Pero los sudores sobre el papel y el verano van dejando gotas en el camino que conducen hasta el altar/taller. Taller donde el alma se poliniza, se roe y nos encuentra hermosos y sin significado. Enterrados y abrazaditos entre millares de tiritas de papel.

ÁLADÍN PRIX. SHALALÁ. 1197. Un carrito de supermercado avanza lento pero decidido por una calle de la Nueva España en 1773. Nadie lo nota porque en ese momento está jugando la selección del Virreinato del Río de la Plata contra la selección de la Nueva España. Solo un joven deforme (nació sin espalda) lo observa desde una de las ventanitas de la recién fundada Real Academia de Bellas Artes. Se pregunta qué clase de bruja es esa, y luego recuerda que él también vino del futuro y que le es familiar el objeto. Saca lentamente su pistola de rayos gamma (gracias, UNAM) y le apunta temblando. En ese momento, un delantero zambo mete el gol de su vida y todos en la plaza pública estallan en júbilo. La conmoción hace que el disparo salga desviado y termine impactando contra una campana de iglesia. TAANNNN TAANNNNN. Retumba la catedral mientras todos gritan y se abrazan. La iglesia católica novohispana aprueba el milagro y decide mandar a todos los individuos con cabello chinito a canonizar. Una versión de la Virgen de Guadalupe con rizos exuberantes también se populariza. Se cancela el sistema de castas, y los monjes descubren a una poeta mulata del siglo pasado cuya obra es de una envergadura equiparable a la de sor Juana Inés de la Cruz, pero de cualidades radicalmente distintas. José María Morelos nunca tiene necesidad de hacer la guerra y no sale en los billetes del futuro, pero muere anciano, casado en nupcias secretas con Miguel Hidalgo. El viajero del tiempo bondadoso sabe que para vencer al viajero del tiempo maligno se necesita mucha buena suerte. Fantasmalux (S! E! P! – 1688)

AAIIEE OOAAII. MMM! 0001. Algunas uvas han estado emitiendo melodías al ser arrancadas de su racimo. Personas de distintos países han desprendido alguna y de pronto, en el aire, se ha empezado a escuchar una melodía de increíble belleza. Se ha logrado registrar el fenómeno un par de veces y dichos videos se han vuelto virales en internet. También se supo de la formación de algunas sectas fanáticas en torno al suceso, pero rápidamente estas devinieron pandillas de skate (sus trucos resultaban insólitos). Cuando una mañana, en Yucatán, alguien peló un plátano y se escuchó de pronto un solo de trompeta largo y hermoso, los gobiernos entraron en acción. Primero enviaron espías a los huertos, pero estos se convirtieron en granjeros. Mandaron drones y se fueron con las aves migratorias. Dentro de las nubes algunos hombres bala afirmaron empezar a oír susurros y chasquidos rítmicos de dedos y lenguas, y se preguntaron si todo venía de la lluvia y si la lluvia venía desde las estrellas. Se produjo mermelada con los frutos musicales, y las aldeas que la consumían se convirtieron en musicales de cumbia itinerantes (fueron expropiados los recursos de Disney y luego repartidos). “Dentro de cada semilla una nueva partitura no escrita por nadie”, pensó alguien en Colombia que se empezó a masturbar con el objetivo de conseguir que su semen solfeara. Jamás lo logró. Pero una noche consiguió preñar a la Tierra rociando su esperma a la luz de la luna entre los plantíos. En un huerto de papayas sinfónicas en el Alto Sinú, nacía una niña que era puro canto; en todos sus balbuceos y en todos sus fluidos. Y así empezó la nueva era, cuya nueva violencia aún estaba por descubrirse. Fantasía<3 (PRISMA – %8)

FIN Pax Crux. FM. 191919. Mil millones de misiles habían sido lanzados sobre la Tierra en el último minuto de la 4ta guerra mundial. Incluso habiendo sobrevivido al último apocalipsis telúrico y a la rebelión de las botargas robot, aún quedaron energías en los palacios de la Tierra para una última embestida del lobo contra el lobo. Para ese entonces las células ya tenían todas colmillos, y todos los virus habían sido asimilados como proteínas. Las ratas habían crecido, tanto en dimensiones como en población, hasta el punto de que microbuses y asilos para ancianos ahora tenían asientos especiales para ellas. Las cucarachas habían aprendido a reír, y las escasas semillas que quedaban habían aprendido a germinar sobre el fierro viejo que venda. Y claro que aún existía la poesía. Pues bien, el gran botón dorado de la muerte había recibido el puñetazo, y todo el arsenal nuclear disparado estaba por culminar su parábola para descender al fin sobre nuestras caras sucias. Ya no se trataba de ganar, si no de llevar la incomprensión al límite, ahí donde se hace borroso lo borroso. Una nena a mitad de un basurero estaba parada justo en el punto donde caería una de las bombas más gordas y filosas. Por alguna razón desconocida, no tenía miedo. Quizás era la presencia de su lanudo y fiel perro Bobby, que estaba echado a sus pies, durmiendo. Caía la bomba. La nena abrió su paraguas roto de Lilo y Stich 5, mandó un beso, cerró los ojos y… 🍃 Amapolas. (Mua!! Bang!!)
* Poemas pertenecientes al libro Semblanza (Súper Ediciones Prisma, 2022).

Autor
Jaime Tzompantzi
/ Ciudad de México, 1994. Poeta. Es autor de los libros Fantasmophilia (2018), Isla de encantos (2019), Milagro 401. Poemas 2037-1978 (Punto de Partida, UNAM, 2019), entre otros.