agosto 2020 / Traducciones

Presentación y versión de José Saed Ayub.

 

Cuando Publio Ovidio Nasón (Sulmona, 43 a. C.) se mudó a Roma siendo aún adolescente, los rayos de la más gloriosa generación de poetas en lengua latina iluminaban todavía la gran ciudad. Lucrecio había muerto apenas doce años antes de que naciera Ovidio. Otros grandes poetas habían ya imitado, asimilado y recreado todo lo mejor de los mejores poetas griegos que los precedieron: Catulo a Calímaco y a Safo; Virgilio a Homero, a Hesíodo, a Teócrito y a Apolonio de Rodas; Horacio a los líricos arcaicos y a los alejandrinos. Habían surgido, además, tres poetas que habían llevado la elegía a lugares que no conoció en lengua griega: Cornelio Galo, Tibulo y Propercio.

A Ovidio, a quien su padre había enviado a Roma con el objetivo primordial de que estudiara retórica y tuviera así acceso a una carrera política, lo fastidian sus clases y lo racional y argumentativo de la retórica que le imparten: “lo que yo intentaba escribir, resultaba verso” (Tristes, IV, 10, 17-19). Pronto se decepciona también de la política: “las hermanas aonias me inducían a dedicarme a los tranquilos placeres que desde siempre habían gozado de mis preferencias” (Tristes, IV, 10, 39-40).

Entonces apuesta todo a la poesía y se incorpora al círculo de poetas de Mesala Corvino, quien lo enseña a confiar en sus versos. Conoce de vista a Virgilio, oye a Horacio recitar sus Odas, se convierte en amigo de Propercio y de Tibulo, de quien solo lo separa la muerte. Imita primero a sus admirados elegíacos y escribe los Amores. Luego, Medea, una tragedia. Más tarde, lleva el género elegíaco a su punto más alto, efectuando innovaciones asombrosas en las Cartas de las heroínas y el Arte de amar.

A pesar de su belleza, de su depurado arte, de las innovaciones que suponían para toda la poesía hasta entonces conocida y de los problemas políticos que le acarrearían (el Arte de amar —con sus propuestas de amor igual entre mujeres y hombres—parece haber sido la razón por la que el emperador Augusto condenó al poeta, ya de 52 años, al exilio), ninguna de estas obras le habían merecido a Ovidio la cima de la poesía romana.

Fueron las Metamorfosis su obra maestra, la que lo elevó a la trinidad de la poesía latina de todos los tiempos, junto a Virgilio y a Horacio. Terminadas poco antes de que Ovidio fuera relegado a Tomis, las Metamorfosis son un largo poema escrito a la manera de la poesía épica, en hexámetros, dividido en quince libros, que cuenta la historia del mundo desde la creación hasta la deificación de Julio César. A las Metamorfosis pertenece la escena que aquí presentamos, la historia de Píramo y Tisbe, unos muchachos que se enamoran y cuyo amor, tras la prohibición de sus padres, tiene que volverse furtivo, nocturno, silencioso. Fugitivo.

Nada ni nadie muere del todo en las Metamorfosis de Ovidio: se transforma. Se vuelve eterno. Como el amor de Píramo y de Tisbe. Como el poeta mismo:

Y ya he concluido una obra que ni la ira de Júpiter ni los fuegos,
ni el hierro podrá extinguir ni la vejez destructora.
Que ese día, que en nada tiene derecho sino en este cuerpo,
ponga fin cuando quiera al espacio de mi edad imprecisa:
pues seré llevado con la mejor parte de mí sobre las altas estrellas,
eterno, y mi nombre será indeleble.
Por donde se extiende la potencia romana a sus tierras domadas,
me leerán los labios del pueblo, y en la fama, por todos los siglos,
si algo tienen de cierto los presagios de los poetas, estaré vivo.

Ovidio, Metamorfosis, XV, 871-879

El texto latino está tomado de la edición que aparece en Ovid, Metamorphoses, Vol. I, de la Loeb Classical Library, de Harvard, del año 1971. Dicha edición tomó casi por entero la edición crítica realizada por Rudolfus Ehwald, publicada en Leipzig en 1915 bajo el título Metamorphoses ex iterata R. Merkelii recognitione.

—José Saed Ayub

 


Metamorfosis, IV, 55-166

“Píramo y Tisbe, él, el más bello de los donceles,
ella, la predilecta de las doncellas que habitan Oriente,
tuvieron casas contiguas, donde se dice que su magnífica urbe
había amurallado Semíramis con muros de ladrillos cocidos.
La cercanía propició la relación y los pasos primeros.
Con el tiempo crecía el amor; las antorchas nupciales también con justicia iban juntas;
mas lo prohibieron los padres: pero prohibir no pudieron
que ambos ardieran igual, con las almas cautivas.
No hay ningún confidente: asienten con la cabeza y se hablan con señas.
Entre más callan, más se agita el fuego secreto.
Estaba fisurada por una grieta insignificante, antaño surgida,
cuando se construyó, la pared común a ambas casas.
Ese defecto, no notado por nadie por largas generaciones
—¿qué no siente el amor?—, lo vieron ustedes, amantes, por vez primera
y construyeron un camino de voz, por el que, seguras,
las caricias solían transitar en muy delicado susurro.
A menudo, cuando estaban juntos, Píramo allí, aquí Tisbe,
y apresaban por turnos el aliento de sus labios, decían:
‘Envidiosa pared, ¿por qué a los amantes estorbas?
¿Qué tanto sería que nos dejaras unirnos con todo el cuerpo?
¿O, si esto es mucho, que estuvieras al menos abierta para los besos?
Y no somos ingratos: reconocemos que a ti te debemos
que a las palabras fue dado el tránsito a oídos amados.’
Tales cosas hablando en vano en distintos lugares,
cada uno dijo ‘adiós’ a su parte bajo la noche
y cada cual dio besos que no arribaban a la parte de enfrente.
Cuando la Aurora siguiente había removido los fuegos nocturnos,
y el sol con sus rayos había secado la hierba cubierta de escarcha,
fueron juntos al lugar habitual. Entonces, con delicado susurro,
primero se quejan de mucho, luego acuerdan que en la noche silente
intentarán engañar a los guardias y salir por la puerta.
y cuando hayan salido de casa, también atrás dejarán los techos de la urbe,
y para no extraviarse en sus caminos por el ancho campo,
se reunirán junto a la tumba de Nino y se ocultarán bajo la sombra
de un árbol: había allí un árbol fecundísimo en frutos del color de la nieve,
(era un alto moral), cercano a una gélida fuente.
Lo acordado les place; y la luz, que con lentitud parecía apartarse,
cae en las aguas, y de las mismas aguas sale la noche.
“Hábil en las tinieblas, Tisbe gira la puerta,
sale y engaña a los suyos, y, con el rostro cubierto,
llega al túmulo y, bajo el árbol pactado, se sienta.
Audaz la volvía el amor. Mas he aquí que llega una leona,
con el hocico espumeante, teñido de fresca sangre de bueyes,
para calmar su sed en la ola de la fuente vecina;
ante los rayos de luna, a lo lejos la vio la babilonia Tisbe
y huyó con tímido pie a una cueva oscura,
pero, cuando huía, dejó a su espalda el velo caído.
Cuando la salvaje leona sació su sed con ola abundante,
mientras al bosque volvía, por azar se encontró con el velo sin Tisbe,
y, con el hocico lleno de sangre, el delicado velo deshizo.
Habiendo salido más tarde, en el polvo profundo
Píramo vio huellas seguras de fiera. Y palideció todo su rostro.
Pero cuando encontró también el velo teñido de sangre,
‘Una sola noche —dijo— perderá a dos amantes,
de ellos, más merecía ella una vida más larga;
mi alma es culpable. Yo te maté, desdichada,
yo que ordené que en la noche vinieras a lugares llenos de miedo
y no llegué aquí primero. ¡Destrocen mi cuerpo
y consuman mis profanas entrañas con fiera mordida,
cuantos leones habiten bajo este peñasco!
Pero es de cobardes preferir la ejecución’. El velo de Tisbe levanta
y lo lleva consigo al lugar convenido, a la sombra del árbol,
y tras rendir lágrimas, tras rendir besos a la prenda reconocida,
dijo: ‘¡Ahora también recibe mi fuente de sangre!’
El fierro que llevaba ceñido hundió en su vientre;
ya moribundo, sin demora lo extrajo de la herida hirviente.
Tras caer tendido en la tierra, brota a lo alto la sangre,
no de otra forma que cuando un tubo de plomo estropeado
se abre y, por la delgada abertura, estridente,
altas aguas expulsa y rompe el aire con su torrente.
Los frutos del árbol, por el rocío de esta muerte,
tornan oscura su forma, y la raíz, humedecida de sangre,
tiñe de púrpura las moras que penden.
“He aquí que, aún no libre de miedo, para no fallar a su amante,
ella regresa, y busca al joven con los ojos y el alma,
y desea con vehemencia contarle cuantos peligros ha sorteado,
y aunque reconoce el lugar y la forma del árbol que ha visto,
aún así el color del fruto la torna insegura, duda que sea éste.
Mientras vacila, advierte unos miembros que, temblorosos,
golpean el suelo sanguinolento, y vuelve el pie hacia atrás, y con la cara
más pálida que el boj, se estremeció como el mar tiembla
cuando un leve viento toca su superficie.
Mas luego que, al detenerse, a su amor reconoce,
azota, sin merecerlo, sus brazos, con golpe sonoro
y con la cabellera deshecha y, abrazando el cuerpo amado,
llena las heridas con lágrimas y mezcla el llanto con sangre
y gritó, sellando sus besos en el gélido rostro:
‘¡Píramo! ¿Qué desgracia de mí te ha arrancado?
¡Píramo, responde! ¡Te nombra tu queridísima Tisbe!
¡Óyeme y levanta tu rostro abatido!’
Al nombre de Tisbe, levantó los ojos, ya por la muerte pesados,
y Píramo los cerró, habiéndola visto.
“Ella, tras reconocer su velo y ver sin espada
el vacío marfil, exclamó: ‘¡tu propia mano y tu amor te perdieron,
infeliz! Yo tengo también una mano fuerte para esto,
también tengo amor: él me dará fuerza para las heridas.
Te seguiré muerto y se dirá que yo, de tu muerte, la causa
más desgraciada y compañera fui; y tú, que, ¡ay!, sólo podías por la muerte
ser arrancado de mí, ni por la muerte podrás serme arrancado.
Mas esto han de rogar las palabras de ambos,
oh padres míos y de aquél, muy miserables:
que a los que un amor cierto, a quienes unió la hora más nueva,
no les impidan yacer juntos en el mismo sepulcro;
y tú, árbol que ahora cubres con ramas el triste cuerpo de uno,
y más tarde has de cubrir el de ambos,
conserva los signos del sacrificio y ten siempre los frutos oscuros
encadenados al luto, en memoria de la sangre gemela.’
Dijo, y, acomodando la punta bajo lo bajo del pecho,
se inclinó sobre el hierro, que todavía estaba tibio de muerte.
Y los votos tocaron a los dioses, a sus padres tocaron;
pues el color del fruto, cuando madura, es negro
y lo que queda de sus restos descansa en la misma urna.”


 

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Metamorfosis, IV, 55-166

“Pyramus et Thisbe, iuvenum pulcherrimus alter,
altera, quas Oriens habuit, praelata puellis,
contiguas tenuere domos, ubi dicitur altam
coctilibus muris cinxisse Semiramis urbem.
notitiam primosque gradus vicinia fecit,
tempore crevit amor; taedae quoque iure coissent,
sed vetuere patres: quod non potuere vetare,
ex aequo captis ardebant mentibus ambo.
conscius omnis abest; nutu signisque loquuntur,
quoque magis tegitur, tectus magis aestuat ignis.
fissus erat tenui rima, quam duxerat olim,
cum fieret, paries domui communis utrique.
id vitium nulli per saecula longa notatum—
quid non sentit amor?—primi vidistis amantes
et vocis fecistis iter, tutaeque per illud
murmure blanditiae minimo transire solebant.
saepe, ubi constiterant hinc Thisbe, Pyramus illinc,
inque vices fuerat captatus anhelitus oris,
‘invide’ dicebant ‘paries, quid amantibus obstas?
quantum erat, ut sineres toto nos corpore iungi
aut, hoc si nimium est, vel ad oscula danda pateres?
nec sumus ingrati: tibi nos debere fatemur,
quod datus est verbis ad amicas transitus auris.’
talia diversa nequiquam sede locuti
sub noctem dixere ‘vale’ partique dedere
oscula quisque suae non pervenientia contra.
postera nocturnos Aurora removerat ignes,
solque pruinosas radiis siccaverat herbas:
ad solitum coiere locum. tum murmure parvo
multa prius questi statuunt, ut nocte silenti
fallere custodes foribusque excedere temptent,
cumque domo exierint, urbis quoque tecta relinquant,
neve sit errandum lato spatiantibus arvo,
conveniant ad busta Nini lateantque sub umbra
arboris: arbor ibi niveis uberrima pomis,
(ardua morus erat), gelido contermina fonti.
pacta placent; et lux, tarde discedere visa,
praecipitatur aquis, et aquis nox exit ab isdem.
“Callida per tenebras versato cardine Thisbe
egreditur fallitque suos adopertaque vultum
pervenit ad tumulum dictaque sub arbore sedit.
audacem faciebat amor. venit ecce recenti
caede leaena boum spumantis oblita rictus
depositura sitim vicini fontis in unda;
quam procul ad lunae radios Babylonia Thisbe
vidit et obscurum timido pede fugit in antrum,
dumque fugit, tergo velamina lapsa reliquit.
ut lea saeva sitim multa conpescuit unda,
dum redit in silvas, inventos forte sine ipsa
ore cruentato tenues laniavit amictus.
serius egressus vestigia vidit in alto
pulvere certa ferae totoque expalluit ore
Pyramus; ut vero vestem quoque sanguine tinctam
repperit, ‘una duos’ inquit ‘nox perdet amantes,
e quibus illa fuit longa dignissima vita;
nostra nocens anima est. ego te, miseranda, peremi,
in loca plena metus qui iussi nocte venires
nec prior huc veni. nostrum divellite corpus
et scelerata fero consumite viscera morsu,
o quicumque sub hac habitatis rupe leones!
sed timidi est optare necem.’ velamina Thisbes
tollit et ad pactae secum fert arboris umbram,
utque dedit notae lacrimas, dedit oscula vesti,
‘accipe nunc’ inquit ‘nostri quoque sanguinis haustus!’
quoque erat accinctus, demisit in ilia ferrum,
nec mora, ferventi moriens e vulnere traxit.
ut iacuit resupinus humo, cruor emicat alte,
non aliter quam cum vitiato fistula plumbo
scinditur et tenui stridente foramine longas
eiaculatur aquas atque ictibus aera rumpit.
arborei fetus adspergine caedis in atram
vertuntur faciem, madefactaque sanguine radix
purpureo tinguit pendentia mora colore.
“Ecce metu nondum posito, ne fallat amantem,
illa redit iuvenemque oculis animoque requirit,
quantaque vitarit narrare pericula gestit;
utque locum et visa cognoscit in arbore formam,
sic facit incertam pomi color: haeret, an haec sit.
dum dubitat, tremebunda videt pulsare cruentum
membra solum, retroque pedem tulit, oraque buxo
pallidiora gerens exhorruit aequoris instar,
quod tremit, exigua cum summum stringitur aura.
sed postquam remorata suos cognovit amores,
percutit indignos claro plangore lacertos
et laniata comas amplexaque corpus amatum
vulnera supplevit lacrimis fletumque cruori
miscuit et gelidis in vultibus oscula figens
‘Pyrame,’ clamavit, ‘quis te mihi casus ademit?
Pyrame, responde! tua te carissima Thisbe
nominat; exaudi vultusque attolle iacentes!’
ad nomen Thisbes oculos a morte gravatos
Pyramus erexit visaque recondidit illa.
“Quae postquam vestemque suam cognovit et ense
vidit ebur vacuum, ‘tua te manus’ inquit ‘amorque
perdidit, infelix! est et mihi fortis in unum
hoc manus, est et amor: dabit hic in vulnera vires.
persequar extinctum letique miserrima dicar
causa comesque tui: quique a me morte revelli
heu sola poteras, poteris nec morte revelli.
hoc tamen amborum verbis estote rogati,
o multum miseri meus illiusque parentes,
ut, quos certus amor, quos hora novissima iunxit,
conponi tumulo non invideatis eodem;
at tu quae ramis arbor miserabile corpus
nunc tegis unius, mox es tectura duorum,
signa tene caedis pullosque et luctibus aptos
semper habe fetus, gemini monimenta cruoris.’
dixit et aptato pectus mucrone sub imum
incubuit ferro, quod adhuc a caede tepebat.
vota tamen tetigere deos, tetigere parentes;
nam color in pomo est, ubi permaturuit, ater,
quodque rogis superest, una requiescit in urna.”


 
 
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Autor

Publio Ovidio Nasón

/ Sulmona, República romana, 43 a. n. e. – Tomis, Imperio romano, 17 d. n. e. Considerado uno de los tres poetas canónicos de la literatura latina. Sus obras más famosas son las Metamorfosis, una de las fuentes más importantes de mitología clásica, y el Arte de amar. Su fama en la Antigüedad tardía y la Edad Media lo volvieron una de las mayores influencias en la literatura occidental. Murió en el exilio en la actual Constanza, Rumania, por órdenes del emperador Augusto.

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